Escapando de la Oscuridad. Capítulo 3

22/3/12

Sin más dilación...

¡Os presento el capítulo tres de mi relato "Escapando de la Oscuridad"!


A la mañana siguiente, Laura se despertó tarde. Estaba muy cansada y los sueños y las pesadillas no la habían dejado descansar.  Estaban muy borrosos, pero aún así cada vez eran más y más definidos e iba recordando más detalles. Recordaba la pesadilla, por nombrarla de alguna manera, de la tarde anterior – El tren, el chico…la sensación de urgencia, el querer acercarse y eliminar la preocupación del rostro de aquel chico…su mirada penetrante –  Pero seguía sin entender qué podría ser aquello que al final hizo que se asustase y se despertase gritando. En sus otros sueños, siempre solía aparecer otra vez el ángel sin alas, pero dorado, hermoso y vengador. Sintió de nuevo el ya familiar estremecimiento al recordarlo.
Sin embargo, aquella noche no había soñado con el ángel ni con el muchacho. Había sido testigo de la muerte de una mujer a manos de un hombre fornido, apuesto, letal y terrorífico. Y se había despertado, como todas las noches, a las seis de la madrugada gritando ante lo que sus ojos habían contemplado. Se levantó, bebió un vaso de agua y se volvió a acostar. Pero la sensación de urgencia y miedo todavía permanecían. Había algo que le decía que el sueño no había sido tal, pero si no lo era ¿qué significaba?
En su cama, y con los rayos de sol penetrando por las rendijas de su persiana, Laura se desperezó y se desprendió de los vestigios de los malos sueños de aquella noche.
Al salir de su habitación, se dio cuenta de que sus padres no estaban. Le habían dejado una nota en el mueble de la entrada de su casa:
Laura, no te hemos querido despertar porque estabas totalmente dormida y nos daba mucha pena hacerlo. Tu padre y yo nos hemos ido a pasar el día a Ávila y es probable que esta noche durmamos allí, así que no volveremos hasta mañana por la tarde. Tienes comida en el frigorífico y dinero en la encimera de la cocina. Ten cuidado y no hagas tonterías. Come bien y descansa.
Laura se rió ante la frase <<Ten cuidado y no hagas tonterías>> ¿Qué tonterías iba a hacer ella si se pasaba la mayor parte del tiempo sola? Después leyó la frase en que le decían que comiera bien y descansara y se le apagó la sonrisa. Desde hacía mucho tiempo no comía lo suficiente, pero no porque no quisiera, sino porque no tenía apetito. Dedujo que todo era producto del estrés y el cansancio. Las noches con sueños y pesadillas y el estrés producido por el cada vez más cercano final de la carrera, la estaban machacando.
Releyó una vez más la nota, y la rompió. Después se dirigió a la cocina para prepararse algo de desayunar – un simple cola cao bastaría – y tras esto, se fue al cuarto de baño a asearse.
No fue hasta que se puso el reloj cuando se dio cuenta de lo tarde que era. ¿Las dos de la tarde? Pues sí que estaba cansada.
Se vistió y salió corriendo hacia la panadería. Cerrarían y se quedaría sin pan. En su carrera por la calle, casi impacta de lleno con un chico que andaba por ahí. Consiguió esquivarle en el último segundo, ¿o había sido él quien la había esquivado a ella? No importaba, por lo que continuó con su carrera. Pero algo le había sucedido. El ya conocido estremecimiento hizo su aparición en el cuerpo de Laura, y esta se quedó brevemente sorprendida. Disminuyó su carrera, y sin poder contenerse, dirigió una mirada a su espalda. El chico seguía allí y se había quedado parado, observándola.
Laura disminuyó casi totalmente el ritmo de su paso, hasta que finalmente se paró en seco. ¡Él la estaba mirando! Pero, ¿por qué? Le miró con toda intención y él se limitó a sonreírla. Una porción mínima de su mente reparó en su físico y lo catalogó cuidadosamente – alto, atlético, con una camiseta negra que se ajustaba a su cuerpo perfectamente, pantalones vaqueros desgastados y anchos, deportivas negras – Pero la mayoría de su concentración estaba dedicada a su rostro – mandíbula cuadrada, facciones elegantes, definidas, boca grande, sensual, de labios carnosos, la barbilla levemente alzada, y sobre la frente unos mechones rebeldes de pelo color azabache –  Sin embargo, no fue capaz de ver sus ojos, pues los ocultaba con unas gafas de sol oscuras. A pesar de todo, sabía que la estaba traspasando con la mirada y eso la hizo sentirse levemente incómoda.
La sonrisa del muchacho la hipnotizó. Pero el hechizo duró poco. Esforzándose por retomar el control de sí misma, Laura se sacudió y movió la cabeza de un lado a otro. Cualquiera que la estuviera contemplando pensaría que estaba actuando de un modo extraño y que estaba loca, pero le dio igual. Todo el vecindario la consideraba un bicho raro. Y en lo que ella tardó en recuperar el control, él había desaparecido, dejándola confundida y con un hormigueo en el estómago muy característico.
Casi como un autómata, retomó su camino y consiguió llegar a su destino: la panadería. Compró una barra de pan y dándole las gracias a la amable dependienta, salió del local.
La sensación volvió e inmediatamente Laura dio un giro brusco para ver si el chico estaba por allí de nuevo. Pero no consiguió verle. Decepcionada, y con la cabeza gacha, volvió a su casa.
La sensación de que alguien la observaba no la abandonó en todo el día, y se percató de que ya había sentido esa sensación antes. Es más, llevaba sintiéndola durante bastante tiempo, solo que no se había percatado antes, preocupada como estaba por sus muchos problemas.
Comió lo que pilló, sin preocuparse realmente de lo que ingería, pues sus pensamientos la tenían totalmente abstraída. Había algo familiar en el chico de esa mañana que no conseguía situar. ¿Le conocía de algo?
El ya característico dolor en las sienes se instaló de nuevo, por lo que agarró un calmante y con un gran trago de agua, se lo tomó. Se recostó en la cama después de comer y se quedó dormida. Por una vez el sueño fue tranquilo  y sin pesadillas. Se levantó aproximadamente un par de horas después. Ese día estaba saldando la cuenta que tenía de horas de sueño perdidas. El reloj-despertador de su mesita de noche le indicó que eran ya las 6 de la tarde.
Retomó sus actividades y después se dedicó a lo que más le gustaba: leer y dibujar.
Cuando ya se hacía casi de noche, decidió salir a dar un paseo. Se sentía agobiada, entumecida y su cuerpo le pedía aire fresco. Aunque con el calor que estaba haciendo, resultaba toda una ironía salir a buscar aire fresco en esos momentos.
La noche era cálida, pero no sofocante, por lo que Laura se alegró de haber tenido la idea de salir. Decidió dar una vuelta por el parque situado detrás de su casa. Le encantaba aquél parque – grande, con enormes extensiones de césped y árboles gigantescos que proporcionaban sombras y donde te podías refugiar en los momentos del día cuando hacía más calor – y sus pasos la encaminaron a su zona favorita. Uno de los árboles – el más antiguo que debía de haber por allí – estaba doblado por el peso de sus enormes ramas, y una rozaba prácticamente el suelo. Allí se subía muchas veces – cuando quería escapar de su casa, cuando discutía con sus padres, cuando su cuerpo le pedía respirar naturaleza – y se sentaba, recostando la espalda en el tronco y con un pie balanceándose perezosamente y la otra pierna recogida, donde apoyaba su precioso bloc de dibujo. Desde la rama tenía una visión perfecta de su casa, pues el árbol estaba situado en lo alto de una de las colinas que conformaban el parque, y éste estaba a unos 500 metros de distancia de la urbanización donde se encontraba su casa.
Lo que más le gustaba era sentarse allí y respirar la paz que emanaba aquél lugar. Se sentía en paz y tranquila. Allí no había dolor y la soledad era su amiga.
Sin embargo, cuando se estaba acercando al árbol, a su árbol, se dio cuenta de que había alguien más allí. Disminuyó la frecuencia de sus pasos, y se encaminó muy lentamente, pensando quién podría estar allí. La parte racional de su mente le decía que cualquiera podría estar allí, pues el parque, y en concreto aquél árbol, no eran propiedad privada de nadie. Pero eso no impidió que se sintiera frustrada, incluso algo enfadada con el intruso.
Y allí estaba él.  Repantingado en su rama, como si nada.

Alex estaba impaciente. Eran casi las dos de la tarde y Laura seguía sin dar señales de vida. Su persiana seguía bajada y no conseguía captar movimientos en el interior de su habitación. ¿Le habría pasado algo? Se tensó como la cuerda de un arco y después con la misma rapidez se destensó. Había conseguido captar algo: el sonido de un cuerpo al moverse, un suspiro leve, y después, unos pasos por la habitación. Respiró tranquilo. Había estado a punto de llamar a los bomberos o a la policía dando un aviso falso para que se personaran en la casa de la muchacha y entrasen por la fuerza para ver si ocurría algo. Su paciencia y su autocontrol se vieron recompensados.
Había observado cómo sus padres se levantaban temprano y salían de la casa en coche. La dejaban sola otra vez. Debería ser aún más cuidadoso y no perderla de vista en todo el día.
Cuando vio que levantaba la persiana, se quedó muy quieto en su refugio. Desde allí ella vería el árbol, aunque nadie conseguiría ver desde esa distancia quién estaba refugiado en él. De cualquier forma, ella no le conocía, aunque consiguiese verle. Las cortinas se corrieron y allí estaba ella – enfundada en su pijama corto de verano – Se quedó contemplando la luz del día, observando el parque, atrapando los rayos del sol y sonrió quedamente al día. Tenía marcadas ojeras bajo los ojos, debidas a las innumerables noches sin dormir bien. Normal que se hubiera levantado tan tarde ese día. Pero aún así, estaba tranquila, en paz y sonreía. El corazón de Alex dio un vuelco ante esta preciosa visión y luego tan rápidamente como se había producido, ella le abandonó. Dio media vuelta y se sumergió en su casa.
Podía escuchar algunos sonidos provenientes del interior del chalet, pero eran sonidos vagos, al no ser voces conversando. Un sonido como de agua corriendo le indicó que la muchacha se estaba aseando, y al poco rato, más ruidos apresurados y entonces oyó el sonido seco y potente de la puerta de la casa al cerrarse.
Durante un breve momento, sin saber qué hacer, se quedó rígido. Luego, con toda determinación, salió como una exhalación tras ella. La vio corriendo, los cabellos oscuros ondeando tras ella, el sudor perlado provocado por el calor brillando en su piel morena.
Decidió adelantarse, y tomando un atajo se dirigió a la calle más cercana a la panadería. A estas alturas conocía cada una de sus costumbres. Curiosamente, todos los fines de semana era ella quien bajaba a por el pan, y la mayoría de las veces iba corriendo.
Se quedó parado en medio de la calle, esperándola, expectante. Entonces apareció. Como un bólido, iba corriendo sin percatarse de la gente de su alrededor. Se la quedaban mirando y algunos susurraban y la señalaban. Alex no entendía por qué la miraban así. Para él, era maravillosa, para ellos, un bicho raro. En una ocasión había oído esta expresión, y sin saber muy bien qué significaba – pues ella no se parecía a ningún bicho que él hubiera conocido jamás – se había sentido contrariado y ofendido. Tal vez ella sí supiera lo que pensaban y le daba igual, por lo que él decidió que tampoco le afectaría.
Y ocurrió casi igual que aquél día en la estación de tren. Pero, en el último momento, viendo que ella se dirigía sin remedio directamente hacia él, hizo un leve movimiento y escapó de su trayectoria. Sin embargo, y aunque sus cuerpos no se rozaron por milímetros, una corriente de frío y calor volvió a llenar el espacio entre ellos, haciendo que el corazón de Alex palpitara a un ritmo frenético y la piel de ella se estremeciera levemente.
Se quedó paralizado por la conmoción, observándola. De repente, el ritmo de su carrera disminuyó y la vio girar la cabeza para mirarle. Sin poder contenerse, la sonrió, y ella se quedó paralizada. Vio cómo le observaba detenidamente, mirando cada uno de sus rasgos y sabía que se estaba preguntando quién era él y por qué la miraba de esa manera. Pero Alex no lo pudo evitar. Él también estaba como hipnotizado. La corriente le había dejado totalmente inmóvil y sólo podía mirarla y sonreír. Al final, consiguió salir de su ensoñación y aprovechó el momento en que ella parecía hacer lo mismo para desaparecer rápidamente. Se escondió y aguardó. Vio cómo Laura se quedaba un instante más allí parada, mirando, buscándole sin poder verle, y un instante después darse la vuelta para ir a la panadería. Una vez hubo salido, la siguió a una distancia prudencial para que ella no se diera cuenta y después de verla entrar en su casa, se dirigió de nuevo a su escondite en el árbol.
Esa tarde todas las cortinas estaban corridas, por lo que pudo observarla desde la sombra de su árbol. Aquél árbol se había convertido en su refugio, en una especie como de nuevo hogar, por decirlo de alguna manera. Desde allí había podido observarla todos estos días, cuidándola en la lejanía y de esa manera había averiguado muchas cosas sobre ella: Le gustaba mucho leer y pasaba tantas horas leyendo como dibujando. Aunque sabía que quería mucho a sus padres por los gestos que les dedicaba y sus frases, en su hogar también había elegido la soledad, y pasaba muchas horas recluida voluntariamente en su habitación.  En alguna ocasión la escuchó hablar con un par de amigas y se mostraba tan cariñosa y amable como con sus padres. Y era tremendamente responsable, tal vez demasiado para su propio bien. Pero lo que más le gustaba de ella era su genio. Detrás de esa cara y esa luz que le hacían pensar que era un ángel caído del cielo, detrás de su suave voz y de sus ademanes delicados, había un huracán contenido, una fuerza arrolladora y deslumbrante, que a veces conseguía salir. Le hacía gracia ver cómo a veces la muchacha perdía los estribos y se enfadaba, pero después le daba pena ver la culpabilidad cincelada en sus gestos.
La pudo mirar sin trabas, deleitándose en sus movimientos, viendo cómo la luz del sol jugaba con su pelo y su piel morena. Anhelaba tener más que un roce fortuito con ella. Poder hablarle, escuchar su dulce voz, cogerla de la mano y hacerla reír. Pero eso no era posible, sería demasiado peligroso para ella, y además, ella se merecía algo mejor, no se merecía a un monstruo como él. Y ahí estaba Alex, su guardián, su protector. Cualquiera pensaría que era un pervertido si averiguasen que pasaba horas y horas observándola, siguiendo cada uno de sus pasos, pero él jamás haría nada que la perjudicara. En su cabeza jamás había habido más razón que la de protegerla. Pero desde hacía tiempo había averiguado que había algo más, algo escondido en su corazón, en el mismísimo fondo de su alma – si es que la tenía – un sentimiento totalmente desconocido al que no conseguía poner nombre, pero que le impulsaba hacia ella, impidiéndole apartarse de su lado, anhelándola con toda la fuerza de su alma maldita.
Vio cómo comía algo distraídamente en el salón-comedor, siempre con un libro cerca. Después, Laura se dirigió a su habitación y se acostó. Alex la vio tumbarse en la cama y relajarse, y él también se relajó. Aproximadamente dos horas después, vio cómo la muchacha se levantaba. <<Vaya, está realmente cansada>> pensó Alex. Tras la siesta, hizo lo que siempre hacía en su tiempo libre: leer y garabatear algunos dibujos.
Cuando el sol se despedía en el cielo dando paso a la noche veraniega, Alex vio que Laura se incorporaba y se preparaba para salir. Sin saber qué hacer, se quedó donde estaba. Sabía que a veces salía a dar un paseo y que le gustaba ese parque, pero últimamente no había salido demasiado. Por lo que esperaría y después la rastrearía.
Y recordó esa mañana…
Distraído por sus pensamientos, el tiempo voló, y antes de que pudiese hacer nada, ella estaba frente a él. Se dirigía con paso lento e inseguro hacia donde se encontraba.
Alex no podía entenderlo. ¿Cómo una simple humana había conseguido darle alcance sin que él lo percibiera? Se dio cuenta de que últimamente estaba muy pero que muy distraído, y la culpa la tenía sólo ella. Si hubiera sentido su presencia, se habría ido antes de que ella llegase al árbol. Ahora ya no tenía remedio. Ya estaba a sólo unos metros de él.
Y ahí estaban los dos, solos. Enfrentados el uno al otro.
Por unos breves momentos, ambos se contemplaron, sin saber qué hacer o qué decir. Entonces, Laura tomó la iniciativa:
-- Hola – medio tartamudeó. <<genial. Super ingenioso>> Se dijo a sí misma. No comprendía por qué estaba nerviosa, pero lo cierto es que lo estaba, y mucho.
Laura sabía perfectamente quién era él. El chico de esa mañana. Era buena para recordar caras y ésta era imposible de olvidar. ¿Cómo olvidar un rostro como aquél? ¿Cómo ignorar la corriente de frío y calor penetrantes que había sentido brevemente aquella mañana y que no hacía más que intensificarse ahora que se iba acercando cada vez más a él? << Imposible>> se repitió.
Y ahí estaba él, observándola como por la mañana. Pero su expresión era diferente, había cambiado de forma apenas perceptible, pero lo había hecho. Mostraba…¿Miedo?, ¿Desconcierto?...Notó que no llevaba las gafas de sol de esa mañana y eso dejaba al descubierto los ojos más bellos que jamás había visto en su vida: de un azul oscuro precioso, eran profundos y brillaban como sin los estuvieran iluminando dos pequeñas luces. Las perfectas cejas se fruncían levemente, formando una arruga entre ambas.
Alex se quedó mirándola sin decir nada. La sensación abrumadora que sentía al estar cerca de ella había vuelto y le había dejado clavado en aquella rama y mudo. Con un gran esfuerzo, le sonrió en respuesta a su amable y escueto <<hola>>. <<Ante todo hay que ser educado>> se dijo a sí mismo. Las normas sociales las tenía bien arraigadas en su ser. Siempre le habían enseñado la importancia de la educación.
Al sonreírla, sintió cómo Laura se quedaba congelada, hipnotizada. Incluso pudo apreciar el leve rubor que se formó en sus mejillas morenas y sintió el calor abrasador que emanaba su piel. Solía causar esa impresión en todas las mujeres, pero hacerlo en aquella chica, en aquél ángel, le hizo sentirse…bien.
Y el tiempo transcurría y ellos seguían contemplándose. Como dos estatuas de jardín o la estampa de un cuadro de verano. Personajes sacados de un cuento de hadas y de una historia de terror, ambos conviviendo en el dibujo, en la historia. Se miraban como si la vida les fuese en ello. Los ojos atrapados en los del otro, conectados. La noche veraniega aportaba un toque mágico a la situación. En la oscuridad creciente se adivinaba el contorno de la luna, brillante, redonda, perfecta y misteriosa. Lejos, los pájaros se acomodaban en sus nidos para pasar la calurosa noche resguardados, descansando. Algunas voces humanas se escuchaban en los alrededores, lejanas, distantes, ajenas a lo que estaba sucediendo en aquél diminuto fragmento de mundo. Los dos protagonistas de la escena no parecían tener oídos, ojos, o ninguno de los 5 sentidos disponibles para nadie que no fuese aquél que tenían delante.
Laura no conseguía salir de su hechizo y de su asombro. Había algo en él…Y sin poderse contener por más tiempo, le dijo:
-- ¿Te conozco de algo? – Le costó mantener la voz firme y segura. Aunque tenía la certeza de que él había notado el leve temblor de su voz al final de la pregunta y el esfuerzo que le había costado decir esa simple frase.
Alex medio sonrió ante el titubeo de Laura y prendado por el sonido de su voz, no conseguía encontrar su propia voz y sus pensamientos estaban tan dispersos que no era capaz de hilar dos ideas y formar una respuesta coherente. Por fin estaba hablando con ella, algo que había deseado desde hacía mucho tiempo. Y aunque sabía que era peligroso para ella que se relacionasen de cualquier forma, no pudo evitar sentirse feliz. Embargado por este sentimiento, le costó un gran esfuerzo responder a la pregunta que le había formulado. Luchando consigo mismo, retomó su propio control, y por fin encontró su voz y su mente.
-- No, no lo creo – Le dijo, y entonces sonrió de verdad. Se maldijo por no poderle decir la verdad, pero ¿qué le iba a decir? <<Te he estado vigilando, observando y siguiendo desde hace aproximadamente dos meses…Soy un monstruo de la noche que ahora cuida de ti…>> No. Sabía que no podía decirle la verdad, aunque su corazón le pedía que lo hiciera.
-- Hummmmm… -- se limitó a murmurar Laura.
Al parecer no era él el único al que le costaba juntar dos palabras para formar frases, pensó Alex. De nuevo Laura presentaba aquél aspecto distante, distraído.
<<¡Dios! ¡Su voz es aún más hermosa que su rostro!¿Qué es lo que me ha dicho?¡ No consigo recordarlo!...¡Laura! vuelve a la Tierra>> Con una sacudida, volvió a despertar. Y allí estaba él, mirándola, expectante.
-- Lo siento, pensaba que te conocía de algo – consiguió decir Laura.
-- Es un error habitual. Me han dicho cientos de veces que tengo una cara muy común – dijo irónicamente Alex, y de nuevo esbozó aquella deslumbrante sonrisa. Sabía que Laura no la podía ver del todo bien, pero aún así lo notaría. Vio cómo ésta se ruborizaba de nuevo.
<<¡Dios!¡ Otra vez!...pero…¿había bromeado con ella? O ¿se estaba riendo de ella?...No podía ser eso…Pero a la vez…¡Nadie con esas facciones perfectas podría decir que tenía una cara común!>> Laura no hacía más que darle vueltas a la respuesta del apuesto muchacho.
-- Sí, debe de ser. Bueno, de nuevo, lo siento – Laura veía que aquello no llevaba a ningún lado, y que tendría que marcharse, pero su cuerpo se negaba a ello. Se había quedado clavada en el césped.
-- No tienes por qué – Le dijo Alex. De verdad que estaba disfrutando con aquello: poder conversar con ella, estar cerca, poder sentir su calor a través del aire, ver cómo se ruborizaba su piel morena. Pero en el fondo sabía que se estaba acabando y que alguno de los dos debía dar el paso que los separaría. Ella parecía igual de reticente a marcharse, lo cual le hizo sentirse extrañamente bien.
Al final, tomó él la decisión. En este caso sería él quien tomase la iniciativa.
-- Puedes quedarte. Yo ya me iba – Vio cómo la desilusión y el anhelo se dibujaban en el rostro de Laura, y estuvo a punto de echarse atrás y quedarse con ella.
-- No, no te preocupes. Yo estaba dando una vuelta, de verdad – se apresuró a decir Laura. No sabía cómo alargar el momento. Y él ya se iba.
-- Que disfrutes de la noche – Le dijo Alex.
A Laura le recorrió un escalofrío al escuchar esta última frase. Había sido tan seductora…Y de repente, otra vez sintió pena y algo de desasosiego por la marcha del extraño chico.
Alex se incorporó en la rama y con un ágil salto aterrizó en el mullido césped. Se sacudió los pantalones y cuando giró la cabeza para mirarla, vio el mismo anhelo profundo que él sentía, cincelado en el rostro de aquél ángel.
Laura le contempló maravillada. Sus movimientos eran tan fluidos, tan elegantes, tan sobrecogedoramente seguros y sensuales…No podía quitarle los ojos de encima, se lo estaba comiendo con la mirada…y el más profundo de los anhelos se adueñó de su ser. Se dio cuenta de que él la observaba de reojo, pero no le importaba.
-- Buenas noches – le dijo.
-- Buenas noches – respondió Laura.
Y pasando a tan sólo unos centímetros de ella, Alex se alejó por donde Laura había llegado. Por un breve segundo, Laura permaneció donde estaba, totalmente quieta, disfrutando de la sensación que recorría cada célula de su cuerpo. Y al darse la vuelta, esperando verle alejarse, la pena ganó la batalla de emociones que se había estado produciendo dentro de ella desde que le vio. Él ya no estaba, había desaparecido.
Alex pasó muy cerca de Laura e inhalando profundamente, grabó en su memoria la fragancia de su piel. El estremecimiento se intensificó en un segundo y permaneció un par de segundos más. Sin pensar en lo que hacía desapareció en la noche como una exhalación, luchando consigo mismo y con el deseo de volver a donde la había dejado y rodearla con sus brazos.
Agitada, Laura se recostó en su rama y se imaginó que él estaba a su lado…Se deleitó con las emociones y sensaciones que la habían embargado en los últimos momentos y deseó que permanecieran grabados en su mente para siempre. Hacía tanto que no se sentía así…tan viva, tan feliz.
No podía dejar de pensar en su voz, en su rostro…se había quedado maravillada, no había conocido a nadie así jamás. Y sin embargo…había algo muy familiar en él que no encajaba. No conseguía saber de qué le podía conocer. Pero ¿cómo no iba a recordarle si le hubiera conocido antes de esta mañana? Nadie olvidaría a alguien así nunca.
Distraída, sacó una pequeña libreta que llevaba siempre consigo en un bolsillo del pantalón y una pequeña linterna que tenía en el llavero de su casa. Llevaba una pequeña mochila donde guardaba su cartera, su móvil y algunos lápices, junto con las llaves donde colgaba la linterna que le había regalado una tía de su madre. Dejó la mochila a un lado suyo, en la rama, y sacó la linterna, un lápiz y una goma. Apoyando la libreta sobre un muslo, y con la linterna en la otra mano, se dispuso a dibujar su rostro.
Cuando acabó, se dio cuenta de que había hecho un trabajo realmente bueno, pero que aún así no le hacía justicia. Y cuanto más miraba el dibujo, la sensación de familiaridad se hacía más fuerte. Levantó la mirada, y se dio cuenta de que la noche era cerrada. Se había hecho realmente tarde y ella no se había dado cuenta, vagando en sus pensamientos. Desorientada, se desperezó y bajó torpemente de la rama del árbol.
Inició su camino de vuelta a casa, ensimismada y contempló la luna. Le sonrió y se sintió feliz. Hacía meses que no era capaz de sonreír de verdad y de repente sentía ganas de reír, sonreír, de vivir. Sólo podía pensar en una razón en su cambio, y eso la asustó momentáneamente. ¿Y si no lo volvía a ver? ¿Qué haría si le volviera a ver? ¿Se atrevería a preguntarle su nombre y pedirle su número de teléfono para quedar con él para tomar un café o algo así? La tristeza se abrió paso de nuevo en su ser cuando se dio cuenta de que eso no pasaría jamás. <<Los sueños sólo suceden una vez>> se dijo << y él no puede haber sido más que un sueño. Además, aunque fuese real, ¿qué interés podría tener alguien como él en una vulgar chica como ella?>> Bajó la cabeza y siguió su camino.
De repente, oyó unos ruidos cerca de ella. Pisadas fuertes, de varios pares de pies, luego varias personas se acercaban a donde estaba ella. No podía verles, no sabía cuántos podrían ser. Se asustó. Giró la cabeza hacia la derecha y allí estaban. Una pandilla de chicos jóvenes, más o menos de su misma edad. Iban borrachos. Algunos todavía sostenían los minis o las botellas de distintos tipos de alcohol en sus manos. Reían de forma absurda y bromeaban los unos con los otros.
Sin saber cómo ni por qué, Laura se había quedado totalmente inmóvil. Uno de los chicos reparó en ella, y dando un codazo a su colega, la señaló. Todos se pararon y dejaron de reír. Un murmullo, un susurro, y como si se tratara de un grupo de soldados, se pusieron en movimiento a la vez, todos con el mismo objetivo: ella.
Al llegar a su altura, la rodearon. Laura no sabía por qué se había quedado quieta y por qué no era capaz de moverse ni de decir una sola palabra.
-- Hola guapa. ¿Qué haces por aquí tú sola? – Le dijo el que sin duda era el cabecilla del grupo. Un chico moreno, más o menos guapo, y muy alto. Llevaba una de esas camisetas de tirantes ajustadas que dejaba ver la musculatura fibrosa de los brazos y pectorales, un tatuaje de un tribal decoraba todo su hombro izquierdo y parte del brazo y llevaba un piercing en la ceja derecha que se alzaba en un gesto de burla. <<El típico payaso fanfarrón>> pensó Laura -- ¿Te apetece tomar algo con nosotros? – La miró comiéndosela con los ojos y se acercó un poco más a ella.
Algo en sus gestos despertó a Laura.
-- No estoy sola, ahora vienen unos amigos – Dijo Laura. No sabía qué inventarse – Y no, gracias, no quiero nada – No pudo contenerse. Se dio cuenta de que no debería haber hablado tanto. Un gesto de desagrado pasó fugazmente por el rostro del cabecilla.
-- Yo te conozco. Siempre vas sola – Dijo otro chico, algo más bajito, iba vestido de manera más o menos similar al otro chico.
Todos se rieron, y el cabecilla, sonrió con malicia. Sus alientos se entremezclaron y azotaron con fuerza el rostro de Laura. Olían a alcohol, tabaco y, por el olor dulzón y desagradable que percibió detrás de todos ellos, habían estado fumando hachís sin ninguna duda. Se le revolvieron las tripas. Siempre había odiado el olor de los porros.
-- Vente con nosotros, lo pasaremos bien – Dijo con voz ronca y maliciosa.
--No, gracias – dijo Laura, con más valor del que sentía. Sus piernas comenzaron a flaquearle y la mochila empezó a escurrirse de su hombro. Cada vez se sentía más nerviosa.
Jamás se había encontrado en una situación semejante. En el instituto siempre había pasado más o menos desapercibida y se rodeaba de pocas amigas. Pero solía llevarse bien con todo el mundo. Aunque los chicos…eran otra historia. Nunca se le había dado bien relacionarse con ellos. Y cuando sus amigas empezaron a salir, a hacer botellones y a liarse con chicos cada fin de semana, ella se fue retrayendo cada vez más y se fue apartando de ellos. Por ello, no tenía mucha experiencia en el trato con el género masculino, y menos aún, con el de su edad. Solían ser inmaduros, creídos y muy hoscos. En la universidad, sólo trabajaba con ellos durante las clases y, aunque se llevaba bien con ellos, cuando salían de clase era como si les encendieran un nuevo interruptor, cambiaran de modo y ella se encontraba totalmente perdida, sin saber cómo actuar o de qué hablar con sus compañeros.
El grupo se había cerrado totalmente a su alrededor, y cuando ella intentó abrirse paso, se vio empujada hacia atrás y casi cae de bruces al suelo. Sintió cómo era salpicada con el contenido de los minis que todavía sostenían en sus manos temblorosas y pudo saborear el sabor amargo y fuerte de lo que parecía ser ron. Sintió aún más ganas de vomitar. Hizo un nuevo intento por salir de allí, por abrirse paso entre el corro que la rodeaba, pero ellos no la dejaron y sintió sus manos pegajosas, sudorosas y sucias por distintas partes de su cuerpo: su pelo, su cuello, sus brazos…Sintió unas terribles ganas de tirarse al suelo y gritar.
-- No te vayas, por favor – La sonrisa ladina todavía se adivinaba en la cara del muchacho. Su fuerte aliento impactó de nuevo contra el rostro de Laura y sintió que las fuerzas la abandonaban y que su vista se nublaba debido a la ansiedad y al mareo. Tuvo que respirar varias veces en profundidad para retomar algo de control sobre su propio cuerpo.
-- ¡Dejadme en paz! – En un arranque de furia, Laura consiguió abrir un hueco y salir del círculo en el que se había visto atrapada. Los chicos exclamaron a sus espaldas y más líquido se vertió de los vasos de plástico, rociando el césped y la espalda de la muchacha.
Sin embargo, cuando creía que ya se había liberado, una mano la agarró por detrás, sujetándola por la camiseta, y sin saber cómo, acabó tendida en el suelo. Impactó con fuerza contra el césped y se quedó momentáneamente sin aire. Unas pequeñas lágrimas de dolor se escaparon por las comisuras de sus ojos. Cuando los abrió, miró hacia arriba, para averiguar quién le había hecho eso.
El cabecilla estaba contemplándola desde lo alto, sonriendo. Todos reían. El hedor del alcohol le llegó nuevamente a Laura y estuvo a punto de vomitar allí mismo. Sus tripas se anudaron y se revolvieron espasmódicamente y su respiración se hizo cada vez más rápida y superficial. Consiguió controlarse y haciendo acopio de fuerzas, intentó incorporarse. Pero una mano la frenó y la dejó allí, sentada. La callosidad de los dedos que la mantenían fija en el suelo, raspó la suave piel de su hombro y el calor que desprendía el cuerpo del muchacho la golpeó con fuerza. Estando tan cerca de él, le resultó muy difícil no echar hasta la última papilla.
-- No te vas a ningún lado – dijo él.
Se acuclilló a su lado para ponerse a su altura y levantó una mano. Acarició la mejilla de Laura, regodeándose en su poder y en el miedo que inspiraba a la muchacha y poco a poco se inclinó para besarla. Se quedó paralizada, congelada.
Laura cerró los ojos, incapaz de hacer otra cosa, rezando para que se aburrieran y la dejasen en paz. Intentó reunir fuerzas para propinarle un golpe que le tirara de espaldas y así ganar algo de tiempo. Quería hacerle desaparecer. Y sus deseos se hicieron realidad…

¡¡¡¡Espero que os haya gustado!!!!

En breves...¡¡¡más!!!

¡¡¡Un saludo!!!

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