¡Bueno! Hace tiempo publiqué el primer capítulo de esta otra "novela" que tengo en proceso. Nada paranormal ni fantástico...sólo una joven adolescente más pasando los últimos meses de curso en un instituto nuevo, rodeada de gente desconocida y de una familia a la que tampoco conoce demasiado.
Una historia de crecimiento, de descubrimientos personales, de amor...En fin. Espero que os guste.
Hoy os dejo el capítulo dos. Hoy conoceremos a un nuevo e importante personaje que cambiará la vida de África.
Realmente estoy disfrutando escribiendo esta historia. Espero que vosotros disfrutéis leyéndola.
CAPITULO
2
Entré en mi nuevo hogar precedida por mis
primos que se lanzaron corriendo a sus respectivas habitaciones. Yo me quedé
algo rezagada, esperando poder quedarme a solas con mi tía. Mis tíos eran
médicos y trabajaban en el Hospital de Washington. Mi tío Robert es cardiólogo
y mi tía es pediatra. Ella se cogió una excedencia a raíz del fallecimiento de
mi madre, para poder descansar y hacerse cargo de mí. Supongo que quería
vigilarme, atenderme por si en algún momento volvía a entrar en estado de shock
o cualquier cosa.
Encontré a mi tía en la cocina, preparando
algún tipo de postre que no supe etiquetar. Últimamente hacía muchos, supongo
que para tener la mente y las manos ocupadas. Se encontraba totalmente absorta
en lo que hacía y no se percató del momento en el que entré en la cocina. Carraspeé
un poco y esperé en la entrada. Ella se sobresaltó y se dio la vuelta
rápidamente. Sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar, su rostro
manchado de harina, así como su delantal. Tenía el pelo enmarañado y se le
escapaba del moño improvisado sujeto por un bolígrafo a la coronilla, dejando
que sus preciosos mechones negros se escaparan nerviosamente y haciéndola
parecer una mujer un tanto desquiciada. Normalmente ella lloraba cuando
nosotros no estábamos delante, especialmente yo. Pero supongo que incluso para
ella era demasiada contención. O tal vez no se esperaba que yo la sorprendiera.
Realmente creo que ella ni siquiera se había dado cuenta de que habíamos
llegado a casa.
Su rostro se suavizó cuando me vio y un
extraño anhelo apareció en sus ojos. Se quedó momentáneamente abstraída,
perdida en otro mundo, asumo que viendo más allá de mis rasgos para encontrar
lo poco o mucho que había de su hermana en mí.
El momento pasó y sus ojos volvieron a
enfocarse en mí. Dio un pequeño respingo, avergonzada porque la hubiera
sorprendido de aquella manera e intentó recobrar la normalidad o, al menos,
intentó aparentar que todo era normal, que ella estaba bien y que no había
estado llorando por lo menos durante las últimas dos horas. Volvió a su actividad
frenética y sin sentido.
-- ¡Ah! Ya estáis aquí - dijo, sorbiendo por
la nariz e intentando esconder sus ojos de mi escrutinio, se dio la vuelta
nuevamente - Se me han pasado las horas volando ¿Qué tal el instituto? -
preguntó, mientras amasaba y amasaba sin ton ni son una especie de bola gigante
blancuzca. Después vi como la estiraba con el rodillo, una y otra vez sobre la
superficie de la encimera. Si seguía así la iba a desintegrar.
-- Bastante bien. Mejor de lo que esperaba -
dije con la voz rota por el dolor que vi en los ojos de mi dulce tía Mary, el
mismo que sentía yo en mi corazón -
Giró levemente la cabeza para mirarme por
encima del hombro y me dedicó una temblorosa sonrisa.
-- Me alegro escuchar eso - dijo - África…sé
que esto debe de estar siendo muy duro para ti…
-- Lo es - la interrumpí. No quería andarme
con rodeos, ella bien sabía cómo lo estaba pasando yo, o al menos se lo
imaginaba, dado que ella también había sufrido la pérdida de un ser querido -
pero mejorará. Hoy estoy…bueno, digamos que he dado un pequeño paso – Dije,
queriendo tranquilizar a su dulce corazón.
No podía decir todavía que estaba bien, porque la realidad era que no lo
estaba y tardaría mucho en estarlo, pero realmente me sentía como si hubiera
dado un paso en la dirección correcta y no sólo por la maravillosa presencia de
Lucas que iba a hacer mi presencia en el instituto algo más llevadera, o eso
pensaba, sino porque me había dado cuenta, tras muchas divagaciones, que en mi
interior, comenzaba a avanzar a través del dolor. Y tenía mucho que agradecerle
a mi tía.
-- Eres una chica muy fuerte - me dijo - Estoy
muy orgullosa de ti.
-- Tía Mary…-- empecé a decir, pero me
atraganté con las palabras.
Ella se había dado la vuelta al decirme
aquellas últimas palabras de cariño, supongo que porque le resultaba muy duro
hablar de ciertas cosas cara a cara. Aquello me hizo más fácil lo que estaba
pensando hacer.
Avancé con pasos lentos el pequeño espacio que
nos separaba y la abracé por detrás, intentando plasmar en aquél abrazo todo el
agradecimiento que sentía, todo lo que no podía expresar con palabras. Me
olvidé de la harina y de todo lo demás. Simplemente quería expresar lo que
sentía dentro, quería que ella supiera de alguna manera que le agradecía todo
lo que estaba haciendo por mí y que, de alguna manera, se estaba convirtiendo
en algo más que una tía para mí.
-- Gracias - susurré, apretándola entre mis
brazos.
Pude escuchar su sollozo y de repente, ella se
había dado la vuelta y me abrazaba con una ternura que llevaba tiempo sin
sentir. La última vez que había sentido algo parecido había sido el último día
que vi a mi madre con vida. El dolor del recuerdo irrumpió en mi fachada
perfecta y no pude luchar más contra las lágrimas. Las dejé correr libremente
por mi rostro, sintiendo cómo a su paso mi dolor se iba haciendo un poco más
llevadero. Mi tía volvió a sollozar y me apretó más contra su pecho. Inhalé su
suave aroma y me sentí un poquito más en casa.
Permanecimos así unos minutos, durante los
cuales milagrosamente mis primos no nos interrumpieron. Abrazadas, lloramos
juntas y compartimos el dolor que nos unía. Una vez ambas nos liberamos y nos
desahogamos, deshicimos nuestro abrazo y nos miramos a los ojos.
Sobraban las palabras, por lo que me limité a
darle un beso en la mejilla y me separé de ella.
-- Tengo deberes que hacer - dije
-- De acuerdo. Cenamos a las 6:00 - me
contestó.
Se dio media vuelta y siguió amasando, el arco
de sus hombros más relajado que cuando había entrado.
Sí, había dado un paso adelante. Ambas lo
habíamos dado.
Satisfecha conmigo misma, subí corriendo las
escaleras y entré por la trampilla que daba a mi buhardilla. Dejando la mochila
a un lado de mi improvisada cama, miré a un lado y a otro. Decidí que era hora
de hacer unos pequeños cambios.
Cuando hube terminado de recoger la
buhardilla, se parecía más a lo que podía ser una habitación de una persona
normal que a un trastero. Orgullosa, me senté en la cama y me quité el sudor
producido por el ejercicio con el dorso de la mano. Miré mi reloj y me di
cuenta de que casi era la hora de cenar. Los deberes tendrían que esperar.
Bajé a cenar sintiéndome tranquila y en paz
conmigo misma y me senté a la mesa con mi familia. Mis primos me miraron
extrañados y sorprendidos, al igual que mis tíos. Desde que había llegado a su
casa, habían sido escasas las ocasiones en las que compartiera algún tipo de
comida con ellos. Siempre esperaba a que ellos terminaran y después bajaba,
cogía cualquier cosa y, o bien comía de pie en la cocina, o me subía a mi sucia
buhardilla. Me había sentido como una extraña entre ellos, una intrusa y,
además, me hacía mucho daño ver la maravillosa familia que formaban. Me sentía
fuera de lugar. Pero, ya no. Por una vez sentí que podía hacerme un huequecito
entre ellos y me sentí un poco más cómoda a su lado, a pesar de que el dolor
seguía ahí.
Mi tía Mary me dedicó una suave sonrisa y
empezó a servir platos, mientras mis primos reanudaban sus conversaciones. Mi
tío Robert me miró con sus ojos azules llenos de calidez, desde el otro extremo
de la mesa y, sonriéndome apenas, inclinó la cabeza en mi dirección y empezó a
comer.
Al día siguiente me levanté con una nueva
energía. Me miré en el espejo del baño y una sonrisa salió con facilidad. Por
una vez en muchos días, mis músculos se movieron sin necesidad de tener que
obligarlos. Me había levantado pronto y me había duchado antes de que mis
primos empezaran a levantarse y a alborotar. Me lavé el pelo, lo sequé con
esmero y, cuando terminé de arreglarme, me sentí satisfecha con la imagen que
me devolvía el espejo.
Salí del cuarto de baño justo cuando mis primas
salían de su habitación. Salieron corriendo hacia la puerta del baño pero,
justo antes de entrar precipitadamente se pararon en seco y me observaron con
curiosidad.
-- África…Hoy estás diferente - me dijo Anna.
-- ¿Sí? - respondí. La verdad, me sentía
diferente.
-- Estás…guapa - dijo Lucy, sorprendida.
-- Gracias -
Sonreí y me di media vuelta, dejando a mis
primas con su confusión, elaborando posibles teorías sobre mi repentino cambio.
Estaba segura de que antes de que hubiéramos salido de casa, ya habrían
inventado cualquier historia que después contarían a sus amigas. Intenté no
pensar en ello y bajé a la cocina para desayunar. Mark y Peter ya estaban
terminando de desayunar y, cuando llegué, también me miraron con aquella mezcla
de sorpresa y curiosidad que había visto en sus ojos el día anterior. Pero son
chicos, por lo que no me dijeron nada y siguieron con sus asuntos.
Al llegar al instituto, volví a mirar mi
horario para asegurarme de la clase que me tocaba. Hoy iba con tiempo de sobra,
así que me dirigí a mi taquilla, la cual apenas pude visitar el día anterior.
Cuando la encontré, dejé mi mochila a mis pies y saqué un papel de uno de los
bolsillos de mis vaqueros, donde tenía apuntado la clave del candado. Metí los
números, pero el candado no respondió, se quedó como atascado. Mierda, mierda, mierda. Maldito cacharro
infernal, funciona, ábrete de una vez. No quiero llegar tarde otra vez por tu
culpa. Miré el número de la taquilla para cerciorarme de que no me había
equivocado y volví a meter los números de la combinación del candado. Nada.
Frustrada, estaba a punto de rendirme cuando unas manos morenas que reconocí al
instante, me arrebataron el candado, metieron la combinación correcta y,
dándole un ligero golpe al candado, lo abrieron milagrosamente.
-- Tiene truco - dijo aquella voz suave que yo
ya reconocería hasta en el fondo del infierno - Ésta fue mi taquilla el año
pasado - ohhhhhhhhh
Levanté la mirada y ahí estaba él. Ese día
llevaba con unas bermudas negras y una camiseta de tirantes blanca que se
ajustaba perfectamente y dejaba ver sus magníficos brazos y la musculatura
definida de la parte superior de su pecho. Me quedé sin respiración durante
unos segundos y abrí los ojos como platos para poder captar cada detalle de su
imagen. Él debió de pensar que me había dado alguna especie de derrame
cerebral, porque de repente estaba chasqueando los dedos delante de mis ojos y,
con la otra mano me agarró del hombro y me zarandeó.
-- África… ¿estás bien? - preguntó, confundido
y algo divertido.
El calor que sentí cuando me tocó unido a su
voz fue lo único que pudo sacarme de mi estado de shock. Fue como un chute de
adrenalina inyectado directamente en mi corazón. Éste me dio un vuelco nervioso
y me trajo a la realidad.
-- Esto…sí, estoy bien - dije, sonrojándome
visiblemente - Yo…me he quedado algo ida. No he dormido bien últimamente -
Menuda
empanada mental, ¿Estás tonta o qué?,
pensé. Pero tenía que decir algo para justificar mi embelesamiento y aquella
fue la única excusa que se me ocurrió. Mi alter-ego, se
apoya contra las taquillas, se echa la melena sobre un hombro, cruza los brazos
sobre el pecho y, poniendo los ojos en blanco, se burla de mí.
-- Gracias…por lo del candado – vete a la mierda o ayúdame, le digo a
esa parte odiosa de mí misma, e intento aparentar normalidad para que Lucas no
piense que estoy loca.
Afortunadamente conseguí retomar el control
sobre mi cuerpo y dar la entonación adecuada a mis palabras, sonando más normal
y relajada de lo que realmente me sentía. El corazón me latía a mil por hora y
el cuerpo me ardía. Su mano aún permanecía sobre mi hombro descubierto y mi
respiración se estaba haciendo más rápida y superficial.
-- De nada - dijo - África…yo te quería
preguntar si…
Iba a decir algo más cuando una voz estridente
sonó a nuestras espaldas.
-- ¡Lucas! --
¡Zas!
Salí de mi ensoñación de un tremendo golpe.
Sentí como si me hubieran dado una patada en las tripas. De pronto, me vi
arrancada de mi fantasía con Lucas, como si aquella insoportable voz hubiera
explotado mi particular burbuja.
-- ¡Lucas! Por fin te encuentro -
No me hacía falta darme la vuelta para saber
quién podía ser. Lo sentí dentro de mí. Aquella voz cantarina y aguda sólo
podía pertenecer a una persona. Lucas y yo giramos nuestras cabezas al mismo
tiempo para enfrentarnos a la personificación de mi infierno en el instituto.
Arrebatadoramente perfecta, Liz, la chica más popular del instituto, reina de
los 3 últimos bailes, modelo de algunas marcas de ropa juvenil, aparecía en
todo su esplendor rubio, con la melena atada en una brillante coleta alta,
vestida con unos pantaloncitos cortos blancos que dejaban ver sus tonificadas
piernas y una pequeña y ajustada camiseta que enseñaba su vientre plano y
ejercitado. Sus ojos brillaban con malicia cuando vio que yo estaba con Lucas y
él me estaba tocando. El destello de crueldad duró lo justo para taparlo con
una falsa mirada de amabilidad y ternura que dirigió exclusivamente a mi
compañero.
Lucas apartó su mano de mi hombro como si le
hubieran dado una descarga eléctrica y pude ver el ligero sonrojo que apareció
en su hermoso rostro. Se avergüenza de
que le vean contigo, estúpida. Me dice mi yo odiosa. Y sé que tiene razón.
En aquél instante, sentí un enorme vacío en mi interior y un sentimiento de
añoranza tan fuerte, que se me anegaron los ojos de lágrimas. Me esforcé por
mantenerlas a raya y disimulé quitándome las gafas y haciendo como que las
limpiaba. Por el rabillo del ojo vi como Liz se acercaba a donde estábamos
nosotros, agarraba a Lucas de un brazo con posesividad y le plantaba,
poniéndose de puntillas cual bailarina de ballet, un sonoro beso en la mejilla.
-- Hola Liz - murmuró Lucas con voz algo ronca
y visiblemente avergonzado.
-- Luc, te estaba buscando. Vamos a llegar
tarde – Echó a andar y empezó a arrastrar a Lucas consigo. Cuando apenas habían
dado un par de pasos, se paró y volvió a mirarme -- ¿Qué hacías con ella? -
preguntó, dedicándome una mirada asesina y desagradable, sabiendo perfectamente
que la estaba oyendo y que sus palabras me estaban atravesando como agujas en
el estómago.
Lucas miró en mi dirección sólo una vez y
durante unos breves segundos nuestras miradas volvieron a conectarse. El
momento fugaz pasó y él volvía a mirar a Liz. Se recompuso y volvió a adoptar
la pose despreocupada que yo ya reconocía a la perfección.
-- Sólo la estaba ayudando con el candado, Liz
- dijo secamente - Anda, vámonos.
La cogió de la mano y desaparecieron
rápidamente. Liz no dejaba de cuchichearle cosas al oído y de reírse como una
tonta. Antes de que doblaran la siguiente esquina, ella me miró con aquellos
ojos azules, con la amenaza brillando en ellos y me sonrió con aquellos labios
crueles y perfectos.
Lucas ni siquiera se dignó a volver a mirarme
y el dolor que sentí ante la ausencia de su presencia, de su mirada, fue
terrible. Me enfadé conmigo misma por haberme hecho ilusiones y sentí una
profunda tristeza al darme cuenta de que, realmente, estaba sola. Te lo dije, eres una ilusa. La voz de mi
alter-ego, Af, resuena fuerte en mi
cabeza y tengo que darle la razón. La sensación de abandono y soledad fue tan
fuerte que al final perdí el control férreo al que tenía sometido a mi cuerpo.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas, sin orden ni concierto, libres y sin
restricción alguna, en lo que yo me intentaba recomponer y recordar dónde tenía
que ir. La risa de Liz aún resonaba en mis oídos y todo lo empeoraba el hecho
de que yo sabía que ella había visto las lágrimas inundar mis ojos cuando la vi
alejarse con Lucas.
-- Realmente, las chicas os ponéis muy feas
cuando lloráis - dijo una voz burlona a mi lado.
Me sobresalté de tal manera que se me cayeron
los libros que estaba sosteniendo en aquél momento. Un sonrojo muy intenso
apareció en mis mejillas, dándome una imagen aún más patética. Pero mira que eres boba… volvió a
burlarse esa vocecita de mi cabeza. ¡Basta!
¡Déjame en paz! La grité. Me miró con los enormes ojos ambarinos brillando
de diversión y se alejó desapareciendo en la oscuridad de mi mente. Respirando
profundamente, reuní toda la dignidad que me quedaba y recogí los rescoldos de
mi mal humor para enfrentarme a mi nuevo espectador.
Cuadré los hombros, me enderecé y giré mi
cuerpo para enfrentarle, intentando mostrar toda la furia de que era capaz en
mis ojos llorosos. A través de la película de las lágrimas que aún pugnaban por
salir observé a la figura de un muchacho de enormes y pícaros ojos marrones,
pelo castaño algo largo y despeinado, bastante alto y algo delgaducho, aunque
de músculos fibrosos y marcados. Llevaba varios piercings, uno en la oreja y
otro en la ceja derecha e iba vestido con unos vaqueros medio rotos, unas
converse negras, y una camiseta negra y algo raída que se abrazaba a su torso y
por la que asomaba un tatuaje en su bíceps izquierdo. Se apoyaba sobre las
taquillas del otro lado del pasillo, con los brazos cruzados sobre el pecho en
una pose muy desenfadada, igualita a la que había adoptado mi alte-ego en mi mente hacía unos minutos, guardando el
equilibrio sobre una pierna, mientras que la otra permanecía doblada y apoyada
sobre la superficie metálica de una de las taquillas. Sus labios estaban
curvados hacia arriba en una mueca maliciosa y, aunque sus ojos también se
reían de mí, había cierto matiz de compasión en el fondo de ellos.
-- ¿Tienes algún problema? - exclamé. La voz
salió ahogada y eso no hizo más que enfurecerme y avergonzarme aún más.
-- ¿Yo? No. Pero diría que tú sí, a juzgar por
el modo en que estabas lloriqueando hace unos instantes - dijo. Su voz era
ronca, grave, y me produjo un escalofrío, aunque no desagradable. Hablaba
lentamente, con una tranquilidad y una seguridad en sí mismo que me dio mucha
envidia.
Aparté el hecho de que me gustaba mucho su voz
cuando volví a fijarme en su gesto burlón y recordé sus palabras.
-- Yo no estaba lloriqueando - contesté airada,
con voz más firme. Mi otro yo sonrió apreciativamente. Ya es hora, guapa. Demuéstrale que no se pueden burlar de ti. Haz algo
ya de una puta vez para que me sienta orgullosa de nosotras. Me dijo Af con su voz seductora y segura de sí
misma en mi cabeza - además, ¿A ti qué
te importa? – reprimí toda la sarta de palabrotas y frases hechas que me
sugería mi mente en aquellos momentos y me le quedé mirando, aparentando un
valor y una seguridad en mi misma que no sentía.
-- Tienes razón… No me importa - me dijo.
Me lanzó una mirada inquisitiva y recorrió mi
figura con aquellos ojos del color del chocolate con leche de manera perezosa,
ladina, como si fuera una especie de depredador que estuviera evaluando a su
presa. Sentí un escalofrío.
-- Pero sí estabas lloriqueando. Y yo he sido
tan tonto que me he parado a ver si te podía ayudar en algo - terminó de decir.
Exhaló un suspiro cansado y se irguió en toda
su estatura, dejando de apoyarse sobre las taquillas. Si antes había pensado
que era alto, ahora tenía que corregirme. Era altísimo. Me sacaba por lo menos
tres cabezas y eso que, a pesar de estar de pie, todavía se inclinaba un poco
hacia delante.
-- Yo…qué más da - susurré. Me sentía
violenta. Él tampoco me había hecho nada, aparte de decir lo obvio. Me sentí
mal, porque vi la sinceridad en sus ojos y en sus palabras - Gracias, pero no
hay nada que puedas hacer por mí - dije, intentando mostrarme firme. Le miré
directamente a los ojos, con intensidad y me sorprendí al verme reflejada en
ellos con una claridad tan inusual, que por unos momentos me perdí en ellos. Un
calorcillo extraño caldeó mi alma desecha por la vergüenza, la desilusión y el
dolor.
-- Ya veo…--
Se aclaró la garganta y miró a otro lado,
escapando de mi intenso escrutinio, violento. Noté la sangre coloreando
nuevamente mis mejillas al darme cuenta de lo que había hecho, y bajé los ojos
avergonzada. Vi mis libros en el suelo y me dispuse a recogerlos. Me agaché
lentamente y empecé a recogerlos, pendiente de sus movimientos.
Estaba terminando de recoger, cuando decidí
hacer las cosas bien y pedirle disculpas por mi comportamiento. Pero cuando
levanté la mirada, él ya no estaba allí. Tonta,
tonta, tonta…volvía a reírse Ella.
Me sentí mal, realmente mal, y muy avergonzada. ¿Qué más te da? Se estaba riendo de ti, como todos los demás, niña boba
e ingenua. Frustrada, me levanté, cogí mi mochila y, colgándomela del
hombro, salí corriendo a mi clase de Literatura. Por segundo día consecutivo
iba a llegar tarde. Genial.
Efectivamente, llegué tarde a clase y me vi
recompensada con una dosis extra de deberes y de humillación por parte de mi
queridísimo profesor. Mis compañeros me miraban divertidos y vi a Liz en el
fondo de la clase, riéndose y señalándome, ponía pucheros y después volvía a
reírse.
Me abandoné a la rutina de aquél infierno
lleno de adolescentes y me dejé llevar por la deriva. Mi optimismo del primer
día olvidado, volví a retraerme, aunque por una vez no la tomé con mi familia y
no les di de lado. Compartía las comidas, hablaba escuetamente con ellos y me
encerraba en mi buhardilla. Todos los días igual. Sin nada interesante ni digno
de mención. A veces me ponía a llorar desconsolada, acordándome de mis padres, de
lo que ellos me dirían, sabiendo que ellos me apoyarían y endulzarían mi
desdicha, me darían ánimos y me harían sentir especial. Después me enfadaba
conmigo misma, lanzaba mis cosas por la habitación y me maldecía por mi mala
suerte y mi carácter tan débil. En ocasiones la imagen de Lucas apartándose de mí
sin dedicarme una sola mirada, me atravesaba y hacía que me enfureciera aún
más. Y después aparecía él, el chico sin nombre, tal vez la única persona que
había mostrado una preocupación sincera por mí en todo el instituto y la
vergüenza y el remordimiento volvían a atravesarme, dejándome insegura y
desvalida.
Poco a poco, me fui acostumbrando a aquél
nuevo escenario en el que se desplegaba mi vida, y fui relacionándome cada vez
más con la gente de mi alrededor. Descubrí que no todos mis compañeros eran
personas sin escrúpulos ni sentimientos como Liz y conocí a gente simpática y
amable que fue haciendo más llevadera mi estancia en aquella jaula llena de
animales descontrolados. Lucas había pasado a un segundo plano. La atracción
seguía ahí, pero él ya no me miraba y yo me negué a ir detrás de él. Luché por
ignorarle, igual que me ignoraba él a mí, pero había momentos en los que él
aparecía, pasaba demasiado cerca de mí y yo no podía evitar que un suspiro saliera
por mis labios entreabiertos. Le mantenía vigilado por el rabillo del ojo
siempre que él estaba cerca y me enfurecía cuando veía a Liz colgada de su
brazo, luciéndole como si fuera un complemento más de su maravilloso atuendo.
En alguna ocasión nuestras miradas coincidían y se conectaban durante unos
breves y dulces segundos, pero él siempre volvía a apartar la vista con la
rapidez de un rayo y me dejaba preguntándome si había sido real. Me enfadaba
conmigo misma constantemente por dejarme afectar por alguien a quien apenas
conocía. Por otro lado, el chico de ojos chocolate aparecía y desaparecía de mi
vista. Iba a mi mismo curso, y compartía algunas clases con él, como Educación
Física, pero muchos días faltaba y siempre que lo hacía, yo me encontraba
preguntándome dónde estaría y qué estaría haciendo. Seguía queriendo pedirle
disculpas y agradecerle su atención, aunque se hubiera metido conmigo, y tenía
mucha curiosidad por saber cosas sobre él. Nadie me contaba mucho, puesto que
nadie le prestaba demasiada atención.
Un día me atreví a preguntarle sobre él a una
de mis recientes amistades, Clary. Más bajita que yo, algo regordeta, pero con
los ojos negros más grandes que había visto jamás y una larga y lisa melena
oscura que le llegaba a la cintura, Clary era una chica tímida, más incluso que
yo, estudiosa, inteligente y muy dulce, que desafortunadamente también había
sido objetivo de las críticas y humillaciones de Liz. Tal vez por eso
encajábamos. Empezamos a llevarnos bien rápidamente y ella fue contándome cosas
sobre el funcionamiento del instituto, los profesores y las diferentes clases
sociales en las que se dividía nuestra especial sociedad estudiantil. Por lo
que pude averiguar, mi chico misterioso se llamaba Josh, era el hijo
problemático de un policía viudo, y apenas se relacionaba con nadie. Iba y
venía a su antojo a las clases y los profesores ya ni siquiera se molestaban en
notificar sus faltas a su padre. Le daban por perdido y asumían que pronto
acabaría en un reformatorio, en la cárcel o muerto en alguna pelea callejera.
Aquella información no hizo más que aumentar mi curiosidad sobre él y en mi
mente me creé una y mil historias diferentes.
Había algo profundo que me unía a él y algo
que me atraía de su personalidad. No sabía discernir qué era y eso me estaba
volviendo loca. Tal vez fuera el hecho de que él también había perdido a su
madre. O tal vez fuera que era un marginado, como yo. Mi mente no dejaba de
darle vueltas y me encontraba ansiosa por hablar con él.
¡Pues esto ha sido todo por hoy! Espero que os haya gustado.
Un saludo,
Isabella
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