Recopilación Caps 1- 5 Escapando de la Oscuridad

4/5/12

¡Buenas y tormentosas tardes de viernes! Me encontraba en mi habitación, aprovechando el mal tiempo y algo de inspiración para escribir cosas nuevas, cuando me he dado cuenta de que llevo mucho tiempo sin postear nada...Y he decidido hacerlo.
Hoy, me he inclinado por hacer una nueva entrada donde he recopilado los cinco primeros capítulos de mi "novela" Escapando de la Oscuridad, para aquellos que todavía no los hayáis leído, así tendréis la oportunidad de hacerlo sin tener que ir de post en post buscando los capítulos anteriores. Mañana tengo pensado postear el sexto capítulo y, tal vez, el segundo de la otra novela que estoy compartiendo con vosotros "Descubriendo a...África"
Hoy he empezado a escribir otra historia y tengo empezadas muchas...espero poder ir terminando algunas y continuando otras...Lo siento, tengo una mente muy inquieta y la inspiración es así, surge y punto. Al menos en mi caso.

Sin más...Os dejo con los susodichos cinco primeros capítulos de Escapando de la Oscuridad.


CAPITULO UNO

            4 de Marzo de 2010. 6:00 h. A.M.
            El viento susurraba una canción sin fin en una noche sin estrellas. En la lejanía, el eco del graznido de algún ave nocturna, nada más. El silencio reinaba y en la calle, sólo los leves rastros de la actividad diurna se movían mecidos por la brisa fría y cortante. No había más vida en el exterior que las de los pequeños roedores y gatos callejeros, ambos luchando por su supervivencia. Aquella noche, parecía como si todo el mundo hubiera decidido recluirse en sus casas. Inconscientemente sabían que no debían rondar las calles, no esa noche.
            No muy lejos de aquél lugar, en una habitación a oscuras, una chica se despertó gritando, y el silencio de la noche se vio rasgado como si un cuchillo lo hubiera atravesado violentamente. Aquella era la madrugada del día de su cumpleaños. Cumplía 23. <<Menuda forma de empezar el día>> se dijo, <<con una pesadilla>>. No recordaba exactamente el sueño, sólo que estaba en un tren y alguien la perseguía. Al darse la vuelta para observar a su perseguidor, el horror se abrió paso en el sueño y se despertó gritando. Un jadeo, la respiración entrecortada como si llevara corriendo horas, apenas unas gotas de sudor caían por su frente, empapando su rostro, todos ellos leves vestigios de la horrible pesadilla. Y por más que intentaba recordar su rostro, aquello que la había hecho gritar de terror, algo en su mente se lo impedía. Un aviso. <<Déjalo estar, Laura, déjalo>> pensó la chica. << ¿Qué necesidad de seguir atormentándose?, ¿No has tenido suficiente con la pesadilla o qué? >> continuaba clamando la parte más protectora y racional de su mente. Pero había algo escondido detrás, una sensación, algo que le decía que aquello era importante, que debía saber qué era. Su instinto la estaba poniendo sobre aviso, pero ¿sobre qué?
            Con un leve gruñido y después de asegurarse de que sus padres no la hubieran oído y se hubieran despertado también, se levantó de la cama y fue a la cocina a tomarse un gran vaso de agua fría. Eso siempre la hacía sentirse mejor y así conseguía desechar los malos pensamientos y relajarse. Después se dirigió al cuarto de baño a echarse un poco de agua fría en su rostro. El enorme espejo de la pared sobre el lavabo le devolvió el reflejo de una chica joven, de rostro alargado, con unos pómulos marcados y ligeramente prominentes, la nariz fina y recta, la boca pequeña pero de labios carnosos y unos grandes ojos oscuros enmarcados por unas pestañas igualmente oscuras y tupidas. Aquellos ojos la miraban con desconcierto y con sueño, mucho sueño. Unas ojeras comenzaban a marcarse bajo éstos, fruto de las más que frecuentes noches de poco descanso. Se recogió la larga melena morena en una coleta antes de lavarse la cara. Una vez terminado el ritual, volvió a mirarse en el espejo y se despidió de la chica del reflejo con apenas un encogimiento de hombros. Ya más tranquila y con la mente libre de imágenes aterradoras, se fue de nuevo a su habitación, saltó sobre su cama y se metió entre las calentitas sábanas. Con un bostezo apagó la luz de la lamparilla de su mesita de noche y se durmió casi instantáneamente, abrazando un sueño tranquilo, sin pesadillas. Al día siguiente no recordaría nada de lo acontecido aquella noche, ni siquiera esa sensación de alarma.
Viernes 4 de Junio de 2010.
Laura tenía dolor de cabeza. Sentada en el tren que la llevaba al hospital, se tocaba las sienes en un gesto impaciente con la intención de calmar esa sensación atronadora que le lastimaba la cabeza. Parecía como si le fuera a estallar la cabeza en mil pedazos, como si le dieran con un martillo una y otra vez. Siempre le pasaba igual cuando discutía con alguien, en especial cuando lo hacía con sus padres. Los quería tanto…pero a veces conseguían sacarla de sus casillas. Sobre todo últimamente. Notaba que su humor estaba alterado, que cambiaba con facilidad, y no podía dar una explicación clara a tal suceso.
            Aquella mañana, antes de irse de casa para dirigirse al hospital donde realizaba las prácticas de la carrera, estaba liada con su ordenador, viendo un capítulo de su nueva serie favorita, una de vampiros, hasta que llegó su padre. Hoy era el aniversario de boda de sus padres, y éste quería que le sacara unas entradas para ir al teatro por internet.
            <<Menudo fastidio>> pensó Laura, pero hizo lo que su padre le pedía. Cuando ya estaba eligiendo las entradas, llegó su madre y dijo que ella no quería ir al teatro.
_ ¿Os queréis poner de acuerdo? _ dijo Laura.
_ Tu padre no quiere coger el coche _ Respondió su madre.
_ Papá, haz el favor de coger el coche e iros a pasar el día a algún lado.
_ No son horas de salir con el coche, ya es tarde. Además, no quiero pasarme todo el día conduciendo.
_ Bueno, pues cuando os hayáis decidido, decídmelo _ dijo Laura.
            Sus padres se fueron de la habitación y ella cogió el ratón del ordenador y anuló la venta de entradas. Tenía prisa y sus padres solían tardar en decidirse. Al poco rato, volvió su padre pidiendo que le sacara finalmente las entradas.
_ Papá, tengo que irme. ¿No puedes cogerlas en la taquilla? _ dijo Laura en tono seco. Siempre le hacían lo mismo. La iban a volver loca.
_ Ya veo…Tú a lo tuyo, como siempre. Nunca hagas lo que te pidan tus padres _ Respondió. La injusticia de sus palabras la hirió profundamente y un ramalazo de rabia recorrió su cuerpo. Si bien casi siempre se quejaba un poco, acababa haciendo lo que sus padres querían. Tuvo que respirar para intentar tomar el control de sí misma, pero no lo logró. La noche anterior no había dormido del todo bien, otra vez debido a los incesantes sueños, y su humor cambió repentinamente. Al final, explotó.
_ ¡Cuando lo hayáis decidido, haced lo que queráis! Yo tengo que irme. No me puedes pedir esto en el último momento…¡Y si no hacéis nada, no echéis la culpa a los demás! _ Con un gesto enérgico y furioso, cogió su bolso, sin preocuparse siquiera en apagar el ordenador y salió de su habitación como un huracán.
            Cuando llegaba a la puerta de su casa, oyó los gritos de su madre, quien la estaba diciendo algo, pero no la escuchó. Abrió la puerta, y salió a la calle dando un portazo.
            Ya en la calle, se sintió algo mejor, pero también peor. No le gustaba discutir con sus padres, la hacía sentirse fatal.
            Sentada ya en el tren, no hacía más que darle vueltas a la cabeza a lo que había pasado, preguntándose si alguna vez conseguiría controlar su genio. Se ahorraría muchos quebraderos de cabeza y más dolores. El dolor no hacía otra cosa que aumentar, por lo que acabó cogiendo un cuaderno y un lápiz y se puso a dibujar distraídamente. Dibujar siempre conseguía relajarla. No es que lo hiciera muy bien, pero por lo menos se distraía. Durante un período corto de tiempo, olvidaba su mundo, sus problemas, y se abstraía de tal manera que a veces le costaba recordar hasta su propio nombre. Siempre que dibujaba algo bueno a sus ojos, ponía la fecha, lo firmaba y lo guardaba en un bloc, junto a los demás dibujos elegidos. A menudo pensaba que tal vez algún día conseguiría pintar algo realmente bueno, que atrajera la atención de los demás y provocara exclamaciones de asombro y admiración. Pero inmediatamente su sueño se venía abajo. << No eres buena, no sabes pintar, qué tonterías piensas>> Ante ese pensamiento, cerraba el bloc y se desmoronaba.
            Otra de sus aficiones era leer y ver series de televisión en su ordenador, en la soledad de su habitación. Sus géneros favoritos eran la ficción, la fantasía y las historias de amor juveniles. Entre sus últimas adquisiciones, varias sagas de libros sobre vampiros. Se sentía terriblemente atraída por el sempiterno vampiro torturado por su naturaleza, misterioso y oscuro, dulce pero también terrorífico. Aquél que se resistía a lo que era y luchaba contra sí mismo y su destino, y que acababa enamorado irremediablemente de la pobre y frágil humana.  Uno de sus sueños era ser esa afortunada humana y encontrarse con ese ser de fantasía, rendirse a él y vivir con él para toda la eternidad. Sabía que no era algo normal pensar así, pero al fin y al cabo, ella sabía que sólo eran simples sueños, irreales, así que ¿por qué preocuparse?
            De repente, una voz monótona y mecánica sonó por el vagón del tren, anunciando la parada en la que se tenía que bajar. <<Se acabó la ensoñación>> pensó, mientras veía como el tren hacía su entrada en la estación. Echó una última ojeada a su dibujo, y se quedó atónita. << ¿Otra vez?...>> Por enésima vez en este mes, había vuelto a dibujar el mismo rostro, la misma persona. La única diferencia era que esta vez estaba más claro que las anteriores, más nítido.  Un rostro duro, pero aún así de facciones dulces y delicadas, que parecían haber sido cinceladas por las mismísimas manos de Miguel Ángel. Los ojos profundos, pero brillantes, inteligentes, cuya mirada era capaz de traspasarla aun desde el papel y provocarla un estremecimiento que recorría toda su columna vertebral. Desde el cuaderno, aquél rostro perfecto la contempló, y le dio la sensación de que la quería decir algo con la mirada.
            << Estás loca. Realmente estás perdiendo la cordura…>> se dijo a sí misma, pero tomó el dibujo y no lo rompió. Lo guardó en su bolso apresuradamente. Tenía la sensación de que era de vital importancia, por lo que no lo tiraría. Algo en su interior le indicó que tenía un significado oculto.
            Debido a la impresión que le causó su propio dibujo, tuvo que salir corriendo antes de que las puertas se cerraran y se pasara de estación. Bajó del tren con el corazón desbocado por la carrera y casi se da de bruces con un chico que esperaba en el andén.
_ Lo siento_ murmuró rápidamente Laura. Cuando hubo pasado al chico, se subió a las escaleras mecánicas y se paró para tomar aire. 
            Por fin, una vez tomado de nuevo el control sobre su cuerpo, y con su estado de ánimo algo más calmado, salió de la estación y se encaminó con paso cansado al hospital.
            Una vez penetró en el gigantesco hospital, el dolor de cabeza, antes aletargado, se intensificó. Hacía ya algunos años que se había percatado de algo extraño pero a la vez curioso: cuando se encontraba con gente que sufría, ya fuera física o mentalmente, su cabeza comenzaba a dolerle, lo cual era más a menudo de lo que a ella le gustaría. El dolor se presentaba como un fuerte latido en las sienes, como si llamaran a la puerta de una casa, una señal. Siempre era más intenso cuando se encontraba rodeada de mucha gente, especialmente en lugares donde las personas sufren, como en los hospitales. Por ello, había elegido la soledad en su vida y se había decantado por estudiar Psicología, algo contradictorio. Podría haber elegido estudiar Medicina, pues en el instituto no había habido asignatura que se le resistiera. Era una de sus pocas virtudes: se le daba bien estudiar. Pero las agujas no eran su punto fuerte, precisamente, y había tenido que convivir demasiado tiempo con las enfermedades. Así pues, se decantó por la Psicología, con la intención de ayudar a calmar el “dolor mental” de las personas, y hacer así su sufrimiento más llevadero.
Desde el momento en que comenzó las prácticas de la carrera, vislumbró un pequeño cambio, un rayo de esperanza. Tras  una sesión con un paciente, éste se marchaba algo más calmado, y el palpitar de sus sienes se atenuaba, al menos hasta que entraba el siguiente paciente. Encontraba una gran satisfacción al ver cómo las personas se sentían mejor al hablar con alguien, y había encontrado una especie de medicina para ella misma.
El día transcurrió con total normalidad, y Laura se sintió un poco más feliz. Pero una vez en la soledad de las calles atestadas de gente, un sentimiento de tristeza muy profundo la embargó.
Llegó a la estación del tren y se sentó impaciente en un banco a esperar. Siempre había detestado la espera. Esperar le producía malestar, se ponía nerviosa, se le hacía un nudo en el estómago que no podía controlar. Por fin llegó el tren, se subió corriendo, como si se le fuera la vida en ello y se dirigió al fondo del vagón, como siempre. Allí se sentó espatarrada. Le gustaba la tranquilidad y la privacidad de los espacios poco concurridos. Odiaba y amaba al mismo tiempo la soledad.
Distraídamente, sacó de nuevo el dibujo que había garabateado por la mañana y lo volvió a mirar, preguntándose si lo que había sentido esta mañana al observarlo no habría sido fruto de la noche sin dormir. Pero, en cuanto sus ojos se clavaron de nuevo en aquél rostro, el mismo estremecimiento que había sentido esta mañana se apoderó de ella, recorrió su columna y se alojó en su estómago. Con un esfuerzo casi sobrehumano, y un cosquilleo en la coronilla, consiguió levantar la mirada, pero inmediatamente se quedó atrapada por unos ojos que la contemplaban fija e intensamente desde el otro extremo del vagón. Un muchacho la observaba. Llevaba unas gafas de sol oscuras, y aún así, supo que la estaba mirando. Algo dentro de ella se lo decía, no sabía cómo, pero estaba al cien por cien segura de que llevaba un rato mirándola. No era la clase de mirada casual que se lanzan las personas cuando entras dentro de su campo visual. Utilizando toda la fuerza de la que fue capaz y con toda intención, Laura le devolvió la mirada. En ese preciso instante, el muchacho la liberó de su hechizo, apartando rápidamente sus ojos de los de ella. Se comportó con naturalidad, como si no llevara un buen rato observándola, como si hubiera sido totalmente inocente.
El tren hizo una nueva parada, y en un abrir y cerrar de ojos, el chico desapareció. Por un breve lapso de tiempo, Laura pensó que se lo había imaginado. Al fin y al cabo, siempre había estado un poco loca. Inmediatamente desechó la idea de la imaginación. La sensación que había recorrido su cuerpo al observar al chico había sido demasiado real. Con su mirada, el chico la había querido decir algo. Aún permanecía el hormigueo en su cuerpo, el nudo en el estómago, el calor abrasador que sentía en sus ojos.
Llegó a su casa y afortunadamente, estaba vacía. Sus padres finalmente se habían ido a celebrar su aniversario. No tenía ganas de enfrentarse a ellos de nuevo, y así podría disfrutar de la soledad de su hogar, una vez más.  Se sentía en cierto modo feliz. Era extraño, pero desde hacía tiempo no encontraba alivio en la compañía de la gente. Poco a poco, fue perdiendo el contacto con sus amigas del instituto y de la universidad. A veces hablaba con ellas, pero las conversaciones se habían vuelto de lo más banales, en gran parte por su culpa. No tenía nada que contar y no tenía ganas de hablar. Y poco a poco, se fue sumergiendo en sí misma, en su soledad. Sin embargo, había muchos momentos en los que echaba de menos el calor de la gente, las risas de sus amigas. Por un rato, cuando estaba con ellas, sentía que encajaba. Pero una vez en casa, se daba cuenta de que no era así. Nunca había encajado en el colegio, en el instituto, en la universidad…incluso en su casa.
Por todo ello, recurría a la lectura y a las series de televisión para calmar su soledad, y así vivir en un mundo fantástico donde podría encajar y ser la protagonista. Pero también se enfadaba consigo misma, pues ¿Cómo iba a encontrar a aquella persona con la que compartir su soledad si no mantenía un mínimo contacto con el mundo real?
Con estos pensamientos, frustrada, se instaló en la cocina con su nuevo libro y se dispuso a comer. De repente, cuando abrió el libro, una hoja de papel doblada cayó al suelo. Cuando la abrió para ver de qué se trataba, se quedó petrificada: se trataba del dibujo que había garabateado esa misma mañana. Pero no podía ser, juraría que lo había guardado dentro del cuaderno que llevaba consigo en el bolso, y no en el libro, pues éste no había salido de casa. Al principio pensó que debía de ser otro de los muchos dibujos que había realizado este mes, pero inmediatamente desechó la idea al contemplar aquellos ojos que la volvieron a hipnotizar. En ese preciso instante la misma sacudida eléctrica recorrió su columna. Por un momento, se quedó petrificada. Después, enfurecida consigo misma, se levantó, se dirigió a su habitación, abrió el cajón que tenía cerrado con llave en su escritorio, cogió el bloc y metió el dibujo.
Con una fuerte sensación de opresión en el pecho, volvió a cerrar el cajón y se fue a comer. <<Definitivamente, estoy perdiendo la cabeza. ¿Cómo habrá llegado el dibujo al libro?...Debo de haberlo cogido sin darme cuenta…pero, ¿Por qué?>>
Con ese pensamiento dándole vueltas, terminó de comer.
Ya tumbada en su cómoda cama, Laura se relajó. Pensó en coger de nuevo el libro y leer un rato, pero al final eliminó esa idea de su cabeza al notar una enorme pesadez en sus ojos. Llevaba muchas noches sin dormir bien, soñando, y se levantaba exhausta. Rendida, sus ojos se cerraron lentamente, y al final, se durmió.
De nuevo, estaba en el tren. Al principio creía estar sola, pero de repente, algo se movió al fondo. Vislumbró una figura. El mismo muchacho. Y tal como le había sucedido, la mirada del chico la hipnotizó. La miraba intensamente. Aun a través de las gafas oscuras, Laura sabía que el poder de su mirada podría quemarla. Con más valor del que sentía, le sostuvo la mirada, haciendo acopio de todas sus fuerzas. Quiso hablarle, pedirle una explicación, pero algo en él se lo impidió. Había algo en su actitud que la hacía pensar que él tenía algo muy importante que decirle.
De repente, el chico hizo un breve movimiento, un pequeño cambio en su actitud y un dolor intenso la asaltó. Otra vez la cabeza. Laura pudo liberarse momentáneamente del poder de su mirada y contemplar al chico. Advirtió pequeños pero importantes detalles: Tenía una cara arrogante, pero bonita. Las facciones rectas, delicadas. La boca era grande y los labios carnosos se fruncían de tal forma que Laura pensó que el chico estaba sufriendo. Se lo dijeron sus labios e inmediatamente encontró el origen de su dolor de cabeza.  Contempló al joven con detenimiento. Lo encontraba extrañamente familiar. No podía saber si era alto o bajo, puesto que estaba sentado, pero la anchura de sus hombros, el cuello largo y esbelto, el tamaño de su tronco, le indicaron que podría medir cerca del 1.90 de estatura. La camiseta de manga larga negra se ceñía a sus brazos y pectorales, dejando entrever los músculos de un atleta. Tenía el pelo oscuro, cortado de tal forma que sólo unos pequeños mechones rebeldes caían sobre su frente. De repente, Laura advirtió la arruga en su entrecejo, y bajando los ojos, volvió a quedarse atrapada en la intensidad de su mirada. Un ramalazo de fuego la recorrió, y el dolor de cabeza se intensificó hasta un punto hasta entonces desconocido.  En un momento de desesperación quiso calmar el dolor, no el suyo propio sino el de él, por lo que Laura se levantó rápidamente con la intención de acudir al lado de aquel muchacho para aliviar su sufrimiento. Quería sentarse a su lado y preguntarle qué le ocurría, cómo podía ayudarle. De un modo totalmente irracional, quería abrazarlo, sentirlo entre sus brazos y consolarle. De repente, algo en él cambió de nuevo. No supo el qué, pero lo notó. Se quedó paralizada un instante y después, muy despacio, retomó el paso.
Se dirigió lentamente hacia él, sin dejar de observarle, sin poder apartar la mirada. Estaba como en trance. Su columna vertebral se estremecía más con cada paso y un hormigueo incesante se alojó en el mismo centro de su cuerpo. Cada paso le costaba más que el anterior. Finalmente, llegó al otro extremo del tren y se paró a su lado. El chico levantó la cabeza para seguir contemplándola y la duda se instaló en su rostro. Estaban tan cerca…Laura se sentó a su lado. No sabía por dónde empezar. Por un breve momento pareció como si el chico le fuera a decir algo. Y en el preciso instante en que abrió la boca…
_ ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!_ Chilló Laura. No sabía por qué había gritado, pero el esfuerzo la despertó.
_ ¡Laura! ¿Estás en casa?_ oyó que gritaba su madre.
<<¡mierda!>> pensó Laura. Se sentía frustrada y enfadada. Había estado tan cerca de él…No sabía si había sido su madre o algo del sueño lo que la había despertado. No conseguía recordar la razón de su agitación. Estaba todo borroso.
Se incorporó lentamente, abrió la puerta, y con paso inseguro, salió de su habitación.
_ ¿Qué tal lo habéis pasado? _ preguntó a sus padres.
_ Muy bien _ contestó muy alegre su madre _ Tu padre me ha llevado a comer a un asador en el centro de Madrid. Tenemos que volver todos juntos algún día. Y después dimos un paseo por el Retiro _ Se rió tontamente, le dio un beso en la mejilla y se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa.
Laura miró a su padre y le dijo:
_ Siento lo de esta mañana, pero de verdad, tenía prisa. La próxima vez intenta avisarme con más tiempo.
Su padre le dirigió un seco asentimiento y se marchó. No era hombre de muchas palabras. En eso se parecía mucho a él.
Laura se dirigió al cuarto de baño para refrescarse. Se contempló en el espejo por un instante, cosa que rara vez hacía. Nunca le había gustado su aspecto: Larguirucho y enclenque. Con las caderas anchas y las piernas largas. Los brazos finos y los hombros ligeramente caídos.
La imagen que le devolvió el espejo era la típica de quien se acaba de despertar. Los ojos oscuros estaban hinchados por el sueño y sentía el eco de un ardor en el fondo de los mismos; había unas ojeras marcadas bajo sus ojos, fruto de las noches sin dormir y los labios estaban enrojecidos. Ese pequeño detalle llamó su atención. Era como si se los hubiera estado mordiendo. Las mejillas mostraban un ligero rubor. Por otro lado, tenía la garganta reseca y al hablar con sus padres notó que le costaba mucho hacerlo.
Se cepilló el largo y lacio pelo enmarañado por la siesta, se enjuagó la boca y se refrescó la cara.
De nuevo en su habitación vacía, se sentó frente al ordenador y apretó el botón de encendido. En el tiempo que tardó en iluminarse la pantalla y comenzar a funcionar, Laura echó una ojeada a su habitación. La pila de ropa sobre la silla del escritorio estaba alcanzando una altura alarmante. Debería recoger la ropa antes de que su madre lo viera. El escritorio estaba atestado de apuntes y libros de la carrera. Las paredes estaban prácticamente cubiertas de estanterías repletas de libros. La gran mayoría de su padre. Había un par de estanterías que le pertenecían exclusivamente a ella: aquellas donde atesoraba sus colecciones de fantasía preferidas (Tolkien, Rowling, Meyer…). Esos libros la hacían soñar incluso después de habérselos leído hasta el punto de perder la cuenta de cuántas veces lo había hecho. Estaba orgullosa de su colección. En un pequeño cuadrado libre de pared había unas cuantas fotos de su familia, amigas de la infancia, del instituto y la universidad y algunos de los dibujos que la hacían sentirse orgullosa y no le daba miedo mostrar: Unos ángeles hermosos y un mar en calma con el reflejo del sol poniente.
Por la ventana se veía la luna creciente brillante, cuando Laura dejó finalmente el ordenador y se dirigió a la cocina a tomarse un vaso de leche. No tenía ganas de cenar, para variar. Había estado trasteando con su ordenador, haciendo un par de cosas para la universidad, mirando el correo (lo cual le llevó poco tiempo) e indagando en páginas dedicadas a la mitología y a la fantasía.
Esa noche se acostó temprano con la intención de dormir y poder recuperar algo del sueño perdido. El día se había hecho algo largo y necesitaba descansar. Sin embargo, esa noche tampoco pudo dormir. Los sueños volvieron con una intensidad creciente.
            Durante los últimos tres meses, exactamente desde el día en que cumplió 23 años, prácticamente todas las noches soñaba las mismas cosas. Excepto aquella madrugada del día de su cumpleaños en que soñó que alguien la perseguía en el tren, el resto de las noches había tenido prácticamente los mismos sueños. En ellos un ángel caído del cielo se le acercaba, pero ella no conseguía verle el rostro, oculto tras una fuerte luminosidad que irradiaba desde sus ojos. En el sueño, ella normalmente se quedaba paralizada, mirando al ángel. No tenía alas como las que conocemos en todos los ángeles, y sin embargo, Laura sabía que lo era. Si no…¿qué podía ser tan hermoso? Nadie puede irradiar tal luminosidad. Sentía miedo por el ángel, pero no porque fuera aterrador, sino porque no quería perderlo. Y la mayoría de las veces el ángel se la quedaba contemplando. Y así se quedaban, hasta que de repente, el ángel se daba la vuelta y se marchaba. Y en ese momento, Laura se despertaba.
            Sin embargo, aquella noche Laura no soñó con ángeles.

La noche era oscura como la boca de un lobo. No había estrellas, ni luna que iluminaran mínimamente las calles. Sólo la luz de una farola aislada. Una noche perfecta.
            El silencio dominaba y se abrazaba a la oscuridad en una sinfonía espectral. No se escuchaba nada, ni a nadie. Sólo el susurro atrevido de una leve brisa levantada a la orilla de un río, y el ulular lejano de algún ave rapaz acechando en la noche a su presa.
            De repente, unos pasos apresurados.
            Pum, pum.
            Pum, pum.
            Pum, pum.
            Una joven mujer corría. Su vida dependía de ello. No podía hacer otra cosa que correr. Pero él era más rápido, y mucho más fuerte. Ella corría, y él caminaba, lentamente, seguro de sí mismo. Por mucho que ella lo intentara, él estaba cada vez más cerca. No se lo podía explicar, no lo podía comprender. Apenas unas horas antes su vida era casi perfecta…casi.
            -- Sí, Marta, allí nos vemos – dijo la mujer, cerrando el móvil. Se miró una vez más en el espejo y contempló el resultado de horas de trabajo arreglándose. Definitivamente, estaba perfecta y espectacular. Aquella noche triunfaría. Se ahuecó levemente el cabello rubio ondulado, alisó el suave vestido rojo escotado, y dirigiendo una última mirada al espejo, se sonrió a sí misma, intentando infundirse confianza y rezando para que la mujer que alguna vez fue volviese de nuevo. De esta manera, salió del cuarto de baño. Cogió su bolso, y se fue precipitadamente de su apartamento. No dirigió ni una última mirada a la que había sido su casa en los últimos años. No pensó que esa noche estaba escrito que no volvería jamás. En lo único en lo que podía pensar era en que casi llegaba tarde, y no podía permitirlo.
            Cuando llegó al pub donde había quedado, sus amigas ya la estaban esperando.
            -- Lo siento, me entretuve un poco…-- se excusó. Dio un beso rápido a cada una de ellas y entraron en el bar.
            Todo iba estupendamente, como siempre. Aquella noche estaba realmente radiante, libre y feliz. Ya casi no se acordaba de él. Intentó no rememorar su rostro, sus besos, todo el tiempo vivido y se esforzó por olvidarlo. Gracias a sus amigas había conseguido salir del bache, y se había prometido que jamás volvería a aquél lugar oscuro. No tenía ni idea de lo realmente cerca que estaba de volver a caer en él, y esta vez para siempre.
            Consiguió reírse con naturalidad y olvidar por unos breves minutos su tristeza y su amargura. Pero, de repente, algo la hizo estremecerse y sin poder evitarlo se giró para ver qué podía haber causado aquella sensación. Sus ojos quedaron atrapados por otros que la observaban intensamente.
Aquellos ojos pertenecían al hombre más guapo y apuesto que ella había visto jamás: alto, tez morena, ojos oscuros como la noche, cara alargada, facciones duras, y el cuerpo esbelto. Bajo la camisa de seda se adivinaban unos músculos bien definidos. Los ademanes elegantes dejaban patente la elevada educación de éste. De repente, sintió el impulso de ir a hablar con él, y haciendo caso omiso de sus amigas, se levantó de su asiento y se aproximó a dónde él estaba sentado. No entendía lo que la decían. Estuvieron hablando un buen rato, no sabía si minutos u horas. El tiempo se hizo irrelevante. Se encontraba muy a gusto y él era muy amable y educado. Pasado un rato, advirtió que sus amigas no estaban y se sintió levemente culpable, pero rápidamente se le pasó. No era capaz de pensar en nada más que en aquél hombre que la miraba seductoramente y cuyas palabras hacían que se estremeciera notablemente. Cuando ya se hizo demasiado tarde, se dispuso a marcharse y él se ofreció a acompañarla. <<Una señorita tan guapa no debería caminar a estas horas… sola>> Le había dicho él, remarcando aquella última palabra de una forma algo inquietante. Y ella, confiada y todavía bajo el influjo de su hechizo, había accedido a que la acompañara hasta encontrar algún taxi. Hubo algo en su mirada que la había cautivado desde el primer momento, y sin saber cómo ni por qué, accedió a cada una de las peticiones que él le había hecho esa noche. Por lo tanto,  de nuevo no pudo resistirse y acabó aceptando que la acompañara. Caminaron, y siguieron charlando. Había sido tan amable con ella…
Recogió su chaqueta, se la puso sobre los hombros y se despidió de los camareros, viejos amigos de salidas nocturnas, al tiempo que vigilaba por el rabillo del ojo a su apuesto acompañante. Éste la observaba con una luz extraña en los ojos, casi hambrienta, y eso la hizo estremecer de nuevo. Salieron del bar, él muy pegado a su espalda, y juraría que pudo percibir su frío aliento colándose entre las hebras de su pelo dorado. Caminaron despacio, fundiéndose con la noche, a la orilla del río.
De repente, en un roce fortuito, sus manos se tocaron y un escalofrío recorrió su cuerpo. El miedo más intenso que había sentido en su vida se apoderó de ella. Al girarse para contemplarle, algo había cambiado. No era capaz de describir el qué, pero en un instante sus ojos no parecían los mismos. Mostraban un reflejo carmesí, sutil, frío y brillante. Se quedó paralizada por un segundo. Él se dio cuenta, y le dedicó una media sonrisa, ladina, desafiante, que le heló la sangre más de lo que ya estaba. No supo qué era…no sabía de dónde provenía la sensación, lo único que sabía era que debía huir, correr, apartarse de él.
Echó a correr con todas sus fuerzas, los pulmones le quemaban, la garganta se le secaba y un fuerte pinchazo le atravesó el costado. Casi no podía respirar. Las fuerzas le flaqueaban, las piernas se le aflojaban. Echó un rápido vistazo atrás y él seguía allí, seguro, tranquilo, con esa media sonrisa que le paró el corazón debido al miedo. Ella notaba que él estaba disfrutando con su miedo, que estaba en su elemento. No sabía cómo, pero percibió que no era la primera vez que había hecho aquello. En sus andares se notaba la seguridad que sólo proporcionan años y años de práctica. Sus movimientos eran elegantes, pero seguros.
El destino se puso en su contra y tropezó con una baldosa que estaba medio levantada en la acera, haciendo que se cayera de bruces al suelo y fuera a parar al haz de luz de una farola. Intentó recomponerse y apenas pudo darse media vuelta. En ese momento deseó no haberlo hecho. Lo que contempló en aquellos instantes fue lo más horrible que ella jamás vería. No tenía escapatoria. Él ya se cernía sobre ella. Y la expresión de su rostro…No era nada que hubiera visto en su vida. Se quedó totalmente quieta, como hipnotizada y horrorizada a la vez…Un fuego rojo inundó aquellos ojos antes seductores, y la más terrible de las expresiones cruzó su rostro.
Lentamente, se agachó hacia ella, la agarró del brazo y la levantó. Paralizada, ella no fue capaz de reaccionar y se dejó llevar. La arrastraba de nuevo a la oscuridad. Ya no le importaba, se había rendido. Con una última mirada, se despidió del cielo para siempre.
_ Ha sido divertido_ dijo él, con un acento marcadamente extranjero. No supo ubicar de dónde podría proceder. _ Pero se acabó. No deberías de hablar con extraños._ Se rió quedamente.
_ Por favor…por favor…_Suplicó ella.
_ Shhhhhhhhhhh…No vas a sentir nada. Hoy estoy de buen humor, has tenido suerte. De lo contrario…
Un movimiento veloz, un susurro en la noche. El desconocido la cogió por detrás, como abrazándola tiernamente. Despacio, comenzó a apartarle la larga melena caoba del cuello. Con una mano fría y de dedos largos y fibrosos, la tomó del cuello, obligándola a elevar la cabeza, dejando así la garganta totalmente expuesta y estirada. La arteria latía desenfrenadamente y el pulso se notaba bajo la fina piel de color marfil. Acercó aquellos labios carnosos y rojos al punto donde la sangre latía con más fuerza y los posó, con la suavidad de una pluma y el cariño del amante más entregado.
Y de repente…un alarido rompió el silencio. Instantes después, éste retomó su poder y la quietud de la noche volvió a instalarse.

En la soledad de su habitación, Laura se incorporó repentinamente.
_ ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! _ gritó Laura. El esfuerzo por gritar había conseguido despertarla. Otra pesadilla. ¿No podría siquiera descansar el fin de semana?
Se levantó de la cama, y miró el despertador. Las 6 de la mañana. <<genial. Otra noche en vela…¡menuda mierda!>> Ahora no podría dormirse…
Salió de la habitación con la intención de dirigirse a la cocina a beber un vaso de agua, cuando la puerta de la habitación de sus padres se abrió y se asomó la cara adormecida de su madre.
_ Me pareció oír algo ¿Qué haces levantada a estas horas?
_ No es nada, mamá. Sólo una pesadilla. Voy a beber algo de agua y me acostaré. Deberías hacer tú lo mismo.
_ Sí…eso voy a hacer _ dijo su madre con un bostezo _ No deberías leer tantas cosas sobre vampiros, te vas a trastornar.
_ Claro, mamá _ dijo Laura.
_ Buenas noches. Intenta dormir algo.
_ Lo intentaré. Buenas noches, mamá.
           


CAPITULO DOS
4 de Marzo de 2010. 6:00 h A. M.
Un susurro recorrió la noche en Roma. Hacía calor a pesar de estar en pleno mes de Marzo. Estos cambios de tiempo volverían loco a cualquiera.
Pam, pam, pam…La quietud de la noche se rompió con el sonido de unos pasos. Las luces de las calles  iluminaron tenuemente la figura de un muchacho que caminaba a lo lejos. Paseaba despacio, tranquilo, seguro de sí mismo, esperando encontrar aquello que más necesitaba en esos momentos.
Una luz más fuerte le iluminó el rosto. Era joven y apuesto. Ojos color azul oscuro, como el de un océano en calma. Los pómulos, marcados. Las facciones, rectas, pero delicadas. La barbilla alzada con soberbia. El pelo oscuro como la noche dejaba caer unos mechones rebeldes a la frente. Parecía el modelo de una revista, más perfecto incluso. Los pantalones vaqueros, desgastados y rotos en algunos puntos estratégicos, combinaban a la perfección con la chaqueta de cuero negra y las deportivas del mismo color.
En un instante, el muchacho se escabulló y se sumergió en las sombras. Las luces le herían los ojos, y en esos momentos no llevaba sus gafas. Debería volver rápidamente a su casa antes de que el sol hiciera su aparición en el cielo. La luz diurna era bastante peor que la de una simple farola…Podría cegarle.
Un sonido de voces gritando captó su atención. <<Por fin>> pensó. Su cena le esperaba. Al dar la vuelta a la esquina se encontró con una pareja que discutía acaloradamente. Despacio, se fue acercando a ellos. Las voces se hacían cada vez más fuertes. Se paró a observarlos…Un hombre, alto, de espaldas anchas, se cernía sobre una hermosa y delicada mujer, gritándola, escupiéndola en la cara, mientras ella se echaba hacia atrás, intentando evitarle.  Sin embargo, no tenía escapatoria, y acabó dando con la espalda en la pared de un edificio. El miedo se hizo cinceló las facciones de su hermoso rostro con manos expertas y conocidas.
El joven muchacho se concentró para percibir qué pensaban, pero le costó un gran esfuerzo. Hacía muchas noches que no se alimentaba, y sus dones mermaban a medida que pasaban los días. La chica estaba realmente asustada, pero resignada. No era la primera vez que la pegaban, y ciertamente, no era la primera vez que él lo hacía. El hombre, regodeándose en su furia, en su fuerza, y en la adrenalina que sentía por su cuerpo al notar el miedo que inspiraba en ella, no se percató de que alguien los observaba y se acercaba sigilosamente hacia ellos.
El paseante silencioso se paró durante unos breves segundos para evaluar la situación y observar más detenidamente a aquella pareja, en especial al hombre. No era rival para él. En un abrir y cerrar de ojos, no sabría de qué lado estaba el mundo. <<Tus noches de aterrorizar a los que son más débiles que tú se han acabado, monstruo>> pensó, y se rió con una carcajada queda, pues él también era un monstruo, solo que de otra clase. Peor, más terrorífico.
Se acercó sigilosamente a la espalda del hombre y le tocó el hombro. Un leve toque, apenas un suave roce de sus dedos sobre el trapecio del acosador, pero lo suficiente para que éste notase el cambio en su cuerpo, a pesar de estar tan concentrado en su presa. Se volvió, sorprendido porque alguien le hubiese interrumpido, y más aún porque no hubiera percibido que se le acercaban por detrás. Un rugido se fue formando en la garganta del hombre, la cara contraída en un rictus de furia. Un gesto capaz de aterrorizar a una muchacha desvalida, pero no a él, no a Alex. Él, que llevaba recorriendo el mundo durante demasiados siglos, cazando a monstruos mucho peores y más aterradores que éste.
_ ¿Qué diablos te crees que haces mocoso?_ le dijo el hombre _ Ya te estás yendo de aquí si no quieres que te de una paliza.
_ Primero, no debería tratar así a una señorita _ La voz del muchacho era suave, y muy segura. El hombre se quedó brevemente paralizado. La chica se quedó muda de asombro. Jamás había escuchado una voz así: hermosa, gloriosa, pero terrorífica. Un viento frío se levantó de repente, respaldando las palabras del joven.
El hombre se dio la vuelta con la intención de propinarle un buen empujón al chico. Pero antes de poder siquiera terminar de dar la vuelta, éste se cernió sobre él, haciéndole una llave por la espalda que le paralizó sin posibilidad de escapatoria. La fuerza de los brazos de aquél muchacho era sobrenatural, el tacto de sus manos helado. El terror le paralizó.
_ Vete de aquí_ Le dijo a la chica. Ésta se quedó quieta por un breve lapso de tiempo, y de repente, sus músculos volvieron a la vida y echó a correr. Un destello rojo había iluminado los ojos de aquél chico, y algo le dijo que debía correr. Correr todo lo que sus piernas y los tacones de aguja de 10 cm. le permitieran, y desaparecer de allí lo antes posible.
El chico observó brevemente cómo la muchacha se escabullía en las sombras. Agarrando fuerte al hombre, lo arrastró a un callejón cercano. No dejaba de resistirse. <<Mejor, más emoción. Que empiece el juego>> una vez hubo llegado al callejón, soltó al hombre, empujándolo contra la pared. Éste cayó de bruces y se quedó medio sentado, en el suelo. En la caída se raspó las manos y un hilillo de sangre fue resbalando por éstas y goteando al suelo. Levantó la vista, y contempló al chico. Las sombras ocultaban su rostro. De repente, se fue acercando, y se agachó. Un fulgor rojizo le iluminó nuevamente la mirada y un escalofrío del miedo más intenso que jamás había sentido en sus 40 años de vida le recorrió todo el cuerpo. Supo que estaba ante la muerte. Empezó a temblar de la cabeza a los pies, como si hubiera caído en un lago helado. Sus entrañas empezaron a congelarse, el frío empezó a penetrar en su pecho y a ahogarle, como si realmente estuviera bajo el agua fría.
_ Has sido una persona cruel y egoísta, Rafael _ le dijo el muchacho.
Apenas susurraba, pero las palabras sonaron como si las hubiese estado gritando en la cabeza de Rafael.
_ ¿Cómo…? ¿Cómo sabes mi nombre?_ tartamudeó.
_ Sé muchas cosas sobre ti, Rafael. Sé que disfrutas haciendo daño. Sobre todo haciendo daño a pobres mujeres, tan delicadas como María. Pero eso se acabó. Normalmente, no haría esto, pero no puedo dejar que sigas haciendo daño a la gente que te rodea.
_ ¡No! Por favor, haré lo que quieras…lo que sea, pero no me hagas daño_ El terror le inundaba el pecho y apenas podía respirar.
_ ¿Lo que sea? _ dijo el chico con una media sonrisa y un brillo aterrador en los ojos. El hombre no pudo verlos.
_ ¡Sí! Dime qué quieres y lo tendrás. Tengo mucho dinero…
_ Tengo hambre _ dijo sucintamente. Rafael se le quedó mirando momentáneamente extrañado. Intentando ganar tiempo, le soltó lo primero que le vino a la mente.
_ Tengo un restaurante aquí cerca, seguro que hay algo que puedas comer. Puedo abrirlo, y entraremos, y…y… -- No sabía si la mentira iba a surtir efecto, pero tenía que conseguir salir de allí y escapar de él.
Alex sonrió con malicia ante la inútil mentira de aquél ser. Una leve carcajada empezó a brotar de su pecho ante la estupidez de aquél ser débil que tenía a sus pies.
_ No lo entiendes – Le interrumpió – …Tengo sed. Tengo sed de sangre.
El escalofrío del hombre se intensificó de tal manera al oír estas palabras, que la piel se le puso totalmente de gallina, y los pelos de la nuca se le erizaron. Cada vez se sentía más ahogado, las manos de la muerte se aferraron entorno a su torso y empezaron a apretar con fuerza. Su corazón empezó a martillear en el pecho y lo notaba latir con fuerza en la garganta reseca y cerrada y en la cabeza. Su respiración era cada vez más dificultosa, de su boca entreabierta apenas entraba y salía un hilillo de aire borboteando.
Alex se acercó un poco más Rafael, le agarró por los hombros y lo levantó. De lejos, el muchacho había parecido más bajo que el hombre llamado Rafael, pero al estar los dos juntos, se podía apreciar la elevada estatura del apuesto muchacho.
Un breve rayo de esperanza iluminó a Rafael cuando le levantó, pero se disipó rápidamente cuando pudo contemplar de cerca el rostro de aquel chico. El abrazo de la muerte se intensificó y estuvo a punto de caer de nuevo al suelo, si no hubiera sido porque aquél muchacho le mantenía en pie, sujetándole de la parte frontal de la camiseta. Sus manos estaban heladas y dejaron una marca sobre su pecho que él jamás conseguiría ver, ni nadie.
_ Reza algo rápido _ le dijo éste _ Tus días de dominación se han acabado _ Dicho esto, agarró al hombre del cuello, y con un movimiento fluido, rápido y fuerte, le propinó un fuerte golpe que lo dejó inconsciente. Antes de que se cayera al suelo, volvió a agarrarlo y, posando sus labios sobre el cuello del hombre, como si le estuviera besando, le desgarró la garganta con violencia y bebió con ansia del torrente de sangre que fue saliendo a borbotones de la herida. Al final, ya saciado, le rompió el cuello para asegurarse de que no se pudiera volver a levantar jamás.
Tras haber calmado la sed que le atormentaba, se deshizo del cuerpo. Lo tapó con unos cartones, periódicos, y demás basura, y le prendió fuego. Contemplando cómo las llamas lamían su cuerpo vacío y sin vida, se sintió satisfecho.
Casi nunca mataba a sus presas. Había intentado no alimentarse de humanos, pero su voluntad era demasiado débil. Así pues, se alimentaba, pero cuando no le quedaba más remedio. Una vez saciaba su sed, hipnotizaba a la aterrorizada presa para que olvidara lo que le había pasado, y la dejaba débil y confundida. Sin embargo, había excepciones, como la de aquél Rafael. Antes de cernirse sobre sus presas, leía sus mentes, o mejor dicho, observaba sus recuerdos. Cuando leía la mente de un criminal, como Rafael, la más negra de las furias se apoderaba de él y una determinación obsesiva le dominaba. Matar. No podía tolerar que un criminal rondara las calles como si tal cosa. Sabía que no hacía bien al tomarse la justicia por su mano, que en esos momentos, el monstruo era él, pero se justificaba pensando que de esa manera, un monstruo menos estaría aterrorizando a otras personas.
Más fuerte de lo que se había sentido en las últimas semanas, se dio media vuelta, y se marchó, dejando a sus espaldas el cadáver calcinado de aquél asesino. Nadie le echaría de menos.
Al doblar la esquina de la calle donde tenía su última residencia, un presentimiento le dominó. Algo no iba bien. Se apresuró, y al llegar a su casa, se encontró la puerta entornada. Las luces estaban apagadas. La tenue luz del amanecer empezaba a iluminar tenuemente la vivienda. Lo que vio le dejó momentáneamente paralizado. Todas sus cosas estaban revueltas, como si alguien hubiese entrado a robar. Un huracán de destrucción y de muerte había asediado su hogar. El salón, situado a su izquierda mostraba un aspecto deplorable, con los sofás y las mesas volcadas y rotas, las sillas desperdigadas, cuyos asientos, así como los cojines que adornaban los distintos sofás, aparecían abiertos en canal, desparramando sus entrañas por el suelo. Libros revueltos, cuyas hojas habían sido arrancadas, papeles tirados por el suelo, que se fundían con el pulmón de los cojines, jarrones rotos, el escritorio del fondo, tumbado y con varios cajones abiertos. Todas sus pertenencias habían sido derramadas por la estancia. Con una rápida ojeada, intentó averiguar si realmente se habían llevado algo, pero no le dio esa impresión. Más bien parecía como si allí hubiera habido una pelea entre varias fuerzas de la naturaleza. Pero allí no había nadie, no sentía la presencia de ninguna persona. Su hermana no estaba tampoco allí. Isabel debería de haber salido también de caza.
Al subir las escaleras, otro presentimiento le recorrió. Un estremecimiento surgió del fondo de su ser y se instaló, punzante y doloroso en su corazón. Sintió una presencia que se desvanecía lentamente…Corrió como si le persiguiera el mismísimo diablo y al llegar a su habitación, se encontró con una visión peor que la que había observado abajo. Las cortinas estaban desgarradas, la cama empotrada contra la otra pared. Sus ropas inundaban el suelo. Y al mirar a la esquina del fondo de la habitación a su derecha, vio la figura desmadejada de su hermana Isabel. Ésta permanecía con los ojos cerrados, y una de sus piernas reposaba en un ángulo extraño. Pero lo que le paralizó al verla fueron las heridas. Su rostro antes hermoso, mostraba cortes profundos, como si un tigre le hubiera dado un zarpazo. Su larga cabellera morena, estaba revuelta, y en algunos puntos se veían calvas. Algo la había agarrado y le había arrancado mechones de su hermoso cabello. El cuello y el pecho mostraban las peores heridas. Sangre brotaba de su pecho y de su estómago en un torrente color carmesí. Consiguió salir de su aturdimiento, y se acercó a su hermana. Ésta, al percibir su presencia, consiguió abrir con un esfuerzo sobrehumano sus enormes ojos.
_ Alex…_ susurró.
_ ¡Isabel!_ gritó Alex. Se acercó precipitadamente a su hermana, y tiernamente y con mucho cuidado le cogió la mano _ ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? _ La angustia se hizo paso a través de su seguridad y cayó de rodillas junto a su hermana.
_ Alex…--comenzó de nuevo Isabel – Alex…debes huir. Debes hacerlo, o él volverá y te matará.
_ ¡Yo no me voy a ningún lado sin ti! _ La furia se volvió a apoderar de él. Quería matar a quien hubiera hecho eso a su hermana. Pagaría por esto. Pero un miedo sustituyó momentáneamente a la furia. Pues se dio cuenta de que la presencia que antes había sentido desvanecerse no era otra sino la de su hermana. Volvió a enfocar su atención en ella.
_ Debes hacerlo. Sabes que para mí ya es demasiado tarde…He perdido demasiada sangre, y mis heridas son muy graves _ Alex vio cómo a su hermana le costaba un enorme esfuerzo hablarle. Respiraba con mucha dificultad y de manera desacompasada. Desde su posición pudo ver cómo la sangre se vertía cada vez más lentamente por las enormes heridas de su cuerpo. Un escalofrío le recorrió la columna, erizando todo el vello a su paso,  al percatarse de lo que aquello significaba, pero bloqueó la idea e intentó pensar una alternativa, alguna solución.
_ Shhhhhhh…calla, te sacaré de aquí y te salvarás _ Pero algo en su interior le repetía una y otra vez que eso ya no era posible. Y una y otra vez Alex luchaba contra ese sentimiento poniendo todo su empeño y su determinación. Lo contrario… acabaría con él.
_ Alex. No puedo. Aunque no me haya atravesado con una estaca, había algo en … él, en sus dientes, en todo su ser, que impide que mis heridas puedan curarse por sí mismas. Es algo malvado. No es algo con lo que nos hayamos topado antes. Y el poder de su mente…oh, Alex, es demasiado. Su voz…su voz… no permitas… te dominará…potente… muy potente… no le escuches… ¡Huye! _ Tosió tras decir estas frases, y un torrente de sangre manó de su boca. Su piel, ya pálida, adquirió el tono blanquecino de los muertos. La única nota de color la proporcionaba la cálida sangre que había manado de sus labios, dejando un reguero rojizo a su paso.
_ Debe haber algo que pueda hacer…_ suplicó Alex _ ¡No te puedes morir!
Su hermana le contempló y mirándole a los ojos, le dedicó una sonrisa. Le sonreía como siempre, sin miedo, totalmente en paz y feliz. Sus ojos, a pesar del agotamiento, todavía brillaban con intensidad, un mar de estrellas reflejadas en un océano añil. De una belleza sobrecogedora, sus labios sonrosados formaron una perfecta media luna hacia arriba, haciendo que sus ojos se guiñaran en respuesta e inmediatamente. Alex no podía concebir cómo podía encontrar su hermana las fuerzas para sonreír de aquella manera, como siempre lo hacía, y como sólo lo hacía con él, con un profundo amor.
_ Hay algo que puedes hacer por mí…_ volvió a toser, y con un esfuerzo sobrenatural, le dijo – Acaba con mi sufrimiento. Acaba y huye. Y prométeme que te irás y no te enfrentarás a él.
_ ¡No! _ gritó Alex.
_ Alex, mira en mis recuerdos…Verás cómo es y sabrás que es algo con lo que nunca nos hemos enfrentado. Vino aquí, buscándote, y al no responderle, me atacó. Luchamos, pero no pude con él. Alex, es demasiado fuerte. No sé qué querrá, pero parece que anda buscando a alguien que conoces…Debes marcharte antes de que vuelva por aquí.
La respiración de Isabel se iba haciendo cada vez más débil. Alex la contempló más detenidamente y vio cómo la vida iba abandonándola. La luz de su vitalidad se iba apagando lentamente. La miró a los ojos y contempló sus recuerdos. Se quedó rígido de la impresión y de la dureza de éstos. Un hombre alto, de espaldas anchas, y mirada profunda. Inspiraba más miedo que la propia muerte, y el fuego llameaba en sus ojos.
Aterrorizado, abatido y furioso, miró a su hermana. En el breve lapso que duró el contacto visual, la determinación hizo presa de él. La luz de su hermana se iba apagando. Lentamente, cogió un pedazo de madera que se había desprendido de su cama y había ido a parar prodigiosamente a los pies de su hermana.
_ Hazlo_ le dijo ésta _ Por favor…prométeme que te cuidarás y huirás de aquí.
_ Isabel…
_ ¡Hazlo!
_ Lo prometo.
_ Muy bien…_ susurró ella. Sus párpados se fueron cerrando lentamente _ Te quiero, hermanito.
_ Y yo a ti, Isabel_ Cogió la estaca improvisada, y con un movimiento veloz, la incrustó en el pecho de su hermana, justo en el corazón.
Una nueva sonrisa se formó en los labios de su hermana, y en menos de lo que dura un latido, ella ya no estaba ahí. Se deshizo en cenizas doradas y negras, y una brisa que entró por la ventana rota, se las llevó volando.
_ Prometo que tendré cuidado…pero él sufrirá por lo que ha hecho _ dicho esto, Alex salió de su habitación, con la cabeza gacha, pero el paso seguro de quien tiene un nuevo propósito en la vida.
Salió corriendo, más veloz que un tornado, y antes de que el sol hubiera terminado de hacer su aparición en el cielo, él ya estaba fuera de la ciudad. A sus espaldas, una fuerte llamarada y una terrible explosión devoraron la que hasta entonces había sido su casa.
Se refugió en un bosque a las afueras, y descansó por unas horas. La tristeza, el dolor y la furia ante la pérdida de su hermana, le rasgaron en lo más profundo de su ser, hiriéndole como nadie lo había hecho jamás. Tuvo que tumbarse para intentar recomponerse y organizar sus pensamientos dispersos. Él le perseguía… pero ¿Quién era aquél monstruo?... No, Ángel no…acabó con él hace demasiado tiempo, y además, Ángel no se parecía al hombre de los recuerdos de su hermana… Éste ser era más antiguo y poderoso que Ángel, mucho más. Un sentimiento horrible se abrió paso a través de su pecho, quemando todo lo que encontraba a su paso y dejando una tremenda sensación de vacío, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí mismo, dejando un enorme agujero en el centro de su ser. ¿Y quién es la persona a la que él se supone que conoce? ¿Qué es lo que él puede buscar de esa persona? Si la está buscando, que Dios la ampare, pues no tiene escapatoria. La encontrará y… acabará peor que Isabel, seguro. Con este último pensamiento, cerró los ojos e intentó relajarse, necesitaba recuperar fuerzas.
Se sumió en un sueño intranquilo. Se encontraba en un tren desconocido. En el vagón sólo se encontraba una chica en el fondo, y él, en el otro extremo. El tren hizo una parada, y una voz, en español, anunció el nombre de la estación. Recorrió rápidamente con la mirada el vagón y sus ojos se clavaron en la chica del fondo del vagón. Era morena, con unos enormes ojos tan negros como su cabello. La boca pequeña, aunque de labios carnosos. Pero lo que le atrapó fue su mirada: mostraba un miedo sobrecogedor. Algo le hizo levantarse y dirigirse hacia ella. No podía soportar ver ese miedo apoderándose de ella. Se fue acercando poco a poco, cuando se dio cuenta de que la muchacha miraba más allá de él. Al darse la vuelta para observar qué era lo que le producía tanto miedo, le vio a él. El asesino de su hermana se acercaba con paso lento hacia ella. No podía permitirlo. Esa muchacha no podía sufrir, no podía pasar por lo mismo. Su corazón era bueno, y la luminosidad que despedía casi le hería los ojos. Un instinto protector le dominó. Al acercarse a la muchacha, ésta echó a correr, y él por miedo a que el asesino hiciera lo mismo, salió tras  ella para poder protegerla…Atravesaron los vagones corriendo. Y cuando ya estaba casi a su alcance, ésta se dio la vuelta y gritó.
Se despertó sobresaltado por el chillido de la muchacha. De repente, una fuerza sobrenatural le impulsó a ponerse de pie y a salir de su escondite. Sabía que el sueño no era tal. Sabía que debía hacer algo. Se desperezó y echando una breve mirada a su alrededor se despidió del país que había sido su hogar en los últimos 100 años. Se disponía a encontrar a una muchacha a la que no conocía, movido por un sueño premonitorio. Partía rumbo a España, a Madrid, más concretamente. Empezaría por la capital, pues algo le decía que debía ir allí.

Viernes 4 de Junio de 2010.
Alex había llegado hacía unos meses a Madrid. El instinto de venganza aplacado de momento. La urgencia por encontrar a la muchacha de sus sueños le dominaba.
Todas las noches la veía en sus sueños. Era como un ángel. Una luz dorada la iluminaba y hacía lo mismo con todo lo que los rodeaba. Y aunque no podía verle el rostro pues la luz le hería los ojos, sabía que era ella. En los sueños, ya casi nunca aparecía el asesino de su hermana. A veces, cuando lo hacía, simplemente se dedicaba a permanecer quieto, y cuando ella se percataba de que él estaba cerca, se desvanecía.
El miedo por no poder encontrarla le hacía sentir una enorme opresión en el pecho. Pero sabía que nada le había pasado aún, pues de lo contrario no soñaría con ella. Se decía esto una y otra vez, y una y otra vez volvía a salir en su búsqueda.
Hasta que un día, aproximadamente un mes después de haber huido de Roma, se la encontró como por casualidad en un tren, en Madrid. Ese día el impulso de la búsqueda había vuelto intensificado, y se dejó guiar por sus instintos. Y allí estaba ella. Sentada en el fondo del vagón, como en sus sueños, se dedicaba a garabatear en un cuaderno.
Sabía que era ella. El rostro, enmarcado por la oscura cabellera, estaba iluminado por una fuerte luz. No había contemplado una luz tan fuerte jamás. Era como el sol: brillante, dorada, vital y cegadora. Los ojos, con aquellas pestañas tupidas miraban hacia el bloc de dibujo que estaba apoyado sobre sus piernas.  La mano derecha sujetaba un lapicero que fluía distraídamente sobre el papel, haciendo pequeños trazos inseguros. De repente, levantó la mirada y la dejó vagar por el tren, sin mirar a nadie, sin ver nada que estuviera allí. En ese momento, un hormigueo recorrió el cuerpo de Alex, pasando por la columna y alojándose en el estómago.
Y el instinto protector se hizo dueño de su cuerpo de nuevo. Debía averiguar todo lo que pudiese sobre ella, << para poder protegerla>> se dijo. Pero había algo más. Algo que no podía discernir y que había cambiado en él.
Con ese pensamiento, la había seguido todos esos días. Se había propuesto ser su guardián. Averiguó que casi todos los días se dirigía al Hospital de Fuenlabrada a realizar las prácticas de la carrera que estaba cursando: psicología. Con sus encantos naturales le sonsacó la información a una enfermera de la planta donde ella estaba haciendo sus prácticas.
Todos los días, a la misma hora, salía del hospital y cogía el tren en la dirección contraria para dirigirse a su casa. Así consiguió averiguar dónde vivía. Vivía en el sur de Madrid, en un pueblo con más pinta de ciudad llamado Alarcón y durante el largo trayecto siempre se distraía con algo, ya fuera leyendo, dibujando o escuchando música. En más de una ocasión había pasado por su lado y observado fugazmente sus dibujos. No lo hacía mal, aunque los trazos eran más bien inseguros.
En los últimos días se había dado cuenta de que la muchacha estaba más distraída de lo habitual. A veces, se tocaba las sienes nerviosamente, como si le dolieran.
Se percató de que siempre iba sola, y casi nunca la vio coger el móvil y hablar con él, como hacen casi todos los seres humanos. Era pues, una chica solitaria.
Pero algo en su actitud le hizo pensar que la soledad era elegida, no azarosa. Nadie como ella podría estar sola si no fuera por propia voluntad. Al mirarla con detenimiento, le embargó una sensación extraña. Emanaba no sólo esa luz cegadora y la bondad que habían hecho presa de él, sino una tristeza abrumadora. Aunque había elegido la soledad, se sentía muy triste. Eso le afectó tremendamente.
Aproximadamente a mediados de Abril hizo uno de los descubrimientos más emocionantes. Averiguó su nombre.
Estaba siguiéndola una tarde, cuando al llegar a la esquina de su urbanización, ella se paró en seco. Alguien la llamaba. Alex se quedó oculto tras un árbol de la calle, a unos doscientos metros de donde estaba Laura, observándola, escuchándola.
_ ¡Laura! _ dijo una mujer. Dedujo que era su madre y acertó. Ella se acercó a ésta, y le dio dos besos cariñosos en las mejillas.
_ ¡Hola mamá! ¿A dónde vas? _ le preguntó a su madre. Un estremecimiento recorrió a Alex al escuchar el sonido de su voz. Nunca antes la había oído hablar. Tenía una voz dulce, suave. Este insignificante hecho le paralizó. Hablaba a su madre con cariño y devoción.
_ A casa de la abuela. Tu padre se ha ido a Madrid a hacer unas cosas, así que le veré después allí. Tienes comida preparada en la cocina, sólo tienes que calentártela.
_ Ah, vale. Bueno, ten cuidado. Me voy, tengo hambre y estoy cansada _ Alex pudo notar que era cierto lo que decía. Al menos lo último. El cansancio se hacía patente en su voz y aquél sentimiento protector volvió con fuerza _ Dale un beso de mi parte a la abuela.
_ De acuerdo _ le dijo su madre.
Laura se acercó de nuevo a su madre y le volvió a dar dos besos en las mejillas.
<<Laura…hermoso nombre…y hermosa voz>> Se dijo Alex. Sin saber cómo, se había quedado como hipnotizado. La escena simple y humana que había contemplado le había abrumado. Pero sobre todo era la sensación que le había embargado al observar a Laura hablar y mirar a su madre: el profundo cariño y amor que sentía ésta hacia su madre era como una fuerza poderosa, un torrente que arrasaba con toda la maldad que había a su paso. No había sido jamás partícipe ni observador de tanta bondad en un solo ser humano. Hizo que un pensamiento fugaz inundara la mente: eliminar la maldad de sí mismo, intentar ser mejor…”persona”. Se imaginó rodeándola con sus brazos, abrazándola y atrayéndola hacia su pecho, para sostenerla y oler su dulce fragancia…Agitó la cabeza, confundido. Ninguna humana le había afectado de aquella manera en toda su existencia.
La observó adentrarse en el umbral de su casa y de nuevo la soledad y la tristeza hicieron mella en él. Siempre había sentido que no encajaba en este mundo, ni cuando era humano, ni después de su transformación. Sólo, vacío y diferente, había vagado por el mundo con la única compañía de su hermana Isabel. Gracias a ella había merecido la pena seguir adelante, descubrir el mundo y disfrutar de las ventajas de su condición. Sin embargo, desde la muerte de Isabel, había caído en un pozo oscuro del que le estaba costando mucho salir. Y si no fuera por su nuevo propósito – proteger a la chica llamada Laura y vengar la muerte de su hermana – no se habría molestado siquiera en intentarlo. Habría intentado matarse de hambre o se habría clavado él mismo una estaca en el corazón. La luz solar, sin embargo, aunque le hería los ojos, no tenía efecto sobre él. Su hermana y ella eran de los pocos de su raza que podían caminar durante el día, sin que el sol les hiciera daño alguno. Se les llamaba “extraños” y, aunque en el pasado le había molestado que se refiriesen a él con ese término, ahora le daba igual y disfrutaba plenamente de sus ventajas.
Al conocer a Laura había experimentado otro tipo de sensaciones más fuertes y desconocidas para él que hacían que su propósito se quedara corto. No sabía expresarlo, pero hubo algo en los ojos de aquella chica que le hicieron desear con todo su ser estar más cerca de ella que nunca.
Pero cada día la veía meterse en su casa y desaparecer, y entonces volvía a caer en el pozo oscuro. Pero el pozo ya no estaba totalmente negro y vacío: una luz se adivinaba en lo alto. Sabía que la volvería a vislumbrar en pocos minutos si conseguía verla a través de la ventana de su habitación, o en cualquier caso, al día siguiente. La esperaría y sigilosamente la seguiría. Estaría con ella en cada paso del camino. Sería su ángel de la guarda para toda la eternidad si era necesario. Aunque la esperanza de verla se veía empañada por la tristeza de no poder hablar con ella. No se veía capaz de hacerlo. No podía ponerla en tal peligro.
Pasaron los días, Abril dijo adiós y Mayo pasó raudo, certero, trayendo y dejando a su paso temperaturas mucho más cálidas. Una mañana de principios de Junio sucedió algo aún más emocionante que el descubrimiento del nombre de aquella chica: Había tenido un breve y prácticamente insignificante contacto con ella. Había salido antes que ella del tren en la estación donde se bajaba para dirigirse al hospital, cuando se percató de que la muchacha tardaba más de lo habitual en salir del vagón. Un tanto agobiado, se quedó parado en el andén de la estación, expectante. Al final, ella salió apresuradamente del tren, corriendo, con el bolso abierto y medio sosteniendo un cuaderno que estaba introduciendo precipitadamente en el bolso a medida que corría. En su escapada, salió despedida como un huracán y prácticamente se llevó por delante a Alex. Sin mirarle a la cara, ya fuera por vergüenza o algún otro sentimiento, murmuró quedamente un <<lo siento>> y continuó su camino. En el breve instante en que sus cuerpos chocaron, corrientes de frío y calor abrasador, todo a la vez, recorrieron el cuerpo de Alex, haciéndole estremecerse. Y el breve comentario pidiendo disculpas en un susurro fue demasiado para él. No había sentido nada así jamás. Y ella no sabía que se había chocado con el que desde hacía mes y medio se había proclamado su ángel de la guarda.
Por la tarde, la había seguido como siempre hasta su casa y se había escondido tras el mismo árbol desde el que oyó por primera vez cómo su madre la llamaba, hasta que entró por la puerta de su casa.
Después, Alex salió de su escondite y se dirigió a aquél punto estratégico donde era capaz de vislumbrar la habitación de Laura y observarla desde lejos – siempre que las cortinas permanecieran abiertas – y de esta manera vigilarla.
A mitad de la tarde se puso tenso, pues la oyó gritar, pero sólo fue un momento, y después la oyó hablar tranquilamente con sus padres, preguntándoles por su día y disculpándose con su padre. Se preguntó de qué tendría que disculparse alguien como ella. No era capaz de comprender que alguien así pudiera hacer algo por lo que tendría que pedir perdón. No era posible.
La noche hizo su aparición y Alex decidió ir a cazar. Intentaría cazar algún animal de las cercanías – había parques bastante grandes y no muy lejos una reserva de caza – y si eso no bastaba para saciar su sed – lo cual era habitual, puesto que los animales no eran su fuerte –  iría en busca de algún maleante o chica descuidada, tomaría lo que necesitase de él o ella y se marcharía después de dejarlos convenientemente confundidos e hipnotizados.
Entrada la noche, una vez saciada su sed, volvió a su parapeto para observar la ventana de Laura. A eso de las seis de la madrugada del sábado, escuchó un grito y permaneció alerta, y aunque la persiana estaba bajada, pudo ver cómo se encendía la luz de su habitación, pues pequeños haces de luz se escapaban por las rendijas de la persiana, iluminando con finos rayos la oscuridad circundante. Se sintió momentáneamente confundido y nervioso. Preocupado, sería la palabra, por aquello que pudiera haber perturbado la paz de Laura y haberla despertado, <<otra vez>>. Se había dado cuenta de que desde su llegada – por lo menos –  ella solía despertarse por las noches. Dedujo que estaba pasando por algún mal momento y tenía pesadillas, lo cual le entristecía y preocupaba aún más. Deseaba ser capaz de eliminar los malos sueños y las preocupaciones que atormentaban a la joven muchacha.
Al poco rato, Laura volvió a acostarse y las luces se desvanecieron. En la oscuridad, Alex continuó observando, escuchando.



CAPITULO TRES

A la mañana siguiente, Laura se despertó tarde. Estaba muy cansada y los sueños y las pesadillas no la habían dejado descansar.  Estaban muy borrosos, pero aún así cada vez eran más y más definidos e iba recordando más detalles. Recordaba la pesadilla, por nombrarla de alguna manera, de la tarde anterior – El tren, el chico…la sensación de urgencia, el querer acercarse y eliminar la preocupación del rostro de aquel chico…su mirada penetrante –  Pero seguía sin entender qué podría ser aquello que al final hizo que se asustase y se despertase gritando. En sus otros sueños, siempre solía aparecer otra vez el ángel sin alas, pero dorado, hermoso y vengador. Sintió de nuevo el ya familiar estremecimiento al recordarlo.
Sin embargo, aquella noche no había soñado con el ángel ni con el muchacho. Había sido testigo de la muerte de una mujer a manos de un hombre fornido, apuesto, letal y terrorífico. Y se había despertado, como todas las noches, a las seis de la madrugada gritando ante lo que sus ojos habían contemplado. Se levantó, bebió un vaso de agua y se volvió a acostar. Pero la sensación de urgencia y miedo todavía permanecían. Había algo que le decía que el sueño no había sido tal, pero si no lo era ¿qué significaba?
En su cama, y con los rayos de sol penetrando por las rendijas de su persiana, Laura se desperezó y se desprendió de los vestigios de los malos sueños de aquella noche.
Al salir de su habitación, se dio cuenta de que sus padres no estaban. Le habían dejado una nota en el mueble de la entrada de su casa:
Laura, no te hemos querido despertar porque estabas totalmente dormida y nos daba mucha pena hacerlo. Tu padre y yo nos hemos ido a pasar el día a Ávila y es probable que esta noche durmamos allí, así que no volveremos hasta mañana por la tarde. Tienes comida en el frigorífico y dinero en la encimera de la cocina. Ten cuidado y no hagas tonterías. Come bien y descansa.
Laura se rió ante la frase <<Ten cuidado y no hagas tonterías>> ¿Qué tonterías iba a hacer ella si se pasaba la mayor parte del tiempo sola? Después leyó la frase en que le decían que comiera bien y descansara y se le apagó la sonrisa. Desde hacía mucho tiempo no comía lo suficiente, pero no porque no quisiera, sino porque no tenía apetito. Dedujo que todo era producto del estrés y el cansancio. Las noches con sueños y pesadillas y el estrés producido por el cada vez más cercano final de la carrera, la estaban machacando.
Releyó una vez más la nota, y la rompió. Después se dirigió a la cocina para prepararse algo de desayunar – un simple cola cao bastaría – y tras esto, se fue al cuarto de baño a asearse.
No fue hasta que se puso el reloj cuando se dio cuenta de lo tarde que era. ¿Las dos de la tarde? Pues sí que estaba cansada.
Se vistió y salió corriendo hacia la panadería. Cerrarían y se quedaría sin pan. En su carrera por la calle, casi impacta de lleno con un chico que andaba por ahí. Consiguió esquivarle en el último segundo, ¿o había sido él quien la había esquivado a ella? No importaba, por lo que continuó con su carrera. Pero algo le había sucedido. El ya conocido estremecimiento hizo su aparición en el cuerpo de Laura, y esta se quedó brevemente sorprendida. Disminuyó su carrera, y sin poder contenerse, dirigió una mirada a su espalda. El chico seguía allí y se había quedado parado, observándola.
Laura disminuyó casi totalmente el ritmo de su paso, hasta que finalmente se paró en seco. ¡Él la estaba mirando! Pero, ¿por qué? Le miró con toda intención y él se limitó a sonreírla. Una porción mínima de su mente reparó en su físico y lo catalogó cuidadosamente – alto, atlético, con una camiseta negra que se ajustaba a su cuerpo perfectamente, pantalones vaqueros desgastados y anchos, deportivas negras – Pero la mayoría de su concentración estaba dedicada a su rostro – mandíbula cuadrada, facciones elegantes, definidas, boca grande, sensual, de labios carnosos, la barbilla levemente alzada, y sobre la frente unos mechones rebeldes de pelo color azabache –  Sin embargo, no fue capaz de ver sus ojos, pues los ocultaba con unas gafas de sol oscuras. A pesar de todo, sabía que la estaba traspasando con la mirada y eso la hizo sentirse levemente incómoda.
La sonrisa del muchacho la hipnotizó. Pero el hechizo duró poco. Esforzándose por retomar el control de sí misma, Laura se sacudió y movió la cabeza de un lado a otro. Cualquiera que la estuviera contemplando pensaría que estaba actuando de un modo extraño y que estaba loca, pero le dio igual. Todo el vecindario la consideraba un bicho raro. Y en lo que ella tardó en recuperar el control, él había desaparecido, dejándola confundida y con un hormigueo en el estómago muy característico.
Casi como un autómata, retomó su camino y consiguió llegar a su destino: la panadería. Compró una barra de pan y dándole las gracias a la amable dependienta, salió del local.
La sensación volvió e inmediatamente Laura dio un giro brusco para ver si el chico estaba por allí de nuevo. Pero no consiguió verle. Decepcionada, y con la cabeza gacha, volvió a su casa.
La sensación de que alguien la observaba no la abandonó en todo el día, y se percató de que ya había sentido esa sensación antes. Es más, llevaba sintiéndola durante bastante tiempo, solo que no se había percatado antes, preocupada como estaba por sus muchos problemas.
Comió lo que pilló, sin preocuparse realmente de lo que ingería, pues sus pensamientos la tenían totalmente abstraída. Había algo familiar en el chico de esa mañana que no conseguía situar. ¿Le conocía de algo?
El ya característico dolor en las sienes se instaló de nuevo, por lo que agarró un calmante y con un gran trago de agua, se lo tomó. Se recostó en la cama después de comer y se quedó dormida. Por una vez el sueño fue tranquilo  y sin pesadillas. Se levantó aproximadamente un par de horas después. Ese día estaba saldando la cuenta que tenía de horas de sueño perdidas. El reloj-despertador de su mesita de noche le indicó que eran ya las 6 de la tarde.
Retomó sus actividades y después se dedicó a lo que más le gustaba: leer y dibujar.
Cuando ya se hacía casi de noche, decidió salir a dar un paseo. Se sentía agobiada, entumecida y su cuerpo le pedía aire fresco. Aunque con el calor que estaba haciendo, resultaba toda una ironía salir a buscar aire fresco en esos momentos.
La noche era cálida, pero no sofocante, por lo que Laura se alegró de haber tenido la idea de salir. Decidió dar una vuelta por el parque situado detrás de su casa. Le encantaba aquél parque – grande, con enormes extensiones de césped y árboles gigantescos que proporcionaban sombras y donde te podías refugiar en los momentos del día cuando hacía más calor – y sus pasos la encaminaron a su zona favorita. Uno de los árboles – el más antiguo que debía de haber por allí – estaba doblado por el peso de sus enormes ramas, y una rozaba prácticamente el suelo. Allí se subía muchas veces – cuando quería escapar de su casa, cuando discutía con sus padres, cuando su cuerpo le pedía respirar naturaleza – y se sentaba, recostando la espalda en el tronco y con un pie balanceándose perezosamente y la otra pierna recogida, donde apoyaba su precioso bloc de dibujo. Desde la rama tenía una visión perfecta de su casa, pues el árbol estaba situado en lo alto de una de las colinas que conformaban el parque, y éste estaba a unos 500 metros de distancia de la urbanización donde se encontraba su casa.
Lo que más le gustaba era sentarse allí y respirar la paz que emanaba aquél lugar. Se sentía en paz y tranquila. Allí no había dolor y la soledad era su amiga.
Sin embargo, cuando se estaba acercando al árbol, a su árbol, se dio cuenta de que había alguien más allí. Disminuyó la frecuencia de sus pasos, y se encaminó muy lentamente, pensando quién podría estar allí. La parte racional de su mente le decía que cualquiera podría estar allí, pues el parque, y en concreto aquél árbol, no eran propiedad privada de nadie. Pero eso no impidió que se sintiera frustrada, incluso algo enfadada con el intruso.
Y allí estaba él.  Repantingado en su rama, como si nada.

Alex estaba impaciente. Eran casi las dos de la tarde y Laura seguía sin dar señales de vida. Su persiana seguía bajada y no conseguía captar movimientos en el interior de su habitación. ¿Le habría pasado algo? Se tensó como la cuerda de un arco y después con la misma rapidez se destensó. Había conseguido captar algo: el sonido de un cuerpo al moverse, un suspiro leve, y después, unos pasos por la habitación. Respiró tranquilo. Había estado a punto de llamar a los bomberos o a la policía dando un aviso falso para que se personaran en la casa de la muchacha y entrasen por la fuerza para ver si ocurría algo. Su paciencia y su autocontrol se vieron recompensados.
Había observado cómo sus padres se levantaban temprano y salían de la casa en coche. La dejaban sola otra vez. Debería ser aún más cuidadoso y no perderla de vista en todo el día.
Cuando vio que levantaba la persiana, se quedó muy quieto en su refugio. Desde allí ella vería el árbol, aunque nadie conseguiría ver desde esa distancia quién estaba refugiado en él. De cualquier forma, ella no le conocía, aunque consiguiese verle. Las cortinas se corrieron y allí estaba ella – enfundada en su pijama corto de verano – Se quedó contemplando la luz del día, observando el parque, atrapando los rayos del sol y sonrió quedamente al día. Tenía marcadas ojeras bajo los ojos, debidas a las innumerables noches sin dormir bien. Normal que se hubiera levantado tan tarde ese día. Pero aún así, estaba tranquila, en paz y sonreía. El corazón de Alex dio un vuelco ante esta preciosa visión y luego tan rápidamente como se había producido, ella le abandonó. Dio media vuelta y se sumergió en su casa.
Podía escuchar algunos sonidos provenientes del interior del chalet, pero eran sonidos vagos, al no ser voces conversando. Un sonido como de agua corriendo le indicó que la muchacha se estaba aseando, y al poco rato, más ruidos apresurados y entonces oyó el sonido seco y potente de la puerta de la casa al cerrarse.
Durante un breve momento, sin saber qué hacer, se quedó rígido. Luego, con toda determinación, salió como una exhalación tras ella. La vio corriendo, los cabellos oscuros ondeando tras ella, el sudor perlado provocado por el calor brillando en su piel morena.
Decidió adelantarse, y tomando un atajo se dirigió a la calle más cercana a la panadería. A estas alturas conocía cada una de sus costumbres. Curiosamente, todos los fines de semana era ella quien bajaba a por el pan, y la mayoría de las veces iba corriendo.
Se quedó parado en medio de la calle, esperándola, expectante. Entonces apareció. Como un bólido, iba corriendo sin percatarse de la gente de su alrededor. Se la quedaban mirando y algunos susurraban y la señalaban. Alex no entendía por qué la miraban así. Para él, era maravillosa, para ellos, un bicho raro. En una ocasión había oído esta expresión, y sin saber muy bien qué significaba – pues ella no se parecía a ningún bicho que él hubiera conocido jamás – se había sentido contrariado y ofendido. Tal vez ella sí supiera lo que pensaban y le daba igual, por lo que él decidió que tampoco le afectaría.
Y ocurrió casi igual que aquél día en la estación de tren. Pero, en el último momento, viendo que ella se dirigía sin remedio directamente hacia él, hizo un leve movimiento y escapó de su trayectoria. Sin embargo, y aunque sus cuerpos no se rozaron por milímetros, una corriente de frío y calor volvió a llenar el espacio entre ellos, haciendo que el corazón de Alex palpitara a un ritmo frenético y la piel de ella se estremeciera levemente.
Se quedó paralizado por la conmoción, observándola. De repente, el ritmo de su carrera disminuyó y la vio girar la cabeza para mirarle. Sin poder contenerse, la sonrió, y ella se quedó paralizada. Vio cómo le observaba detenidamente, mirando cada uno de sus rasgos y sabía que se estaba preguntando quién era él y por qué la miraba de esa manera. Pero Alex no lo pudo evitar. Él también estaba como hipnotizado. La corriente le había dejado totalmente inmóvil y sólo podía mirarla y sonreír. Al final, consiguió salir de su ensoñación y aprovechó el momento en que ella parecía hacer lo mismo para desaparecer rápidamente. Se escondió y aguardó. Vio cómo Laura se quedaba un instante más allí parada, mirando, buscándole sin poder verle, y un instante después darse la vuelta para ir a la panadería. Una vez hubo salido, la siguió a una distancia prudencial para que ella no se diera cuenta y después de verla entrar en su casa, se dirigió de nuevo a su escondite en el árbol.
Esa tarde todas las cortinas estaban corridas, por lo que pudo observarla desde la sombra de su árbol. Aquél árbol se había convertido en su refugio, en una especie como de nuevo hogar, por decirlo de alguna manera. Desde allí había podido observarla todos estos días, cuidándola en la lejanía y de esa manera había averiguado muchas cosas sobre ella: Le gustaba mucho leer y pasaba tantas horas leyendo como dibujando. Aunque sabía que quería mucho a sus padres por los gestos que les dedicaba y sus frases, en su hogar también había elegido la soledad, y pasaba muchas horas recluida voluntariamente en su habitación.  En alguna ocasión la escuchó hablar con un par de amigas y se mostraba tan cariñosa y amable como con sus padres. Y era tremendamente responsable, tal vez demasiado para su propio bien. Pero lo que más le gustaba de ella era su genio. Detrás de esa cara y esa luz que le hacían pensar que era un ángel caído del cielo, detrás de su suave voz y de sus ademanes delicados, había un huracán contenido, una fuerza arrolladora y deslumbrante, que a veces conseguía salir. Le hacía gracia ver cómo a veces la muchacha perdía los estribos y se enfadaba, pero después le daba pena ver la culpabilidad cincelada en sus gestos.
La pudo mirar sin trabas, deleitándose en sus movimientos, viendo cómo la luz del sol jugaba con su pelo y su piel morena. Anhelaba tener más que un roce fortuito con ella. Poder hablarle, escuchar su dulce voz, cogerla de la mano y hacerla reír. Pero eso no era posible, sería demasiado peligroso para ella, y además, ella se merecía algo mejor, no se merecía a un monstruo como él. Y ahí estaba Alex, su guardián, su protector. Cualquiera pensaría que era un pervertido si averiguasen que pasaba horas y horas observándola, siguiendo cada uno de sus pasos, pero él jamás haría nada que la perjudicara. En su cabeza jamás había habido más razón que la de protegerla. Pero desde hacía tiempo había averiguado que había algo más, algo escondido en su corazón, en el mismísimo fondo de su alma – si es que la tenía – un sentimiento totalmente desconocido al que no conseguía poner nombre, pero que le impulsaba hacia ella, impidiéndole apartarse de su lado, anhelándola con toda la fuerza de su alma maldita.
Vio cómo comía algo distraídamente en el salón-comedor, siempre con un libro cerca. Después, Laura se dirigió a su habitación y se acostó. Alex la vio tumbarse en la cama y relajarse, y él también se relajó. Aproximadamente dos horas después, vio cómo la muchacha se levantaba. <<Vaya, está realmente cansada>> pensó Alex. Tras la siesta, hizo lo que siempre hacía en su tiempo libre: leer y garabatear algunos dibujos.
Cuando el sol se despedía en el cielo dando paso a la noche veraniega, Alex vio que Laura se incorporaba y se preparaba para salir. Sin saber qué hacer, se quedó donde estaba. Sabía que a veces salía a dar un paseo y que le gustaba ese parque, pero últimamente no había salido demasiado. Por lo que esperaría y después la rastrearía.
Y recordó esa mañana…
Distraído por sus pensamientos, el tiempo voló, y antes de que pudiese hacer nada, ella estaba frente a él. Se dirigía con paso lento e inseguro hacia donde se encontraba.
Alex no podía entenderlo. ¿Cómo una simple humana había conseguido darle alcance sin que él lo percibiera? Se dio cuenta de que últimamente estaba muy pero que muy distraído, y la culpa la tenía sólo ella. Si hubiera sentido su presencia, se habría ido antes de que ella llegase al árbol. Ahora ya no tenía remedio. Ya estaba a sólo unos metros de él.
Y ahí estaban los dos, solos. Enfrentados el uno al otro.
Por unos breves momentos, ambos se contemplaron, sin saber qué hacer o qué decir. Entonces, Laura tomó la iniciativa:
-- Hola – medio tartamudeó. <<genial. Super ingenioso>> Se dijo a sí misma. No comprendía por qué estaba nerviosa, pero lo cierto es que lo estaba, y mucho.
Laura sabía perfectamente quién era él. El chico de esa mañana. Era buena para recordar caras y ésta era imposible de olvidar. ¿Cómo olvidar un rostro como aquél? ¿Cómo ignorar la corriente de frío y calor penetrantes que había sentido brevemente aquella mañana y que no hacía más que intensificarse ahora que se iba acercando cada vez más a él? << Imposible>> se repitió.
Y ahí estaba él, observándola como por la mañana. Pero su expresión era diferente, había cambiado de forma apenas perceptible, pero lo había hecho. Mostraba…¿Miedo?, ¿Desconcierto?...Notó que no llevaba las gafas de sol de esa mañana y eso dejaba al descubierto los ojos más bellos que jamás había visto en su vida: de un azul oscuro precioso, eran profundos y brillaban como sin los estuvieran iluminando dos pequeñas luces. Las perfectas cejas se fruncían levemente, formando una arruga entre ambas.
Alex se quedó mirándola sin decir nada. La sensación abrumadora que sentía al estar cerca de ella había vuelto y le había dejado clavado en aquella rama y mudo. Con un gran esfuerzo, le sonrió en respuesta a su amable y escueto <<hola>>. <<Ante todo hay que ser educado>> se dijo a sí mismo. Las normas sociales las tenía bien arraigadas en su ser. Siempre le habían enseñado la importancia de la educación.
Al sonreírla, sintió cómo Laura se quedaba congelada, hipnotizada. Incluso pudo apreciar el leve rubor que se formó en sus mejillas morenas y sintió el calor abrasador que emanaba su piel. Solía causar esa impresión en todas las mujeres, pero hacerlo en aquella chica, en aquél ángel, le hizo sentirse…bien.
Y el tiempo transcurría y ellos seguían contemplándose. Como dos estatuas de jardín o la estampa de un cuadro de verano. Personajes sacados de un cuento de hadas y de una historia de terror, ambos conviviendo en el dibujo, en la historia. Se miraban como si la vida les fuese en ello. Los ojos atrapados en los del otro, conectados. La noche veraniega aportaba un toque mágico a la situación. En la oscuridad creciente se adivinaba el contorno de la luna, brillante, redonda, perfecta y misteriosa. Lejos, los pájaros se acomodaban en sus nidos para pasar la calurosa noche resguardados, descansando. Algunas voces humanas se escuchaban en los alrededores, lejanas, distantes, ajenas a lo que estaba sucediendo en aquél diminuto fragmento de mundo. Los dos protagonistas de la escena no parecían tener oídos, ojos, o ninguno de los 5 sentidos disponibles para nadie que no fuese aquél que tenían delante.
Laura no conseguía salir de su hechizo y de su asombro. Había algo en él…Y sin poderse contener por más tiempo, le dijo:
-- ¿Te conozco de algo? – Le costó mantener la voz firme y segura. Aunque tenía la certeza de que él había notado el leve temblor de su voz al final de la pregunta y el esfuerzo que le había costado decir esa simple frase.
Alex medio sonrió ante el titubeo de Laura y prendado por el sonido de su voz, no conseguía encontrar su propia voz y sus pensamientos estaban tan dispersos que no era capaz de hilar dos ideas y formar una respuesta coherente. Por fin estaba hablando con ella, algo que había deseado desde hacía mucho tiempo. Y aunque sabía que era peligroso para ella que se relacionasen de cualquier forma, no pudo evitar sentirse feliz. Embargado por este sentimiento, le costó un gran esfuerzo responder a la pregunta que le había formulado. Luchando consigo mismo, retomó su propio control, y por fin encontró su voz y su mente.
-- No, no lo creo – Le dijo, y entonces sonrió de verdad. Se maldijo por no poderle decir la verdad, pero ¿qué le iba a decir? <<Te he estado vigilando, observando y siguiendo desde hace aproximadamente dos meses…Soy un monstruo de la noche que ahora cuida de ti…>> No. Sabía que no podía decirle la verdad, aunque su corazón le pedía que lo hiciera.
-- Hummmmm… -- se limitó a murmurar Laura.
Al parecer no era él el único al que le costaba juntar dos palabras para formar frases, pensó Alex. De nuevo Laura presentaba aquél aspecto distante, distraído.
<<¡Dios! ¡Su voz es aún más hermosa que su rostro!¿Qué es lo que me ha dicho?¡ No consigo recordarlo!...¡Laura! vuelve a la Tierra>> Con una sacudida, volvió a despertar. Y allí estaba él, mirándola, expectante.
-- Lo siento, pensaba que te conocía de algo – consiguió decir Laura.
-- Es un error habitual. Me han dicho cientos de veces que tengo una cara muy común – dijo irónicamente Alex, y de nuevo esbozó aquella deslumbrante sonrisa. Sabía que Laura no la podía ver del todo bien, pero aún así lo notaría. Vio cómo ésta se ruborizaba de nuevo.
<<¡Dios!¡ Otra vez!...pero…¿había bromeado con ella? O ¿se estaba riendo de ella?...No podía ser eso…Pero a la vez…¡Nadie con esas facciones perfectas podría decir que tenía una cara común!>> Laura no hacía más que darle vueltas a la respuesta del apuesto muchacho.
-- Sí, debe de ser. Bueno, de nuevo, lo siento – Laura veía que aquello no llevaba a ningún lado, y que tendría que marcharse, pero su cuerpo se negaba a ello. Se había quedado clavada en el césped.
-- No tienes por qué – Le dijo Alex. De verdad que estaba disfrutando con aquello: poder conversar con ella, estar cerca, poder sentir su calor a través del aire, ver cómo se ruborizaba su piel morena. Pero en el fondo sabía que se estaba acabando y que alguno de los dos debía dar el paso que los separaría. Ella parecía igual de reticente a marcharse, lo cual le hizo sentirse extrañamente bien.
Al final, tomó él la decisión. En este caso sería él quien tomase la iniciativa.
-- Puedes quedarte. Yo ya me iba – Vio cómo la desilusión y el anhelo se dibujaban en el rostro de Laura, y estuvo a punto de echarse atrás y quedarse con ella.
-- No, no te preocupes. Yo estaba dando una vuelta, de verdad – se apresuró a decir Laura. No sabía cómo alargar el momento. Y él ya se iba.
-- Que disfrutes de la noche – Le dijo Alex.
A Laura le recorrió un escalofrío al escuchar esta última frase. Había sido tan seductora…Y de repente, otra vez sintió pena y algo de desasosiego por la marcha del extraño chico.
Alex se incorporó en la rama y con un ágil salto aterrizó en el mullido césped. Se sacudió los pantalones y cuando giró la cabeza para mirarla, vio el mismo anhelo profundo que él sentía, cincelado en el rostro de aquél ángel.
Laura le contempló maravillada. Sus movimientos eran tan fluidos, tan elegantes, tan sobrecogedoramente seguros y sensuales…No podía quitarle los ojos de encima, se lo estaba comiendo con la mirada…y el más profundo de los anhelos se adueñó de su ser. Se dio cuenta de que él la observaba de reojo, pero no le importaba.
-- Buenas noches – le dijo.
-- Buenas noches – respondió Laura.
Y pasando a tan sólo unos centímetros de ella, Alex se alejó por donde Laura había llegado. Por un breve segundo, Laura permaneció donde estaba, totalmente quieta, disfrutando de la sensación que recorría cada célula de su cuerpo. Y al darse la vuelta, esperando verle alejarse, la pena ganó la batalla de emociones que se había estado produciendo dentro de ella desde que le vio. Él ya no estaba, había desaparecido.
Alex pasó muy cerca de Laura e inhalando profundamente, grabó en su memoria la fragancia de su piel. El estremecimiento se intensificó en un segundo y permaneció un par de segundos más. Sin pensar en lo que hacía desapareció en la noche como una exhalación, luchando consigo mismo y con el deseo de volver a donde la había dejado y rodearla con sus brazos.
Agitada, Laura se recostó en su rama y se imaginó que él estaba a su lado…Se deleitó con las emociones y sensaciones que la habían embargado en los últimos momentos y deseó que permanecieran grabados en su mente para siempre. Hacía tanto que no se sentía así…tan viva, tan feliz.
No podía dejar de pensar en su voz, en su rostro…se había quedado maravillada, no había conocido a nadie así jamás. Y sin embargo…había algo muy familiar en él que no encajaba. No conseguía saber de qué le podía conocer. Pero ¿cómo no iba a recordarle si le hubiera conocido antes de esta mañana? Nadie olvidaría a alguien así nunca.
Distraída, sacó una pequeña libreta que llevaba siempre consigo en un bolsillo del pantalón y una pequeña linterna que tenía en el llavero de su casa. Llevaba una pequeña mochila donde guardaba su cartera, su móvil y algunos lápices, junto con una pequeña linterna que le había regalado una tía de su madre. Dejó la mochila a un lado suyo, en la rama, y sacó la linterna, un lápiz y una goma. Apoyando la libreta sobre un muslo, y con la linterna en la otra mano, se dispuso a dibujar su rostro.
Cuando acabó, se dio cuenta de que había hecho un trabajo realmente bueno, pero que aún así no le hacía justicia. Y cuanto más miraba el dibujo, la sensación de familiaridad se hacía más fuerte. Levantó la mirada, y se dio cuenta de que la noche era cerrada. Se había hecho realmente tarde y ella no se había dado cuenta, vagando en sus pensamientos. Desorientada, se desperezó y bajó torpemente de la rama del árbol.
Inició su camino de vuelta a casa, ensimismada y contempló la luna. Le sonrió y se sintió feliz. Hacía meses que no era capaz de sonreír de verdad y de repente sentía ganas de reír, sonreír, de vivir. Sólo podía pensar en una razón en su cambio, y eso la asustó momentáneamente. ¿Y si no lo volvía a ver? ¿Qué haría si le volviera a ver? ¿Se atrevería a preguntarle su nombre y pedirle su número de teléfono para quedar con él para tomar un café o algo así? La tristeza se abrió paso de nuevo en su ser cuando se dio cuenta de que eso no pasaría jamás. <<Los sueños sólo suceden una vez>> se dijo << y él no puede haber sido más que un sueño. Además, aunque fuese real, ¿qué interés podría tener alguien como él en una vulgar chica como ella?>> Bajó la cabeza y siguió su camino.
De repente, oyó unos ruidos cerca de ella. Pisadas fuertes, de varios pares de pies, luego varias personas se acercaban a donde estaba ella. No podía verles, no sabía cuántos podrían ser. Se asustó. Giró la cabeza hacia la derecha y allí estaban. Una pandilla de chicos jóvenes, más o menos de su misma edad. Iban borrachos. Algunos todavía sostenían los minis o las botellas de distintos tipos de alcohol en sus manos. Reían de forma absurda y bromeaban los unos con los otros.
Sin saber cómo ni por qué, Laura se había quedado totalmente inmóvil. Uno de los chicos reparó en ella, y dando un codazo a su colega, la señaló. Todos se pararon y dejaron de reír. Un murmullo, un susurro, y como si se tratara de un grupo de soldados, se pusieron en movimiento a la vez, todos con el mismo objetivo: ella.
Al llegar a su altura, la rodearon. Laura no sabía por qué se había quedado quieta y por qué no era capaz de moverse ni de decir una sola palabra.
-- Hola guapa. ¿Qué haces por aquí tú sola? – Le dijo el que sin duda era el cabecilla del grupo. Un chico moreno, más o menos guapo, alto. Llevaba una de esas camisetas de tirantes ajustadas que dejaba ver la musculatura fibrosa de los brazos y pectorales, un tatuaje de un tribal decoraba todo su hombro izquierdo y parte del brazo y llevaba un piercing en la ceja derecha que se alzaba en un gesto de burla. <<El típico payaso fanfarrón>> pensó Laura -- ¿Te apetece tomar algo con nosotros? – La miró comiéndosela con los ojos y se acercó un poco más a ella.
Algo en sus gestos despertó a Laura.
-- No estoy sola, ahora vienen unos amigos – Dijo Laura. No sabía qué inventarse – Y no, gracias, no quiero nada – No pudo contenerse. Se dio cuenta de que no debería haber hablado tanto. Un gesto de desagrado pasó fugazmente por el rostro del cabecilla.
-- Yo te conozco. Siempre vas sola – Dijo otro chico, algo más bajito, iba vestido de manera más o menos similar al otro chico.
Todos se rieron, y el cabecilla, sonrió con malicia. Sus alientos se entremezclaron y azotaron con fuerza el rostro de Laura. Olían a alcohol, tabaco y, por el olor dulzón y desagradable que percibió detrás de todos ellos, habían estado fumando hachís sin ninguna duda. Se le revolvieron las tripas. Siempre había odiado el olor de los porros.
-- Vente con nosotros, lo pasaremos bien – Dijo con voz ronca y maliciosa.
--No, gracias – dijo Laura, con más valor del que sentía. Sus piernas comenzaron a flaquearle y la mochila empezó a escurrirse de su hombro. Cada vez se sentía más nerviosa.
Jamás se había encontrado en una situación semejante. En el instituto siempre había pasado más o menos desapercibida y se rodeaba de pocas amigas. Pero solía llevarse bien con todo el mundo. Aunque los chicos…eran otra historia. Nunca se le había dado bien relacionarse con ellos. Y cuando sus amigas empezaron a salir, a hacer botellones y a liarse con chicos cada fin de semana, ella se fue retrayendo cada vez más y se fue apartando de ellos. Por ello, no tenía mucha experiencia en el trato con el género masculino, y menos aún, con el de su edad. Solían ser inmaduros, creídos y muy hoscos. En la universidad, sólo trabajaba con ellos durante las clases y, aunque se llevaba bien con ellos, cuando salían de clase era como si les encendieran un nuevo interruptor, cambiaran de modo y ella se encontraba totalmente perdida, sin saber cómo actuar o de qué hablar con sus compañeros.
El grupo se había cerrado totalmente a su alrededor, y cuando ella intentó abrirse paso, se vio empujada hacia atrás y casi cae de bruces al suelo. Sintió cómo era salpicada con el contenido de los minis que todavía sostenían en sus manos temblorosas y pudo saborear el sabor amargo y fuerte de lo que parecía ser ron. Sintió aún más ganas de vomitar. Hizo un nuevo intento por salir de allí, por abrirse paso entre el corro que la rodeaba, pero ellos no la dejaron y sintió sus manos pegajosas, sudorosas y sucias por distintas partes de su cuerpo: su pelo, su cuello, sus brazos…Sintió unas terribles ganas de tirarse al suelo y gritar.
-- No te vayas, por favor – La sonrisa ladina todavía se adivinaba en la cara del muchacho. Su fuerte aliento impactó de nuevo contra el rostro de Laura y sintió que las fuerzas la abandonaban y que su vista se nublaba debido a la ansiedad y al mareo. Tuvo que respirar varias veces en profundidad para retomar algo de control sobre su propio cuerpo.
-- ¡Dejadme en paz! – En un arranque de furia, Laura consiguió abrir un hueco y salir del círculo en el que se había visto atrapada. Los chicos exclamaron a sus espaldas y más líquido se vertió de los vasos de plástico, rociando el césped y la espalda de la muchacha.
Sin embargo, cuando creía que ya se había liberado, una mano la agarró por detrás, sujetándola por la camiseta, y sin saber cómo, acabó tendida en el suelo. Impactó con fuerza contra el césped y se quedó momentáneamente sin aire. Unas pequeñas lágrimas de dolor se escaparon por las comisuras de sus ojos. Cuando los abrió, miró hacia arriba, para averiguar quién le había hecho eso.
El cabecilla estaba contemplándola desde lo alto, sonriendo. Todos reían. El hedor del alcohol le llegó nuevamente a Laura y estuvo a punto de vomitar allí mismo. Sus tripas se anudaron y se revolvieron espasmódicamente y su respiración se hizo cada vez más rápida y superficial. Consiguió controlarse y haciendo acopio de fuerzas, intentó incorporarse. Pero una mano la frenó y la dejó allí, sentada. La callosidad de los dedos que la mantenían fija en el suelo, raspó la suave piel de su hombro y el calor que desprendía el cuerpo del muchacho la golpeó con fuerza. Estando tan cerca de él, le resultó muy difícil no echar hasta la última papilla.
-- No te vas a ningún lado – dijo él.
Se acuclilló a su lado para ponerse a su altura y levantó una mano. Acarició la mejilla de Laura, regodeándose en su poder y en el miedo que inspiraba a la muchacha y poco a poco se inclinó para besarla. Se quedó paralizada, congelada.
Laura cerró los ojos, incapaz de hacer otra cosa, rezando para que se aburrieran y la dejasen en paz. Intentó reunir fuerzas para propinarle un golpe que le tirara de espaldas y así ganar algo de tiempo. Quería hacerle desaparecer. Y sus deseos se hicieron realidad…




CAPITULO CUATRO

Alex andaba distraído por el parque, sumido en sus pensamientos, recreando la imagen y la voz de Laura. No se quería alejar mucho de allí para poderla tener cerca y cuidar de ella, por lo que se limitó a dar vueltas al parque y a los alrededores.
Un sonido le sacó de su ensoñación. Las voces de unos chavales borrachos. Pero eso no fue lo que le despertó. Una voz ya muy conocida se abrió paso a través del resto de las voces y su cerebro y su cuerpo se pusieron en tensión. Desde allí no conseguía escuchar bien lo que estaban diciendo. Pero aunque la voz hubiera salido del mismísimo centro de la tierra, la habría reconocido: Laura.
Ese sonido consiguió ponerle en marcha. Desplegó todos sus sentidos y se dirigió hacia el lugar del que provenían las voces. Estaban muy cerca del árbol donde se habían encontrado Laura y él.
Por fin, los vislumbró. La habían rodeado y no la dejaban escapar. Se reían de ella y en sus mentes vio lo que pretendían hacer con ella: iban a divertirse lo de lo lindo con ella. Querían verla llorar y suplicar. Utilizarla como una marioneta hasta que se aburrieran. Eso le enfureció y dobló el ritmo de su carrera. Se encargaría de que fueran ellos quienes suplicaran.
Pero si creía que lo que había sentido hasta ese momento era furia, estaba totalmente equivocado. La ira surgió dentro de él como una potente llama incandescente y se adueñó de todo su ser cuando vio cómo la tiraban al suelo e impedían que se levantase. Uno de los chicos se había agachado y se estaba inclinando hacia ella…
Un destello rojo, un fuego abrasador y se lanzó como un huracán contra el chico. Le agarró por detrás y lo lanzó varios metros dejándolo tirado de espaldas como una marioneta. Los otros chicos se miraron momentáneamente confundidos.

De repente, ya no estaba allí. Una leve brisa se levantó. Un grito ahogado de asombro y el muchacho yacía tumbado de espaldas a unos metros de donde estaba ella. Los demás amigos se miraban los unos a los otros, asombrados, no comprendían qué había pasado y cómo había llegado su colega hasta allí.
Uno de los chicos fue más rápido y se quedó contemplando al causante.
-- ¡Eh tú! ¿Quién coño te crees que eres? Te voy a dar la paliza de tu vida, pedazo de cabrón.
Laura dirigió la mirada hacia donde el chico estaba mirando, y la esperanza se abrió paso a través de todo su miedo y terror. Pero duró poco tiempo. Eran 6 o 7 chicos contra uno. El chico de sus sueños no podría con tantos a la vez. El desasosiego reemplazó a la esperanza.
-- Apartaos de ella… ¡YA! – rugió Alex.
El sonido de su voz fue tan terrorífico, que la mayoría dio un paso atrás sorprendidos. Se miraron sin saber qué hacer. El chico que había hablado antes, se adelantó y se puso a la altura de Alex.
Éste sonrió y esperó. De repente, el chico levantó el puño y con toda la fuerza de su brazo, lanzó un directo derecho hacia la cara de Alex. Lo paró antes de que le rozara siquiera la nariz e infringiendo la mínima cantidad de fuerza, echó el brazo del muchacho hacia atrás y se lo dobló bruscamente. Realizando una rápida llave, puso el brazo del chico tras su espalda, inmovilizándolo, y con otro movimiento, lo lanzó hacia delante. Con la fuerza del empujón, éste cayó de cara al suelo, y se quedó espatarrado allí.
Laura no podía salir de su asombro y el resto de los chicos tampoco. Estaban demasiado borrachos y confundidos y no se atrevían a adelantarse y convertirse en la siguiente marioneta.
Se quedó allí, en el suelo, paralizada, maravillada, contemplando al que se había convertido en su ángel salvador. De repente, captó movimiento detrás de él. El cabecilla se había conseguido levantar, y sigilosamente se dirigía para atraparle desprevenido.
Intentó captar su atención y decirle con la mirada lo que estaba pasando detrás. Durante un fugaz momento sus miradas se encontraron y una sonrisa se dibujó en el rostro de su salvador. Juraría que le había dedicado un leve asentimiento y le había guiñado un ojo, de manera cómplice.
El chico se seguía acercando sigilosamente. Justo en el momento en que estaba a punto de agarrarle por la espalda, Alex efectuó un rápido giro y agarrando al chico por los hombros, lo levantó en el aire y con un veloz movimiento, lo tumbó de nuevo en el suelo.
El silencio se hizo entre los amigos del chico, y dieron varios pasos hacia atrás alejándose.
Alex se agachó, acercándose al cabecilla del grupo y dijo:
-- Ni se os ocurra volver a tocarla, de lo contrario, desearéis no haberme conocido – La voz volvía a ser aterradora. Un miedo desconocido se apoderó del chico. Un rictus de terror apareció en su cara. Alex le sonrió como si fueran amigos y se incorporó.
Lentamente, con suavidad, se acercó a donde estaba tirada Laura. Se agachó y le ofreció la mano para ayudarla a incorporarse. Laura aceptó, hipnotizada y agradecida.
Estaba anonadada, sorprendida. No podía efectuar ningún movimiento ni decir una sola palabra. Se limitó a mirarle conmocionada y se dejó llevar por la fuerza de su ángel salvador y de la maravillosa sensación del roce de su mano, de su suave tacto. Se recreó en la fuerza titánica que recorría sus perfectos músculos y sólo dirigió sus ojos a su cara cuando éste le habló.
-- ¿Estás bien? – Le preguntó Alex. Intentó controlar su ira, y la voz le salió en un suave susurro, pero sabía que ella le había oído. Su rostro se dulcificó y la ira fue dando paso a la tranquilidad. Ignoró a los chicos que les rodeaban y tirando suavemente de la mano de Laura, la acercó a su cuerpo y la rodeó con un brazo. La apretó suavemente contra sí.
No tuvo que decir ni una sola palabra más. Los muchachos se alejaron de ellos, contemplándolos asombrados. En el suelo todavía permanecían los dos valientes a los que había tumbado.
-- Sssí – dijo Laura, temblando levemente debido a la conmoción. No fue capaz de decir nada más, a pesar de que ansiaba poder agradecerle lo que había hecho por ella. Pero no existían palabras para expresarlo.
Una parte de la mente de Laura le decía que andaba con un extraño y que éste la llevaba sujeta a su lado. Algo le aconsejaba que se alejara. Pero renegó de esos pensamientos rápidamente. Jamás se había sentido tan segura con nadie que conociese. No podía ser malo. Y estaba decidida a conocerlo. La electricidad que los unía era algo…vivificante. Mil estremecimientos de placer la recorrían constantemente, de arriba abajo y parecía que él debía de sentir algo parecido, pues a Laura le pareció que temblaba levemente. Las zonas en donde sus cuerpos mantenían el contacto estaban ardientes, como al rojo vivo y empezó a agitarse, nerviosa. Sin previo aviso, padeció un escalofrío demasiado fuerte como para que Alex no se percatase de ello. Bajó sus ojos oscuros hacia ella y la contempló, evaluándola.
-- ¿Tienes frío? – preguntó Alex levemente confundido. La temperatura era cálida. Aunque creía saber el motivo de los estremecimientos de la muchacha, dado que él también los estaba sufriendo, no quiso hacer más conjeturas.
-- No, es sólo la impresión. Se me pasará – Contestó Laura. Estaba realmente preocupado por ella, se dio cuenta. Le extrañó que alguien desconocido se preocupase tanto por ella, pero se sintió halagada y feliz. Jamás se había sentido así con un chico, bueno, con ninguna persona en realidad.
Alex se relajó al escuchar las palabras de Laura, comprendiendo su significado. La pobre se había llevado un buen susto. Y la preocupación desapareció dando paso a otras sensaciones. La tenía entre sus brazos, podía sentir su calor, notar el pulso acelerado de la muchacha, embriagarse con el aroma de su piel. Y ella no le rehuía. Por alguna extraña razón se encontraba tranquila --  si dejamos a un lado el acelerado ritmo de su corazón – y a gusto a su lado. Jamás se habría imaginado algo así. Las circunstancias habían jugado su partida y le habían ganado. Pero a pesar del miedo que sentía de poder herirla, se sintió seguro y en paz consigo mismo. Una extraña calma surgió en su pecho, calmando la agitación de su interior, domando a la fiera que rugía dentro de él.
Siguieron caminando así, abrazados. Laura no se molestó en apartarse, estaba muy a gusto así, muy tranquila. Alex, por su parte, estaba disfrutando de su sueño hecho realidad.
-- ¿Cómo me encontraste? – preguntó tímidamente Laura.
Alex se quedó rígido. Si le hacía muchas preguntas, tendría que inventar muchas mentiras y eso no le gustaba. Las mentiras se acaban destapando por sí solas, sin necesidad de ayuda.
-- Estaba dando vueltas por aquí, ya sabes, disfrutando de la agradable noche – Dijo Alex. Esto era en su mayoría verdad, lo cual le hizo sentirse mejor. Haciendo un ademán con la mano señaló los alrededores y habló con soltura, despreocupadamente. – Escuché unas voces y entonces…sentí el impulso de venir hacia aquí – Sí, sintió el impulso, <<El impulso de cargarse a quien te estaba haciendo daño>> -- Y luego, te vi.
-- Pero…no tenías por qué hacer nada. N-no…no nos conocemos – tartamudeó Laura. La sensación de que le conocía de algo persistía y cada vez era más fuerte. No era capaz de quitarse ese pensamiento y de sacudirse esa sensación de familiaridad de su cuerpo. La forma en el que éste respondía a cada gesto y cada movimiento que él hacía era…inquietante.
-- Estabas en un aprieto… – replicó confundido Alex. <<¿Qué querías que hubiera hecho? … ¿preferirías que te hubiera dejado a su merced?>> -- Y no soporto a los payasos que se creen que pueden hacer lo que les dé la gana, y menos aún ver cómo se aprovechan y maltratan a una chica.
-- Hummmmmmmmm…de acuerdo – Laura no sabía qué pensar de aquello – Eres mi salvador. Muchas gracias – Le dijo con fervor. Notó cómo se tensaba levemente y cuando se atrevió a echar una ojeada, vio cómo la comisura de sus labios se elevaba formando una media sonrisa traviesa.
Alex se sintió…No era capaz de expresarlo. Le había llamado <<su salvador>>. Si ella supiera que la vigilaba constantemente, probablemente no pensaría así. Si supiera que la espiaba, que la conocía de una manera profunda, oscura, que conocía cada uno de sus más pequeños e insignificantes hábitos, seguramente huiría de él y le denunciaría a la policía o algo por el estilo.
Siguieron caminando, lentamente, sin prisas. Él todavía agarrándola con un brazo y estrechándola suavemente pero con firmeza a su costado. Le daba miedo que la muchacha fuera a desmayarse o algo por el estilo debido a la conmoción.  Además, disfrutaba del poder que tenía y de poder aprovecharlo y utilizarlo con Laura. Sentirla tan cerca de sí…era algo totalmente hermoso y perturbador. Mil imágenes se formaron en su mente, placenteras y perturbadoras a la vez, formando y eliminando sendas sonrisas a medida que se sucedían una tras otra, dejándole confundido, desvalido.
-- Esto…bueno… -- comenzó a decir Laura. No sabía cómo preguntárselo y si él se lo tomaría bien.
-- ¿SÍ? – dijo Alex. Bajó la mirada, y sus ojos atraparon de nuevo los de la muchacha, y percibió el cambio en su expresión. Casi instantáneamente se produjo un cambio en su ritmo cardíaco, acelerándose un poco más, y el rubor inundó sus mejillas. Se sintió…complacido.
-- Me preguntaba… -- Laura se encontraba perdida en la inmensidad de aquellos ojos y en la suavidad de su dulce voz. <<¿Cómo se lo pregunto?...>>  y una voz en su cabeza le decía << Es un total desconocido, podría ser peor que esos chicos de antes>>, pero otra voz más potente acalló a la otra diciendo << Te ha salvado de esos idiotas…>> Ese pensamiento se vio respaldado por la sensación de seguridad que sentía al tenerlo a su lado. Bajó la mirada, avergonzada, << probablemente él no quiere nada contigo, boba, y sólo está siendo amable>>
-- ¿Sí? – repitió Alex. Le preocupó la forma en que vaciló Laura. Sin ser capaz de resistirse, con la otra mano, tomó a Laura del mentón y lo elevó para poder contemplar sus ojos, esos ojos oscuros, profundos, tan grandes y brillantes…
Laura perdió el hilo de sus pensamientos en cuanto él la tocó de esa manera y la obligó a mirarle a los ojos.
Dándose cuenta de que no podría obtener una respuesta coherente, Alex apartó rápidamente la mano de la barbilla de Laura y esperó a que esta retomara el control de sí misma. Con gran esfuerzo, Laura consiguió preguntar:
-- ¿Cómo…cómo te llamas? – soltó precipitadamente. <<Ya está, ya se lo he dicho>> -- ¿Vives por aquí? -- <<Vale, ya te estás pasando, Laura>>
Laura notó que Alex había contenido la respiración.
Alex se encontraba ante un dilema que le producía dolor y tristeza. <<¿Qué hacer? ¿Le digo mi nombre? Eso sería intimar demasiado. Debería dejarla en su casa y alejarme, no dejar que me vuelva a ver…>> Mientras pensaba eso, vio cómo Laura se tocaba distraídamente las sienes. Sus ojos se vieron velados por aquellos párpados aterciopelados y él se sintió frustrado. Le gustaban mucho los ojos de aquella chica, al mirarlos directamente era como si pudiera ver directamente el alma de la muchacha, cálida, brillante, llena de vida.
A Laura le entró un dolor repentino en las sienes, sabía a qué se debía, alguien está sufriendo, y cuando giró la cabeza para buscar la fuente, abrió los ojos y vio el rostro desencajado del chico que la sostenía a su lado. Algo le estaba perturbando. Vio un gesto de tristeza y dolor, y su instinto la empujó esta vez. No podía soportar el sufrimiento de la gente y menos de él.
-- ¿Te encuentras bien? – Le preguntó.
Alex estaba totalmente confundido <<¿Ella estaba preocupada por él? ¿Por alguien como él? ¿Después de lo que le acababa de suceder, sólo se preocupaba de que él estuviera bien?>> Al mirarla, vio la preocupación, la comprensión y el deseo sincero de ayudar en sus angelicales rasgos y finalmente respondió:
-- Alex – Ante la confusión de Laura repitió – Me llamo Alex – Eludió la última pregunta de Laura, pues hubiera sido complicado y muy largo explicarle el motivo de su desasosiego, del dolor que sentía en el pecho al saber que no podía estar con ella, al saber que no debería estar con ella. Y ahora fue él quien desvió la mirada de aquellos ojos de un perturbador color marrón oscuro.
Sin entender muy bien por qué, Alex se sintió repentinamente mejor, la tristeza y el dolor punzante del pecho aletargados. Laura notó que Alex se relajaba e inmediatamente su dolor de cabeza empezó a remitir, hasta quedarse como un eco lejano del profundo aguijonazo que le había taladrado las sienes segundos antes. El dolor había desaparecido tan rápido como había hecho su aparición.
<<Alex…me encanta>> No pudo contener un suave suspiro, ni tampoco el rubor que se produjo en sus mejillas momentos después al darse cuenta de que él había escuchado su suspiro. No se atrevió a mirarle. Él tampoco la miraba directamente, pero ambos se vigilaban por el rabillo del ojo. Sentía la tensión en su cuerpo y en el de él y, siguiendo un impulso, se acercó un poco más a él, lo cual le provocó un pequeño sobresalto. Una diminuta sonrisa traviesa elevó una de las comisuras de sus labios y, girando un poco la cabeza, la escondió para que él no pudiera verla.
Alex se percató de lo tarde que era y apresuró algo el paso. << Debo llevarla pronto a casa. Si sigue haciéndome preguntas, no sé qué voy a responder>> Con cuidado, de una manera natural e inconsciente, fue dirigiendo los pasos de ambos hacia la casa de Laura.
Laura no era consciente de hacia dónde iban. Estaba demasiado ensimismada en sus pensamientos como para darse cuenta de ello. Entusiasmada, feliz, estaba disfrutando de cada emoción sentida junto a Alex aquella noche de manera intensa. Cuando se dio cuenta de que iban sin remedio hacia su casa, quiso cambiar el rumbo, pero él la tenía firmemente sujeta con su brazo. Un pensamiento repentino le vino a la cabeza << ¿Sabe dónde vivo?>> y casi instantáneamente otro hizo su aparición <<No, es sólo una coincidencia. Eso o yo misma me he estado dirigiendo hacia aquí inconscientemente>> Si era así, estaba muy enfadada con su inconsciente por hacerle semejante jugarreta.
Doblaron la esquina y entraron en la calle principal, donde vivía Laura. Al llegar allí, Alex soltó despacio a Laura, todavía no demasiado seguro de que no se fuera a desvanecer. Su corazón emitió un fuerte latido en protesta por el alejamiento de la muchacha. Su alma negra se quejó al perder la poca luz que había visto en siglos. Alargó las manos de su alma, luchando por mantenerla cerca de él, pero su parte más responsable ganó la batalla y se vio a sí mismo separándose de ella, dando unos cortos pasos hacia atrás que le costaron casi toda la fuerza de voluntad que tenía.
Laura se quedó cerca de él, pensando en qué podría decirle para alargar el momento. Se miraron el uno al otro durante unos instantes. El sentimiento de vacío que la atravesó al separarse de él fue sobrecogedor. Fue como si le hubieran arrancado algo de su interior, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba incompleta hasta que llegó él y llenó aquél hueco oscuro que había en su interior. Aquellos pensamientos la perturbaron profundamente, pues no debería de sentirse así ante una persona totalmente extraña…¿O sí?
-- Bueno…-- Comenzó Laura. Empezó a tartamudear, buscando alguna frase inteligente, alguna ocurrencia, algo que consiguiera alargar la conversación para poder pasar más tiempo con él. Incluso se le pasó por la cabeza invitarle a pasar a casa, pero eso hubiera sido demasiado estúpido e irresponsable, y su parte racional la frenó en seco antes siquiera de que pudiera formar la frase que le diría en su cerebro. Sus mudos intentos por prolongar la conversación murieron en el momento en el que él tomó la palabra.
-- Será mejor que te vayas a casa – la interrumpió Alex – pareces cansada y te has llevado un buen susto – dijo, intentando aplacar la sequedad de su voz. Intentó que ésta saliera lo más normal posible, pero incluso él pudo percibir la tristeza y el temblor que se abrieron paso a través de sus palabras. Tragó saliva con dificultad, cuadró los hombros y dio otros dos pasos hacia atrás, sintiendo como una parte de su corazón le abandonaba y se quedaba con ella. Intentó parecer despreocupado, relajado, nada más lejos de la realidad de su estado.
-- Sí, tienes razón – dijo Laura con resignación – Estoy muy cansada…-- sin poder contenerse dijo -- ¿Te veré algún día?
La expresión de él cambió, Laura lo vio como se ve el sol poniéndose dando paso a la noche. Se ensombreció, pasando de una leve sonrisa a la tristeza más pura y agónica que Laura jamás había visto tatuada en las facciones de una persona. Parecía como si realmente le doliese lo que estaba pensando. Y ahí estaba de nuevo el dolor de cabeza delator, signo y señal de que aquello que estuviera pasando dentro de Alex le estaba haciendo sufrir.
Alex se devanaba los sesos pensando qué decirle. Estuvo a punto de contestarle << No, jamás volverás a verme, no soy bueno para ti. Soy peligroso, Laura, más de lo que te podrías imaginar…>> Sin embargo, lo que dijo fue:
-- Tal vez. Estaré por aquí algún tiempo – La miró intensamente, intentando mandarle un mensaje con la fuerza de su mirada, intentando que comprendiese que él estaría allí siempre, aunque no pudiese verle. Contempló cómo los ojos de la muchacha se abrían, zambulléndose en su mirada y casi pudo contemplar el alma de la muchacha: luminosa, brillante, más brillante que el sol.
<< Mierda. Otra vez lo ha hecho…>> La voz había sido tan sensual, tan por completo seductora…y la expresión de sus ojos, esos ojos que brillaban incluso en la oscuridad… Ahora parecían un océano en calma, y sin embargo cuando había mirado a sus atacantes, una fuerza arrolladora los había inundado y habían sido como un mar en tormenta. La expresión de ahora era tierna, llena de dulzura, pero también de dolor. Y algo en aquellos ojos la estaba enviando un mensaje que ella no pudo descifrar.
Laura no quiso preguntarle más, a pesar de que tenía millones de preguntas que hacerle. Pero algo le dijo que no era el momento. << Más adelante, entonces…>>
-- Bien. Entonces, nos vemos Alex – Y haciendo algo que jamás había imaginado que sería capaz de hacer, venció su vergüenza, se acercó a él y alzándose sobre las puntas de sus pies, le besó en la mejilla. Era tan suave y delicada como sus manos. Un escalofrío de placer le estremeció el cuerpo y un hormigueo eléctrico recorrió sus labios entreabiertos. De repente, éstos parecían arder. Notó cómo él se tensaba  ante su acercamiento y luego se relajaba paulatinamente.
-- Gracias por todo – Le repitió, todavía aturdida por su atrevimiento y por las emociones y sensaciones que ese simple gesto le habían suscitado.
-- Buenas noches, Laura – consiguió articular Alex al fin.
-- Buenas noches, Alex – Se dio la vuelta sonriéndole y marchó hacia la puerta de su hogar, situada a unos 15 metros de donde se encontraban. Cuando llegó a la entrada de su casa, se dio la vuelta y él aún permanecía allí, embelesado. Sin embargo, en lo que tardó en sacar las llaves y abrir la puerta, él ya había desaparecido.
Alex se quedó observando cómo Laura se alejaba de él. Cuando llegó a la puerta, permaneció unos instantes más, quería asegurarse de que llegaba sana y salva a su casa, y luego desapareció entre las sombras.
Mientras caminaba, se tocó distraídamente la mejilla, allí donde ella le había besado. Había notado… una sensación extraña a la par que maravillosa. Y empezó a pensar… Si alguna vez había creído que había conocido la felicidad, estaba totalmente equivocado. Felicidad era lo que sentía en esos momentos. Había estado cerca de ella, y no la había herido, al contrario. Y el sonido de su voz al decir su nombre…había sido algo tan puro, tan hermoso, que le había hecho temblar. Y además estaba aquél sentimiento…seguía sin ser capaz de describirlo, pero ahora que la había tenido en sus brazos, ahora que había podido disfrutar de su aroma y escuchar su voz, ver cómo sus rasgos angelicales cambiaban con cada pensamiento, éste sentimiento se había hecho más fuerte. No sabía cómo iba a conseguir alejarse de ella después de aquello. Todavía le hormigueaba la mejilla allí donde los tiernos y ardientes labios de la muchacha se habían posado con delicadeza, con dulzura. Aún podía notar el cálido cuerpo bajo su brazo, apretado contra su costado derecho. Y por alguna extraña razón, ella mostraba el mismo rechazo a separarse de él que él de ella, se mostraba tranquila y segura a su lado. No había tenido que usar ninguno de sus dones sobrenaturales para atraerla, se había limitado a ser él mismo. Y ella, sin apenas conocerle, había permanecido a su lado, se había preocupado por él cuando había percibido su dolor y quería volver a verle. << ¡Volver a verme a mí!...>> Nada le convenía menos que querer estar con él.
No pudo evitar las imágenes que pasaron fugaces por su mente, haciendo que se tambaleara. Los dos, juntos, saliendo, tomados de la mano, riéndose…Ella, abrazada a él, con sus delicados brazos rodeando su cuello, y los de él haciendo lo mismo con su cintura…De nuevo ella, elevándose sobre sus pies y besando tiernamente primero sus mejillas, y luego sus labios… Un ramalazo de fuego le recorrió la columna vertebral. Pero era un fuego diferente al que sentía cuando estaba enfurecido. Era más potente y mucho más placentero.  Y una nueva ráfaga de pensamientos: él, posando sus labios sobre los de ella, aspirando su dulce aroma, sintiendo su calor…después bajándolos progresivamente hasta encontrarse besando su suave garganta…y entonces, un dolor repentino, y sus colmillos abriéndose paso, mordiendo la blanda carne, atravesando la fina piel…Se paró en seco ante este pensamiento. << ¡Jamás! ¡Eso nunca!>> pero la parte más salvaje de su ser le decía << ¿Por qué no? Te alimentas de humanos a los que no matas, a no ser que sean criminales… ¿Qué habría de malo? No la harías daño, sólo sería un poco de sangre, nada más>>
-- ¡NOOOOO! – gritó Alex. Una pareja a lo lejos se quedó parada, observándole.
Sin hacerles caso, pasó cómo un bólido, alejándose…Pero ya se dirigía a su árbol para contemplarla, para vigilar su sueño.

Laura entró en su casa con paso inseguro, aturdida y embelesada…No podía creer lo que le había sucedido en unas pocas horas…
Todavía permanecía en sus labios aquél hormigueo eléctrico y abrasador. Se llevó dos dedos a ellos y suspiró. Lentamente, sacudió la cabeza para salir de su ensoñación.
Distraída, paseó por la casa encendiendo algunas luces. En el reloj situado encima de la mesa del salón marcaban casi las 2:00 de la mañana. Se le había pasado el tiempo volando. Bebió apresuradamente un vaso de leche y se fue su cuarto. Las cortinas estaban echadas, por lo que las corrió y abrió la ventana para dejar que entrara la levísima brisa. Se quedó contemplando la noche, el cielo prácticamente negro iluminado por una luna llena perfecta y unas cuantas estrellas. Paseó la mirada por el parque y se quedó observando a su árbol…y algo se movió allí, en las oscuras sombras. Notó un temblor dentro de su cuerpo, y anheló estar allí, pues algo le decía que Alex había vuelto al parque y de nuevo estaba en el árbol. Se lo imaginó como lo había visto aquella tarde: con una actitud despreocupada, con una pierna balanceándose perezosamente y la otra recogida, recostado sobre el enorme tronco, y mirando al frente con intensidad, con aquellos magníficos y sobrecogedores ojos. Totalmente magnífico y hermoso. No podía apartar los ojos del árbol. Le sonrió a la noche, y levantó una mano. La movió lentamente de un lado a otro, despidiéndose.  Apagó la lámpara de su mesilla de noche y se metió en la cama.
Aquella noche durmió por primera vez sin sueños ni pesadillas, en paz. Una única imagen inundó su mente antes de abrazar la inconsciencia: el rostro de Alex. Y justo un segundo antes de dormirse, supo de qué le conocía.

Apostado en el árbol igual que cada día y cada noche, Alex se relajó. Vio cómo las luces se iban encendiendo, y al final su habitación se iluminó e instantes después las cortinas se abrieron. Y ahí estaba ella, espléndida, magnífica, con su largo cabello suelto, cayendo libremente sobre sus hombros, rodeándola. Lucía un pijama de tirantes y pantalón corto en un tono blanco marfil que resaltaba su bronceado. Se quedó quieta observando la noche, y de repente, miró fijamente hacia allí. Algo ocurrió, sus miradas se conectaron, a pesar de la distancia y de la oscuridad. La misma corriente recorrió cada centímetro de su cuerpo, y se quedó totalmente inmóvil. Tras unos cuantos minutos, ella levantó la mano y la movió, despidiéndose. Era imposible que le viera, oculto como estaba en las sombras, pero era probable que lo percibiera. Alex sabía que ella era especial, percibía esas cosas. Había mirado en sus recuerdos cuando habían paseado juntos de camino a su casa, y sabía por ellos que era capaz de sentir el dolor de los demás como el suyo propio.
Levantó el también la mano, aunque sabía que ella no le veía realmente, y se despidió con una sonrisa deslumbrante dibujada en su rostro.
-- Que duermas bien, mi ángel – susurró para sí Alex.
No sabía cómo manejar esta situación. Su parte racional le decía que debía alejarse de ella, protegerla; su corazón y su alma anhelaban tenerla cerca, rodearla con sus brazos y besar su rostro; y su parte salvaje le instaba tomar lo que quisiera de ella. Tres partes de sí mismo enfrentadas… ¿Sería capaz de hacer que las tres convivieran en paz? Un rayo de esperanza iluminó su alma, y se sintió lo suficientemente fuerte como para intentarlo. Además, no se podía apartar de ella, no hasta que estuviera completamente seguro de que a ella no le pasaría nada. Todavía estaba la amenaza del asesino de su hermana Isabel. No le había olvidado. Sabía que tarde o temprano le encontraría o viceversa, y sabía que él tarde o temprano encontraría a Laura. Tenía que impedir por todos los medios que la encontrase, tenía que cuidar de ella.
Así pues, decidió intentarlo, y si en algún momento veía que se le iba de las manos, se creía lo bastante fuerte como para alejarse y mantenerse a una distancia prudencial de ella.
La noche transcurrió y Alex se durmió también, la imagen de Laura grabada a fuego en su mente, sonriéndole como había hecho horas antes.
Totalmente relajados, Alex y Laura durmieron aquella noche en paz.
Cuando la noche dio paso al amanecer, Alex se despertó. Permaneció donde estaba durante unas horas y, tras cerciorarse de que todo estaba en orden en casa de Laura, decidió irse a darse una ducha y cambiarse de ropa. Tenía planes para ese domingo y quería que saliesen a la perfección.
Había alquilado un loft en las afueras de la ciudad, grande, espacioso y moderno, como a él le gustaba. El apartamento estaba dotado de todas las tecnologías y comodidades imaginables, y sin embargo, Alex apena las disfrutaba, lo cual era un total desperdicio. Aun así, le gustaba verse rodeado de dichos lujos cuando se encontraba solo. Además, el loft estaba situado en una zona poco concurrida, lo cual le venía la mar de bien. Cuanto menos ojos curiosos, mejor.
Así pues, llegó al cabo de una media hora, pues no podía correr a una velocidad excesiva, de lo contrario habría llamado ligeramente la atención de la gente que ya paseaba por la calle. Entró en el loft y se despojó de sus ropas. Tendría que tirarlas, ya que estaban demasiado sucias y algo que no sabía hacer era poner una lavadora. Se dirigió al enorme ropero que tenía en la única habitación del apartamento y escogió un pantalón vaquero, una camiseta y unas deportivas similares a las que había llevado hasta entonces. Había tenido que comprar todo lo que había en aquél apartamento, pues no había podido traerse nada de Roma, ni siquiera su hermoso Porsche negro.
Con la ropa en las manos, se fue al espacioso cuarto de baño. Llenó la bañera con agua caliente, y echó algo de gel para que echara espuma. No es que realmente él estuviera especialmente sucio o que necesitara la ducha, pues como inmortal que era, su cuerpo no reaccionaba igual que el de los humanos; pero un penetrante olor a resina y hierba se le había quedado pegado al cuerpo, y además necesitaba relajarse un poco. Estaba algo nervioso.
De manera que, una vez dentro de la enorme bañera, se relajó. Permaneció cerca de una hora dentro del agua, estirando los músculos, concentrado en lo que quería hacer aquél día, soñando con ver de nuevo la cara de Laura y disfrutar de su compañía.
Al salir de la bañera, se miró en el espejo enorme que había sobre el lavabo. Notó que algo había cambiado en su rostro. Era un cambio prácticamente imperceptible para un humano, pero no para sus ojos agudos. La tristeza, el dolor y la ira provocados por la muerte de su hermana Isabel y que habían tatuado su cara durante los últimos 3 meses, habían prácticamente desaparecido y en su lugar sus rasgos faciales mostraban tranquilidad y una felicidad intensa, así como la esperanza más fuerte que jamás había sentido. Sonrió al reflejo que mostraba el vasto espejo y se vistió. Completó su atuendo con unas Ray-Ban negras, pues el sol ya era demasiado fuerte para sus ojos.
Tomó las llaves del mercedes SLK negro, pues la potente moto Honda CBR1000RR no era lo más adecuado para un paseo cómodo. Intentando no exceder el límite de velocidad, se apresuró para llegar a casa de Laura. Eran ya más de las 12 del mediodía y ansiaba verla.

Laura se despertó a eso de las 11 y media de la mañana, feliz. Estaba radiante. Hacía mucho tiempo que no se sentía así y mucho más desde que no dormía tan plácidamente como esa noche.
Algo en un resquicio de su mente pugnaba por salir e intentaba decirle algo importante, como si hubiera sabido algo por un instante y de repente se hubiera esfumado, pero ¿el qué? Se levantó precipitadamente y miró por la ventana esperando ver una figura a lo lejos bajo un árbol. Sin embargo, no había nadie allí y se llevó una enorme decepción.
Lentamente, se dio la vuelta y cogió su bloc de dibujo. Le gustaba tenerlo cerca y a veces garabateaba en él mientras comía, siempre que no estuviera demasiado enganchada a alguna de sus últimas adquisiciones literarias. Llegó a la cocina y se preparó un tazón de cereales. Sentándose a la mesa, abrió el bloc con una sola mano, mientras con la otra dejaba el tazón con cuidado en la superficie. Un dibujo se deslizó del bloc y cayó al suelo mientras ella intentaba abrirlo sin derramar la leche. Se agachó a recogerlo y se quedó paralizada por la emoción. << No puede ser…>> se decía a sí misma una y otra vez. Pero la evidencia era clara, el rostro que la contemplaba desde el papel era inequívocamente el de Alex. Dio la vuelta a la hoja y miró la fecha: 23 de Marzo. << Es imposible>>. El chico de sus sueños, el de sus dibujos no era otro que Alex. Con manos temblorosas, pasó varias hojas y allí estaba él de nuevo, totalmente nítido, mirándola con intensidad, como si fuera real. Tomó el dibujo y lo dio también la vuelta: 4 de Junio. Exactamente un día antes de su encuentro. <<¿Cómo es posible?...¿Qué significa esto?...¿Cómo había sido capaz de hacer un retrato exacto de él, si ni siquiera se habían visto hasta ayer?>> No dejaba de darle vueltas a estas cuestiones, cuando otro pensamiento cruzó su mente…<<He soñado con él casi todas las noches, por eso me resultaba familiar. Boba estúpida, ¿No te diste cuenta en cuanto le viste de que era el hombre de tus sueños?>> Tal vez conscientemente no se había dado cuenta, pero su inconsciente se lo había estado diciendo con cada emoción y sensación.
Miró el dibujo, sorprendida y ensimismada…¿Qué significaba?
Sin casi darse cuenta de lo que hacía, terminó su desayuno. Estaba emocionada, intrigada y totalmente fascinada por este pequeño misterio. No sabía qué hacer. Le costó un tiempo ordenar sus pensamientos e ideas y finalmente decidió dejarlo correr – de momento – y más adelante abordarlo con la ayuda del principal protagonista.
Una vez tomada la decisión, decidió irse a dar una ducha, pues se encontraba agarrotada y adormecida. El agua tibia la relajó y el familiar olor del gel terminó de destensar su cuerpo. Se lavó también el pelo, pues aquella noche había hecho mucho calor y el sudor se había acumulado en su nuca. Cuando salió de la ducha, con cuidado desenredó el cabello húmedo y lo dispuso como una cortina alrededor de sus hombros. Se vistió con unos pantalones cortos que dejaban al descubierto gran parte de sus largas piernas, y una camiseta de tirantes blanca que resaltaba su piel morena. Siempre le había gustado su piel, y no dudaba en lucir su color a pesar de lo tímida que era.
Ya vestida y con las energías totalmente renovadas, salió a comprar el pan. Hoy no iba con prisas y aunque hacía bastante calor para ser todavía principios de Junio, disfrutó de la sensación del sol acariciando su piel. En el camino, no dejó de darle vueltas a lo acontecido la tarde anterior, y sólo deseaba poder encontrarse con él de nuevo, en aquella calle. Sin embargo, la decepción hizo mella en ella al darse cuenta de que él no estaba. Abatida, entró en la panadería como cada mañana.
Al salir de la tienda, vio un magnífico mercedes negro brillando al sol, aparcado en doble fila. Se quedó contemplándolo con los ojos muy abiertos durante unos instantes, y después retomó su camino. Dando media vuelta, comenzó a andar. Pero segundos después tuvo que pararse de nuevo. Escuchó su nombre.
Una voz que habría reconocido aunque hubiese estado en el mismísimo infierno, eliminó toda la pena y la esperanza brilló y la atravesó como una estrella fugaz.
-- Laura – fue todo lo que dijo la voz.
Sin casi atreverse a darse la vuelta, se giró lentamente y ahí estaba él, apoyado con ese ademán despreocupado tan característico en uno de los laterales del potente mercedes.

Alex llegó a casa de Laura a eso de las 12:20. Agudizando el oído, escuchó detenidamente para intentar captar sonidos en el interior de la casa de la chica. Sin embargo, no pudo oír nada. << Tal vez siga durmiendo >> y dando media vuelta, se dirigió a la parte posterior de la casa, donde daba la ventana de su habitación. Observando a un lado y a otro para vigilar que nadie le viera, se subió al alto muro y pudo ver el interior de su habitación perfectamente. No había nadie allí. << Ha debido de salir a por algo >>  Se dijo, e inmediatamente se sintió algo perturbado, necesitaba tenerla cerca, verla con sus propios ojos. Decidió probar suerte y se dirigió con el coche hacia la calle donde estaba situada la panadería donde ella iba a comprar el pan cada día. Pudo captar a través de las ventanas bajadas el aroma claro de su piel y supo que iba en la dirección correcta. El rastro era reciente, probablemente de segundos antes.
Y efectivamente, cuando dobló la esquina y penetró en la calle, la vio. Estaba entrando en esos momentos en el local, y a través de la ventana, pudo observarla. Se dio cuenta de que la expresión de felicidad que había poblado su rostro la noche anterior había sido sustituida por  una de decepción y tristeza. Llevaba la cabeza baja, como si se sintiera desdichada y eso le hizo sentirse realmente mal. << ¿Qué es lo que te ocurre, ángel? >> pensó Alex. Se sintió turbado y nervioso. Dejó el coche en doble fila, pues no planeaba estar mucho tiempo parado allí. Escuchó cómo Laura murmuraba quedamente lo que quería y la vio salir de la tienda. Esperaba que ella le viese dentro del coche, pero cuando ésta salió se limitó a observar con ojos desorbitados a la potente y escultural máquina negra aparcada en doble fila y no se molestó en mirar en el interior. Estuvo mirando el coche durante unos segundos y después dio media vuelta e inició el camino de vuelta a casa. Irritado, salió del coche, se apoyó en un lateral y se limitó a decir su nombre:
-- Laura – La llamó. Utilizó el tono exacto de voz, adecuado para que ella pudiera oírle.
Observó cómo se paraba y muy despacio, casi con cuidado, se daba la vuelta y le miraba. Una luz le iluminó el rostro y la más bella de las sonrisas se formó en su cara. Ese día estaba especialmente espléndida. Se había puesto unos pantalones cortos que dejaban al descubierto unas piernas largas y esbeltas, y la camiseta de tirantes blanca hacía que su piel morena reluciera como un mar de chocolate. Las gafas de sol no le impedían catalogar cada uno de los detalles de la muchacha.
Laura tembló levemente al verle, sin saber muy bien cómo proceder. Se quedaron así durante unos momentos y finalmente, Laura se descongeló. Avanzó tranquilamente hasta que llegó a su altura y se quedó frente a él.
-- Hola – Fue todo lo que consiguió decir. Estaba tan guapo como lo recordaba, incluso más. Y las gafas de sol que llevaba, aunque la impedían verle los ojos, le sentaban bien, dándole un aire misterioso.
-- Hola – contestó Alex, y le correspondió con otra enorme sonrisa. Le complació ver la expresión embelesada de la muchacha cuando la sonrió -- ¿Te apetece dar una vuelta? Puedo acercarte a casa – y señaló el mercedes.
Laura reflexionó unos instantes y dijo:
-- Vale, me encantaría. Gracias.
Alex le abrió la puerta del copiloto y cuando ella estuvo dentro, la cerró con suavidad. Dio la vuelta al coche y se introdujo en éste. Laura no perdía cada detalle, observando cada movimiento, cada paso. Cuando Alex ya estaba en el coche, se limitó a observar la imponente máquina en la que estaba subida.
-- Guauuuuuuuu…-- Dijo. Estaba alucinando.
-- ¿Qué? – Alex sonrió traviesamente al percatarse del estado en que se encontraba Laura.
-- ¡Qué cochazo tienes! – soltó Laura, y se rió de sí misma ante su explosión. Escuchó cómo Alex se reía silenciosamente.
Alex puso en marcha el coche y lo guió hacia la casa de la muchacha. Estaba disfrutando como hacía mucho que no lo hacía. Se encontraba entusiasmado con la idea de pasar el día entero con ella. Se dejó llevar por las sensaciones y sus sentidos se embriagaron ante lo que se encontraron. El olor que despedía era absolutamente delicioso. Y su pelo…brillaba a su alrededor, emitiendo destellos sobre un mar negro, y mojado como estaba, hacía más intenso el aroma. Con su visión periférica, pudo observar con cuidado su rostro. Los ojos brillaban de entusiasmo y excitación, abiertos hasta los límites, con las pestañas rozando suavemente los párpados superiores. Y sin poder contenerse, giró levemente la cabeza para verla mejor. En esos momentos, ella también se giró y sus ojos se encontraron con los de ella, conectándose. Le dio un vuelco el corazón cuando ella le miró intensamente y le sonrió.
Laura estaba absolutamente sorprendida y excitada. Su vida había dado un giro tremendo en menos de 24 horas. Se sentía llena de dicha, feliz estando con él, y pensar en el por qué le daba algo de miedo. Al fin y al cabo, él era un total desconocido. Sólo habían cruzado unas cuantas frases y él podría marcharse en cualquier momento. Dedujo que su felicidad era producto de las emociones y sentimientos que se brotaban en su interior cuando estaba con él y a la sensación abrumadora de seguridad que tenía cuando estaban juntos. Algo así no podía ser malo. Además estaba la gratitud infinita que sentía hacia él por lo que había hecho la noche anterior. No lo olvidaría jamás.
Alex dejó vagar sus pensamientos durante el corto trayecto. Además, no quería molestarla, pues se daba cuenta de que ella también estaba perdida en los suyos propios. Así pues, llegaron con suavidad y en silencio a la casa de Laura. Ésta salió de su ensoñación cuando se dio cuenta de que el coche se había parado. El tiempo se le había pasado volando y ahora no sabía qué hacer.
-- Ya estamos – dijo Alex. Se giró de nuevo y volvió a dedicarle una sonrisa. << Es curioso>> pensó << Estoy sonriendo más estos días de lo que probablemente lo haya hecho en toda mi vida>>
-- ¿Quieres pasar? – preguntó tímidamente Laura. << Ya está…ufff…estoy muy nerviosa >>
<< ¿Qué…? >>  Alex se quedó donde estaba, sin saber qué decir o qué hacer << ¿Me está invitando a pasar…a mí? >> Sopesó cuidadosamente la cuestión, y cuando vio que sería capaz de manejar la situación contestó:
-- Bueno, si no te importa – y la sonrisa se amplió.
Laura le estaba contemplando embelesada y consiguió salir a duras penas del coche. Él se bajó tras ella, y la siguió de cerca, ajustando sus pasos a los de ella, dejando apenas una distancia de unos 40 cm entre los dos. Ella podía sentirle justo detrás, pues toda su espalda parecía irradiar una energía que conseguía estremecerla. Subió los peldaños de la escalera de la entrada, y cuando llegó a la puerta, se giró un poco para sacar las llaves de su bolsillo. Y él permanecía allí, cerca de ella, observándola con cuidado y con intensidad. Tenía las manos temblorosas, y las llaves repiquetearon. Justo cuando intentaba introducirlas en la cerradura, se le cayeron de las manos y en el momento en que se agachaba a recogerlas, unas manos más rápidas que las suyas ya lo habían hecho. Hubo un roce fortuito entre sus manos, y ambos se retiraron precipitadamente ante el choque de energías que se produjo. Laura se dio con la cabeza en la barbilla del muchacho.
-- ¡Ay! – exclamó.
-- Lo siento – dijo Alex. Se sentía turbado, no solo por el golpe.
-- No, no es nada – Laura miró a Alex mientras se tocaba la cabeza, y sin poder contenerse soltó una carcajada.
Alex la observó, y entonces él también se rió. Los dos, como tontos, se estuvieron riendo de la situación con fuertes y sonoras carcajadas. Les costó un pequeño esfuerzo retomar el control de sí mismos, pero al final lo lograron. Al final, Laura consiguió abrir la puerta de su casa y entraron.  Dejó las llaves en el mueble de la entrada y guió a Alex hacia el salón. Se sentía extraña, nunca había llevado a un chico a su casa, y menos a alguien como Alex.
-- Siéntate, voy a dejar esto en la cocina y traeré algo de beber… ¿qué prefieres? Fanta, coca-cola…
-- Con un vaso de agua es suficiente, gracias – Le dijo. No le gustaba el sabor de esos “refrescos”. A Alex le parecía totalmente surrealista encontrarse en casa de Laura, conversando con ella, disfrutando de su compañía como si fueran dos grandes amigos…era realmente turbador, pero placentero. Se sentía genial.
-- Ahora vengo.
Laura se fue a la cocina y tiró el pan sobre la encimera. Todo lo deprisa que pudo, cogió un par de vasos y la jarra de agua de la nevera. Estuvo a punto de tirar los vasos en su precipitación por ser rápida y eficiente. Siempre había sido muy patosa. Volvió al poco tiempo, y él seguía donde lo había dejado.
Alex sonreía divertido al oír la precipitación de la muchacha y los sonidos que producía al moverse deprisa. Juraría que había estado a punto de romper algo de cristal, probablemente los vasos. << Vaya…parece igual de ansiosa de estar conmigo como yo lo estoy de estar con ella…>> pensó << Es extraño, es como si hubiera una conexión entre nosotros…>> debía pensar en esto detenidamente, pero ya lo haría más adelante. Ella hizo su aparición cargando una gran jarra de agua fría en una mano, y dos vasos de cristal apilados en la otra. La expresión en su cara hizo que soltara una leve carcajada. Ella no le preguntó el motivo, pero se sonrojó visiblemente y bajó la mirada. Alex paró de reírse y la invitó a sentarse a su lado. Ella dejó con cuidado la jarra y los vasos encima de la mesa y se sentó en el sofá de tres plazas junto a él. Se encontraba muy nerviosa, por lo que decidió servir el agua para ganar el tiempo e intentar ordenar sus pensamientos.
Alex, aprovechando la turbación de la muchacha, observó detenidamente el salón en el que se encontraba, catalogando cada detalle. Era extraño estar ahí, viéndolo todo desde esa perspectiva, y no desde fuera, como lo había estado haciendo hasta entonces siempre que las cortinas no estuviesen echadas.
Laura llenó los dos vasos de agua, y le ofreció uno a Alex. Éste, con cuidado, lo cogió de las manos de la muchacha.
-- Gracias – le dijo.
-- Hummmm… -- Laura no sabía cómo proceder a continuación. Soltó lo primero que se le pasó por la cabeza -- ¿dónde vives, Alex?
-- En las afueras de la ciudad, alquilé un loft – << Mejor empezar diciendo la verdad, ya tendrás ocasiones en las que tener que mentir >> se dijo.
-- Esto…espero no ser indiscreta… -- se excusó Laura. Tenía montones de preguntas que hacerle -- ¿cuántos años tienes? – preguntó.
<< Vaya, una cuestión difícil…Primera mentira >> Alex respondió:
-- Pues cumplí los 23 hace tres meses -- << Sí, bueno, cumplí los 23 hace tres meses, hace cuatro siglos >>
-- ¡Vaya! ¡Como yo! Qué coincidencia – exclamó Laura.
<< Sí,  extraña coincidencia >> pensó Alex.
-- ¿Y vives tú sólo aquí? – soltó Laura. Las preguntas fluían y ella no podía contenerlas.
-- Hummmmm…sí. Mis padres fallecieron hace años y yo estaba con mi hermana en Roma hasta hace unos meses. Pero ella tuvo un accidente, y murió también. Decidí venir a España para cambiar de aires… -- Bueno, eso era en parte verdad, pero claro, no podía comentarle que sus padres fallecieron hace 100 años, ni que a su hermana la mató un monstruo sádico que ahora iba tras ella…intentó retomar el rumbo de la conversación y se explicó lo mejor que pudo -- Mis padres me dejaron unos cuantos negocios, y tengo solvencia. Vine aquí para estudiar un máster en empresariales que empezaré dentro de unos meses –
-- Oh…Lo siento Alex. Lo de tus padres y tu hermana. Debes de haberlo pasado realmente mal – Laura pudo sentir el dolor en la voz de Alex a medida que le contaba su triste historia, y pudo sentirlo en su cabeza. Alex estaba sufriendo ahora, en esos momentos. -- ¿Puedo hacer algo por ti?
Alex la contempló embelesado…No podía ser real. Ella estaba realmente preocupada por él. Durante meses se había sentido vacío, sólo, movido únicamente por los sentimientos de ira, venganza, y la determinación férrea de apartar a aquél monstruo de esta jovencita. Pasado el tiempo, había notado una especie de atracción hacia ella que todavía no era capaz de definir…Y ahora, se sentía feliz estando a su lado, sentía que una parte de sí sanaba, notaba como si los pedazos de su corazón comenzaran a encajar y a soldarse. Era placentero, volver a sentir paz, tranquilidad…Y sólo la sentía cuando estaba cerca de ella.
Laura estaba preocupada por el silencio producido y por la expresión en el rostro de Alex.
-- No, no en realidad…-- comenzó a decir Alex. Después se corrigió y dijo: Bueno, sí hay algo.
-- Dime, haré todo lo que pueda – se ofreció Laura.
Alex sonrió quedamente y dijo:
-- Bueno, ¿Querrías pasar el día conmigo? – Dijo Alex – Podemos ir a donde quieras. Así nos distraeremos los dos, ¿Qué te parece?
Laura se quedó sorprendida ante su ofrecimiento. << ¿He escuchado bien? ¿Me está pidiendo que salga con él…pasar el día entero juntos? >>
-- ¡Estupendo! – exclamó Laura. Vio que Alex se reía ante su explosión de entusiasmo – Sí, vale…no tengo que hacer nada. Pero, ¿Adónde vamos?
-- Ya pensaremos en algo, no te preocupes – Le dijo Alex -- ¿Estás lista, o necesitas cambiarte? – La miró de arriba abajo por unos instantes y cuando volvió sus ojos hacia los de ella, vio que ella había estado haciendo lo mismo con él. Rápidamente  ambos desviaron la mirada, avergonzados.
-- No…Estoy lista. Sólo tengo que coger el bolso – dijo – Espera, voy a coger otro bolso más grande, me quiero llevar la cámara. Me gusta hacer fotos cuando salgo a algún sitio nuevo ¿Te importa? – Le preguntó.
-- En absoluto – Dijo Alex. Se estaba divirtiendo de lo lindo con ella. Era tan natural, tan impulsiva y encantadora…Por supuesto, él ya sabía dónde la iba a llevar, sólo le había ofrecido escoger el lugar por educación.
Ella se levantó, y él hizo lo mismo. La esperó de pie en el salón y volvió a contemplando, esperando, escuchando.
-- ¡Ya estoy! – dijo Laura. Todavía no se lo podía creer, ¡iba a pasar el día con Alex! Eso le daría más oportunidades para averiguar más cosas sobre él. Estaba emocionada ante la perspectiva. Una pequeña parte de su mente, aquella más racional la avisaba de que iba a pasar el día sola con un total desconocido…Pero su instinto era más fuerte y la decía que no tuviera miedo, que estaba en buenas manos.
-- Pues vamos – respondió Alex.
-- ¡Espera! – exclamó Laura. Alex se preocupó, << ¿Qué ocurre? >> pensó – Tenemos que llevarnos algo para comer – dijo Laura.
<< Ah…cierto. No había pensado en ese detalle…>>
-- No te preocupes, conozco varios restaurantes muy buenos…-- respondió. Antes de que la chica replicara, le dijo – Yo invito…¡No se diga más!...además, dijiste que harías lo que pudieras por mí…Pues me sentiré mejor si me dejas que te invite a comer – replicó. Vale, estaba jugando un poco sucio, aprovechándose de la amabilidad de la chica, pero realmente le apetecía darle algo.
-- Hummm…vale – Laura estaba desconcertada.
Salieron de la casa, e igual que antes, Alex se mantuvo cerca de ella, respirando su aroma, embebiéndose de él, y sintiendo la energía que despedía su cuerpo, atontándole. Una vez más, le abrió la puerta del copiloto, y cuando ella estuvo dentro, la cerró y se dirigió a su puerta. Ya dentro, metió las llaves en el contacto, y el coche se puso en marcha con apenas un leve ronroneo. Sacó el coche de allí y empezó a callejear por la ciudad.
-- ¿Adónde vamos? – preguntó Laura.
-- He estado pensando mientras cogías el bolso – Dijo Alex – Hay un lugar precioso, a unos kilómetros de aquí. Lo descubrí hace poco, mientras…hacía una expedición. Me gusta la naturaleza – Sí, había estado haciendo una expedición, pero de caza.
-- Suena bien. A mí también me encanta la naturaleza – le dijo Laura, sonriéndole.
Una vez más, el corazón de Alex dio una sacudida.




CAPITULO CINCO

Como aquella mañana, permanecieron callados durante todo el trayecto, ensimismados en sus pensamientos, disfrutando de la única compañía del otro, saboreando la libertad y el extraño placer que les daba estar juntos. El silencio era hermoso…nada incómodo, no necesitaban llenarlos con charla insulsa. El calor y el aroma de sus cuerpos se entremezclaba en una perfecta armonía.
Alex condujo por varios pueblos, esquivando, adelantando a todo el que se ponía delante. Con seguridad. Deprisa, pero justo lo necesario para no ganarse una multa, aunque no es que le importara demasiado. El dinero no era problema para él. Se dirigían hacia la sierra, y los pueblos cada vez estaban más apartados. La carretera se desdibujó ante los ojos de Laura, quien apenas prestaba atención al camino. Le daba totalmente igual, solo quería estar con Alex. Y en menos de media hora estuvieron en su destino. Justo cuando Laura pensaba que subirían a la sierra con aquél magnífico coche, Alex giró a la derecha y tomó una salida de la autovía y atravesaron varios pueblos hasta que la sierra empezó a rodearles por todos lados. Siguieron subiendo hasta que la carretera se acabó y aparcaron en un pequeño parking sin asfaltar. Había varios coches y mucha gente que se preparaba para pasar el día en la sierra. Los niños correteaban y chillaban emocionados, y los padres se apresuraban en coger las neveras portátiles y las mochilas y en encontrar alguna mesa a la sombra, cerca del río que se escuchaba a unos metros de distancia. Alex aparcó el coche lo más lejos que pudo del resto de la gente. Salió del coche, y se dirigió a abrirle la puerta a Laura, pero esta vez ella se le adelantó y salió por sus propios medios.
-- Ya hemos llegado – dijo Alex, sonriente – Aunque ahora tendremos que caminar un trecho. Hay un gran río por aquí. Te va a encantar. Podemos dar un paseo y después coger el coche e ir al pueblo que hay cerca a comer algo. Y después podemos volver o ir a donde tú quieras.
Alex estaba emocionado y a la vez asustado, por pasar todo el día completo y a solas con Laura. Pero se sentía increíblemente bien, lleno de energía y de una esperanza que hacía mucho tiempo que no conocía. Se quedó mirando con intensidad a Laura, esperando su respuesta, maravillándose con lo que captaban sus ojos agudos: el modo en el que el sol jugaba con el color de su pelo, de su piel, cómo la suave brisa jugaba con sus cabellos y estremecía su piel. Era todo un espectáculo para sus ojos. Sin duda, lo más bello que había visto en sus largos años de vida.
-- Vale. Me gusta la idea – respondió Laura, nerviosa y entusiasmada –
Anduvieron despacio, Laura con cuidado de no tropezarse y caer y Alex vigilando sus pasos, preparado para ayudarla en cuanto viera la mínima señal. Una vez más, permanecieron callados, escuchando los sonidos de la naturaleza que les rodeaba. Aquél día era cálido pero no asfixiante, y los árboles circundantes aportaban una sensación de frescor. El sonido de las voces de la gente se esfumó y pronto estuvieron totalmente solos.
Alex la guió con cuidado, y en apenas otra media hora alcanzaron su objetivo. Se encontraron en medio de una pradera llena de flores, donde había un pequeño estanque natural. Una cascada derramaba su agua en él. El río fluía más deprisa por encima de sus cabezas, entre las pequeñas montañas rocosas e iba a caer allí, donde el agua se acumulaba. En un lado del estanque, un pequeño riachuelo drenaba el agua y se perdía entre los árboles. No había nadie más, solo ellos dos. Y tampoco se oía gente cerca.
Laura contempló el lugar. No sabía que pudiera existir algo tan bello tan cerca de donde ella vivía. Era un pequeño paraíso. No debía de ser muy conocido, pues no se veían marcas del paso de personas por allí. El lugar permanecía prácticamente virgen, perfecto.
-- Esto es precioso, Alex – consiguió articular Laura – Jamás había visto algo tan perfecto –  Le sonrió agradeciéndole con la mirada que hubiera querido compartir con ella aquél paraíso. Y una nueva corriente de electricidad inundó sus cuerpos. Laura se adelantó despacio y tomó de la mano a Alex. Éste al principio parecía reticente al contacto, pero después se relajó.
-- Te dije que te gustaría – Fue todo lo que pudo decir Alex, perdido como estaba en las sensaciones que le embargaban en aquellos momentos. Su tacto, su voz, la energía que desprendía…eran como un bálsamo para él, conseguía curar todas sus heridas y le hacía más fuerte que nada en el mundo.
Laura comenzó a andar, todavía sosteniendo la mano de Alex entre las suyas. << Ojalá pudiera permanecer así para siempre >> pensó Laura. Alex se dejó llevar por la joven muchacha. Rodearon el pequeño estanque, y Laura se dirigió hacia una gran roca situada en la pared rocosa, al lado de la cascada. Allí se sentaron y contemplaron las aguas cristalinas derramándose en el estanque. Durante un buen rato, lo único que escucharon fue el sonido del agua al caer, sus propias respiraciones y la música natural que les rodeaba.
-- Bueno, cuéntame algo sobre ti, Laura – dijo Alex. Ansiaba poder conocer más cosas sobre ella, apelando a la fuente principal. Ante la expresión extraña de Laura, dijo –  Yo te he contado parte de mi historia, ahora te toca a ti –
-- No hay mucho que contar – Dijo Laura. De repente, estaba avergonzada. Su vida no era para nada interesante y el desasosiego apareció – Mi vida es absolutamente vulgar. No es que me queje, pero…-- << ¡¿Qué narices te pasa Laura?! >> -- Bueno, ¿Qué quieres saber? – Era más fácil que él preguntase concretamente qué es lo que quería saber.
-- No se…Supongo que tendrás familia…-- dijo Alex –
-- Sí, bueno, vivo con mis padres. Soy hija única. Mis padres no pudieron tener más hijos después de mí – Confesó Laura. No sabía por qué le contaba aquello, a lo mejor porque él le había contado algo muy personal antes – Fue un embarazo difícil para mi madre, y tenerme casi la mata –
-- Lo siento por ella – respondió Alex – Debió de ser duro. Pero seguro que te quiere muchísimo –
-- Sí, mi madre es estupenda. Tengo mucha suerte, mis padres son muy buenos y muy…comprensivos – contestó Laura – Les quiero mucho, y si algún día les pasase algo, no sé qué iba a hacer, no sé si lo podría soportar –
-- Estoy seguro de que saldrías adelante – el impulso le venció – Se nota que eres fuerte –
-- ¡Ja, ja! Ojalá – Se rió Laura -- ¿Acaso no viste lo que me hicieron anoche esos chicos? – dejó de reírse de golpe y miró hacia abajo, a las profundas aguas del estanque.
-- Me refería a otra clase de fuerza – contestó Alex. Ella le había malinterpretado, y ahora notaba que ella se sentía algo desdichada. Habló seriamente – Y no te preocupes más por aquellos idiotas, no se volverán a acercar a ti –
-- Sí, gracias a ti – dijo Laura. Estaba algo confundida por la seriedad con que el muchacho la estaba hablando – Todavía no se cómo agradecerte lo que hiciste por mí anoche – dijo con fervor.
-- No tienes por qué – De repente, Alex se perdió en los recuerdos de aquella noche, y un eco de la ira que había sentido entonces, se abrió paso en su ser – Hice lo que tenía que hacer – Aquella simple frase encerraba más verdad de la que ella jamás conocería.
-- Bueno, a lo mejor me podrías enseñar alguna llave o técnica de defensa personal, sólo por si acaso – añadió Laura. Una expresión extraña recorrió el rostro de Alex y ella no pudo descifrarla.
-- Sí, tal vez te vendría bien – dijo Alex. Le había costado retomar el control. Por un momento se la imaginó sola, peleando contra un grupo de desconocidos que la atacaban y un dolor intenso se instaló en su pecho – Pero yo no soy muy buen profesor, te lo advierto –
-- Aquellos chicos huyeron despavoridos de ti. Apuesto a que sabes muchas cosas, y yo soy muy buena alumna – Laura intentaba rebajar la atmósfera tensa que de pronto les rodeaba. No sabía cómo hacerlo.
-- Bueno, tú de momento limítate a no andar sola por la noche. Ya veremos más adelante –
Laura sonrió ante ese << más adelante >> Eso significaba que él planeaba mantener el contacto con ella y seguir viéndola. El entusiasmo la inundó de nuevo, y le sonrió feliz.
Alex contempló el cambio en ella, su sonrisa, y un escalofrío pasó raudo por su columna, arrastrando la ira, la preocupación y relajándole como un bálsamo. Le devolvió la sonrisa, y una luz iluminó su rostro angelical. Permanecieron así durante un buen rato, contemplándose el uno al otro, unidos por la fuerza de sus miradas. Ninguno era capaz de desviar la mirada. A pesar de que él llevaba las gafas de sol, Laura pudo sentir sus ojos sobre los de ella. Ambos intentando averiguar cosas del otro, intentando descifrar sus secretos y adentrarse en el alma del otro.
El sol iluminaba toda la pradera, colmándola de su luz, arrancando destellos plateados a las tranquilas aguas del estanque y a las desenfrenadas aguas de la cascada. Las flores permanecían totalmente quietas ante la ausencia de la brisa, y aunque el día era cálido y el sol caía sobre ellos, no sentían calor. Allí la temperatura era la adecuada.
Con gran esfuerzo, Alex desvió la mirada. Laura, sacada a la fuerza de su sueño, se desperezó y se levantó. Había sido fácil trepar por la roca y subir, pero bajar sería más complicado, por lo menos para ella. Antes de que se diera cuenta, Alex había saltado y la esperaba abajo. Con cuidado, volvió a sentarse y se deslizó hasta el borde con cuidado. Saltó y fue a caer al círculo de los brazos de Alex. Éste la sostuvo firmemente, aguantando el peso de su cuerpo, y después la dejó suavemente en el suelo. Los corazones de ambos latían con fuerza y desenfrenados. Un choque eléctrico les traspasó y se quedaron quietos unos instantes. Los brazos de Alex seguían sosteniéndola, incapaces de separarse de ella.
Las sensaciones que tenía Laura con Alex eran tan…abrumadoras. Cuando se lanzó de la roca, pensó que caería de bruces sobre la hierba, y sin embargo, él la había sostenido dulcemente pero con firmeza y la había depositado en el suelo, con ternura. Su corazón latía desbocado por el salto, pero mucho más por el encuentro con los brazos de Alex. Incapaz de separarse de él, permaneció inmóvil, mirándole fijamente hacia los ojos. Aquella energía devastadora que la recorría, parecía salir tanto de su cuerpo como del de él, paralizándola.
Alex contempló a la muchacha durante unos breves minutos, todavía con los brazos rodeándola, disfrutando del momento. Aquellos perturbadores ojos oscuros le miraban, y podía sentir cómo el corazón de Laura latía por lo menos tan fuerte y deprisa como el suyo propio. Acarició con las yemas de los dedos la superficie suave de la piel de los brazos de la muchacha.
Cuando sus respiraciones y sus corazones se calmaron, ambos dieron un paso hacia atrás, a la vez.
-- ¿Estás bien? – preguntó Alex, una vez encontró de nuevo su voz.
-- Sí, gracias. Soy algo patosa. Si no fuera por ti, me habría caído de bruces – se rió al imaginarse la situación, y vio cómo Alex echaba la cabeza hacia atrás y soltaba una fuerte carcajada.
-- Puede ser…Bueno, para evitar eso ya estoy yo – dijo, todavía riéndose.
Esta vez fue Alex quien tomó de la mano a Laura, y pasearon por la pradera, riéndose, charlando tranquilamente. Laura le contó que estaba terminando la carrera. Ya había hecho los exámenes y estaba a la espera de los resultados, y le quedaba una semana de prácticas en el hospital. Después, la graduación y más adelante…no sabía qué iba a hacer. Alex se mostraba totalmente atento, y Laura se sentía algo desconcertada. No podía creerse que de verdad a él le interesase su vida. Habló de sus aficiones, de la música que le gustaba escuchar, de un montón de cosas. Él escuchaba detenidamente, asentía, preguntaba constantemente. Laura acabó monopolizando la conversación, y algo le decía que Alex lo hacía intencionadamente. No quería presionarle, cuando quisiera hablar, ahí estaría para escucharle. Pero le daba vergüenza hablar sólo ella, preocupada porque le estuviera aburriendo.
-- Estoy hablando demasiado… ¿No te aburres? – Le preguntó.
-- En absoluto. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien – contestó sinceramente Alex.
Acabaron frente al estanque de nuevo, mirando las tranquilas aguas. Eran tan cristalinas, que se podían ver a los pequeños peces nadando cerca de la orilla. Algunos pájaros revoloteaban cerca y bajaban hacia las aguas para refrescarse de vez en cuando.
-- Echas mucho de menos a tu hermana – dijo Laura. Le salió como una afirmación, no como una pregunta.
-- Sí, ella era muy especial. Era muy activa, tenía una personalidad arrolladora, impulsiva, alegre. Siempre se preocupaba por mí, y ella era la que me sacaba de los pozos oscuros cuando yo no tenía fuerzas para hacerlo – Estar con Laura le hacía sentirse bien. Sentía que podía descargar un poco su alma de toda la pena y el dolor que sentía.
-- Debía de ser excepcional. Ojalá yo hubiera tenido un hermano o hermana…-- reflexionó distraídamente.
-- Era excepcional, sí. Me aguantaba demasiado – Empezó a reírse poco a poco, y luego más fuerte.
Al final, los dos acabaron riéndose, descargando todos los nervios, todas las dudas y la inquietud, disfrutando del momento.
Laura se acercó más a la orilla del estanque y, arrodillándose, metió la mano para probar la temperatura del agua. Estaba fría, pero aún así incitaba a meterse en ella, zambullirse y nadar entre las límpidas aguas cristalinas.
Alex se arrodilló a su lado, y metió también las manos en el agua. En un impulso travieso, movió velozmente la mano, y salpicó a Laura en la cara. Aturdida, se echó hacia atrás y a punto estuvo de caerse en el agua.
-- ¡Eh! – exclamó. Casi cae en el agua, pero consiguió recuperar el equilibrio en el último momento. Se levantó rápidamente…y se agachó de nuevo, y con toda la fuerza que pudo, introdujo el brazo en el agua y lanzó un chorro de ésta hacia Alex, empapándole la camiseta. Su cara era muy graciosa, sorprendida, divertida por la situación.
-- ¡Ahora verás! – gritó Alex y se lanzó hacia ella. Estaba pasándoselo en grande. Jugando como un niño, se sentía libre. Hacía mucho que no contactaba con esa parte de sí mismo. Laura estaba desenterrando muchas facetas que creía perdidas, se sentía una persona diferente con ella.
Laura corrió, pero él era más rápido y la alcanzó. La cogió por detrás de los brazos y la abrazó con fuerza, pero sin hacerla daño; y por unos breves instantes, la elevó en el aire, pero de repente, resbaló con una pequeña roca de la orilla y los dos fueron a parar al lago. Mojados de pies a cabeza, se zambulleron en las frías aguas.
Durante un rato no pararon de reír y lanzarse agua. Alex tuvo que quitarse las gafas de sol, pues el agua las había empañado y no conseguía ver bien. Afortunadamente, el sol ya no daba directamente en el claro, lo cual le permitió quitárselas. Las lanzó hacia la hierba, y se dio media vuelta para enfrentarse a su adversaria.
Comportándose como dos niños de 8 años, se perseguían por las aguas. Alex siempre la conseguía atrapar, y le hizo alguna que otra aguadilla. La abrazaba jugando, la empujaba y riendo a carcajadas, escapaba de ella en el último momento, introduciéndose en el agua. Ella, intentaba pillarle desprevenido, pero nunca lo lograba, incluso en el agua se movía veloz y se escondía de ella. Así que, cuando estaba a su alcance, volvía a lanzarle agua, pataleando, creando enormes olas. No parecían sentir la frialdad de las aguas, sus cuerpos ardían emocionados.
Pasado un rato, comenzaron a calmarse. Empezaron a nadar tranquilamente, el uno junto al otro, en silencio, en perfecta armonía. De repente, sus rostros se giraron a la vez, perfectamente coordinados, y volvieron a mirarse intensamente. Alex paró de nadar y plantó los pies en el lecho del estanque. Laura hizo lo mismo y se quedaron parados, uno frente a otro, contemplándose. Alex, vacilante, alargó un brazo y con la palma de la mano, acarició la mejilla de Laura. Ésta cerró los ojos, disfrutando de la sensación de tenerle cerca, absorbiendo a través de su mejilla la energía que desprendía Alex, emocionada porque él la estaba tocando con ternura. Alex contempló a la muchacha y en un arrebato, la abrazó fuertemente, deleitándose con el contacto. Laura alargó los brazos y le rodeó el cuerpo, y así permanecieron, abrazados, sin preocuparse por nada más. Ambos se encontraban sumergidos en su propia burbuja de felicidad. Alex, radiante, emocionado; Laura, llena de dicha, de paz. Podía sentir la energía que desprendía Alex, como una bola de fuego, de luz cálida, totalmente placentera, algo que Laura no había sentido jamás. Alex sentía la energía de Laura como una llama brillante, capaz de eliminar todas las sombras del mundo, pura, magnífica y poderosa. Y de repente, sus corazones comenzaron a latir al unísono, en un ritmo algo más acelerado de lo normal, pero potentes y tremendamente fuertes.
Un rayo de comprensión barrió el mar de dudas de la mente de Alex, dejándolo limpio y cristalino. En un simple segundo, las piezas encajaron y lo entendió. Desde ese instante, él pertenecía a aquél ángel magnífico que se encontraba entre sus brazos y, pudo sentirlo, ella le pertenecía a él también. Sus corazones latían como uno solo, reforzando esa certeza.
Laura notó el cambio, no sabía cómo, pero algo era diferente. Y supo que no encontraría a nadie como él jamás y que desde aquél instante se rendiría a él y sería suya. Pero también comprendió que él ya se había rendido a sus pies. De repente, sus energías se habían transformado, y fluían de uno a otro en un río incesante, en armonía.
Sin embargo, una sombra cruzó rápidamente por la mente de Alex, enturbiando su momento de plena felicidad. Afortunadamente,  fue capaz de alejarla rápido, puesto que no quería que ella se percatase de nada. Consiguió retomar el control y continuaron como estaban.
No sabían cuánto tiempo llevaban así, pero de repente, el sol ya sólo iluminaba una parte del claro. Una leve brisa recorrió el lugar, y Laura se estremeció levemente, debido a que estaba empapada de pies a cabeza. Alex se percató, y despacio, con mucha dulzura, deshizo su abrazo, y la miró a los ojos. Había tanta paz en aquellos ojos…era tan hermoso, que le dolió en lo más profundo de su ser tener que separarse de ella; y pudo advertir la misma pena en sus facciones, ella tampoco quería separarse de él. El sueño se había desvanecido, y ahora volvían a ser los mismos de antes.
-- Tienes frío – Dijo Alex.
-- Nnno – respondió Laura, y avanzó a través de las aguas para poder abrazarlo de nuevo.
Alex la sujetó por los brazos, y la sonrió. Acarició con las palmas de las manos la parte superior de los brazos y dijo:
-- Sí. Estás tiritando. Vamos, te llevaré al coche. Tengo una chaqueta allí que te puedes poner.
-- De acuerdo – Dijo resignada.
Salieron de las frías aguas, y Laura fue a coger su bolso, situado a unos cuantos metros de la orilla. Allí recordó algo.
-- Espera Alex – Vio cómo este se incorporaba tras recoger sus gafas de sol, se las ponía y se quedaba parado mirándola – Me gustaría hacer unas fotos antes de que nos fuéramos ¿Te importa?
-- Por supuesto que no, tenemos tiempo – Dijo.
Laura sacó la cámara y se puso a hacer fotos a aquél maravilloso paisaje. Era una pena que casi no lo iluminara el sol. Tendría que volver para aprovechar la luz solar en otro momento. Disimuladamente, le hizo un par de fotos a Alex. Era perfecto. Incluso con las ropas totalmente mojadas, era como una visión gloriosa. Alex se percató y se dio la vuelta. Laura aprovechó el momento en que la sonreía para hacerle otra foto.
-- Me gustaría hacerme una foto contigo – Dijo Laura – Sólo para asegurarme de que no eres un sueño – murmuró para sí misma en voz muy baja. Y le dedicó una enorme sonrisa.
-- De acuerdo. Pero quiero una copia – respondió él.
Alex se acercó a donde se encontraba Laura y le rodeó la cintura con un brazo.
-- Dame, la haré yo – Le dijo. Cogió la cámara de las manos de Laura y alargó el otro brazo con la cámara para situarla un poco por encima de ellos – Sonríe –
Los dos fijaron las miradas en el objetivo de la cámara y sonrieron, felices. Alex apretó el botón y el flash centelleó.
-- Ya está. Listos y perfectos – comentó Alex.
-- Hummmm… ¿Alex? – preguntó Laura.
-- ¿Sí? – dijo él, intrigado.
-- ¿Te podrías quitar las gafas de sol un momento? Me gustaría hacerte una foto sin ellas. Tienes los ojos más maravillosos que he visto nunca – Dijo.
-- Laura… -- empezó a decir Alex, pero se vio interrumpido.
-- Por favor… -- suplicó Laura.
-- De acuerdo – suspiró Alex. No era capaz de negarse a algo que ella pidiera, y menos cuando utilizaba ese tono de voz y le miraba de esa manera. Le sorprendía que un ser tan frágil pudiera tener tanto poder sobre él. Su hermana jamás pudo convencerle de algo tan rápidamente.
Se quitó las gafas de sol y volvió a tomar la cámara e hizo lo mismo que antes, sólo que esta vez el flash le cegó momentáneamente.
-- Toma – Le dijo, tendiéndole la cámara con los ojos cerrados.
-- ¿Te ocurre algo? – preguntó preocupada.
-- Es sólo el flash, me ha cegado – intentó sonreírla, pero sólo consiguió elevar una de las comisuras de sus labios – Espero que hayamos salido bien – dijo, y consiguió esbozar una auténtica sonrisa.
-- Lo siento – se disculpó Laura -- ¿Es que te pasa algo en los ojos?
-- Sí, bueno…la luz del sol directa y este tipo de luces me hacen daño. Tengo unos ojos muy sensibles – Contestó. La ceguera iba remitiendo, y ya podía abrir prácticamente del todo los ojos – No te preocupes, ya se está pasando – replicó. Notaba el desasosiego de la muchacha – En serio, ya estoy bien…Tus planes para evitar que condujera no te han salido bien – dijo, y soltó una carcajada.
Ella se rió también, ya más tranquila.
-- Me has pillado – le contestó.
-- Bueno, ya estamos. Vámonos, se ha hecho tarde – dijo Alex.
Caminaron lentamente por el sendero. Laura se acercó a Alex y le tomó de la mano. Era tan placentero…le dio un ligero apretón y casi al instante él se lo devolvió. Y así, cogidos de la mano, llegaron al coche, sin apenas hablar, simplemente comunicándose a través de sus manos y de sus gestos.
Al llegar al coche, Alex le abrió la puerta, como siempre. Después se fue a la parte trasera de éste, abrió el maletero y sacó una chaqueta de cuero negro. Una vez dentro del coche se la ofreció a Laura.
-- Toma, póntela. Entrarás en calor en unos minutos.  Aunque sería mejor que te quitases esa camiseta mojada y te pusieras directamente la chaqueta, así entrarás en calor antes y no te constiparás – al ver la mirada recelosa de la chica, se puso algo nervioso y dijo -- Voy a encender la calefacción y me saldré fuera del coche mientras te cambias. Prometo no mirar – Introdujo las llaves en el contacto, y puso en marcha el coche. Activando una serie de botones, el aire caliente empezó a salir por los conductos y, efectivamente, en unos minutos el coche se calentó y Laura dejó de tiritar. Salió del coche y le dio la espalda, dejándola algo de privacidad, pero deseando poder contemplarla. Laura se quitó la camiseta empapada y pasó las manos por las mangas de la chaqueta de cuero y, aunque le quedaba enorme, se sintió bien. Tenía un tacto suave, cálido y un olor embriagador. La chaqueta emanaba un aroma a cuero y ligeros trazos de otra fragancia… más delicada y a la vez más potente. No conocía olor similar. Cuando se hubo cerrado la chaqueta adecuadamente, bajó una de las ventanillas y le indicó a Alex que ya estaba lista.
-- Gracias ¿No tienes otra para ti? – Le preguntó. Cayó en la cuenta de que él también estaba empapado demasiado tarde y un sentimiento de culpabilidad la atravesó. Estaba a punto de ponerse de nuevo su camiseta mojada y devolverle la chaqueta cuando él respondió:
-- No. No te preocupes, estoy bien. No tengo frío – Explicó Alex. Cuando vio que ella iba a replicar le dijo – En serio. Me preocupa más que te puedas constipar o algo – Y la miró con toda la intensidad que pudo.
-- No tienes que preocuparte tanto, en serio – dijo, repitiendo sus mismas palabras. Él la sonrió – Pero gracias, de todas formas.
-- No hay de qué – respondió Alex.
Un sonido, como un rugido se abrió paso en el silencio. Los dos se quedaron momentáneamente callados, expectantes. Después, Laura emitió una pequeña carcajada, y Alex la miró enarcando las cejas. Jamás se habría imaginado que tal sonido pudiera provenir de aquél delgado y frágil cuerpo.
-- ¡Ups! Lo siento – se disculpó Laura, sonrojándose visiblemente – Me parece que tengo un poquitín de hambre – La pequeña carcajada se tornó en una risa en toda regla. Miró a Alex y vio que éste no se reía, sino que parecía preocupado por algo, por lo que paró de reírse de inmediato.
Alex se maldijo a sí mismo por haberlo olvidado. Pero estando con ella se olvidaba de todo, y había pasado el día más maravilloso de su existencia. En adelante debería de tener más cuidado con ese tipo de asuntos, si quería pasar más tiempo con ella.
-- Lo siento. No cumplí mi palabra. Se me olvidó – Alex no sabía cómo disculparse con ella – Te llevaré ahora mismo a algún lado para que comas algo.
-- ¿Y tú? ¿No tienes hambre? – No esperó a que le contestara e hizo otra pregunta – Además, ¿Qué hora es?
-- Son casi las seis de la tarde -- << ¡Dios mío! ¡Cómo se ha pasado el tiempo! >> Alex no salía de su asombro.
-- ¿Las seis?... – La hora le había pillado totalmente desprevenida-- wow…se me han pasado las horas volando –
-- A mi también. Vamos, iremos al pueblo, compraremos algo para ti, dado que ya es demasiado tarde para comer en algún restaurante y nos iremos a algún lugar soleado para que comas y te termines de secar –
-- Oh, vale – respondió Laura. Le parecía extraño que él no tuviera hambre, ni siquiera la intención de comer algo, pero no le dio demasiadas vueltas.
Salieron del parking y en unos minutos entraron en el pueblo. Alex dejó el coche aparcado en una pequeña plaza y entraron en una cafetería donde le compró un enorme bocadillo de lomo con tomate y una ración gigante de patatas fritas.
-- Esto…no creo que pueda con todo esto – exclamó Laura señalando el bocadillo y las patatas –
-- No te preocupes, lo que sobre me lo comeré yo –
-- ¿No tienes nada de hambre? ¿Por qué no te compras tú otro bocadillo? – preguntó Laura –
-- Bueno, estoy siguiendo una dieta especial. Hoy es mi día de ayuno, por decirlo así. Pero no te preocupes, estoy perfectamente. En cambio tú, deberías comer algo más, creo que estás perdiendo peso – la última frase la murmuró para sí mismo, pero Laura la escuchó perfectamente. Se quedó algo extrañada. La verdad, en los últimos meses había perdido algo de peso, fruto de la ansiedad y de las malas noches sin dormir, pero no veía cómo él podía haberlo sabido. Supuso que era muy perceptivo y dejó sus dudas a un lado.
-- Vale, ¿A dónde vamos ahora? –
-- ¿Te apetece dar otro pequeño paseo? Creo que he visto un parque cuando veníamos hacia aquí – propuso Alex –
-- Muy bien, vamos –
Anduvieron unos diez minutos y encontraron el parque sobre el que había hablado. Lleno de árboles de diferentes clases, se podía respirar el aroma de la naturaleza casi tanto como si estuvieran en la misma sierra. Laura inspiró con fuerza y se llenó los pulmones de aquél aire fresco y límpido. A su lado, Alex no dejaba de contemplarla, absorto en sus movimientos, en sus gestos, en el aroma que despedía su cuerpo y que iba a parar directamente a su cara gracias al aire que lo empujaba.
-- Aquí estaremos bien – dijo Laura.
Se había parado en un claro del parque donde había unos cuantos bancos y zonas soleadas. Se fue al banco donde hacía más sol y se sentó en el respaldo, apoyando los pies sobre el asiento. Esperó con una sonrisa radiante a que Alex se le uniera y se quedó maravillada con la forma fluida y elegante que tenía el muchacho a la hora de caminar. Sus movimientos eran firmes pero suaves, sin ningún tipo de vacilación. Su corazón empezó a latir con más fuerza a medida que él se iba acercando y, cuando estuvo a su lado, casi sintió cómo se paraba durante un largo segundo e iniciaba después, veloz y desacompasado, su nuevo ritmo.
-- Toma. Come – dijo el chico alargándole la bolsa con el bocadillo, las patatas y la botella de agua fría –
-- Gracias. Estoy hambrienta –
Como si su estómago quisiera reforzar su afirmación, emitió otro terrible rugido. Laura y Alex empezaron a reírse ante el nuevo sonido, temblando y balanceándose, con sus brazos rozándose y el calor de sus cuerpos fusionándose.
Laura devoró el bocadillo y dejó unas pocas patatas que Alex tuvo buen cuidado de esconder para que ella no viera que no se las había comido. Una vez terminó de comer, se levantó del banco y enfrentó a Alex con su cuerpo esbelto y satisfecho. Le dedicó una enorme sonrisa. Le pareció maravilloso y extraño la forma en que hacía que sonriese. Hacía mucho que no sonreía tanto. Era liberador sentirse así con una persona, pero a la vez le daba miedo dado que apenas le conocía. Y aún así, allí estaba ella, con un chico al que había conocido la noche anterior, pasando el domingo con él en la sierra. Podría tratarse de un psicópata, él podría no llevarla de nuevo a su casa, podría llevarla a algún lugar apartado y hacer cosas horribles con ella y nadie lo sabría jamás, pero sus sentidos, incluido el fuerte sentido común del que siempre hacía gala, le decían que no tuviera miedo, que él jamás la haría daño. Así pues, había puesto su confianza ciega, basada en los sentimientos que él despertaba en su cuerpo, en él, y allí se encontraba, disfrutando de un maravilloso día.
-- ¿Caminamos un poco? Tengo que bajar el bocadillo. He comido demasiado – le dijo
-- Por supuesto –
Alex se levantó y se puso a su lado. Antes siquiera de que ella hiciera ningún gesto, la había tomado de la mano y entrelazado sus dedos con los de ella. Atravesaron el parque, hablando de cosas vanas, en algún momento en silencio, simplemente disfrutando de la mutua compañía. Pasearon por el pueblo y Laura hizo más fotos, de los dos juntos, de Alex solo, de ella…
Empezó a tener calor con la chaqueta de cuero y sus pantalones y zapatillas ya estaban secos, al igual que la ropa de Alex, por lo que le propuso volver al coche a cambiarse.
-- Vamos –
Cuando llegaron al coche, Alex volvió a dejar a Laura cambiándose en el interior, pero la curiosidad le venció esta vez y, girando la cabeza lo justo, atisbó el reflejo de la muchacha en uno de los retrovisores del coche. Se quedó sin respiración. Ella era tan hermosa. Su piel morena contrastaba con el blanco sujetador que llevaba y su piel empezó a arder y a sudar en respuesta a la imagen que contemplaban sus agudos ojos. Tenía un vientre plano y a la vista suave y el pecho bien formado y no demasiado grande. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros y espalda. Maravillosa. La visión terminó rápidamente cuando ella volvió a ponerse la camiseta. En ese mismo momento, giró nuevamente la cabeza para que ella no se diera cuenta de que la había estado espiando y esperó a que ella le llamara de nuevo.
-- ¡Alex! – Gritó ella – Ya estoy –
Caminó hacia el coche, intentando recobrar la compostura y la normalidad, esperando que ella no notase su repentino acaloramiento. Entró y se sentó a su lado. Vio su chaqueta en su regazo y volvió a recrear la imagen de ella sin camiseta, en aquél sujetador blanco que se quedaría grabado a fuego en su mente para siempre. Sus mejillas se sonrojaron ante el recuerdo y ella no dejó de notarlo, atenta como estaba a todo lo que él hacía, como lo había estado durante todo el día.
-- ¿Te pasa algo, Alex? – preguntó, curiosa –
-- Nada, sólo tengo algo de calor – mintió, abochornado –
-- Ah…La verdad es que aquí hace bastante calor – Pero su calor era más interior que producido por la temperatura exterior. Verle así, tan frágil y tan hermoso, con sus mejillas sonrojadas, su cabello oscuro y brillante, la llenó de unas emociones tan potentes y desconocidas para ella que estuvo tentada de quitarse de nuevo la camiseta y de quedarse en sujetador allí, delante de él.
-- Hmmmm…-- murmuró Alex.
-- Oh…esto, ¿Qué hora es? – preguntó Laura, intentando retomar la normalidad –
-- Casi las ocho de la tarde – dijo Alex, contento por poder desviar la atención de su acompañante.
-- ¿Las ocho? ¡Vaya! Creo que será mejor que me lleves a casa. Mis padres estarán llegando ya de su escapada y bueno…no es que pase nada, pero están muy acostumbrados a verme en casa cuando llegan –
Laura no quería irse, no quería apartarse de Alex, pero el mundo real estaba ahí fuera y ahora la reclamaba.
-- No te preocupes – dijo Alex – Y así más tarde podrás comer algo más, en condiciones. Tienes que coger fuerzas para dar el último tirón –
-- ¿Y tú?  ¿No vas a cenar nada? – repitió Laura. Estaba preocupada por él. Todo el día sin apenas comer, eso no podía ser bueno.
-- No pasa nada, comeré algo después. No hay problema – Sonrió ante su chiste particular y la miró con ternura.
Salieron del camino y retomaron la carretera por la que habían venido, rumbo a casa de Laura. Incapaz de resistirse, Laura pasó casi todo el viaje girada en su asiento observándole. Él se dio cuenta y al final le dijo:
-- Como sigas mirándome así, vamos a tener un accidente de coche – y se rió.
Laura se sonrojó ante lo que le acababa de decir, y decidió sacar su cámara para mirar las fotos que habían hecho. Él salía estupendo en todas, perfecto, cual modelo de pasarelas. Totalmente irresistible. Ella en cambio, empapada, con cara de cansancio y totalmente vulgar. Aunque la expresión de ambos rostros era la misma: felicidad; El resto de las fotos eran también preciosas.
-- Tenemos que volver otro día. Tengo que hacer fotos cuando la luz del sol bañe todo el claro – le dijo.
-- Claro, eso está hecho. Cuando quieras – respondió Alex.
Pasaron lo que quedaba de viaje en silencio. Laura, contemplando sus fotos; Alex, mirándola a ella con su visión periférica. Todavía no se creía que pudiera haber pasado aquél día entero con ella: riendo, hablando, disfrutando de su cercanía…Casi no se reconocía a sí mismo.
Demasiado pronto para ambos, llegaron a la calle de Laura. Alex paró el coche a unas cuantas casas de distancia, pues se había percatado de que el coche de los padres de Laura estaba aparcado en la entrada. Ella miró hacia donde lo hacía Alex y dijo:
-- Vaya, mis padres ya han llegado – miró hacia abajo, desilusionada. Su tiempo con Alex había expirado y a ella le tocaba volver a su rutina habitual. << Bueno, tal vez ya no tan habitual >> se dijo.
Alex no sabía qué decir… El día tocaba su fin y él se resistía a aceptarlo. Laura, con mucho esfuerzo, se dispuso a salir del coche.
-- Bueno…Alex, he pasado un día fantástico. Muchas gracias – Fantástico era quedarse corta, pero no le iba a decir: “el mejor día de mi existencia”, hubiera sonado…raro
-- Sí, estoy de acuerdo. No hay nada que agradecer – le dijo.
-- ¿Te veré algún día? – preguntó esperanzada.
-- Sí, supongo que sí – Le contestó – Me gusta venir por aquí, me gusta pasear por el parque… Y me gustaría mucho verte –
El corazón de Laura inició una carrera mortal ante aquellas últimas palabras. Alex percibió el cambio, y notó que su propio corazón también se aceleraba como respuesta o reacción ante el cambio del ritmo cardíaco de Laura.
Esta vez fue Alex quien se adelantó, y tomando dulcemente con una mano el rostro de Laura, lo acercó y posó suavemente los labios sobre la mejilla de la muchacha. Si hubieran estado rodeados de gas, las chispas que saltaron cuando sus labios tocaron la piel de Laura habrían provocado un incendio dentro del coche. Después, muy lentamente, se separó de ella, y salió del coche. Fue hacia la puerta del copiloto y la abrió. Allí seguía Laura, aturdida. Consiguió salir del coche y de repente, estaban el uno frente al otro. Le miró tímidamente, y alargando el brazo, lo estiró para poder tocarle la mejilla con las puntas de sus dedos. Él cerró los ojos en respuesta, disfrutando aquél momento.
-- Gracias de nuevo – susurró Laura, cuya voz estaba contenida por la emoción.
-- De nada – susurró también Alex.
Laura bajó la mano y caminó despacio hacia su casa. De repente, se dio cuenta de que aún sujetaba la chaqueta de Alex. Se había quedado unida a ella como si fuera un salvavidas. Le encantaba su tacto, su olor…el olor de Alex. Dio media vuelta, y se la ofreció.
-- Toma, casi se me olvida – Le tendió la chaqueta.
-- Puedes quedártela – Dijo Alex.
-- Bueno, es que mis padres…ya sabes, pueden hacer preguntas… y no creo que les haga gracia saber que he pasado el día con un “desconocido” y que me ha prestado una chaqueta porque nos tiramos a un lago con las ropas puestas…
-- Bueno, esa sería demasiada información, sin duda – contestó Alex – Haremos una cosa, yo guardo la chaqueta para tenerla a tu disposición cuando la quieras, ¿de acuerdo?
-- Trato hecho – dijo Laura. Dicho esto, retomó sus pasos.
Cuando llegó a la puerta, se giró y él permanecía allí, como la anterior noche, parado al lado de su coche, esperando a que ella entrara en su casa. Antes de entrar por la puerta, se despidió con la mano y vio que él hacía lo mismo.
-- Adiós mi ángel – susurró para sí Alex – Que descanses.

Laura entró en su casa, todavía ensimismada, soñando despierta, cuando una voz familiar la devolvió a la Tierra:
-- ¡Laura! Cariño… ¡ya estás en casa! – dijo su madre. Siempre había sido tan impulsiva…
-- Sí, salí a dar una vuelta por la ciudad, disfrutar del buen tiempo…ya sabes. ¿Qué tal el fin de semana?
-- ¡Estupendo! Algún día tenemos que ir todos a pasar el día por allí. Te encantará y podrás hacer un montón de fotos.
-- De acuerdo, me encanta la idea. En cuanto se acabe el curso, tenemos que organizarlo.
Su padre hizo su aparición y se acercó a Laura. Ésta fue y le dio dos besos en las mejillas.
-- ¿Qué tal, papá? ¿Te lo pasaste bien? – preguntó. Resultaba tan surrealista estar allí, hablando con sus padres después de todo lo que había sucedido ese día…casi parecía fuera de lugar.
-- Sí, estoy algo cansado, pero ha estado muy bien – se la quedó mirando un momento y dijo -- ¿Estás mojada?
Laura se percató de que la camiseta aún estaba algo húmeda, y su cabello aparecía en mechones compactos y desordenados. Rápidamente, improvisó algo.
-- Sí, bueno…estaba paseando por el parque y se han puesto en marcha los aspersores. Me han pillado desprevenida y me he mojado un poco – Dijo precipitadamente.
Sus padres no dijeron nada más, pero la miraron extrañados. << Bueno, ya están más que acostumbrados a mis rarezas…No creo que les dé por pensar algo extraño…>> pensó Laura.
-- ¿Habéis cenado algo ya? – preguntó para cambiar el foco de atención.
-- Sí, no te preocupes – contestó su madre.
-- En ese caso, voy a prepararme algo rápido y me voy a la cama. Estoy cansada y mañana tengo que madrugar – Dio media vuelta y sin decir más, se fue a la cocina.
Laura llegó a la cocina y comenzó a prepararse un tazón de cereales. Gracias al enorme bocadillo, apenas tenía hambre y además, se encontraba demasiado absorta en los recuerdos de aquél día como para comer algo. Se sentía demasiado nerviosa y excitada.
Su madre la siguió a la cocina y cuando Laura ya estaba sentada, ella hizo lo propio y le preguntó:
-- Hija, ¿te encuentras bien? Pareces… más dispersa de lo habitual.
<< ¡Vaya! Se ha dado cuenta…mamá podrías ser menos perceptiva algunas veces…>> pensó.
-- Estoy bien, en serio. Sólo algo cansada. Y además, estoy nerviosa por el fin de carrera y todo eso… -- << Bueno, ése es motivo más que suficiente para estar nerviosa y distraída >>
-- Hummmm…vale ¿no has comido en casa hoy? – preguntó su madre.
-- ¿Por qué lo preguntas? – saltó Laura, sobresaltada.
-- Porque no has comido nada de pan y no hay ni un plato en el fregadero – respondió su madre, lanzándole una mirada incisiva y calculadora.
-- No…bueno…Hacía tan bueno, que salí a dar una vuelta al parque. Me puse a dibujar y se me fue el santo al cielo, así que al final compré un bocata y me lo comí allí mismo – Decidió decir parte de la verdad.
-- Ah…bueno… ¿Lo pasaste bien? – preguntó de nuevo su madre. Realmente parecía decidida a sonsacarle algo.
-- Sí, estuve muy tranquila. Conseguí relajarme bastante.
-- Bueno, eso está bien. No te preocupes, todo saldrá bien.
-- Ya, pero ya me conoces…No puedo evitarlo.
-- Bueno, cena algo y vete a la cama. Necesitas dormir y mañana tienes que levantarte temprano.
-- Sí, eso haré – dijo, bostezando para infundir más realismo a la frase. La verdad, estaba muy cansada, pero dudaba que pudiera dormir bien esa noche, después de lo que había vivido ese día y de lo nerviosa que se encontraba en aquellos momentos.
Su madre se levantó, se despidió y salió de la cocina.  Por un momento, miró a su hija con una expresión extraña. Se marchó y dejó a su hija sumida en sus pensamientos.
Laura terminó su cuenco de cereales, lo dejó en el fregadero y se fue directa a su habitación. Al pasar por el salón, les dio las buenas noches a sus padres.
Una vez dentro de su cuarto, se cambió de ropa y se puso el pijama. Mientras lo hacía, encendió el ordenador. Quería descargar las fotos de la cámara para poder verlas mejor en la enorme pantalla del ordenador. Abrió la ventana mientras el ordenador terminaba de encenderse, pero esta vez la sensación que había tenido la noche anterior no hizo su aparición. Alex no estaba allí.
Se sentó frente al ordenador, algo desilusionada y conectó la cámara a éste. Descargó las fotos y las miró una a una. Cuando llegó a la foto en que los dos estaban juntos, Alex sin las gafas, el corazón de dio un vuelco y no pudo por menos que maravillarse ante la hermosura que irradiaba aquél rostro. Sus ojos… aparecían tan hermosos como ella los recordaba. De un azul profundo e intenso y brillantes como dos enormes esferas de luz.
Revisó todas las fotos…eran magníficas. Parecía increíble que ella hubiera disfrutado de aquél paisaje y, más increíble aún, haber disfrutado de la compañía de aquél ángel salvador, misterioso, fascinante y hermoso. Alex…no dejaba de musitar su nombre para sí, embelesada, viendo su sonrisa en su mente, sus ojos perspicaces, brillantes, traspasándola con la mirada, su pelo suave y oscuro como la noche… notando aún su presencia a su lado, oliendo su aroma, sintiendo la energía que desprendía.
Colocó las fotos y realizó un nuevo álbum, titulado “Alex y yo”. Esperaba poder añadir muchas más fotos en él. Cuando acabó, revisó su correo, y vio un par de mails de dos buenas compañeras de clase. Estaban preparando la fiesta de graduación y necesitaban saber si iban a contar con ella y si podría ayudarlas. Más optimista de lo habitual, las escribió a las dos y las contestó que contaran con ella y que las ayudaría en lo que pudiera.
Laura terminaba las prácticas en el hospital esa misma semana, lo cual le producía tristeza en su mayor parte, aunque también algo de alivio. Necesitaba un cambio, necesitaba descansar. La fiesta de graduación estaba prevista para dentro de dos fines de semana, por lo que sus compañeras andaban algo cortas de tiempo, de ahí que hubieran acudido en busca de ayuda.
Terminadas todas sus gestiones, Laura cogió un libro, se metió en la cama, y leyó hasta que los ojos comenzaron a cerrarse. Después dejó el libro sobre la mesilla de noche, apagó la luz, y se abandonó al sueño. Esa noche tampoco tuvo pesadillas y pudo descansar.

Alex vio cómo Laura entraba en su casa y una sensación de vacío se apoderó de él. Se sentía incompleto, como si le hubieran arrebatado una parte importante de sí mismo. Jamás se había sentido así. Entonces lo supo: nunca había notado que estaba incompleto hasta que conoció a Laura. Una certeza arrolladora se abrió paso a través de su mente y sus pensamientos: estaría con ella hasta el final.  Pero una sombra oscureció su burbuja de felicidad: Estar con Laura implicaría tener que decirle qué clase de criatura era él y eso sería ponerla en demasiado peligro. Además, sabía que ella huiría en el mismo momento en que supiera la verdad acerca de su naturaleza. No existe sentimiento tan fuerte como para superar aquello. La tristeza le desoló, pero fue capaz de reponerse. Disfrutaría de la compañía de Laura todo lo que pudiera y después se marcharía y la dejaría vivir su vida, en paz. Era demasiado egoísta para abandonarla en aquél momento, la necesitaba. Y de cualquier manera, ella le necesitaba ahora mismo.
Arrancó de nuevo el coche, y decidió volver al prado donde habían pasado el día. Cazaría algún pequeño herbívoro o lo que pudiera pillar. No es que tuviera realmente mucha sed, pero tenía que mantenerse fuerte para poder hacer frente a la tentación de la sangre de Laura. Jamás la tocaría en ese sentido.
Una vez allí, paseó alrededor de las tranquilas aguas, sumido en sus pensamientos, en los recuerdos e imágenes de aquél día, en las sensaciones… De repente, un sonido captó su atención y una brisa le trajo el aroma penetrante de una pequeña manada de animales. Se agazapó, poniéndose a cuatro patas y casi rozando el suelo, se lanzó en una carrera mortal pero silenciosa hacia el lugar donde sus presas le esperaban. Alcanzó a un cervatillo, y acabó con él en menos de 3 minutos. Después se enderezó, y agarrando el cadáver de su presa, lo escondió entre unos matorrales. De camino al estanque, se topó con un enorme jabalí y se lanzó sobre él también. Hizo lo mismo que había hecho con el cervatillo tras extraerle la última gota de sangre. Saciada su sed, volvió al claro. Se sentó durante unos minutos sobre la roca cercana a la cascada, imaginándose que ella estaba allí con él.
Pasado un rato, decidió volver a su casa. Sin embargo, cuando estaba llegando a su loft, situado en las afueras de la ciudad, una pequeña revuelta captó su atención. Un par de hombres acosaban a una pareja. Captó trazos de la conversación y se dio cuenta de lo que significaba: les estaban atracando. Aparcó despacio el coche dejándolo en las sombras a unos 200 metros de donde se encontraban la pareja y los atracadores. Silenciosamente, salió del coche y comenzó a caminar con lentitud. Los atracadores, uno alto con el pelo oscuro y largo y ropas sucias; el otro algo más bajo, pero musculoso, con varios pendientes en las orejas y la cabeza rapada; estaban armados con una larga daga y una pistola. El más bajo y musculoso sujetaba por el brazo a una mujer joven, que vestía elegantemente, los cabellos oscuros recogidos en un moño alto, un vestido negro ceñido a la cintura, y unas sandalias a juego de tacón de aguja. Con el otro brazo, alargaba la daga hacia la garganta de la asustada mujer. Ésta parecía a punto de desmayarse debido al shock de la situación. El otro hombre apuntaba con la pistola hacia la pareja de la mujer: un hombre alto, vestido con un caro traje de chaqueta, la blanca camisa desabotonada en el cuello. Debían de estar dirigiéndose hacia su coche, seguramente aquél BMW del fondo de la calle, cuando les sorprendieron aquellos hombres. Cerca de aquella zona se encontraba un área de ocio donde había caros restaurantes. Lo más probable es que acabaran de terminar de cenar, pensó Alex.
Siguió caminando y empezó a escudriñar los recuerdos de aquellos dos maleantes. Un rugido empezó a tomar forma en el pecho de Alex al leer los recuerdos de aquél que sostenía la daga. No paraba de deleitarse en la belleza de la mujer a la que ahora acosaba y no dejaba de compararla con la de otras muchas mujeres a las que había hecho lo mismo que planeaba hacer ahora con ésta. Apresuró el paso, furioso, y en menos de 20 segundos estaba a tan sólo 2 metros de las 4 personas. Ninguno de ellos se percató de su presencia.
-- Dámelo… ¡TODO! – rugió el hombre que sostenía la pistola – o tu novia sufrirá las consecuencias… --
-- Sí… y eres preciosa, ¿verdad?... sería una lástima – comentó el otro, riéndose de manera maliciosa y acariciando la suave piel de la garganta de la mujer con la punta de la daga.
-- ¡No! – gritó el otro hombre -- ¡Tomen! Pero déjennos en paz… por favor – con manos temblorosas, alargó una mano en la que se encontraba su cartera y el bolso de su pareja. El atracador de la pistola cogió sendos objetos con rapidez y se quedó expectante. El hombre, captando el sentido de su mirada, se quitó un caro reloj y, metiendo la mano en un bolsillo lateral de su pantalón, sacó un móvil de última generación. De nuevo, se lo volvió a ofrecer, pero no llegó a dárselo, pues una sombra más veloz que un rayo, se cernió sobre sus agresores y, en menos de un segundo, ambos se encontraban en el suelo, inconscientes.
Alex aprovechó que los hombres estaban distraídos para abalanzarse con velocidad sobre ellos. La adrenalina del momento le proporcionó una fuerza y una velocidad inimaginables y fue como un potente tónico para él. Hacía mucho que no dejaba salir parte de su fuerza al exterior y ahora notaba lo bien que eso le hacía sentirse.
Cayeron inconscientes, sin ni siquiera la oportunidad de ver a su agresor.
La pareja, asustados y conmocionados, se quedó mirando a la oscuridad, esperando el nuevo peligro que les acecharía aquella noche. El hombre, algo más despierto, se acercó con rapidez a su novia y la agarró con fuerza por la cintura. Con voz temblorosa, preguntó:
-- ¿Quién anda ahí? ¿Qué quiere de nosotros?
Alex, salió de las sombras y avanzó unos pasos hacia la pareja de novios, quienes le miraban sorprendidos.
-- Disculpen, pero no he podido evitar ver que se encontraban en problemas, y… he decidido intervenir – dijo, con tranquilidad.
-- Usted… ¿Usted les ha hecho eso? – preguntó de nuevo el hombre.
-- Ciertamente… sí. Estaban muy distraídos con ustedes, por lo que ha sido fácil. Digamos que ha sido un trabajo en equipo excelente – comentó Alex. Todavía podía notar la adrenalina silbando por sus venas.
-- ¿Qué quiere? – preguntó la mujer
Alex, extrañado, se la quedó contemplando durante unos breves segundos. Un leve aroma emanaba de su piel, sobre todo de su garganta. Unas milésimas de segundos le permitieron conocer el origen de aquél aroma. Sus ojos se fijaron en la garganta de la mujer automáticamente y vio un pequeño corte del que manaban unas infinitesimales gotitas de sangre. Retomando la cordura y su fuerza de voluntad, apartó la mirada de aquél frágil cuello y del potente elixir que manaba de él e intentó responder a su pregunta con la mayor naturalidad posible:
-- ¿Querer, yo? No… No quiero nada. Sólo intentaba ayudarles –
-- ¿Ayudarnos? – preguntó una más que aturdida mujer.
-- Sí… No se preocupen. No voy a hacerles daño. Sólo pretendía ser de ayuda. Si no fuera por mí… Dios sabe qué sería de usted, especialmente – contestó Alex dedicando un gesto hacia la mujer.
-- Esto… gracias – comentó el hombre, intentando retomar su autocontrol y volver a la normalidad – No… no sé cómo agradecérselo.
-- No se preocupe… hombre, no se preocupe. Ahora, si les parece, será mejor que cojan su coche y se marchen de aquí antes de que estos dos se despierten. Tranquilos, yo me ocuparé de ellos – terminó la frase mirando a aquellos dos cuerpos tumbados en el suelo en posiciones extrañas con odio y asco.
-- Sí… será mejor que nos vayamos. De nuevo…gracias – dijo el hombre. Movió a su mujer, haciendo que ésta se encaminara hacia el BMW. Se paró, y le ofreció la mano y una tarjeta con su nombre y su ocupación.
-- Tome… por si en algún momento necesita algo, aquí está mi número. Espero poder devolverle el favor.
Alex cogió la tarjeta, y le estrechó brevemente la mano, asintiendo con la cabeza. Vio marchar a la pareja hacia su coche, la mujer trastabillando, el hombre con una mano en su cintura y pendiente de los pasos inseguros de su pareja. Justo cuando llegaban al coche, se giró y le observó durante unos instantes, antes de meterse en el interior.
Alex contempló a los dos atracadores y se percató de que el de la pistola aún tenía la cartera y el bolso en una de sus manos. Se agachó, se los quitó de las manos, y corriendo a una velocidad normal, se acercó al BMW. Dio un par de golpecitos en el cristal del piloto y éste se bajó en unos instantes. El hombre, sorprendido, le miraba sentado en su asiento de cuero. La mujer se había recostado y permanecía con los ojos cerrados.
-- Tomen, sus objetos personales – dijo Alex, alargándoselos a través de la ventana.
-- Gracias de nuevo – dijo el hombre.
-- De nada… conduzca con cuidado… Y si mañana ella no se encuentra bien, llévela al hospital. Aunque deduzco que sólo necesita algo de descanso. Se ha llevado un buen susto – comentó Alex.
-- Sí… un buen susto… Gracias –
-- Buenas noches –
-- Buenas noches –
El coche arrancó con suavidad, y salió disparado calle abajo, perdiéndose en la noche cálida.
Tras unos minutos de meditación, Alex volvió al lugar donde se encontraban los atracadores todavía inconscientes. Los miró durante unos segundos y después se abalanzó sobre ellos, dejando que su furia y su fuerza contenidas, emergieran libremente, deleitándose en la sensación que le recorría el cuerpo. Drenó la suficiente sangre como para no matarlos ni convertirlos en la clase de criatura que él era y una vez hubo terminado, se levantó de sus cuerpos, y los contempló mientras se relamía los labios. Ahora, lleno de la vitalidad humana, se sintió más fuerte. Los agarró a los dos por el cuello, cada uno con una mano, y los metió con brutalidad en el coche. Después, dirigiéndose a la comisaría de policía más cercana, los dejó a la entrada. Ambos tenían órdenes de busca y captura por crímenes similares.
Un policía que salía de la comisaría los vio y se los quedó mirando. Después, observando cómo Alex se alejaba del lugar, preguntó:
-- ¿Qué significa esto? –
Alex, sin ni siquiera girarse, respondió:
-- Mire en sus archivos  –  fue todo lo que dijo.
Después, se metió en el coche y se marchó de allí. Durante el trayecto, meditó el motivo de que los hubiera dejado con vida. Miles de respuestas se agolpaban en su mente, pero seguía sin comprender por qué no los había matado. Nunca se había frenado ante seres así, ¿Por qué ahora? Con esa pregunta rondando en su cabeza, llegó a su casa.
Distraídamente se cambió de ropa y volvió a coger las llaves del mercedes. Salió cuando el amanecer comenzaba a tocar el horizonte. Llegó a su árbol justo cuando el sol terminaba de salir por el este, iluminando el cielo con miles de bellos colores. Aquél árbol… era su refugio y su último hogar, representaba el inicio de su historia con Laura.


¡Bueno!Esto ha sido todo...por el momento!
Saludos,

Isabella

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