¡Buenas tardes a todos! Hoy me siento especialmente comunicativa y, como anuncié por la mañana, voy a comenzar a postear otra de mis recientes creaciones. Se trata de una novela juvenil cuyo personaje principal es una pequeña heroína llamada África.
Procederé a hacer una pequeña sinopsis...:
Tras perder de manera repentina y traumática a sus padres, África se ve obligada a cambiar de hogar y ciudad y trasladarse a Washington con sus tíos y cuatro primos muy diferentes a ella. Con el instituto casi finalizando, tiene que hacer frente a la dolorosa pérdida de sus padres, y a la adaptación a un hogar y un instituto muy distintos a lo que ella estaba acostumbrada. Tímida, introvertida y soñadora, se sale de los cánones de las chicas de su edad, pero pronto verá emerger partes de sí misma que desconocía gracias a dos personas, dos polos opuestos que tirarán de ella con una fuerza arrolladora, Lucas y Josh. Día tras día iremos conociendo a esta chica de 17 años de pelo castaño-dorado y ojos ambarinos, con apariencia inocente y frágil...Pero la apariencia no podría estar más lejos de la realidad en su caso.
Tras esta pequeña sinopsis procederé a compartir las primeras páginas de la historia de África. Espero de corazón que os guste:
(Capítulo 1 reeditado a fecha de 21-11-12)
Descubriendo a...África
CAPITULO
1
-- Esto es imposible, me rindo - me dije a mí
misma mirándome en el espejo del minúsculo cuarto de baño que me veía obligada
a compartir con mis cuatro primos.
Dejé con brusquedad el cepillo que había
estado utilizando para intentar domar la maraña que era mi pelo ondulado a
primera hora de la mañana, sobre la superficie de la encimera del lavabo. En él
permanecían los vestigios de mi fallido intento por lucir una melena bonita.
Sabía reconocer cuándo una situación era imposible de manejar, y ésta lo era.
Enfadada conmigo misma, me agarré el pelo como tantas otras veces en una coleta
alta, de la cual se escapaban algunos mechones rebeldes y mi ya de por sí largo
flequillo. Lo único que me gustaba de mi pelo era su color: castaño con algunos
reflejos dorados que se podían discernir mucho más en verano, debido a la
potente luz del sol.
Me aparté todo lo que pude los mechones
rebeldes de mi flequillo de los ojos y me lavé la cara con agua fría. Muy fría.
A esas horas de la mañana sólo el agua helada conseguía despertarme y, a pesar
de haberme dado ya la correspondiente ducha de agua fría, mis párpados seguían
cayendo pesados sobre mis ojos del color del ámbar derretido. Vale, había otro
rasgo de mi persona que me gustaba a parte del color de mi pelo, y era el color
de mis ojos. Poca gente tenía los ojos de ése color y eso me hacía sentirme un
poquito especial dentro de lo insignificante que solía sentirme la mayor parte
del tiempo. Sin embargo, para mi desgracia, no podía lucirlos como me gustaría
y tenía que esconderlos tras unas gafas de montura de pasta bastante pasadas de
moda.
Gracias a Dios, el agua de aquella casa estaba
congelada y aquello ayudó a despejarme la mente embotada por el sueño. Pero
ojalá no lo hubiera hecho. No me gustaba tener que enfrentarme a la imagen que
me devolvía el espejo. Muchacha de estatura media, con poco pecho y caderas estrechas,
no muy delgada aunque afortunadamente tampoco me sobraban los kilos, con una
cara corriente en la que sólo destacaban mis ojos. La boca pequeña, con los
labios llenos me daba la imagen de una niña de 10 años con cara de sorpresa
permanente, a pesar de que ya rondaba los 17. Mis mejillas aparecían
constantemente arreboladas, dotando de un suave rojo a mi pálida piel.
Con un suspiro, intenté no hacer caso del
sentimiento de mediocridad que me embargaba e intenté arreglar el desastre de
las ojeras que tenía por la falta de sueño de los últimos días. Me apliqué algo
de maquillaje, ajusté la coleta, aparté nuevamente el flequillo y, miré por
última vez mi reflejo en el espejo. Sonreí intentando infundirme ánimos y salí
del cuarto de baño para terminar de vestirme.
Dormía en la pequeña buhardilla de la casa de
mis tíos, rodeada por todos sus viejos trastos y mis recién instaladas y
escasas posesiones. Con un agudo sentimiento de nostalgia, miré la foto en la
que salía con mis padres y las lágrimas anegaron mis ojos. Luchando por
mantener el control, restañé las gotas de salitre ácido que pugnaban por romper
la barrera de mi autocontrol antes de que pudieran desbordarse y acabar
definitivamente con mi frustrada imagen de una chica normal. Mis padres habían
muerto recientemente en un accidente de coche, cuando volvían de una de sus
escapadas de fin de semana.
Era domingo por la noche y yo me encontraba
dibujando y escuchando música en la habitación del piso donde vivía con mis
padres en Seattle, cuando la policía se presentó en la puerta de mi casa y me
soltó, sin apenas miramientos, la trágica noticia del accidente de mis padres.
Me quedé en estado de shock y no pude pensar en nada más. En mi mente, sólo
aparecían los recuerdos de mis padres riéndose y abrazándose mientras se
despedían de mí. Me dejaban con el hijo de un primo lejano de mi padre, un
chico poco más mayor que yo, como única compañía – no porque no se fiaran de mi
o tuvieran miedo de que me pasara algo, sino porque no querían que estuviera
sola todo el tiempo – pero mi querido primo lejano rápidamente desapareció una
vez se fueron ellos y yo me quedé totalmente sola durante toda la noche del
sábado y todo el día del domingo. Uno de los policías se apiadó de mí y me rozó
un hombro intentando mostrarse amable. Su mano firme rodeó mi hombro y me dio
un pequeño apretón que pretendía ser tranquilizador. Yo qué sé. Prácticamente ni
lo sentí, embutida como estaba en una nebulosa de incredulidad y negación que no
me dejaba moverme ni pensar. No sé cómo fue ni cómo llegué, pero de pronto me
encontraba en una sala de espera blanca y fría, acompañada únicamente por la
hermana de mi madre, quien lloraba desconsoladamente a mi lado. Yo no era capaz
de moverme, apenas sentía lo que había a mi alrededor, me encontraba como
metida en una burbuja de cristal que nada podía penetrar. Todos me hablaban,
pero sus voces venían como amortiguadas, como si no pudieran atravesar el
cristal blindado de mi agonía. Yo miraba sin ver, sin reconocer lo que tenía a
mi alrededor, moviéndome y dejándome llevar por manos desconocidas o tal vez
conocidas, ni siquiera ahora que echo la vista atrás lo sé, como si fuera una
marioneta o un robot al que se le estuvieran acabando las pilas.
Sin embargo, aquella noche, en la oscura
soledad de mi habitación, los sentimientos, el dolor y la pérdida me
atravesaron como una flecha y me dejaron, sangrante y sin fuerzas, desmadejada
sobre la superficie de mi cama. Lloré con toda la fuerza arrolladora de mi
desesperación, grité y me enfadé con ellos y cuando amaneció, seguía
insoportablemente despierta, soportando el dolor más intenso que había sentido
jamás en mi vida, nadando en una agonía que jamás hubiera imaginado sentir y
menos tan pronto. Los ojos estaban secos por todas las lágrimas derramadas,
hinchados como los de un sapo y tan rojos e irritados, que apenas podía
parpadear.
Los días pasaron en esa nebulosa que se había
convertido de repente en tan sumamente familiar, que apenas me daba cuenta de
lo que sucedía a mi alrededor, y a finales de Agosto, me vi obligada a dejar mi
hogar y a trasladarme a casa de mis primos. Hija única como era, no tenía a
nadie más que cuidara de mí y, además, todavía era menor de edad, por lo que
mis tíos se hicieron cargo de mí, añadiendo otro miembro más a su enorme
familia. Mis tíos vivían en la Avda. de Dakota del sur, en Washington, en una
preciosa casa con un gran porche, fachada blanca y enormes ventanales y un
jardín trasero donde había una magnífica barbacoa, y una pequeña carpa donde se
preparaban todas las comidas y cenas veraniegas, al amparo de la sombra.
Desafortunadamente, aunque la casa era de un tamaño medio, mis tíos tenían
cuatro hijos y todas las habitaciones estaban ocupadas, por lo que no me quedó
más remedio que instalarme en la pequeña y llena de polvo buhardilla.
Dejé la foto sobre la improvisada mesilla de
noche que había hecho con una de las cajas de mi triste y pequeña mudanza y
terminé de arreglarme para mi primer día de instituto en una ciudad que apenas
conocía, rodeada de gente extraña. Escogí unos vaqueros desgastados, mis
mejores zapatillas anchas y una camiseta de tirantes azul. Recogí la mochila
que había tirado la noche anterior a una esquina del pequeño cuarto cuando me
había dado uno de mis repentinos ataques de ira y dolor, y metí un par de
cuadernos que me había comprado mi tía, mi estuche, mi bloc de dibujo y el
móvil.
-- ¡África! -
La voz de mi tía sonaba amortiguada y lejana,
atrapada entre el mar de gritos y sonidos típicos de una familia normal un
miércoles por la mañana. Mis primos ya estaban preparados para ir al instituto.
Escuché pasos apresurados y por la abertura de
la trampilla de la buhardilla apareció el rostro nervioso de mi primo Mark, de
17 años de edad. Era el mayor de los cuatro, junto con Peter y el único con el
que había mantenido una cierta relación en estos años.
-- África ¿Estás lista ya? Vamos a perder el
bus - me dijo, intentando darme ánimos con una leve sonrisa.
No podía parecerme menos a mis primos. Si no
fuera porque tenía la certeza de que mi madre y mi tía eran hermanas, jamás
habría pensado que podíamos ser familia. Todos mis primos eran altos,
atléticos, con un pelo negro brillante y grandes ojos verdes. Mark y Peter, los
dos mellizos, eran los mayores. Ambos jugaban en el equipo de baloncesto del
instituto y, a pesar de los clichés, eran buenos estudiantes. Después estaban
Anna y Lucy, las dos pequeñas, de 15 y 14 años, respectivamente. No me llevaba
demasiado bien con ellas, eran demasiado…niñas. Siempre preocupadas por su
aspecto, por los chicos, no hacían otra cosa más que cotorrear entre ellas y
eso a mí me ponía de los nervios. Pero eran hermosas, con sus largas melenas
negras y aquellos ojazos que no tenían que cubrir con nada más que con algún
mechón perezoso que se les escapaba de la diadema de cuando en cuando. Habían
sacado todos los rasgos propios de la parte femenina de mi familia. Yo, en
cambio, había salido más a mi padre.
-- Sí, claro. Un segundo - le rogué.
Eché un último vistazo a mi alrededor,
demorando la mirada durante unos breves segundos sobre la foto de mis padres y,
cogiendo mi mochila, bajé los endebles peldaños para seguir a mis primos.
-- ¡El almuerzo! - exclamó mi tía Mary,
agitando unas pequeñas mochilas.
Mis primos se lanzaron corriendo como una
jauría de perros salvajes a recoger la comida y dieron un beso apresurado a su
madre en la mejilla. Yo me quedé un tanto avergonzada y esperé a que terminaran
de despedirse antes de acercarme a mi tía, recoger mi bolsa y despedirme de
ella con un tímido hasta luego. Pero antes de que hubiera dado
dos pasos, mi tía me agarró del brazo y me atrajo hacia sus brazos, dándome un
fuerte abrazo que me emocionó y me dejó momentáneamente sin respiración.
-- Que tengas un buen día - dijo, con los ojos
brillantes por las lágrimas que estaba luchando por contener - Ahora ¡vete! O
perderás el autobús -
Me dio un leve empujoncito y yo salí de mi
estado de estupefacción para correr detrás de mis primos que gritaban
nerviosos, indicándome que el autobús se encontraba cerca.
Llegamos al instituto veinte minutos después.
Tuve que abandonar a mis primos y dirigirme a la secretaría para recoger mi
horario y mis libros. En el camino, me topé con la mirada curiosa e inquisitiva
de los cientos de compañeros que me rodeaban. Todos parecían sacados de una
película o de alguna especie de revista, incluso los más raros eran perfectos
en su singularidad.
Caminaba distraída mirando a mi alrededor
cuando me choqué en seco contra alguien. Levanté la mirada y contemplé los ojos
iracundos de la que, sin duda, era la reina del instituto. Alta, rubia, con
unos ojazos tan azules como el océano pacífico. Noté una extraña sensación de
humedad, cuando, para mi horror, me percaté de que en mi choque había derramado
sobre su impoluto y perfecto top su botella de agua, empapándonos a ambas. De
ahí la mirada iracunda, supongo.
-- Yo…Lo siento - tartamudeé - no te había
visto.
-- Ya…supongo, gafitas - me susurró, mientras
se alisaba el top e intentaba seguir pareciendo la chica digna que era - ¿Sabes
caminar como una persona normal y no como un pato? - Preguntó con crueldad --
¿Tienes idea de lo que cuesta esta camiseta?... Más de lo que cuesta toda tu
ropa junta. Da gracias de que esto es sólo agua. Ahora, desaparece de mi vista
-- su voz era aguda, chirriante y llena de la seguridad que sólo poseen las
reinas de instituto. Mierda, mierda, mierda...había ido a toparme en mi
primera aparición en el instituto con nada más y nada menos que la reina y
encima le había echado una botella de agua por encima. Sin duda alguna se
trataba de otra de mis entradas magistrales.
-- Yo…de acuerdo - le dije.
-- Adiós, patito gafotas - exclamó. Soltó una
carcajada y todas las damas de su séquito la imitaron, señalándome con aquellos
dedos inmaculados y llenos de anillos. Estupendo, ya tenía mote. Diez segundos
en mi nuevo instituto y ya tenía un mote que permanecería en las mentes y bocas
de todos los estudiantes hasta, por lo menos, el fin de curso. Debía de haber
conseguido un récord.
Bajé la mirada avergonzada y salí corriendo de
allí, intentando obviar las miradas de mis compañeros que ya cuchicheaban con
más descaro a mi alrededor. El calor inundaba mis mejillas y me sentí algo
mareada. Genial. Simplemente genial.
Llegué finalmente a la oficina de la
secretaria sin ningún otro percance y recogí mis cosas en silencio, sin hacer
preguntas y totalmente inmersa en el mar de pensamientos negativos y
catastrofistas en el que se había convertido mi mente. Tuve que pararme un par
de minutos para intentar aclarar mis ideas y averiguar dónde tenía mi primera
clase. Cuando tuve una idea clara, salí corriendo, sabiendo que iba a llegar
tarde y rogando al cielo porque el profesor también lo hiciera o, por lo menos,
fuera benevolente conmigo.
Estaba girando una esquina, cuando resbalé en
el recién fregado suelo. No había visto el cartel que avisaba de que el suelo
estaba mojado y caí sin remedio, derrapando y llevándome por delante el dichoso
cartel, mientras mi mochila volaba por los aires e iba a parar unos metros por
delante de mi posición para terminar abierta, rota y desperdigando mis
pertenencias sobre el inmaculado suelo del pasillo.
Intentando no prestar atención al lacerante
dolor que se había instalado en mi trasero y en la parte baja de mi espalda,
luché por levantarme y mantener el equilibrio. Avancé despacio por el suelo y
me acerqué al lugar donde estaba el cadáver de mi mochila, que se desangraba
dejando ver todo su interior.
Agradeciendo al cielo que todos mis compañeros
ya estaban en clase, empecé a recoger mis cosas. Estaba a punto de coger mi
bloc de dibujo cuando unas manos finas y morenas se me adelantaron y me
ofrecieron el cuaderno amablemente. Levanté la vista lentamente, recorriendo
con los ojos unos brazos largos, musculosos e igualmente morenos, que se unían
a un torso perfecto cubierto por una camiseta azul marino que se ajustaba como
un guante a su fisonomía. Mis manos comenzaron a temblar y mis ojos, finalmente,
se enfocaron en el rostro más hermoso que había visto jamás en mi vida. Unas
facciones masculinas, finas y marcadas, boca grande de labios carnosos, nariz
recta e igualmente fina, y los ojos verdes más maravillosos del mundo. Del
color de las esmeraldas, enmarcados por unas espesas pestañas negras y
coronados por sendas cejas, rectas y perfectamente delineadas. Sobre su frente
caían mechones negros de una manera descuidada y perezosa y, alrededor de su
cuello se rizaban unos mechones más largos.
Me quedé con la boca totalmente abierta,
embobada y atrapada por su perfecta belleza, sin poder moverme y sin ser capaz
de decir ni una sola palabra.
-- Toma - dijo, con una voz suave y seductora
-
-- Yo…gracias - tartamudeé. Mi corazón empezó
a palpitar y comencé a sudar de lo nerviosa que me encontraba. Había olvidado
dónde estaba totalmente.
-- Esto…bueno…-- empezó a decir. Después se
fijó en el papel que yo aún mantenía sujeto en mis manos -- ¿Eres nueva,
verdad?
No pude hacer nada más que asentir, todavía
embelesada por su presencia. Él me sonrió con benevolencia y comprensión y miró
a ambos lados del pasillo antes de decir:
-- ¿Cuál es tu próxima clase? - preguntó rápidamente.
Carraspeé y me obligué a moverme. Me sentía
rígida y a la vez dolorida. Miré mi horario por centésima vez en los últimos
quince minutos y levanté la mirada para responderle.
-- Literatura con el Sr. Smith - murmuré
-- Mierda – dijo. Su hermoso rostro se torció
en un gesto de desagrado - Será mejor que te des prisa. Anda, vamos, te
acompañaré a su clase -
Antes de que pudiera hacer nada más, cogió mi
mochila y empezó a caminar, dando largas zancadas en dirección opuesta. Yo le
seguí embelesada, me sentía como flotando en el aire y me dejé llevar por
aquella maravillosa deriva. Seguí sus largos pasos con cierto esfuerzo,
luchando por mantenerme a su altura, haciéndome mil preguntas sobre él, y
agradeciendo al cielo mil veces que hubiera permitido que uno de sus ángeles me
rescatara en aquellos momentos tan oscuros y deprimentes para mí.
Demasiado pronto, llegamos a mi destino. Nos
paramos delante de una enorme puerta roja con una pequeña ventana por la que se
podía ver al profesor subido en su tarima, dirigiéndose a unos alumnos que le
prestaban poca o nada atención. El Sr. Smith, imperturbable, serio y totalmente
ajeno a la escasa atención que recibía, señalaba en aquellos momentos algo
escrito en la pizarra.
-- Bueno, aquí es - Dijo mi ángel misterioso.
Nos quedamos mirándonos a los ojos durante
unos breves segundos antes de que él me sonriera de nuevo, con aquella sonrisa
tímida y perezosa y me hiciera un gesto con la cabeza, indicándome mi clase.
-- Será mejor que entres ya. Al Sr. Smith no
le gusta que le interrumpan. Ruega porque no esté recitando o algo por el
estilo, te acribillaría -
Soltó la crítica intentando que fuera una
broma, pero pude escuchar el trasfondo de su advertencia claramente y sentí un
escalofrío premonitorio que no me gustó nada. Literalmente, me eché a temblar. Pero
una mano cálida se posó sobre mi hombro y, en este caso, fui plenamente
consciente de la sensación que me recorrió todo el cuerpo. Armándome de valor,
respiré con más tranquilidad y me dispuse, aunque reticente, a abandonarle.
-- Sí. Tienes razón - le sonreí con timidez y
me sentí como hacía semanas que no me sentía: ligera y tranquila - Esto…gracias
por acompañarme y eso -
Me maldije por no ser más inteligente en
aquellos momentos, pero ¿qué iba a hacer? Ya había gastado todas mis energías
en aparentar normalidad y en olvidar la vergüenza que sentí al verme
despatarrada en el suelo y rescatada por alguien tan magnífico. Esperé ansiosa
a que él dijera algo.
-- Ya, no ha sido nada. Encantado de
conocerte…--
-- África – solté, nerviosa.
-- África – dijo suavemente, pronunciando mi
nombre como en un suave murmullo, deleitándose en cada sílaba - Yo soy Lucas -
Adelantó una mano en un claro gesto de saludo
y bienvenida y yo tuve que hacer malabares con mis cosas para mantenerlas en
equilibrio y poder sostener, suave y brevemente su mano con la mía. Un nuevo
escalofrío recorrió mi brazo en el mismo momento en el que nuestras pieles se
rozaron, y me dio la sensación de que él había sentido algo parecido a juzgar
por el modo en que se quedó mirando nuestras manos durante unos efímeros
segundos.
-- Gracias de nuevo, Lucas – tartamudeé,
insegura, nerviosa y de pronto, muy acalorada. Las mejillas me ardían
encendidas y sabía que él se había dado perfecta cuenta de mi sonrojo.
-- De nada - miró su reloj y suspiró - Tengo
que irme. Supongo que nos veremos por aquí -
-- Sí…eso espero - susurré estas últimas
palabras, pero juraría que él me oyó, pues su sonrisa se ensanchó y un brillo
pícaro apareció en sus hermosos ojos.
-- Hasta luego -
-- Hasta luego - le respondí con voz más
fuerte.
Observé cómo se daba la vuelta y caminaba
deprisa, con aquellos andares despreocupados y elegantes. Cuando llegó a la
esquina, giró la cabeza y me dedicó un leve asentimiento a la vez que una
sonrisa volvía a iluminar su rostro. Me quedé nuevamente embelesada por su
imagen y, luchando por recobrar la normalidad, respiré un par de veces en
profundidad e intenté prepararme mentalmente para lo que estaba por venir.
Sintiéndome más optimista y más tranquila de lo que me había sentido aquella
mañana al despertarme, llamé tímidamente a la puerta del aula y esperé ansiosa
a que el profesor me diera algún tipo de señal, indicándome que pasara.
Antes incluso de haber terminado de llamar, la
puerta se abrió violentamente y tuve que hacer frente a aquél profesor de
rasgos duros y angulosos y de apariencia un tanto de loco y desquiciado.
-- Bien, bien, bien…-- dijo, inclinándose
hacia mí, con el ceño fruncido y restos de tiza en una de sus mejillas y en el
lateral de sus manos -- ¿Sabe usted señorita la hora que es? -
La pregunta era retórica, pero yo me
encontraba tan desorientada y perdida que no pude evitar echar un vistazo a mi
reloj y contestar a su pregunta. Gran error.
-- Las 8:10 - dije, con voz pastosa.
-- ¡Vaya! ¡Pero si tenemos a una graciosilla!
- exclamó, dando unas fuertes palmadas que levantaron unas nubes de polvo de
tiza, haciéndome toser.
Todo el mundo se reía de la situación y yo no
pude por menos que sonrojarme violentamente, bajar la mirada y rezar porque se
abriera un agujero bajo mis pies y la tierra me engullera.
-- Diríjase al pupitre del fondo y mantenga
silencio - dijo secamente el Sr. Smith. Dedicó una mirada amenazadora al resto
de mis compañeros y se hizo un silencio sepulcral - Cuando termine la clase,
hablaremos -
Aquella amenaza hizo que se me pusieran los
pelos como escarpias y me puse a temblar. Andando torpemente, me dirigí al
fondo de la clase, esquivando mochilas, carteras e intentando ignorar los
murmullos incesantes y las miradas escrutadoras de mis nuevos compañeros. Por
el rabillo del ojo capté un movimiento y, levantando por un instante la mirada,
vi a la modelo rubia con la que había chocado antes, haciéndome gestos con la
mano, imitando el pico de un pato y riéndose descaradamente de mí.
Volví a centrar mi atención en los cordones de
mis zapatillas y, cuando llegué a mi sitio, me desplomé sobre la silla, dejé mi
mochila en el suelo e intenté concentrarme en lo que el profesor estaba
explicando en aquellos momentos.
Las clases pasaron con una horrorosa lentitud.
He de decir que la única experiencia desagradable fue la que tuve con el
profesor Smith, el resto de los profesores fueron bastante amables y me
prestaron la atención justa para no abochornarme y agobiarme en exceso. El
hecho más destacado y que hizo que mi día mejorara considerablemente fue, además
de mi primer encuentro con Lucas, el descubrir que coincidía en varias clases
con él. Fue la única luz que iluminó aquél día……y ¿por qué no? seguramente
iluminaría los siguientes. Ilusa, ilusa, ilusa...me decía esa voz interior que a veces aparecía en mi mente para
incordiarme. ¿Te has mirado en el espejo? ¿Le has visto a él? Mierda,
odio cuando lleva razón. Ojalá pudiera darle una patada en el trasero a esa
parte de mí que no hace más que boicotearme. Joder. Ojalá fuera más fuerte, más
segura de mí misma.
Meneé fuerte la
cabeza para intentar eliminar mis deprimentes pensamientos y recogí mis cosas
de mi taquilla, ignorando las miradas escrutadoras, los susurros a voces sobre
la nueva, o sea, yo, y salí a la entrada del instituto, donde me refugié
a la sombra de uno de los enormes robles centenarios que se encontraba junto a
las puertas dobles de hierro forjado.
Llegamos a casa todos alborotados, para
variar, y yo sintiéndome extrañamente feliz. El dolor por la desaparición de
mis padres seguía ahí, claro, y si pensaba en ellos una punzada aguda me
atravesaba el pecho y me dejaba sin respiración; sin embargo, hoy había visto
una pequeña luz al final del túnel en el que me había metido en las últimas
semanas. Sabía el nombre de aquella luz y me daba miedo aferrarme a ella, pero
habiendo sido la única novedad agradable que me había ocurrido en los últimos
días, decidí engancharme a ella. Podría soportar lo que se me viniera encima. O
eso pensaba.
¡Bueno!Eso ha sido todo por hoy...En próximas entradas...Capítulo 5 de Escapando de la Oscuridad y Capítulo 2 de Descubriendo a...África. Además, también espero poder colgar alguna reseña, dado que estoy a medio camino de terminar Memorias de Idhún III de Laura Gallego García. Ya os diré qué me ha parecido la saga al completo.
No dudéis en dejar vuestros comentarios!!!
Muchas gracias por todo.
Un saludo,
Isabella
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