Escapando de la Oscuridad. Capítulo 2

7/3/12

A continuación, y sin más dilación, os dejo el segundo capítulo de mi primera novela, historia o como queráis llamarlo. ¡Espero que os guste!

4 de Marzo de 2010. 6:00 h A. M.
Un susurro recorrió la noche en Roma. Hacía calor a pesar de estar en pleno mes de Marzo. Estos cambios de tiempo volverían loco a cualquiera.
Pam, pam, pam…La quietud de la noche se rompió con el sonido de unos pasos. Las luces de las calles  iluminaron tenuemente la figura de un muchacho que caminaba a lo lejos. Paseaba despacio, tranquilo, seguro de sí mismo, esperando encontrar aquello que más necesitaba en esos momentos.
Una luz más fuerte le iluminó el rosto. Era joven y apuesto. Ojos color azul oscuro, como el de un océano en calma. Los pómulos, marcados. Las facciones rectas, pero delicadas. La barbilla alzada con soberbia. El pelo oscuro como la noche dejaba caer unos mechones rebeldes sobre la frente. Parecía el modelo de una revista, más perfecto incluso. Los pantalones vaqueros, desgastados y rotos en algunos puntos estratégicos, combinaban a la perfección con la chaqueta de cuero negra y las deportivas del mismo color.
En un instante, el muchacho se escabulló y se sumergió en las sombras. Las luces le herían los ojos, y en esos momentos no llevaba sus gafas. Debería volver rápidamente a su casa antes de que el sol hiciera su aparición en el cielo. La luz diurna era bastante peor que la de una simple farola…Podría cegarle.
Un sonido de voces gritando captó su atención. <<Por fin>> pensó. Su cena le esperaba. Al dar la vuelta a la esquina se encontró con una pareja que discutía acaloradamente. Despacio, se fue acercando a ellos. Las voces se hacían cada vez más fuertes. Se paró a observarlos…Un hombre alto, de espaldas anchas, se cernía sobre una hermosa y delicada mujer, gritándola, escupiéndola en la cara, mientras ella se echaba hacia atrás, intentando evitarle.  Sin embargo, no tenía escapatoria, y acabó dando con la espalda en la pared de un edificio. El miedo cinceló las facciones de su hermoso rostro con manos expertas y conocidas.
El joven muchacho se concentró para percibir qué pensaban, pero le costó un gran esfuerzo. Hacía muchas noches que no se alimentaba, y sus dones mermaban a medida que pasaban los días. La chica estaba realmente asustada, pero resignada. No era la primera vez que la pegaban, y ciertamente, no era la primera vez que él lo hacía. El hombre, regodeándose en su furia, en su fuerza, y en la adrenalina que sentía por su cuerpo al notar el miedo que inspiraba en ella, no se percató de que alguien los observaba y se acercaba sigilosamente hacia ellos.
El paseante silencioso se paró durante unos breves segundos para evaluar la situación y observar más detenidamente a aquella pareja, en especial al hombre. No era rival para él. En un abrir y cerrar de ojos, no sabría de qué lado estaba el mundo. <<Tus noches de aterrorizar a los que son más débiles que tú se han acabado, monstruo>> pensó, y se rió con una carcajada queda, pues él también era un monstruo, solo que de otra clase. Peor, más terrorífico.
Se acercó sigilosamente a la espalda del hombre y le tocó el hombro. Un leve toque, apenas un suave roce de sus dedos sobre el trapecio del acosador, pero lo suficiente para que éste notase el cambio en su cuerpo, a pesar de estar tan concentrado en su presa. Se volvió, sorprendido porque alguien le hubiese interrumpido, y más aún porque no hubiera percibido que se le acercaban por detrás. Un rugido se fue formando en la garganta del hombre, la cara contraída en un rictus de furia. Un gesto capaz de aterrorizar a una muchacha desvalida, pero no a él, no a Alex. Él, que llevaba recorriendo el mundo durante demasiados siglos, cazando a monstruos mucho peores y más aterradores que éste.
_ ¿Qué diablos te crees que haces, mocoso?_ le dijo el hombre _ Ya te estás yendo de aquí si no quieres que te de una paliza _ rugió.
_ Primero, no debería tratar así a una señorita _ La voz del muchacho era suave, y muy segura. El hombre se quedó brevemente paralizado. La chica se quedó muda de asombro. Jamás había escuchado una voz así: hermosa, gloriosa, pero terrorífica. Un viento frío se levantó de repente, respaldando las palabras del joven.
El hombre se dio la vuelta con la intención de propinarle un buen empujón al chico. Pero antes de poder siquiera terminar de dar la vuelta, éste se cernió sobre él, haciéndole una llave por la espalda que le paralizó sin posibilidad de escapatoria. La fuerza de los brazos de aquél muchacho era sobrenatural, el tacto de sus manos helado. El terror le paralizó, se abrió paso a través de sus entrañas y provocó una serie de vibraciones por todo su cuerpo.
_ Vete de aquí_ Le dijo el muchacho a la chica. Ésta se quedó quieta por un breve lapso de tiempo, y de repente, sus músculos volvieron a la vida y echó a correr. Un destello rojo había iluminado los ojos de aquél chico, y algo le dijo que debía correr. Correr todo lo que sus piernas y los tacones de aguja de 10 cm. le permitieran, y desaparecer de allí lo antes posible.
El chico observó brevemente cómo la muchacha se escabullía en las sombras. Agarrando fuerte al hombre, lo arrastró a un callejón cercano. No dejaba de resistirse. <<Mejor, más emoción. Que empiece el juego>> Una vez hubo llegado al callejón, soltó al hombre, empujándolo contra la pared. Éste cayó de bruces y se quedó medio sentado, en el suelo. En la caída se raspó las manos y un hilillo de sangre fue resbalando por éstas y goteando al suelo. Levantó la vista, y contempló al chico. Las sombras ocultaban su rostro. De repente, se fue acercando, y se agachó. Un fulgor rojizo le iluminó nuevamente la mirada y un escalofrío del miedo más intenso que jamás había sentido en sus 40 años de vida le recorrió todo el cuerpo. Supo que estaba ante la muerte. Empezó a temblar de la cabeza a los pies, como si hubiera caído en un lago helado. Sus entrañas empezaron a congelarse, el frío empezó a penetrar en su pecho y a ahogarle, como si realmente estuviera bajo el agua fría.
_ Has sido una persona cruel y egoísta, Rafael _ le dijo el muchacho.
Apenas susurraba, pero las palabras sonaron como si las hubiese estado gritando en la cabeza de Rafael.
_ ¿Cómo…? ¿Cómo sabes mi nombre?_ tartamudeó.
_ Sé muchas cosas sobre ti, Rafael. Sé que disfrutas haciendo daño. Sobre todo haciendo daño a pobres mujeres, tan delicadas como María. Pero eso se acabó. Normalmente, no haría esto, pero no puedo dejar que sigas haciendo daño a la gente que te rodea.
_ ¡No! Por favor, haré lo que quieras…lo que sea, pero no me hagas daño_ El terror le inundaba el pecho y apenas podía respirar.
_ ¿Lo que sea? _ dijo el chico con una media sonrisa y un brillo aterrador en los ojos. El hombre no pudo verlos.
_ ¡Sí! Dime qué quieres y lo tendrás. Tengo mucho dinero…
_ Tengo hambre _ dijo sucintamente. Rafael se le quedó mirando momentáneamente extrañado. Intentando ganar tiempo, le soltó lo primero que le vino a la mente.
_ Tengo un restaurante aquí cerca, seguro que hay algo que puedas comer. Puedo abrirlo, y entraremos, y…y… -- No sabía si la mentira iba a surtir efecto, pero tenía que conseguir salir de allí y escapar de él.
Alex sonrió con malicia ante la inútil mentira de aquél ser. Una leve carcajada empezó a brotar de su pecho ante la estupidez de aquél ser débil que tenía a sus pies.
_ No lo entiendes – Le interrumpió – …Tengo sed. Tengo sed de sangre.
El escalofrío del hombre se intensificó de tal manera al oír estas palabras, que la piel se le puso totalmente de gallina, y los pelos de la nuca se le erizaron. Cada vez se sentía más ahogado, las manos de la muerte se aferraron entorno a su torso y empezaron a apretar con fuerza. Su corazón empezó a martillear en el pecho y lo notaba latir con fuerza en la garganta reseca y cerrada y en la cabeza. Su respiración era cada vez más dificultosa, de su boca entreabierta apenas entraba y salía un hilillo de aire borboteando.
Alex se acercó un poco más Rafael, le agarró por los hombros y lo levantó. De lejos, el muchacho había parecido más bajo que el hombre llamado Rafael, pero al estar los dos juntos, se podía apreciar la elevada estatura del apuesto muchacho.
Un breve rayo de esperanza iluminó a Rafael cuando le levantó, pero se disipó rápidamente cuando pudo contemplar de cerca el rostro de aquel chico. El abrazo de la muerte se intensificó y estuvo a punto de caer de nuevo al suelo, si no hubiera sido porque aquél muchacho le mantenía en pie, sujetándole de la parte frontal de la camiseta. Sus manos estaban heladas y dejaron una marca sobre su pecho que él jamás conseguiría ver, ni nadie.
_ Reza algo rápido _ le dijo éste _ Tus días de dominación se han acabado _ Dicho esto, agarró al hombre del cuello, y con un movimiento fluido, rápido y fuerte, le propinó un fuerte golpe que lo dejó inconsciente. Antes de que se cayera al suelo, volvió a agarrarlo y, posando sus labios sobre el cuello del hombre, como si le estuviera besando, le desgarró la garganta con violencia y bebió con ansia del torrente de sangre que fue saliendo a borbotones de la herida. Al final, ya saciado, le rompió el cuello para asegurarse de que no se pudiera volver a levantar jamás.
Tras haber calmado la sed que le atormentaba, se deshizo del cuerpo. Lo tapó con unos cartones, periódicos, y demás basura, y le prendió fuego. Contemplando cómo las llamas lamían su cuerpo vacío y sin vida, se sintió satisfecho.
Casi nunca mataba a sus presas. Había intentado no alimentarse de humanos, pero su voluntad era demasiado débil. Así pues, se alimentaba, pero cuando no le quedaba más remedio. Una vez saciaba su sed, hipnotizaba a la aterrorizada presa para que olvidara lo que le había pasado, y la dejaba débil y confundida. Sin embargo, había excepciones, como la de aquél Rafael. Antes de cernirse sobre sus presas, leía sus mentes, o mejor dicho, observaba sus recuerdos. Cuando leía la mente de un criminal, como Rafael, la más negra de las furias se apoderaba de él y una determinación obsesiva le dominaba. Matar. No podía tolerar que un criminal rondara las calles como si tal cosa. Sabía que no hacía bien al tomarse la justicia por su mano, que en esos momentos, el monstruo era él, pero se justificaba pensando que de esa manera, un monstruo menos estaría aterrorizando a otras personas.
Más fuerte de lo que se había sentido en las últimas semanas, se dio media vuelta, y se marchó, dejando a sus espaldas el cadáver calcinado de aquél asesino. Nadie le echaría de menos.
Al doblar la esquina de la calle donde tenía su última residencia, un presentimiento se abrió paso a través de su conciencia. Algo no iba bien. Se apresuró, y al llegar a su casa, se encontró la puerta entornada. Las luces estaban apagadas. La tenue luz del amanecer empezaba a iluminar tenuemente la fachada de la vivienda. Lo que vio le dejó momentáneamente paralizado. Todas sus cosas estaban revueltas, como si alguien hubiese entrado a robar. Un huracán de destrucción y de muerte había asediado su hogar. El salón, situado a su izquierda mostraba un aspecto deplorable, con los sofás y las mesas volcadas y rotas, las sillas desperdigadas, cuyos asientos, así como los cojines que adornaban los distintos sofás, aparecían abiertos en canal, desparramando sus entrañas por el suelo. Libros revueltos, cuyas hojas habían sido arrancadas, papeles tirados por el suelo, que se fundían con el pulmón de los cojines, jarrones rotos, el escritorio del fondo, tumbado y con varios cajones abiertos. Todas sus pertenencias habían sido derramadas por la estancia. Con una rápida ojeada, intentó averiguar si realmente se habían llevado algo, pero no le dio esa impresión. Más bien parecía como si allí hubiera habido una pelea entre varias fuerzas de la naturaleza. Pero allí no había nadie, no sentía la presencia de ninguna persona. Su hermana no estaba tampoco allí. Isabel debería de haber salido también de caza.
Al subir las escaleras, otro presentimiento le recorrió. Un estremecimiento surgió del fondo de su ser y se instaló, punzante y doloroso, en su corazón. Sintió una presencia que se desvanecía lentamente…Corrió como si le persiguiera el mismísimo diablo y al llegar a su habitación, se encontró con una visión peor que la que había observado abajo. Las cortinas estaban desgarradas, la cama empotrada contra la otra pared. Sus ropas inundaban el suelo. Y al mirar a la esquina del fondo de la habitación a su derecha, vio la figura desmadejada de su hermana Isabel. Ésta permanecía con los ojos cerrados, y una de sus piernas reposaba en  el suelo en un ángulo extraño. Pero lo que le paralizó al verla fueron las heridas. Su rostro antes hermoso, mostraba cortes profundos, como si un tigre le hubiera dado un zarpazo. Su larga cabellera morena, estaba revuelta, y en algunos puntos se veían calvas. Algo la había agarrado y le había arrancado mechones de su hermoso cabello. El cuello y el pecho mostraban las peores heridas. La sangre cálida brotaba de su pecho y de su estómago en un torrente lento y continuo de color carmesí. Consiguió salir de su aturdimiento, y se acercó a su hermana. Ésta, al percibir su presencia, consiguió abrir con un esfuerzo sobrehumano sus enormes ojos.
_ Alex…_ susurró. Su voz era ronca, la energía que siempre la había caracterizado la había abandonado.
_ ¡Isabel!_ gritó Alex. Se acercó precipitadamente a su hermana, y tiernamente y con mucho cuidado le cogió la mano _ ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? _ La angustia se hizo paso a través de su seguridad y cayó de rodillas junto a su hermana. Las lágrimas se agolparon en sus ojos.
_ Alex…--comenzó de nuevo Isabel – Alex…debes huir. Debes hacerlo, o él volverá y te matará.
_ ¡Yo no me voy a ningún lado sin ti! _ La furia se volvió a apoderar de él. Quería matar a quien hubiera hecho eso a su hermana. Pagaría por esto. Pero un miedo sustituyó momentáneamente a la furia. Pues se dio cuenta de que la presencia que antes había sentido desvanecerse no era otra sino la de su hermana. Volvió a enfocar su atención en ella.
_ Debes hacerlo. Sabes que para mí ya es demasiado tarde…He perdido demasiada sangre, y mis heridas son muy graves _ Alex vio cómo a su hermana le costaba un enorme esfuerzo hablarle. Respiraba con mucha dificultad y de manera desacompasada. Desde su posición pudo ver cómo la sangre se vertía cada vez más lentamente por las enormes heridas de su cuerpo. Un escalofrío le recorrió la columna, erizando todo el vello a su paso,  al percatarse de lo que aquello significaba, pero bloqueó la idea e intentó pensar una alternativa, alguna solución.
_ Shhhhhhh…calla, te sacaré de aquí y te salvarás _ Pero algo en su interior le repetía una y otra vez que eso ya no era posible. Y una y otra vez Alex luchaba contra ese sentimiento poniendo todo su empeño y su determinación. Lo contrario… acabaría con él.
_ Alex. No puedo. Aunque no me haya atravesado con una estaca, había algo en … él, en sus dientes, en todo su ser, que impide que mis heridas puedan curarse por sí mismas. Es algo malvado. No es algo con lo que nos hayamos topado antes. Y el poder de su mente…oh, Alex, es demasiado. Su voz…su voz… no permitas… te dominará…potente… muy potente… no le escuches… ¡Huye! _ Tosió tras decir estas frases, y un torrente de sangre manó de su boca. Su piel, ya pálida, adquirió el tono blanquecino de los muertos. La única nota de color la proporcionaba la cálida sangre que había manado de sus labios, dejando un reguero rojizo a su paso.
_ Debe haber algo que pueda hacer…_ suplicó Alex _ ¡No te puedes morir!
Su hermana le contempló y mirándole a los ojos, le dedicó una sonrisa. Le sonreía como siempre, sin miedo, totalmente en paz y feliz. Sus ojos, a pesar del agotamiento, todavía brillaban con intensidad, un mar de estrellas reflejadas en un océano añil. De una belleza sobrecogedora, sus labios sonrosados formaron una perfecta media luna hacia arriba, haciendo que sus ojos se guiñaran en respuesta e inmediatamente. Alex no podía concebir cómo podía encontrar su hermana las fuerzas para sonreír de aquella manera, como siempre lo hacía, y como sólo lo hacía con él, con un profundo amor.
_ Hay algo que puedes hacer por mí…_ volvió a toser, y con un esfuerzo sobrenatural, le dijo – Acaba con mi sufrimiento. Acaba y huye. Y prométeme que te irás y no te enfrentarás a él.
_ ¡No! _ gritó Alex.
_ Alex, mira en mis recuerdos…Verás cómo es y sabrás que es algo con lo que nunca nos hemos enfrentado. Vino aquí, buscándote, y al no responderle, me atacó. Luchamos, pero no pude con él. Alex, es demasiado fuerte. No sé qué querrá, pero parece que anda buscando a alguien que conoces…Debes marcharte antes de que vuelva por aquí.
La respiración de Isabel se iba haciendo cada vez más débil. Alex la contempló más detenidamente y vio cómo la vida iba abandonándola. La luz de su vitalidad se iba apagando lentamente. La miró a los ojos y contempló sus recuerdos. Se quedó rígido de la impresión y de la dureza de éstos. Un hombre alto, de espaldas anchas, y mirada profunda. Inspiraba más miedo que la propia muerte, y el fuego llameaba en sus ojos.
Aterrorizado, abatido y furioso, miró a su hermana. En el breve lapso que duró el contacto visual, la determinación hizo presa de él. La luz de su hermana se iba apagando. Lentamente, cogió un pedazo de madera que se había desprendido de su cama y había ido a parar prodigiosamente a los pies de su hermana.
_ Hazlo_ le dijo ésta _ Por favor…prométeme que te cuidarás y huirás de aquí.
_ Isabel…
_ ¡Hazlo!
_ Lo prometo.
_ Muy bien…_ susurró ella. Sus párpados se fueron cerrando lentamente _ Te quiero, hermanito.
_ Y yo a ti, Isabel_ Cogió la estaca improvisada, y con un movimiento veloz, la incrustó en el pecho de su hermana, justo en el corazón.
Una nueva sonrisa se formó en los labios de su hermana, y en menos de lo que dura un latido, ella ya no estaba ahí. Se deshizo en cenizas doradas y negras, y una brisa que entró por la ventana rota, se las llevó volando.
_ Prometo que tendré cuidado…pero él sufrirá por lo que ha hecho _ dicho esto, Alex salió de su habitación, con la cabeza gacha, pero el paso seguro de quien tiene un nuevo propósito en la vida.
Salió corriendo, más veloz que un tornado, y antes de que el sol hubiera terminado de hacer su aparición en el cielo, él ya estaba fuera de la ciudad. A sus espaldas, una fuerte llamarada y una terrible explosión devoraron la que hasta entonces había sido su casa.
Se refugió en un bosque a las afueras, y descansó por unas horas. La tristeza, el dolor y la furia ante la pérdida de su hermana, le rasgaron en lo más profundo de su ser, hiriéndole como nadie lo había hecho jamás. Tuvo que tumbarse para intentar recomponerse y organizar sus pensamientos dispersos. Él le perseguía… pero ¿Quién era aquél monstruo?... No, Ángel no…acabó con él hace demasiado tiempo, y además, Ángel no se parecía al hombre de los recuerdos de su hermana… Éste ser era más antiguo y poderoso que Ángel, mucho más. Un sentimiento horrible se abrió paso a través de su pecho, quemando todo lo que encontraba a su paso y dejando una tremenda sensación de vacío, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí mismo, dejando un enorme agujero en el centro de su ser. ¿Y quién es la persona a la que él se supone que conoce? ¿Qué es lo que él puede buscar de esa persona? Si la está buscando, que Dios la ampare, pues no tiene escapatoria. La encontrará y… acabará peor que Isabel, seguro. Con este último pensamiento, cerró los ojos e intentó relajarse, necesitaba recuperar fuerzas.
Se sumió en un sueño intranquilo. Se encontraba en un tren desconocido. En el vagón sólo se encontraba una chica en el fondo, y él, en el otro extremo. El tren hizo una parada, y una voz, en español, anunció el nombre de la estación. Recorrió rápidamente con la mirada el vagón y sus ojos se clavaron en la chica del fondo del vagón. Era morena, con unos enormes ojos tan negros como su cabello. La boca pequeña, aunque de labios carnosos. Pero lo que le atrapó fue su mirada: mostraba un miedo sobrecogedor. Algo le hizo levantarse y dirigirse hacia ella. No podía soportar ver ese miedo apoderándose de ella. Se fue acercando poco a poco, cuando se dio cuenta de que la muchacha miraba más allá de él. Al darse la vuelta para observar qué era lo que le producía tanto miedo, le vio a él. El asesino de su hermana se acercaba con paso lento hacia ella. No podía permitirlo. Esa muchacha no podía sufrir, no podía pasar por lo mismo. Su corazón era bueno, y la luminosidad que despedía casi le hería los ojos. Un instinto protector le dominó. Al acercarse a la muchacha, ésta echó a correr, y él por miedo a que el asesino hiciera lo mismo, salió tras  ella para poder protegerla…Atravesaron los vagones corriendo. Y cuando ya estaba casi a su alcance, ésta se dio la vuelta y gritó.
Se despertó sobresaltado por el chillido de la muchacha. De repente, una fuerza sobrenatural le impulsó a ponerse de pie y a salir de su escondite. Sabía que el sueño no era tal. Sabía que debía hacer algo. Se desperezó y echando una breve mirada a su alrededor se despidió del país que había sido su hogar en los últimos 100 años. Se disponía a encontrar a una muchacha a la que no conocía, movido por un sueño premonitorio. Partía rumbo a España, a Madrid, más concretamente. Empezaría por la capital, pues algo le decía que debía ir allí.

Viernes 4 de Junio de 2010.
Alex había llegado hacía unos meses a Madrid. El instinto de venganza aplacado de momento. La urgencia por encontrar a la muchacha de sus sueños le dominaba.
Todas las noches la veía en sus sueños. Era como un ángel. Una luz dorada la iluminaba y hacía lo mismo con todo lo que los rodeaba. Y aunque no podía verle el rostro pues la luz le hería los ojos, sabía que era ella. En los sueños, ya casi nunca aparecía el asesino de su hermana. A veces, cuando lo hacía, simplemente se dedicaba a permanecer quieto, y cuando ella se percataba de que él estaba cerca, se desvanecía.
El miedo por no poder encontrarla le hacía sentir una enorme opresión en el pecho. Pero sabía que nada le había pasado aún, pues de lo contrario no soñaría con ella. Se decía esto una y otra vez, y una y otra vez volvía a salir en su búsqueda.
Hasta que un día, aproximadamente un mes después de haber huido de Roma, se la encontró como por casualidad en un tren, en Madrid. Ese día el impulso de la búsqueda había vuelto intensificado, y se dejó guiar por sus instintos. Y allí estaba ella. Sentada en el fondo del vagón, como en sus sueños, se dedicaba a garabatear en un cuaderno.
Sabía que era ella. El rostro, enmarcado por la oscura cabellera, estaba iluminado por una fuerte luz. No había contemplado una luz tan fuerte jamás. Era como el sol: brillante, dorada, vital y cegadora. Los ojos, con aquellas pestañas tupidas miraban hacia el bloc de dibujo que estaba apoyado sobre sus piernas.  La mano derecha sujetaba un lapicero que fluía distraídamente sobre el papel, haciendo pequeños trazos inseguros. De repente, levantó la mirada y la dejó vagar por el tren, sin mirar a nadie, sin ver nada que estuviera allí. En ese momento, un hormigueo recorrió el cuerpo de Alex, pasando por la columna y alojándose en el estómago.
Y el instinto protector se hizo dueño de su cuerpo de nuevo. Debía averiguar todo lo que pudiese sobre ella, << para poder protegerla>> se dijo. Pero había algo más. Algo que no podía discernir y que había cambiado en él.
Con ese pensamiento, la había seguido todos esos días. Se había propuesto ser su guardián. Averiguó que casi todos los días se dirigía al Hospital de Fuenlabrada a realizar las prácticas de la carrera que estaba cursando: psicología. Con sus encantos naturales le sonsacó la información a una enfermera de la planta donde ella estaba haciendo sus prácticas.
Todos los días, a la misma hora, salía del hospital y cogía el tren en la dirección contraria para dirigirse a su casa. Así consiguió averiguar dónde vivía. Vivía en el sur de Madrid, en un pueblo con más pinta de ciudad llamado Alarcón y durante el largo trayecto siempre se distraía con algo, ya fuera leyendo, dibujando o escuchando música. En más de una ocasión había pasado por su lado y observado fugazmente sus dibujos. No lo hacía mal, aunque los trazos eran más bien inseguros.
En los últimos días se había dado cuenta de que la muchacha estaba más distraída de lo habitual. A veces, se tocaba las sienes nerviosamente, como si le dolieran.
Se percató de que siempre iba sola, y casi nunca la vio coger el móvil y hablar con él, como hacen casi todos los seres humanos. Era pues, una chica solitaria.
Pero algo en su actitud le hizo pensar que la soledad era elegida, no azarosa. Nadie como ella podría estar sola si no fuera por propia voluntad. Al mirarla con detenimiento, le embargó una sensación extraña. Emanaba no sólo esa luz cegadora y la bondad que habían hecho presa de él, sino una tristeza abrumadora. Aunque había elegido la soledad, se sentía muy triste. Eso le afectó tremendamente.
Aproximadamente a mediados de Abril hizo uno de los descubrimientos más emocionantes. Averiguó su nombre.
Estaba siguiéndola una tarde, cuando al llegar a la esquina de su urbanización, ella se paró en seco. Alguien la llamaba. Alex se quedó oculto tras un árbol de la calle, a unos doscientos metros de donde estaba Laura, observándola, escuchándola.
_ ¡Laura! _ dijo una mujer. Dedujo que era su madre y acertó. Ella se acercó a ésta, y le dio dos besos cariñosos en las mejillas.
_ ¡Hola mamá! ¿Adónde vas? _ le preguntó a su madre. Un estremecimiento recorrió a Alex al escuchar el sonido de su voz. Nunca antes la había oído hablar. Tenía una voz dulce, suave. Este insignificante hecho le paralizó. Hablaba a su madre con cariño y devoción.
_ A casa de la abuela. Tu padre se ha ido a Madrid a hacer unas cosas, así que le veré después allí. Tienes comida preparada en la cocina, sólo tienes que calentártela.
_ Ah, vale. Bueno, ten cuidado. Me voy, tengo hambre y estoy cansada _ Alex pudo notar que era cierto lo que decía. Al menos lo último. El cansancio se hacía patente en su voz y aquél sentimiento protector volvió con fuerza _ Dale un beso de mi parte a la abuela.
_ De acuerdo _ le dijo su madre.
Laura se acercó de nuevo a su madre y le volvió a dar dos besos en las mejillas.
<<Laura…hermoso nombre…y hermosa voz>> Se dijo Alex. Sin saber cómo, se había quedado como hipnotizado. La escena simple y humana que había contemplado le había abrumado. Pero sobre todo era la sensación que le había embargado al observar a Laura hablar y mirar a su madre: el profundo cariño y amor que sentía ésta hacia su madre era como una fuerza poderosa, un torrente que arrasaba con toda la maldad que había a su paso. No había sido jamás partícipe ni observador de tanta bondad en un solo ser humano. Hizo que un pensamiento fugaz inundara la mente: eliminar la maldad de sí mismo, intentar ser mejor…”persona”. Se imaginó rodeándola con sus brazos, abrazándola y atrayéndola hacia su pecho, para sostenerla y oler su dulce fragancia…Agitó la cabeza, confundido. Ninguna humana le había afectado de aquella manera en toda su existencia.
La observó adentrarse en el umbral de su casa y de nuevo la soledad y la tristeza hicieron mella en él. Siempre había sentido que no encajaba en este mundo, ni cuando era humano, ni después de su transformación. Sólo, vacío y diferente, había vagado por el mundo con la única compañía de su hermana Isabel. Gracias a ella había merecido la pena seguir adelante, descubrir el mundo y disfrutar de las ventajas de su condición. Sin embargo, desde la muerte de Isabel, había caído en un pozo oscuro del que le estaba costando mucho salir. Y si no fuera por su nuevo propósito – proteger a la chica llamada Laura y vengar la muerte de su hermana – no se habría molestado siquiera en intentarlo. Habría intentado matarse de hambre o se habría clavado él mismo una estaca en el corazón. La luz solar, sin embargo, aunque le hería los ojos, no tenía efecto sobre él. Su hermana y ella eran de los pocos de su raza que podían caminar durante el día, sin que el sol les hiciera daño alguno. Se les llamaba “extraños” y, aunque en el pasado le había molestado que se refiriesen a él con ese término, ahora le daba igual y disfrutaba plenamente de sus ventajas.
Al conocer a Laura había experimentado otro tipo de sensaciones más fuertes y desconocidas para él que hacían que su propósito se quedara corto. No sabía expresarlo, pero hubo algo en los ojos de aquella chica que le hicieron desear con todo su ser estar más cerca de ella que nunca.
Pero cada día la veía meterse en su casa y desaparecer, y entonces volvía a caer en el pozo oscuro. Pero el pozo ya no estaba totalmente negro y vacío: una luz se adivinaba en lo alto. Sabía que la volvería a vislumbrar en pocos minutos si conseguía verla a través de la ventana de su habitación, o en cualquier caso, al día siguiente. La esperaría y sigilosamente la seguiría. Estaría con ella en cada paso del camino. Sería su ángel de la guarda para toda la eternidad si era necesario. Aunque la esperanza de verla se veía empañada por la tristeza de no poder hablar con ella. No se veía capaz de hacerlo. No podía ponerla en tal peligro.
Pasaron los días, Abril dijo adiós y Mayo pasó raudo, certero, trayendo y dejando a su paso temperaturas mucho más cálidas. Una mañana de principios de Junio sucedió algo aún más emocionante que el descubrimiento del nombre de aquella chica: Había tenido un breve y prácticamente insignificante contacto con ella. Había salido antes que ella del tren en la estación donde se bajaba para dirigirse al hospital, cuando se percató de que la muchacha tardaba más de lo habitual en salir del vagón. Un tanto agobiado, se quedó parado en el andén de la estación, expectante. Al final, ella salió apresuradamente del tren, corriendo, con el bolso abierto y medio sosteniendo un cuaderno que estaba introduciendo precipitadamente en el bolso a medida que corría. En su escapada, salió despedida como un huracán y prácticamente se llevó por delante a Alex. Sin mirarle a la cara, ya fuera por vergüenza o algún otro sentimiento, murmuró quedamente un <<lo siento>> y continuó su camino. En el breve instante en que sus cuerpos chocaron, corrientes de frío y calor abrasador, todo a la vez, recorrieron el cuerpo de Alex, haciéndole estremecerse. Y el breve comentario pidiendo disculpas en un susurro fue demasiado para él. No había sentido nada así jamás. Y ella no sabía que se había chocado con el que desde hacía mes y medio se había proclamado su ángel de la guarda.
Por la tarde, la había seguido como siempre hasta su casa y se había escondido tras el mismo árbol desde el que oyó por primera vez cómo su madre la llamaba, hasta que entró por la puerta de su casa.
Después, Alex salió de su escondite y se dirigió a aquél punto estratégico donde era capaz de vislumbrar la habitación de Laura y observarla desde lejos – siempre que las cortinas permanecieran abiertas – y de esta manera vigilarla.
A mitad de la tarde se puso tenso, pues la oyó gritar, pero sólo fue un momento, y después la oyó hablar tranquilamente con sus padres, preguntándoles por su día y disculpándose con su padre. Se preguntó de qué tendría que disculparse alguien como ella. No era capaz de comprender que alguien así pudiera hacer algo por lo que tendría que pedir perdón. No era posible.
La noche hizo su aparición y Alex decidió ir a cazar. Intentaría cazar algún animal de las cercanías – había parques bastante grandes y no muy lejos una reserva de caza – y si eso no bastaba para saciar su sed – lo cual era habitual, puesto que los animales no eran su fuerte –  iría en busca de algún maleante o chica descuidada, tomaría lo que necesitase de él o ella y se marcharía después de dejarlos convenientemente confundidos e hipnotizados.
Entrada la noche, una vez saciada su sed, volvió a su parapeto para observar la ventana de Laura. A eso de las seis de la madrugada del sábado, escuchó un grito y permaneció alerta, y aunque la persiana estaba bajada, pudo ver cómo se encendía la luz de su habitación, pues pequeños haces de luz se escapaban por las rendijas de la persiana, iluminando con finos rayos la oscuridad circundante. Se sintió momentáneamente confundido y nervioso. Preocupado, sería la palabra, por aquello que pudiera haber perturbado la paz de Laura y haberla despertado, <<otra vez>>. Se había dado cuenta de que desde su llegada – por lo menos –  ella solía despertarse por las noches. Dedujo que estaba pasando por algún mal momento y tenía pesadillas, lo cual le entristecía y preocupaba aún más. Deseaba ser capaz de eliminar los malos sueños y las preocupaciones que atormentaban a la joven muchacha.
Al poco rato, Laura volvió a acostarse y las luces se desvanecieron. En la oscuridad, Alex continuó observando, escuchando.




Bueno, ahí está. Espero que lo hayáis disfrutado.

Un saludo.

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