Descubriendo a...África. Capítulo 2

15/5/12

¡Bueno! Hace tiempo publiqué el primer capítulo de esta otra "novela" que tengo en proceso. Nada paranormal ni fantástico...sólo una joven adolescente más pasando los últimos meses de curso en un instituto nuevo, rodeada de gente desconocida y de una familia a la que tampoco conoce demasiado.
Una historia de crecimiento, de descubrimientos personales, de amor...En fin. Espero que os guste.
Hoy os dejo el capítulo dos. Hoy conoceremos a un nuevo e importante personaje que cambiará la vida de África.
Realmente estoy disfrutando escribiendo esta historia. Espero que vosotros disfrutéis leyéndola.

(Capítulo reeditado a fecha de 21-11-12)

CAPITULO 2
Entré en mi nuevo hogar precedida por mis primos que se lanzaron corriendo a sus respectivas habitaciones. Yo me quedé algo rezagada, esperando poder quedarme a solas con mi tía. Mis tíos eran médicos y trabajaban en el Hospital de Washington. Mi tío Robert es cardiólogo y mi tía es pediatra. Ella se cogió una excedencia a raíz del fallecimiento de mi madre, para poder descansar y hacerse cargo de mí. Supongo que quería vigilarme, atenderme por si en algún momento volvía a entrar en estado de shock o cualquier cosa.
Encontré a mi tía en la cocina, preparando algún tipo de postre que no supe etiquetar. Últimamente hacía muchos, supongo que para tener la mente y las manos ocupadas. Se encontraba totalmente absorta en lo que hacía y no se percató del momento en el que entré en la cocina. Carraspeé un poco y esperé en la entrada. Ella se sobresaltó y se dio la vuelta rápidamente. Sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar, su rostro manchado de harina, así como su delantal. Tenía el pelo enmarañado y se le escapaba del moño improvisado sujeto por un bolígrafo a la coronilla, dejando que sus preciosos mechones negros se escaparan nerviosamente y haciéndola parecer una mujer un tanto desquiciada. Normalmente ella lloraba cuando nosotros no estábamos delante, especialmente yo. Pero supongo que incluso para ella era demasiada contención. O tal vez no se esperaba que yo la sorprendiera. Realmente creo que ella ni siquiera se había dado cuenta de que habíamos llegado a casa.
Su rostro se suavizó cuando me vio y un extraño anhelo apareció en sus ojos. Se quedó momentáneamente abstraída, perdida en otro mundo, asumo que viendo más allá de mis rasgos para encontrar lo poco o mucho que había de su hermana en mí.
El momento pasó y sus ojos volvieron a enfocarse en mí. Dio un pequeño respingo, avergonzada porque la hubiera sorprendido de aquella manera e intentó recobrar la normalidad o, al menos, intentó aparentar que todo era normal, que ella estaba bien y que no había estado llorando por lo menos durante las últimas dos horas. Volvió a su actividad frenética y sin sentido.
-- ¡Ah! Ya estáis aquí - dijo, sorbiendo por la nariz e intentando esconder sus ojos de mi escrutinio, se dio la vuelta nuevamente - Se me han pasado las horas volando ¿Qué tal el instituto? - preguntó, mientras amasaba y amasaba sin ton ni son una especie de bola gigante blancuzca. Después vi como la estiraba con el rodillo, una y otra vez sobre la superficie de la encimera. Si seguía así la iba a desintegrar.
-- Bastante bien. Mejor de lo que esperaba - dije con la voz rota por el dolor que vi en los ojos de mi dulce tía Mary, el mismo que sentía yo en mi corazón -
Giró levemente la cabeza para mirarme por encima del hombro y me dedicó una temblorosa sonrisa.
-- Me alegro escuchar eso - dijo - África…sé que esto debe de estar siendo muy duro para ti…
-- Lo es - la interrumpí. No quería andarme con rodeos, ella bien sabía cómo lo estaba pasando yo, o al menos se lo imaginaba, dado que ella también había sufrido la pérdida de un ser querido - pero mejorará. Hoy estoy…bueno, digamos que he dado un pequeño paso – Dije, queriendo tranquilizar a su dulce corazón.
No podía decir todavía que estaba bien, porque la realidad era que no lo estaba y tardaría mucho en estarlo, pero realmente me sentía como si hubiera dado un paso en la dirección correcta y no sólo por la maravillosa presencia de Lucas que iba a hacer mi presencia en el instituto algo más llevadera, o eso pensaba, sino porque me había dado cuenta, tras muchas divagaciones, que en mi interior, comenzaba a avanzar a través del dolor. Y tenía mucho que agradecerle a mi tía.
-- Eres una chica muy fuerte - me dijo - Estoy muy orgullosa de ti.
-- Tía Mary…-- empecé a decir, pero me atraganté con las palabras.
Ella se había dado la vuelta al decirme aquellas últimas palabras de cariño, supongo que porque le resultaba muy duro hablar de ciertas cosas cara a cara. Aquello me hizo más fácil lo que estaba pensando hacer.
Avancé con pasos lentos el pequeño espacio que nos separaba y la abracé por detrás, intentando plasmar en aquél abrazo todo el agradecimiento que sentía, todo lo que no podía expresar con palabras. Me olvidé de la harina y de todo lo demás. Simplemente quería expresar lo que sentía dentro, quería que ella supiera de alguna manera que le agradecía todo lo que estaba haciendo por mí y que, de alguna manera, se estaba convirtiendo en algo más que una tía para mí.
-- Gracias - susurré, apretándola entre mis brazos.
Pude escuchar su sollozo y de repente, ella se había dado la vuelta y me abrazaba con una ternura que llevaba tiempo sin sentir. La última vez que había sentido algo parecido había sido el último día que vi a mi madre con vida. El dolor del recuerdo irrumpió en mi fachada perfecta y no pude luchar más contra las lágrimas. Las dejé correr libremente por mi rostro, sintiendo cómo a su paso mi dolor se iba haciendo un poco más llevadero. Mi tía volvió a sollozar y me apretó más contra su pecho. Inhalé su suave aroma y me sentí un poquito más en casa.
Permanecimos así unos minutos, durante los cuales milagrosamente mis primos no nos interrumpieron. Abrazadas, lloramos juntas y compartimos el dolor que nos unía. Una vez ambas nos liberamos y nos desahogamos, deshicimos nuestro abrazo y nos miramos a los ojos.
Sobraban las palabras, por lo que me limité a darle un beso en la mejilla y me separé de ella.
-- Tengo deberes que hacer - dije
-- De acuerdo. Cenamos a las 6:00 - me contestó.
Se dio media vuelta y siguió amasando, el arco de sus hombros más relajado que cuando había entrado.
Sí, había dado un paso adelante. Ambas lo habíamos dado.
Satisfecha conmigo misma, subí corriendo las escaleras y entré por la trampilla que daba a mi buhardilla. Dejando la mochila a un lado de mi improvisada cama, miré a un lado y a otro. Decidí que era hora de hacer unos pequeños cambios.
Cuando hube terminado de recoger la buhardilla, se parecía más a lo que podía ser una habitación de una persona normal que a un trastero. Orgullosa, me senté en la cama y me quité el sudor producido por el ejercicio con el dorso de la mano. Miré mi reloj y me di cuenta de que casi era la hora de cenar. Los deberes tendrían que esperar.
Bajé a cenar sintiéndome tranquila y en paz conmigo misma y me senté a la mesa con mi familia. Mis primos me miraron extrañados y sorprendidos, al igual que mis tíos. Desde que había llegado a su casa, habían sido escasas las ocasiones en las que compartiera algún tipo de comida con ellos. Siempre esperaba a que ellos terminaran y después bajaba, cogía cualquier cosa y, o bien comía de pie en la cocina, o me subía a mi sucia buhardilla. Me había sentido como una extraña entre ellos, una intrusa y, además, me hacía mucho daño ver la maravillosa familia que formaban. Me sentía fuera de lugar. Pero, ya no. Por una vez sentí que podía hacerme un huequecito entre ellos y me sentí un poco más cómoda a su lado, a pesar de que el dolor seguía ahí.
Mi tía Mary me dedicó una suave sonrisa y empezó a servir platos, mientras mis primos reanudaban sus conversaciones. Mi tío Robert me miró con sus ojos azules llenos de calidez, desde el otro extremo de la mesa y, sonriéndome apenas, inclinó la cabeza en mi dirección y empezó a comer.
Al día siguiente me levanté con una nueva energía. Me miré en el espejo del baño y una sonrisa salió con facilidad. Por una vez en muchos días, mis músculos se movieron sin necesidad de tener que obligarlos. Me había levantado pronto y me había duchado antes de que mis primos empezaran a levantarse y a alborotar. Me lavé el pelo, lo sequé con esmero y, cuando terminé de arreglarme, me sentí satisfecha con la imagen que me devolvía el espejo.
Salí del cuarto de baño justo cuando mis primas salían de su habitación. Salieron corriendo hacia la puerta del baño pero, justo antes de entrar precipitadamente se pararon en seco y me observaron con curiosidad.
-- África…Hoy estás diferente - me dijo Anna.
-- ¿Sí? - respondí. La verdad, me sentía diferente.
-- Estás…guapa - dijo Lucy, sorprendida.
-- Gracias -
Sonreí y me di media vuelta, dejando a mis primas con su confusión, elaborando posibles teorías sobre mi repentino cambio. Estaba segura de que antes de que hubiéramos salido de casa, ya habrían inventado cualquier historia que después contarían a sus amigas. Intenté no pensar en ello y bajé a la cocina para desayunar. Mark y Peter ya estaban terminando de desayunar y, cuando llegué, también me miraron con aquella mezcla de sorpresa y curiosidad que había visto en sus ojos el día anterior. Pero son chicos, por lo que no me dijeron nada y siguieron con sus asuntos.
Al llegar al instituto, volví a mirar mi horario para asegurarme de la clase que me tocaba. Hoy iba con tiempo de sobra, así que me dirigí a mi taquilla, la cual apenas pude visitar el día anterior. Cuando la encontré, dejé mi mochila a mis pies y saqué un papel de uno de los bolsillos de mis vaqueros, donde tenía apuntado la clave del candado. Metí los números, pero el candado no respondió, se quedó como atascado. Mierda, mierda, mierda. Maldito cacharro infernal, funciona, ábrete de una vez. No quiero llegar tarde otra vez por tu culpa. Miré el número de la taquilla para cerciorarme de que no me había equivocado y volví a meter los números de la combinación del candado. Nada. Frustrada, estaba a punto de rendirme cuando unas manos morenas que reconocí al instante, me arrebataron el candado, metieron la combinación correcta y, dándole un ligero golpe al candado, lo abrieron milagrosamente.
-- Tiene truco - dijo aquella voz suave que yo ya reconocería hasta en el fondo del infierno - Ésta fue mi taquilla el año pasado - ohhhhhhhhh
Levanté la mirada y ahí estaba él. Ese día llevaba con unas bermudas negras y una camiseta de tirantes blanca que se ajustaba perfectamente y dejaba ver sus magníficos brazos y la musculatura definida de la parte superior de su pecho. Me quedé sin respiración durante unos segundos y abrí los ojos como platos para poder captar cada detalle de su imagen. Él debió de pensar que me había dado alguna especie de derrame cerebral, porque de repente estaba chasqueando los dedos delante de mis ojos y, con la otra mano me agarró del hombro y me zarandeó.
-- África… ¿estás bien? - preguntó, confundido y algo divertido.
El calor que sentí cuando me tocó unido a su voz fue lo único que pudo sacarme de mi estado de shock. Fue como un chute de adrenalina inyectado directamente en mi corazón. Éste me dio un vuelco nervioso y me trajo a la realidad.
-- Esto…sí, estoy bien - dije, sonrojándome visiblemente - Yo…me he quedado algo ida. No he dormido bien últimamente -
Menuda empanada mental, ¿Estás tonta o qué?, pensé. Pero tenía que decir algo para justificar mi embelesamiento y aquella fue la única excusa que se me ocurrió. Mi alter-ego, se apoya contra las taquillas, se echa la melena sobre un hombro, cruza los brazos sobre el pecho y, poniendo los ojos en blanco, se burla de mí.
-- Gracias…por lo del candado – vete a la mierda o ayúdame, le digo a esa parte odiosa de mí misma, e intento aparentar normalidad para que Lucas no piense que estoy loca.
Afortunadamente conseguí retomar el control sobre mi cuerpo y dar la entonación adecuada a mis palabras, sonando más normal y relajada de lo que realmente me sentía. El corazón me latía a mil por hora y el cuerpo me ardía. Su mano aún permanecía sobre mi hombro descubierto y mi respiración se estaba haciendo más rápida y superficial.
-- De nada - dijo - África…yo te quería preguntar si…
Iba a decir algo más cuando una voz estridente sonó a nuestras espaldas.
-- ¡Lucas! --
¡Zas!
Salí de mi ensoñación de un tremendo golpe. Sentí como si me hubieran dado una patada en las tripas. De pronto, me vi arrancada de mi fantasía con Lucas, como si aquella insoportable voz hubiera explotado mi particular burbuja.
-- ¡Lucas! Por fin te encuentro -
No me hacía falta darme la vuelta para saber quién podía ser. Lo sentí dentro de mí. Aquella voz cantarina y aguda sólo podía pertenecer a una persona. Lucas y yo giramos nuestras cabezas al mismo tiempo para enfrentarnos a la personificación de mi infierno en el instituto. Arrebatadoramente perfecta, Liz, la chica más popular del instituto, reina de los 3 últimos bailes, modelo de algunas marcas de ropa juvenil, aparecía en todo su esplendor rubio, con la melena atada en una brillante coleta alta, vestida con unos pantaloncitos cortos blancos que dejaban ver sus tonificadas piernas y una pequeña y ajustada camiseta que enseñaba su vientre plano y ejercitado. Sus ojos brillaban con malicia cuando vio que yo estaba con Lucas y él me estaba tocando. El destello de crueldad duró lo justo para taparlo con una falsa mirada de amabilidad y ternura que dirigió exclusivamente a mi compañero.
Lucas apartó su mano de mi hombro como si le hubieran dado una descarga eléctrica y pude ver el ligero sonrojo que apareció en su hermoso rostro. Se avergüenza de que le vean contigo, estúpida. Me dice mi yo odiosa. Y sé que tiene razón. En aquél instante, sentí un enorme vacío en mi interior y un sentimiento de añoranza tan fuerte, que se me anegaron los ojos de lágrimas. Me esforcé por mantenerlas a raya y disimulé quitándome las gafas y haciendo como que las limpiaba. Por el rabillo del ojo vi como Liz se acercaba a donde estábamos nosotros, agarraba a Lucas de un brazo con posesividad y le plantaba, poniéndose de puntillas cual bailarina de ballet, un sonoro beso en la mejilla.
-- Hola Liz - murmuró Lucas con voz algo ronca y visiblemente avergonzado.
-- Luc, te estaba buscando. Vamos a llegar tarde – Echó a andar y empezó a arrastrar a Lucas consigo. Cuando apenas habían dado un par de pasos, se paró y volvió a mirarme -- ¿Qué hacías con ella? - preguntó, dedicándome una mirada asesina y desagradable, sabiendo perfectamente que la estaba oyendo y que sus palabras me estaban atravesando como agujas en el estómago.
Lucas miró en mi dirección sólo una vez y durante unos breves segundos nuestras miradas volvieron a conectarse. El momento fugaz pasó y él volvía a mirar a Liz. Se recompuso y volvió a adoptar la pose despreocupada que yo ya reconocía a la perfección.
-- Sólo la estaba ayudando con el candado, Liz - dijo secamente - Anda, vámonos.
La cogió de la mano y desaparecieron rápidamente. Liz no dejaba de cuchichearle cosas al oído y de reírse como una tonta. Antes de que doblaran la siguiente esquina, ella me miró con aquellos ojos azules, con la amenaza brillando en ellos y me sonrió con aquellos labios crueles y perfectos.
Lucas ni siquiera se dignó a volver a mirarme y el dolor que sentí ante la ausencia de su presencia, de su mirada, fue terrible. Me enfadé conmigo misma por haberme hecho ilusiones y sentí una profunda tristeza al darme cuenta de que, realmente, estaba sola. Te lo dije, eres una ilusa. La voz de mi alter-ego, Af, resuena fuerte en mi cabeza y tengo que darle la razón. La sensación de abandono y soledad fue tan fuerte que al final perdí el control férreo al que tenía sometido a mi cuerpo. Las lágrimas corrieron por mis mejillas, sin orden ni concierto, libres y sin restricción alguna, en lo que yo me intentaba recomponer y recordar dónde tenía que ir. La risa de Liz aún resonaba en mis oídos y todo lo empeoraba el hecho de que yo sabía que ella había visto las lágrimas inundar mis ojos cuando la vi alejarse con Lucas.
-- Realmente, las chicas os ponéis muy feas cuando lloráis - dijo una voz burlona a mi lado.
Me sobresalté de tal manera que se me cayeron los libros que estaba sosteniendo en aquél momento. Un sonrojo muy intenso apareció en mis mejillas, dándome una imagen aún más patética. Pero mira que eres boba… volvió a burlarse esa vocecita de mi cabeza. ¡Basta! ¡Déjame en paz! La grité. Me miró con los enormes ojos ambarinos brillando de diversión y se alejó desapareciendo en la oscuridad de mi mente. Respirando profundamente, reuní toda la dignidad que me quedaba y recogí los rescoldos de mi mal humor para enfrentarme a mi nuevo espectador.
Cuadré los hombros, me enderecé y giré mi cuerpo para enfrentarle, intentando mostrar toda la furia de que era capaz en mis ojos llorosos. A través de la película de las lágrimas que aún pugnaban por salir observé a la figura de un muchacho de enormes y pícaros ojos marrones, pelo castaño algo largo y despeinado, bastante alto y algo delgaducho, aunque de músculos fibrosos y marcados. Llevaba varios piercings, uno en la oreja y otro en la ceja derecha e iba vestido con unos vaqueros medio rotos, unas converse negras, y una camiseta negra y algo raída que se abrazaba a su torso y por la que asomaba un tatuaje en su bíceps izquierdo. Se apoyaba sobre las taquillas del otro lado del pasillo, con los brazos cruzados sobre el pecho en una pose muy desenfadada, igualita a la que había adoptado mi alte-ego  en mi mente hacía unos minutos, guardando el equilibrio sobre una pierna, mientras que la otra permanecía doblada y apoyada sobre la superficie metálica de una de las taquillas. Sus labios estaban curvados hacia arriba en una mueca maliciosa y, aunque sus ojos también se reían de mí, había cierto matiz de compasión en el fondo de ellos.
-- ¿Tienes algún problema? - exclamé. La voz salió ahogada y eso no hizo más que enfurecerme y avergonzarme aún más.
-- ¿Yo? No. Pero diría que tú sí, a juzgar por el modo en que estabas lloriqueando hace unos instantes - dijo. Su voz era ronca, grave, y me produjo un escalofrío, aunque no desagradable. Hablaba lentamente, con una tranquilidad y una seguridad en sí mismo que me dio mucha envidia.
Aparté el hecho de que me gustaba mucho su voz cuando volví a fijarme en su gesto burlón y recordé sus palabras.
-- Yo no estaba lloriqueando - contesté airada, con voz más firme. Mi otro yo sonrió apreciativamente. Ya es hora, guapa. Demuéstrale que no se pueden burlar de ti. Haz algo ya de una puta vez para que me sienta orgullosa de nosotras. Me dijo Af con su voz seductora y segura de sí misma en mi cabeza  - además, ¿A ti qué te importa? – reprimí toda la sarta de palabrotas y frases hechas que me sugería mi mente en aquellos momentos y me le quedé mirando, aparentando un valor y una seguridad en mi misma que no sentía.
-- Tienes razón… No me importa - me dijo.
Me lanzó una mirada inquisitiva y recorrió mi figura con aquellos ojos del color del chocolate con leche de manera perezosa, ladina, como si fuera una especie de depredador que estuviera evaluando a su presa. Sentí un escalofrío.
-- Pero sí estabas lloriqueando. Y yo he sido tan tonto que me he parado a ver si te podía ayudar en algo - terminó de decir.
Exhaló un suspiro cansado y se irguió en toda su estatura, dejando de apoyarse sobre las taquillas. Si antes había pensado que era alto, ahora tenía que corregirme. Era altísimo. Me sacaba por lo menos tres cabezas y eso que, a pesar de estar de pie, todavía se inclinaba un poco hacia delante.
-- Yo…qué más da - susurré. Me sentía violenta. Él tampoco me había hecho nada, aparte de decir lo obvio. Me sentí mal, porque vi la sinceridad en sus ojos y en sus palabras - Gracias, pero no hay nada que puedas hacer por mí - dije, intentando mostrarme firme. Le miré directamente a los ojos, con intensidad y me sorprendí al verme reflejada en ellos con una claridad tan inusual, que por unos momentos me perdí en ellos. Un calorcillo extraño caldeó mi alma desecha por la vergüenza, la desilusión y el dolor.
-- Ya veo…--
Se aclaró la garganta y miró a otro lado, escapando de mi intenso escrutinio, violento. Noté la sangre coloreando nuevamente mis mejillas al darme cuenta de lo que había hecho, y bajé los ojos avergonzada. Vi mis libros en el suelo y me dispuse a recogerlos. Me agaché lentamente y empecé a recogerlos, pendiente de sus movimientos.
Estaba terminando de recoger, cuando decidí hacer las cosas bien y pedirle disculpas por mi comportamiento. Pero cuando levanté la mirada, él ya no estaba allí. Tonta, tonta, tonta…volvía a reírse Ella. Me sentí mal, realmente mal, y muy avergonzada. ¿Qué más te da? Se estaba riendo de ti, como todos los demás, niña boba e ingenua. Frustrada, me levanté, cogí mi mochila y, colgándomela del hombro, salí corriendo a mi clase de Literatura. Por segundo día consecutivo iba a llegar tarde. Genial.
Efectivamente, llegué tarde a clase y me vi recompensada con una dosis extra de deberes y de humillación por parte de mi queridísimo profesor. Mis compañeros me miraban divertidos y vi a Liz en el fondo de la clase, riéndose y señalándome, ponía pucheros y después volvía a reírse.
Me abandoné a la rutina de aquél infierno lleno de adolescentes y me dejé llevar por la deriva. Mi optimismo del primer día olvidado, volví a retraerme, aunque por una vez no la tomé con mi familia y no les di de lado. Compartía las comidas, hablaba escuetamente con ellos y me encerraba en mi buhardilla. Todos los días igual. Sin nada interesante ni digno de mención. A veces me ponía a llorar desconsolada, acordándome de mis padres, de lo que ellos me dirían, sabiendo que ellos me apoyarían y endulzarían mi desdicha, me darían ánimos y me harían sentir especial. Después me enfadaba conmigo misma, lanzaba mis cosas por la habitación y me maldecía por mi mala suerte y mi carácter tan débil. En ocasiones la imagen de Lucas apartándose de mí sin dedicarme una sola mirada, me atravesaba y hacía que me enfureciera aún más. Y después aparecía él, el chico sin nombre, tal vez la única persona que había mostrado una preocupación sincera por mí en todo el instituto y la vergüenza y el remordimiento volvían a atravesarme, dejándome insegura y desvalida.
Poco a poco, me fui acostumbrando a aquél nuevo escenario en el que se desplegaba mi vida, y fui relacionándome cada vez más con la gente de mi alrededor. Descubrí que no todos mis compañeros eran personas sin escrúpulos ni sentimientos como Liz y conocí a gente simpática y amable que fue haciendo más llevadera mi estancia en aquella jaula llena de animales descontrolados. Lucas había pasado a un segundo plano. La atracción seguía ahí, pero él ya no me miraba y yo me negué a ir detrás de él. Luché por ignorarle, igual que me ignoraba él a mí, pero había momentos en los que él aparecía, pasaba demasiado cerca de mí y yo no podía evitar que un suspiro saliera por mis labios entreabiertos. Le mantenía vigilado por el rabillo del ojo siempre que él estaba cerca y me enfurecía cuando veía a Liz colgada de su brazo, luciéndole como si fuera un complemento más de su maravilloso atuendo. En alguna ocasión nuestras miradas coincidían y se conectaban durante unos breves y dulces segundos, pero él siempre volvía a apartar la vista con la rapidez de un rayo y me dejaba preguntándome si había sido real. Me enfadaba conmigo misma constantemente por dejarme afectar por alguien a quien apenas conocía. Por otro lado, el chico de ojos chocolate aparecía y desaparecía de mi vista. Iba a mi mismo curso, y compartía algunas clases con él, como Educación Física, pero muchos días faltaba y siempre que lo hacía, yo me encontraba preguntándome dónde estaría y qué estaría haciendo. Seguía queriendo pedirle disculpas y agradecerle su atención, aunque se hubiera metido conmigo, y tenía mucha curiosidad por saber cosas sobre él. Nadie me contaba mucho, puesto que nadie le prestaba demasiada atención.
Un día me atreví a preguntarle sobre él a una de mis recientes amistades, Clary. Más bajita que yo, algo regordeta, pero con los ojos negros más grandes que había visto jamás y una larga y lisa melena oscura que le llegaba a la cintura, Clary era una chica tímida, más incluso que yo, estudiosa, inteligente y muy dulce, que desafortunadamente también había sido objetivo de las críticas y humillaciones de Liz. Tal vez por eso encajábamos. Empezamos a llevarnos bien rápidamente y ella fue contándome cosas sobre el funcionamiento del instituto, los profesores y las diferentes clases sociales en las que se dividía nuestra especial sociedad estudiantil. Por lo que pude averiguar, mi chico misterioso se llamaba Josh, era el hijo problemático de un policía viudo, y apenas se relacionaba con nadie. Iba y venía a su antojo a las clases y los profesores ya ni siquiera se molestaban en notificar sus faltas a su padre. Le daban por perdido y asumían que pronto acabaría en un reformatorio, en la cárcel o muerto en alguna pelea callejera. Aquella información no hizo más que aumentar mi curiosidad sobre él y en mi mente me creé una y mil historias diferentes.
Había algo profundo que me unía a él y algo que me atraía de su personalidad. No sabía discernir qué era y eso me estaba volviendo loca. Tal vez fuera el hecho de que él también había perdido a su madre. O tal vez fuera que era un marginado, como yo. Mi mente no dejaba de darle vueltas y me encontraba ansiosa por hablar con él.


¡Pues esto ha sido todo por hoy! Espero que os haya gustado.
Un saludo, 
Isabella

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