Escapando de la Oscuridad. Capítulo 1

4/3/12

En la presente entrada os voy a dejar las primeras páginas del primer relato o novela que empecé a escribir hará cosa de un año. Sigo trabajando en ella, al igual que en otros tantos relatos que tengo empezados...
Sí, sé que debería centrarme en terminar uno antes de empezar otro, pero es que soy un tanto impaciente y tengo una mente un tanto nerviosa...Se me acumulan diferentes historias y, además, hay ocasiones en las que pasan días, semanas o incluso meses en los que no me viene la inspiración y no puedo seguir una historia en concreto, pero, sin embargo, empiezo a escribir otras...
Espero que me sepáis perdonar...
Iré colgando extractos de unas historias y de otras y espero que con el tiempo vaya completándolas como se merecen.


Aquí os dejo esas primeras páginas de mi primera novela: Escapando de la oscuridad


            4 de Marzo de 2010. 6:00 h. A.M.
            El viento susurraba una canción sin fin en una noche sin estrellas. En la lejanía, el eco del graznido de algún ave nocturna, nada más. El silencio reinaba y en la calle, sólo los leves rastros de la actividad diurna se movían mecidos por la brisa fría y cortante. No había más vida en el exterior que las de los pequeños roedores y gatos callejeros, ambos luchando por su supervivencia. Aquella noche, parecía como si todo el mundo hubiera decidido recluirse en sus casas. Inconscientemente sabían que no debían rondar las calles, no esa noche.
            No muy lejos de aquél lugar, en una habitación a oscuras, una chica se despertó gritando, y el silencio de la noche se vio rasgado como si un cuchillo lo hubiera atravesado violentamente. Aquella era la madrugada del día de su cumpleaños. Cumplía 23. <<Menuda forma de empezar el día>> se dijo, <<con una pesadilla>>. No recordaba exactamente el sueño, sólo que estaba en un tren y alguien la perseguía. Al darse la vuelta para observar a su perseguidor, el horror se abrió paso en el sueño y se despertó gritando. Un jadeo, la respiración entrecortada como si llevara corriendo horas, apenas unas gotas de sudor caían por su frente, empapando su rostro, todos ellos leves vestigios de la horrible pesadilla. Y por más que intentaba recordar su rostro, aquello que la había hecho gritar de terror, algo en su mente se lo impedía. Un aviso. <<Déjalo estar, Laura, déjalo>> pensó la chica. << ¿Qué necesidad de seguir atormentándose?, ¿No has tenido suficiente con la pesadilla o qué? >> continuaba clamando la parte más protectora y racional de su mente. Pero había algo escondido detrás, una sensación, algo que le decía que aquello era importante, que debía saber qué era. Su instinto la estaba poniendo sobre aviso, pero ¿sobre qué?
            Con un leve gruñido y después de asegurarse de que sus padres no la hubieran oído y se hubieran despertado también, se levantó de la cama y fue a la cocina a tomarse un gran vaso de agua fría. Eso siempre la hacía sentirse mejor y así conseguía desechar los malos pensamientos y relajarse. Después se dirigió al cuarto de baño a echarse un poco de agua fría en su rostro. El enorme espejo de la pared sobre el lavabo le devolvió el reflejo de una chica joven, de rostro alargado, con unos pómulos marcados y ligeramente prominentes, la nariz fina y recta, la boca pequeña pero de labios carnosos y unos grandes ojos oscuros enmarcados por unas pestañas igualmente oscuras y tupidas. Aquellos ojos la miraban con desconcierto y con sueño, mucho sueño. Unas ojeras comenzaban a marcarse bajo éstos, fruto de las más que frecuentes noches de poco descanso. Se recogió la larga melena morena en una coleta antes de lavarse la cara. Una vez terminado el ritual, volvió a mirarse en el espejo y se despidió de la chica del reflejo con apenas un encogimiento de hombros. Ya más tranquila y con la mente libre de imágenes aterradoras, se fue de nuevo a su habitación, saltó sobre su cama y se metió entre las calentitas sábanas. Con un bostezo apagó la luz de la lamparilla de su mesita de noche y se durmió casi instantáneamente, abrazando un sueño tranquilo, sin pesadillas. Al día siguiente no recordaría nada de lo acontecido aquella noche, ni siquiera esa sensación de alarma.
Viernes 4 de Junio de 2010.
Laura tenía dolor de cabeza. Sentada en el tren que la llevaba al hospital, se tocaba las sienes en un gesto impaciente con la intención de calmar esa sensación atronadora que le lastimaba la cabeza. Parecía como si le fuera a estallar la cabeza en mil pedazos, como si le dieran con un martillo una y otra vez. Siempre le pasaba igual cuando discutía con alguien, en especial cuando lo hacía con sus padres. Los quería tanto…pero a veces conseguían sacarla de sus casillas. Sobre todo últimamente. Notaba que su humor estaba alterado, que cambiaba con facilidad, y no podía dar una explicación clara a tal suceso.
            Aquella mañana, antes de irse de casa para dirigirse al hospital donde realizaba las prácticas de la carrera, estaba liada con su ordenador, viendo un capítulo de su nueva serie favorita, una de vampiros, hasta que llegó su padre. Hoy era el aniversario de boda de sus padres, y éste quería que le sacara unas entradas para ir al teatro por internet.
            <<Menudo fastidio>> pensó Laura, pero hizo lo que su padre le pedía. Cuando ya estaba eligiendo las entradas, llegó su madre y dijo que ella no quería ir al teatro.
_ ¿Os queréis poner de acuerdo? _ dijo Laura.
_ Tu padre no quiere coger el coche _ Respondió su madre.
_ Papá, haz el favor de coger el coche e iros a pasar el día a algún lado.
_ No son horas de salir con el coche, ya es tarde. Además, no quiero pasarme todo el día conduciendo.
_ Bueno, pues cuando os hayáis decidido, decídmelo _ dijo Laura.
            Sus padres se fueron de la habitación y ella cogió el ratón del ordenador y anuló la venta de entradas. Tenía prisa y sus padres solían tardar en decidirse. Al poco rato, volvió su padre pidiendo que le sacara finalmente las entradas.
_ Papá, tengo que irme. ¿No puedes cogerlas en la taquilla? _ dijo Laura en tono seco. Siempre le hacían lo mismo. La iban a volver loca.
_ Ya veo…Tú a lo tuyo, como siempre. Nunca hagas lo que te pidan tus padres _ Respondió. La injusticia de sus palabras la hirió profundamente y un ramalazo de rabia recorrió su cuerpo. Si bien casi siempre se quejaba un poco, acababa haciendo lo que sus padres querían. Tuvo que respirar para intentar tomar el control de sí misma, pero no lo logró. La noche anterior no había dormido del todo bien, otra vez debido a los incesantes sueños, y su humor cambió repentinamente. Al final, explotó.
_ ¡Cuando lo hayáis decidido, haced lo que queráis! Yo tengo que irme. No me puedes pedir esto en el último momento…¡Y si no hacéis nada, no echéis la culpa a los demás! _ Con un gesto enérgico y furioso, cogió su bolso, sin preocuparse siquiera en apagar el ordenador y salió de su habitación como un huracán.
            Cuando llegaba a la puerta de su casa, oyó los gritos de su madre, quien la estaba diciendo algo, pero no la escuchó. Abrió la puerta, y salió a la calle dando un portazo.
            Ya en la calle, se sintió algo mejor, pero también peor. No le gustaba discutir con sus padres, la hacía sentirse fatal.
            Sentada ya en el tren, no hacía más que darle vueltas a la cabeza a lo que había pasado, preguntándose si alguna vez conseguiría controlar su genio. Se ahorraría muchos quebraderos de cabeza y más dolores. El dolor no hacía otra cosa que aumentar, por lo que acabó cogiendo un cuaderno y un lápiz y se puso a dibujar distraídamente. Dibujar siempre conseguía relajarla. No es que lo hiciera muy bien, pero por lo menos se distraía. Durante un período corto de tiempo, olvidaba su mundo, sus problemas, y se abstraía de tal manera que a veces le costaba recordar hasta su propio nombre. Siempre que dibujaba algo bueno a sus ojos, ponía la fecha, lo firmaba y lo guardaba en un bloc, junto a los demás dibujos elegidos. A menudo pensaba que tal vez algún día conseguiría pintar algo realmente bueno, que atrajera la atención de los demás y provocara exclamaciones de asombro y admiración. Pero inmediatamente su sueño se venía abajo. << No eres buena, no sabes pintar, qué tonterías piensas>> Ante ese pensamiento, cerraba el bloc y se desmoronaba.
            Otra de sus aficiones era leer y ver series de televisión en su ordenador, en la soledad de su habitación. Sus géneros favoritos eran la ficción, la fantasía y las historias de amor juveniles. Entre sus últimas adquisiciones, varias sagas de libros sobre vampiros. Se sentía terriblemente atraída por el sempiterno vampiro torturado por su naturaleza, misterioso y oscuro, dulce pero también terrorífico. Aquél que se resistía a lo que era y luchaba contra sí mismo y su destino, y que acababa enamorado irremediablemente de la pobre y frágil humana.  Uno de sus sueños era ser esa afortunada humana y encontrarse con ese ser de fantasía, rendirse a él y vivir con él para toda la eternidad. Sabía que no era algo normal pensar así, pero al fin y al cabo, ella sabía que sólo eran simples sueños, irreales, así que ¿por qué preocuparse?
            De repente, una voz monótona y mecánica sonó por el vagón del tren, anunciando la parada en la que se tenía que bajar. <<Se acabó la ensoñación>> pensó, mientras veía como el tren hacía su entrada en la estación. Echó una última ojeada a su dibujo, y se quedó atónita. << ¿Otra vez?...>> Por enésima vez en este mes, había vuelto a dibujar el mismo rostro, la misma persona. La única diferencia era que esta vez estaba más claro que las anteriores, más nítido.  Un rostro duro, pero aún así de facciones dulces y delicadas, que parecían haber sido cinceladas por las mismísimas manos de Miguel Ángel. Los ojos profundos, pero brillantes, inteligentes, cuya mirada era capaz de traspasarla aun desde el papel y provocarla un estremecimiento que recorría toda su columna vertebral. Desde el cuaderno, aquél rostro perfecto la contempló, y le dio la sensación de que la quería decir algo con la mirada.
            << Estás loca. Realmente estás perdiendo la cordura…>> se dijo a sí misma, pero tomó el dibujo y no lo rompió. Lo guardó en su bolso apresuradamente. Tenía la sensación de que era de vital importancia, por lo que no lo tiraría. Algo en su interior le indicó que tenía un significado oculto.
            Debido a la impresión que le causó su propio dibujo, tuvo que salir corriendo antes de que las puertas se cerraran y se pasara de estación. Bajó del tren con el corazón desbocado por la carrera y casi se da de bruces con un chico que esperaba en el andén.
_ Lo siento_ murmuró rápidamente Laura. Cuando hubo pasado al chico, se subió a las escaleras mecánicas y se paró para tomar aire. 
            Por fin, una vez tomado de nuevo el control sobre su cuerpo, y con su estado de ánimo algo más calmado, salió de la estación y se encaminó con paso cansado al hospital.
            Una vez penetró en el gigantesco hospital, el dolor de cabeza, antes aletargado, se intensificó. Hacía ya algunos años que se había percatado de algo extraño pero a la vez curioso: cuando se encontraba con gente que sufría, ya fuera física o mentalmente, su cabeza comenzaba a dolerle, lo cual era más a menudo de lo que a ella le gustaría. El dolor se presentaba como un fuerte latido en las sienes, como si llamaran a la puerta de una casa, una señal. Siempre era más intenso cuando se encontraba rodeada de mucha gente, especialmente en lugares donde las personas sufren, como en los hospitales. Por ello, había elegido la soledad en su vida y se había decantado por estudiar Psicología, algo contradictorio. Podría haber elegido estudiar Medicina, pues en el instituto no había habido asignatura que se le resistiera. Era una de sus pocas virtudes: se le daba bien estudiar. Pero las agujas no eran su punto fuerte, precisamente, y había tenido que convivir demasiado tiempo con las enfermedades. Así pues, se decantó por la Psicología, con la intención de ayudar a calmar el “dolor mental” de las personas, y hacer así su sufrimiento más llevadero.
Desde el momento en que comenzó las prácticas de la carrera, vislumbró un pequeño cambio, un rayo de esperanza. Tras  una sesión con un paciente, éste se marchaba algo más calmado, y el palpitar de sus sienes se atenuaba, al menos hasta que entraba el siguiente paciente. Encontraba una gran satisfacción al ver cómo las personas se sentían mejor al hablar con alguien, y había encontrado una especie de medicina para ella misma.
El día transcurrió con total normalidad, y Laura se sintió un poco más feliz. Pero una vez en la soledad de las calles atestadas de gente, un sentimiento de tristeza muy profundo la embargó.
Llegó a la estación del tren y se sentó impaciente en un banco a esperar. Siempre había detestado la espera. Esperar le producía malestar, se ponía nerviosa, se le hacía un nudo en el estómago que no podía controlar. Por fin llegó el tren, se subió corriendo, como si se le fuera la vida en ello y se dirigió al fondo del vagón, como siempre. Allí se sentó espatarrada. Le gustaba la tranquilidad y la privacidad de los espacios poco concurridos. Odiaba y amaba al mismo tiempo la soledad.
Distraídamente, sacó de nuevo el dibujo que había garabateado por la mañana y lo volvió a mirar, preguntándose si lo que había sentido esta mañana al observarlo no habría sido fruto de la noche sin dormir. Pero, en cuanto sus ojos se clavaron de nuevo en aquél rostro, el mismo estremecimiento que había sentido esta mañana se apoderó de ella, recorrió su columna y se alojó en su estómago. Con un esfuerzo casi sobrehumano, y un cosquilleo en la coronilla, consiguió levantar la mirada, pero inmediatamente se quedó atrapada por unos ojos que la contemplaban fija e intensamente desde el otro extremo del vagón. Un muchacho la observaba. Llevaba unas gafas de sol oscuras, y aún así, supo que la estaba mirando. Algo dentro de ella se lo decía, no sabía cómo, pero estaba al cien por cien segura de que llevaba un rato mirándola. No era la clase de mirada casual que se lanzan las personas cuando entras dentro de su campo visual. Utilizando toda la fuerza de la que fue capaz y con toda intención, Laura le devolvió la mirada. En ese preciso instante, el muchacho la liberó de su hechizo, apartando rápidamente sus ojos de los de ella. Se comportó con naturalidad, como si no llevara un buen rato observándola, como si hubiera sido totalmente inocente.
El tren hizo una nueva parada, y en un abrir y cerrar de ojos, el chico desapareció. Por un breve lapso de tiempo, Laura pensó que se lo había imaginado. Al fin y al cabo, siempre había estado un poco loca. Inmediatamente desechó la idea de la imaginación. La sensación que había recorrido su cuerpo al observar al chico había sido demasiado real. Con su mirada, el chico la había querido decir algo. Aún permanecía el hormigueo en su cuerpo, el nudo en el estómago, el calor abrasador que sentía en sus ojos.
Llegó a su casa y afortunadamente, estaba vacía. Sus padres finalmente se habían ido a celebrar su aniversario. No tenía ganas de enfrentarse a ellos de nuevo, y así podría disfrutar de la soledad de su hogar, una vez más.  Se sentía en cierto modo feliz. Era extraño, pero desde hacía tiempo no encontraba alivio en la compañía de la gente. Poco a poco, fue perdiendo el contacto con sus amigas del instituto y de la universidad. A veces hablaba con ellas, pero las conversaciones se habían vuelto de lo más banales, en gran parte por su culpa. No tenía nada que contar y no tenía ganas de hablar. Y poco a poco, se fue sumergiendo en sí misma, en su soledad. Sin embargo, había muchos momentos en los que echaba de menos el calor de la gente, las risas de sus amigas. Por un rato, cuando estaba con ellas, sentía que encajaba. Pero una vez en casa, se daba cuenta de que no era así. Nunca había encajado en el colegio, en el instituto, en la universidad…incluso en su casa.
Por todo ello, recurría a la lectura y a las series de televisión para calmar su soledad, y así vivir en un mundo fantástico donde podría encajar y ser la protagonista. Pero también se enfadaba consigo misma, pues ¿Cómo iba a encontrar a aquella persona con la que compartir su soledad si no mantenía un mínimo contacto con el mundo real?
Con estos pensamientos, frustrada, se instaló en la cocina con su nuevo libro y se dispuso a comer. De repente, cuando abrió el libro, una hoja de papel doblada cayó al suelo. Cuando la abrió para ver de qué se trataba, se quedó petrificada: se trataba del dibujo que había garabateado esa misma mañana. Pero no podía ser, juraría que lo había guardado dentro del cuaderno que llevaba consigo en el bolso, y no en el libro, pues éste no había salido de casa. Al principio pensó que debía de ser otro de los muchos dibujos que había realizado este mes, pero inmediatamente desechó la idea al contemplar aquellos ojos que la volvieron a hipnotizar. En ese preciso instante la misma sacudida eléctrica recorrió su columna. Por un momento, se quedó petrificada. Después, enfurecida consigo misma, se levantó, se dirigió a su habitación, abrió el cajón que tenía cerrado con llave en su escritorio, cogió el bloc y metió el dibujo.
Con una fuerte sensación de opresión en el pecho, volvió a cerrar el cajón y se fue a comer. <<Definitivamente, estoy perdiendo la cabeza. ¿Cómo habrá llegado el dibujo al libro?...Debo de haberlo cogido sin darme cuenta…pero, ¿Por qué?>>
Con ese pensamiento dándole vueltas, terminó de comer.
Ya tumbada en su cómoda cama, Laura se relajó. Pensó en coger de nuevo el libro y leer un rato, pero al final eliminó esa idea de su cabeza al notar una enorme pesadez en sus ojos. Llevaba muchas noches sin dormir bien, soñando, y se levantaba exhausta. Rendida, sus ojos se cerraron lentamente, y al final, se durmió.
De nuevo, estaba en el tren. Al principio creía estar sola, pero de repente, algo se movió al fondo. Vislumbró una figura. El mismo muchacho. Y tal como le había sucedido, la mirada del chico la hipnotizó. La miraba intensamente. Aun a través de las gafas oscuras, Laura sabía que el poder de su mirada podría quemarla. Con más valor del que sentía, le sostuvo la mirada, haciendo acopio de todas sus fuerzas. Quiso hablarle, pedirle una explicación, pero algo en él se lo impidió. Había algo en su actitud que la hacía pensar que él tenía algo muy importante que decirle.
De repente, el chico hizo un breve movimiento, un pequeño cambio en su actitud y un dolor intenso la asaltó. Otra vez la cabeza. Laura pudo liberarse momentáneamente del poder de su mirada y contemplar al chico. Advirtió pequeños pero importantes detalles: Tenía una cara arrogante, pero bonita. Las facciones rectas, delicadas. La boca era grande y los labios carnosos se fruncían de tal forma que Laura pensó que el chico estaba sufriendo. Se lo dijeron sus labios e inmediatamente encontró el origen de su dolor de cabeza.  Contempló al joven con detenimiento. Lo encontraba extrañamente familiar. No podía saber si era alto o bajo, puesto que estaba sentado, pero la anchura de sus hombros, el cuello largo y esbelto, el tamaño de su tronco, le indicaron que podría medir cerca del 1.90 de estatura. La camiseta de manga larga negra se ceñía a sus brazos y pectorales, dejando entrever los músculos de un atleta. Tenía el pelo oscuro, cortado de tal forma que sólo unos pequeños mechones rebeldes caían sobre su frente. De repente, Laura advirtió la arruga en su entrecejo, y bajando los ojos, volvió a quedarse atrapada en la intensidad de su mirada. Un ramalazo de fuego la recorrió, y el dolor de cabeza se intensificó hasta un punto hasta entonces desconocido.  En un momento de desesperación quiso calmar el dolor, no el suyo propio sino el de él, por lo que Laura se levantó rápidamente con la intención de acudir al lado de aquel muchacho para aliviar su sufrimiento. Quería sentarse a su lado y preguntarle qué le ocurría, cómo podía ayudarle. De un modo totalmente irracional, quería abrazarlo, sentirlo entre sus brazos y consolarle. De repente, algo en él cambió de nuevo. No supo el qué, pero lo notó. Se quedó paralizada un instante y después, muy despacio, retomó el paso.
Se dirigió lentamente hacia él, sin dejar de observarle, sin poder apartar la mirada. Estaba como en trance. Su columna vertebral se estremecía más con cada paso y un hormigueo incesante se alojó en el mismo centro de su cuerpo. Cada paso le costaba más que el anterior. Finalmente, llegó al otro extremo del tren y se paró a su lado. El chico levantó la cabeza para seguir contemplándola y la duda se instaló en su rostro. Estaban tan cerca…Laura se sentó a su lado. No sabía por dónde empezar. Por un breve momento pareció como si el chico le fuera a decir algo. Y en el preciso instante en que abrió la boca…
_ ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!_ Chilló Laura. No sabía por qué había gritado, pero el esfuerzo la despertó.
_ ¡Laura! ¿Estás en casa?_ oyó que gritaba su madre.
<<¡mierda!>> pensó Laura. Se sentía frustrada y enfadada. Había estado tan cerca de él…No sabía si había sido su madre o algo del sueño lo que la había despertado. No conseguía recordar la razón de su agitación. Estaba todo borroso.
Se incorporó lentamente, abrió la puerta, y con paso inseguro, salió de su habitación.
_ ¿Qué tal lo habéis pasado? _ preguntó a sus padres.
_ Muy bien _ contestó muy alegre su madre _ Tu padre me ha llevado a comer a un asador en el centro de Madrid. Tenemos que volver todos juntos algún día. Y después dimos un paseo por el Retiro _ Se rió tontamente, le dio un beso en la mejilla y se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa.
Laura miró a su padre y le dijo:
_ Siento lo de esta mañana, pero de verdad, tenía prisa. La próxima vez intenta avisarme con más tiempo.
Su padre le dirigió un seco asentimiento y se marchó. No era hombre de muchas palabras. En eso se parecía mucho a él.
Laura se dirigió al cuarto de baño para refrescarse. Se contempló en el espejo por un instante, cosa que rara vez hacía. Nunca le había gustado su aspecto: Larguirucho y enclenque. Con las caderas anchas y las piernas largas. Los brazos finos y los hombros ligeramente caídos.
La imagen que le devolvió el espejo era la típica de quien se acaba de despertar. Los ojos oscuros estaban hinchados por el sueño y sentía el eco de un ardor en el fondo de los mismos; había unas ojeras marcadas bajo sus ojos, fruto de las noches sin dormir y los labios estaban enrojecidos. Ese pequeño detalle llamó su atención. Era como si se los hubiera estado mordiendo. Las mejillas mostraban un ligero rubor. Por otro lado, tenía la garganta reseca y al hablar con sus padres notó que le costaba mucho hacerlo.
Se cepilló el largo y lacio pelo enmarañado por la siesta, se enjuagó la boca y se refrescó la cara.
De nuevo en su habitación vacía, se sentó frente al ordenador y apretó el botón de encendido. En el tiempo que tardó en iluminarse la pantalla y comenzar a funcionar, Laura echó una ojeada a su habitación. La pila de ropa sobre la silla del escritorio estaba alcanzando una altura alarmante. Debería recoger la ropa antes de que su madre lo viera. El escritorio estaba atestado de apuntes y libros de la carrera. Las paredes estaban prácticamente cubiertas de estanterías repletas de libros. La gran mayoría de su padre. Había un par de estanterías que le pertenecían exclusivamente a ella: aquellas donde atesoraba sus colecciones de fantasía preferidas (Tolkien, Rowling, Meyer…). Esos libros la hacían soñar incluso después de habérselos leído hasta el punto de perder la cuenta de cuántas veces lo había hecho. Estaba orgullosa de su colección. En un pequeño cuadrado libre de pared había unas cuantas fotos de su familia, amigas de la infancia, del instituto y la universidad y algunos de los dibujos que la hacían sentirse orgullosa y no le daba miedo mostrar: Unos ángeles hermosos y un mar en calma con el reflejo del sol poniente.
Por la ventana se veía la luna creciente brillante, cuando Laura dejó finalmente el ordenador y se dirigió a la cocina a tomarse un vaso de leche. No tenía ganas de cenar, para variar. Había estado trasteando con su ordenador, haciendo un par de cosas para la universidad, mirando el correo (lo cual le llevó poco tiempo) e indagando en páginas dedicadas a la mitología y a la fantasía.
Esa noche se acostó temprano con la intención de dormir y poder recuperar algo del sueño perdido. El día se había hecho algo largo y necesitaba descansar. Sin embargo, esa noche tampoco pudo dormir. Los sueños volvieron con una intensidad creciente.
            Durante los últimos tres meses, exactamente desde el día en que cumplió 23 años, prácticamente todas las noches soñaba las mismas cosas. Excepto aquella madrugada del día de su cumpleaños en que soñó que alguien la perseguía en el tren, el resto de las noches había tenido prácticamente los mismos sueños. En ellos un ángel caído del cielo se le acercaba, pero ella no conseguía verle el rostro, oculto tras una fuerte luminosidad que irradiaba desde sus ojos. En el sueño, ella normalmente se quedaba paralizada, mirando al ángel. No tenía alas como las que conocemos en todos los ángeles, y sin embargo, Laura sabía que lo era. Si no…¿qué podía ser tan hermoso? Nadie puede irradiar tal luminosidad. Sentía miedo por el ángel, pero no porque fuera aterrador, sino porque no quería perderlo. Y la mayoría de las veces el ángel se la quedaba contemplando. Y así se quedaban, hasta que de repente, el ángel se daba la vuelta y se marchaba. Y en ese momento, Laura se despertaba.
            Sin embargo, aquella noche Laura no soñó con ángeles.


La noche era oscura como la boca de un lobo. No había estrellas, ni luna que iluminaran mínimamente las calles. Sólo la luz de una farola aislada. Una noche perfecta.
            El silencio dominaba y se abrazaba a la oscuridad en una sinfonía espectral. No se escuchaba nada, ni a nadie. Sólo el susurro atrevido de una leve brisa levantada a la orilla de un río, y el ulular lejano de algún ave rapaz acechando en la noche a su presa.
            De repente, unos pasos apresurados.
            Pum, pum.
            Pum, pum.
            Pum, pum.
            Una joven mujer corría. Su vida dependía de ello. No podía hacer otra cosa que correr. Pero él era más rápido, y mucho más fuerte. Ella corría, y él caminaba, lentamente, seguro de sí mismo. Por mucho que ella lo intentara, él estaba cada vez más cerca. No se lo podía explicar, no lo podía comprender. Apenas unas horas antes su vida era casi perfecta…casi.

            -- Sí, Marta, allí nos vemos – dijo la mujer, cerrando el móvil. Se miró una vez más en el espejo y contempló el resultado de horas de trabajo arreglándose. Definitivamente, estaba perfecta y espectacular. Aquella noche triunfaría. Se ahuecó levemente el cabello rubio ondulado, alisó el suave vestido rojo escotado, y dirigiendo una última mirada al espejo, se sonrió a sí misma, intentando infundirse confianza y rezando para que la mujer que alguna vez fue volviese de nuevo. De esta manera, salió del cuarto de baño. Cogió su bolso, y se fue precipitadamente de su apartamento. No dirigió ni una última mirada a la que había sido su casa en los últimos años. No pensó que esa noche estaba escrito que no volvería jamás. En lo único en lo que podía pensar era en que casi llegaba tarde, y no podía permitirlo.
            Cuando llegó al pub donde había quedado, sus amigas ya la estaban esperando.
            -- Lo siento, me entretuve un poco…-- se excusó. Dio un beso rápido a cada una de ellas y entraron en el bar.
            Todo iba estupendamente, como siempre. Aquella noche estaba realmente radiante, libre y feliz. Ya casi no se acordaba de él. Intentó no rememorar su rostro, sus besos, todo el tiempo vivido y se esforzó por olvidarlo. Gracias a sus amigas había conseguido salir del bache, y se había prometido que jamás volvería a aquél lugar oscuro. No tenía ni idea de lo realmente cerca que estaba de volver a caer en él, y esta vez para siempre.
            Consiguió reírse con naturalidad y olvidar por unos breves minutos su tristeza y su amargura. Pero, de repente, algo la hizo estremecerse y sin poder evitarlo se giró para ver qué podía haber causado aquella sensación. Sus ojos quedaron atrapados por otros que la observaban intensamente.
Aquellos ojos pertenecían al hombre más guapo y apuesto que ella había visto jamás: alto, tez morena, ojos oscuros como la noche, cara alargada, facciones duras, y el cuerpo esbelto. Bajo la camisa de seda se adivinaban unos músculos bien definidos. Los ademanes elegantes dejaban patente la elevada educación de éste. De repente, sintió el impulso de ir a hablar con él, y haciendo caso omiso de sus amigas, se levantó de su asiento y se aproximó a dónde él estaba sentado. No entendía lo que la decían. Estuvieron hablando un buen rato, no sabía si minutos u horas. El tiempo se hizo irrelevante. Se encontraba muy a gusto y él era muy amable y educado. Pasado un rato, advirtió que sus amigas no estaban y se sintió levemente culpable, pero rápidamente se le pasó. No era capaz de pensar en nada más que en aquél hombre que la miraba seductoramente y cuyas palabras hacían que se estremeciera notablemente. Cuando ya se hizo demasiado tarde, se dispuso a marcharse y él se ofreció a acompañarla. <<Una señorita tan guapa no debería caminar a estas horas… sola>> Le había dicho él, remarcando aquella última palabra de una forma algo inquietante. Y ella, confiada y todavía bajo el influjo de su hechizo, había accedido a que la acompañara hasta encontrar algún taxi. Hubo algo en su mirada que la había cautivado desde el primer momento, y sin saber cómo ni por qué, accedió a cada una de las peticiones que él le había hecho esa noche. Por lo tanto,  de nuevo no pudo resistirse y acabó aceptando que la acompañara. Caminaron, y siguieron charlando. Había sido tan amable con ella…
Recogió su chaqueta, se la puso sobre los hombros y se despidió de los camareros, viejos amigos de salidas nocturnas, al tiempo que vigilaba por el rabillo del ojo a su apuesto acompañante. Éste la observaba con una luz extraña en los ojos, casi hambrienta, y eso la hizo estremecer de nuevo. Salieron del bar, él muy pegado a su espalda, y juraría que pudo percibir su frío aliento colándose entre las hebras de su pelo dorado. Caminaron despacio, fundiéndose con la noche, a la orilla del río.
De repente, en un roce fortuito, sus manos se tocaron y un escalofrío recorrió su cuerpo. El miedo más intenso que había sentido en su vida se apoderó de ella. Al girarse para contemplarle, algo había cambiado. No era capaz de describir el qué, pero en un instante sus ojos no parecían los mismos. Mostraban un reflejo carmesí, sutil, frío y brillante. Se quedó paralizada por un segundo. Él se dio cuenta, y le dedicó una media sonrisa, ladina, desafiante, que le heló la sangre más de lo que ya estaba. No supo qué era…no sabía de dónde provenía la sensación, lo único que sabía era que debía huir, correr, apartarse de él.
Echó a correr con todas sus fuerzas, los pulmones le quemaban, la garganta se le secaba y un fuerte pinchazo le atravesó el costado. Casi no podía respirar. Las fuerzas le flaqueaban, las piernas se le aflojaban. Echó un rápido vistazo atrás y él seguía allí, seguro, tranquilo, con esa media sonrisa que le paró el corazón debido al miedo. Ella notaba que él estaba disfrutando con su miedo, que estaba en su elemento. No sabía cómo, pero percibió que no era la primera vez que había hecho aquello. En sus andares se notaba la seguridad que sólo proporcionan años y años de práctica. Sus movimientos eran elegantes, pero seguros.
El destino se puso en su contra y tropezó con una baldosa que estaba medio levantada en la acera, haciendo que se cayera de bruces al suelo y fuera a parar al haz de luz de una farola. Intentó recomponerse y apenas pudo darse media vuelta. En ese momento deseó no haberlo hecho. Lo que contempló en aquellos instantes fue lo más horrible que ella jamás vería. No tenía escapatoria. Él ya se cernía sobre ella. Y la expresión de su rostro…No era nada que hubiera visto en su vida. Se quedó totalmente quieta, como hipnotizada y horrorizada a la vez…Un fuego rojo inundó aquellos ojos antes seductores, y la más terrible de las expresiones cruzó su rostro.
Lentamente, se agachó hacia ella, la agarró del brazo y la levantó. Paralizada, ella no fue capaz de reaccionar y se dejó llevar. La arrastraba de nuevo a la oscuridad. Ya no le importaba, se había rendido. Con una última mirada, se despidió del cielo para siempre.
_ Ha sido divertido_ dijo él, con un acento marcadamente extranjero. No supo ubicar de dónde podría proceder. _ Pero se acabó. No deberías de hablar con extraños._ Se rió quedamente.
_ Por favor…por favor…_Suplicó ella.
_ Shhhhhhhhhhh…No vas a sentir nada. Hoy estoy de buen humor, has tenido suerte. De lo contrario…
Un movimiento veloz, un susurro en la noche. El desconocido la cogió por detrás, como abrazándola tiernamente. Despacio, comenzó a apartarle la larga melena caoba del cuello. Con una mano fría y de dedos largos y fibrosos, la tomó del cuello, obligándola a elevar la cabeza, dejando así la garganta totalmente expuesta y estirada. La arteria latía desenfrenadamente y el pulso se notaba bajo la fina piel de color marfil. Acercó aquellos labios carnosos y rojos al punto donde la sangre latía con más fuerza y los posó, con la suavidad de una pluma y el cariño del amante más entregado.
Y de repente…un alarido rompió el silencio. Instantes después, éste retomó su poder y la quietud de la noche volvió a instalarse.

En la soledad de su habitación, Laura se incorporó repentinamente.
_ ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! _ gritó Laura. El esfuerzo por gritar había conseguido despertarla. Otra pesadilla. ¿No podría siquiera descansar el fin de semana?
Se levantó de la cama, y miró el despertador. Las 6 de la mañana. <<genial. Otra noche en vela…¡menuda mierda!>> Ahora no podría dormirse…
Salió de la habitación con la intención de dirigirse a la cocina a beber un vaso de agua, cuando la puerta de la habitación de sus padres se abrió y se asomó la cara adormecida de su madre.
_ Me pareció oír algo ¿Qué haces levantada a estas horas?
_ No es nada, mamá. Sólo una pesadilla. Voy a beber algo de agua y me acostaré. Deberías hacer tú lo mismo.
_ Sí…eso voy a hacer _ dijo su madre con un bostezo _ No deberías leer tantas cosas sobre vampiros, te vas a trastornar.
_ Claro, mamá _ dijo Laura.
_ Buenas noches. Intenta dormir algo.
_ Lo intentaré. Buenas noches, mamá.



2 comentarios :

  1. Me ha encantado!!! Ahora mismo me pondré a leer el resto de capítulos ^^Comparto tu inquietud de tener impaciencia y muchas historias acumuladas que contar, yo sufro de lo mismo así que te entiendo perfectamente XD

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  2. Uoooooo...Gracias!!!Me alegro mucho de que te haya gustado!!!Hay y habrá mucho más!!!no dudes en compartir lo que quieras aquí o si tienes blog dímelo y me paso a verlo también!!! * Estoy emocionada * Un saludo!!!

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