Hoy, me he inclinado por hacer una nueva entrada donde he recopilado los cinco primeros capítulos de mi "novela" Escapando de la Oscuridad, para aquellos que todavía no los hayáis leído, así tendréis la oportunidad de hacerlo sin tener que ir de post en post buscando los capítulos anteriores. Mañana tengo pensado postear el sexto capítulo y, tal vez, el segundo de la otra novela que estoy compartiendo con vosotros "Descubriendo a...África"
Hoy he empezado a escribir otra historia y tengo empezadas muchas...espero poder ir terminando algunas y continuando otras...Lo siento, tengo una mente muy inquieta y la inspiración es así, surge y punto. Al menos en mi caso.
Sin más...Os dejo con los susodichos cinco primeros capítulos de Escapando de la Oscuridad.
CAPITULO
UNO
4
de Marzo de 2010. 6:00 h. A.M.
El viento susurraba una canción sin
fin en una noche sin estrellas. En la lejanía, el eco del graznido de algún ave
nocturna, nada más. El silencio reinaba y en la calle, sólo los leves rastros
de la actividad diurna se movían mecidos por la brisa fría y cortante. No había
más vida en el exterior que las de los pequeños roedores y gatos callejeros,
ambos luchando por su supervivencia. Aquella noche, parecía como si todo el
mundo hubiera decidido recluirse en sus casas. Inconscientemente sabían que no
debían rondar las calles, no esa noche.
No muy lejos de aquél lugar, en una
habitación a oscuras, una chica se despertó gritando, y el silencio de la noche
se vio rasgado como si un cuchillo lo hubiera atravesado violentamente. Aquella
era la madrugada del día de su cumpleaños. Cumplía 23. <<Menuda forma de empezar el día>> se dijo, <<con una pesadilla>>. No
recordaba exactamente el sueño, sólo que estaba en un tren y alguien la
perseguía. Al darse la vuelta para observar a su perseguidor, el horror se
abrió paso en el sueño y se despertó gritando. Un jadeo, la respiración
entrecortada como si llevara corriendo horas, apenas unas gotas de sudor caían
por su frente, empapando su rostro, todos ellos leves vestigios de la horrible pesadilla.
Y por más que intentaba recordar su rostro, aquello que la había hecho gritar
de terror, algo en su mente se lo impedía. Un aviso. <<Déjalo estar, Laura, déjalo>> pensó la chica. << ¿Qué necesidad de seguir
atormentándose?, ¿No has tenido suficiente con la pesadilla o qué? >>
continuaba clamando la parte más protectora y racional de su mente. Pero había
algo escondido detrás, una sensación, algo que le decía que aquello era
importante, que debía saber qué era. Su instinto la estaba poniendo sobre
aviso, pero ¿sobre qué?
Con un leve gruñido y después de
asegurarse de que sus padres no la hubieran oído y se hubieran despertado
también, se levantó de la cama y fue a la cocina a tomarse un gran vaso de agua
fría. Eso siempre la hacía sentirse mejor y así conseguía desechar los malos
pensamientos y relajarse. Después se dirigió al cuarto de baño a echarse un
poco de agua fría en su rostro. El enorme espejo de la pared sobre el lavabo le
devolvió el reflejo de una chica joven, de rostro alargado, con unos pómulos marcados
y ligeramente prominentes, la nariz fina y recta, la boca pequeña pero de
labios carnosos y unos grandes ojos oscuros enmarcados por unas pestañas
igualmente oscuras y tupidas. Aquellos ojos la miraban con desconcierto y con
sueño, mucho sueño. Unas ojeras comenzaban a marcarse bajo éstos, fruto de las más
que frecuentes noches de poco descanso. Se recogió la larga melena morena en
una coleta antes de lavarse la cara. Una vez terminado el ritual, volvió a
mirarse en el espejo y se despidió de la chica del reflejo con apenas un
encogimiento de hombros. Ya más tranquila y con la mente libre de imágenes
aterradoras, se fue de nuevo a su habitación, saltó sobre su cama y se metió
entre las calentitas sábanas. Con un bostezo apagó la luz de la lamparilla de
su mesita de noche y se durmió casi instantáneamente, abrazando un sueño
tranquilo, sin pesadillas. Al día siguiente no recordaría nada de lo acontecido
aquella noche, ni siquiera esa sensación de alarma.
Viernes 4 de Junio de 2010.
Laura
tenía dolor de cabeza. Sentada en el tren que la llevaba al hospital, se tocaba
las sienes en un gesto impaciente con la intención de calmar esa sensación
atronadora que le lastimaba la cabeza. Parecía como si le fuera a estallar la
cabeza en mil pedazos, como si le dieran con un martillo una y otra vez.
Siempre le pasaba igual cuando discutía con alguien, en especial cuando lo
hacía con sus padres. Los quería tanto…pero a veces conseguían sacarla de sus
casillas. Sobre todo últimamente. Notaba que su humor estaba alterado, que cambiaba
con facilidad, y no podía dar una explicación clara a tal suceso.
Aquella mañana, antes de irse de
casa para dirigirse al hospital donde realizaba las prácticas de la carrera,
estaba liada con su ordenador, viendo un capítulo de su nueva serie favorita,
una de vampiros, hasta que llegó su padre. Hoy era el aniversario de boda de
sus padres, y éste quería que le sacara unas entradas para ir al teatro por
internet.
<<Menudo
fastidio>> pensó Laura, pero hizo lo que su padre le pedía. Cuando ya
estaba eligiendo las entradas, llegó su madre y dijo que ella no quería ir al
teatro.
_
¿Os queréis poner de acuerdo? _ dijo Laura.
_ Tu
padre no quiere coger el coche _ Respondió su madre.
_
Papá, haz el favor de coger el coche e iros a pasar el día a algún lado.
_ No
son horas de salir con el coche, ya es tarde. Además, no quiero pasarme todo el
día conduciendo.
_
Bueno, pues cuando os hayáis decidido, decídmelo _ dijo Laura.
Sus padres se fueron de la
habitación y ella cogió el ratón del ordenador y anuló la venta de entradas.
Tenía prisa y sus padres solían tardar en decidirse. Al poco rato, volvió su
padre pidiendo que le sacara finalmente las entradas.
_
Papá, tengo que irme. ¿No puedes cogerlas en la taquilla? _ dijo Laura en tono
seco. Siempre le hacían lo mismo. La iban a volver loca.
_ Ya
veo…Tú a lo tuyo, como siempre. Nunca hagas lo que te pidan tus padres _
Respondió. La injusticia de sus palabras la hirió profundamente y un ramalazo
de rabia recorrió su cuerpo. Si bien casi siempre se quejaba un poco, acababa
haciendo lo que sus padres querían. Tuvo que respirar para intentar tomar el
control de sí misma, pero no lo logró. La noche anterior no había dormido del
todo bien, otra vez debido a los incesantes sueños, y su humor cambió repentinamente.
Al final, explotó.
_ ¡Cuando
lo hayáis decidido, haced lo que queráis! Yo tengo que irme. No me puedes pedir
esto en el último momento…¡Y si no hacéis nada, no echéis la culpa a los demás!
_ Con un gesto enérgico y furioso, cogió su bolso, sin preocuparse siquiera en
apagar el ordenador y salió de su habitación como un huracán.
Cuando llegaba a la puerta de su
casa, oyó los gritos de su madre, quien la estaba diciendo algo, pero no la
escuchó. Abrió la puerta, y salió a la calle dando un portazo.
Ya en la calle, se sintió algo
mejor, pero también peor. No le gustaba discutir con sus padres, la hacía
sentirse fatal.
Sentada ya en el tren, no hacía más
que darle vueltas a la cabeza a lo que había pasado, preguntándose si alguna
vez conseguiría controlar su genio. Se ahorraría muchos quebraderos de cabeza y
más dolores. El dolor no hacía otra cosa que aumentar, por lo que acabó
cogiendo un cuaderno y un lápiz y se puso a dibujar distraídamente. Dibujar
siempre conseguía relajarla. No es que lo hiciera muy bien, pero por lo menos
se distraía. Durante un período corto de tiempo, olvidaba su mundo, sus
problemas, y se abstraía de tal manera que a veces le costaba recordar hasta su
propio nombre. Siempre que dibujaba algo bueno a sus ojos, ponía la fecha, lo
firmaba y lo guardaba en un bloc, junto a los demás dibujos elegidos. A menudo
pensaba que tal vez algún día conseguiría pintar algo realmente bueno, que
atrajera la atención de los demás y provocara exclamaciones de asombro y
admiración. Pero inmediatamente su sueño se venía abajo. << No eres buena, no sabes pintar, qué tonterías piensas>>
Ante ese pensamiento, cerraba el bloc y se desmoronaba.
Otra de sus aficiones era leer y ver
series de televisión en su ordenador, en la soledad de su habitación. Sus
géneros favoritos eran la ficción, la fantasía y las historias de amor
juveniles. Entre sus últimas adquisiciones, varias sagas de libros sobre
vampiros. Se sentía terriblemente atraída por el sempiterno vampiro torturado
por su naturaleza, misterioso y oscuro, dulce pero también terrorífico. Aquél
que se resistía a lo que era y luchaba contra sí mismo y su destino, y que
acababa enamorado irremediablemente de la pobre y frágil humana. Uno de sus sueños era ser esa afortunada
humana y encontrarse con ese ser de fantasía, rendirse a él y vivir con él para
toda la eternidad. Sabía que no era algo normal pensar así, pero al fin y al
cabo, ella sabía que sólo eran simples sueños, irreales, así que ¿por qué
preocuparse?
De repente, una voz monótona y mecánica
sonó por el vagón del tren, anunciando la parada en la que se tenía que bajar. <<Se acabó la ensoñación>>
pensó, mientras veía como el tren hacía su entrada en la estación. Echó una
última ojeada a su dibujo, y se quedó atónita. << ¿Otra vez?...>> Por enésima vez en este mes, había
vuelto a dibujar el mismo rostro, la misma persona. La única diferencia era que
esta vez estaba más claro que las anteriores, más nítido. Un rostro duro, pero aún así de facciones
dulces y delicadas, que parecían haber sido cinceladas por las mismísimas manos
de Miguel Ángel. Los ojos profundos, pero brillantes, inteligentes, cuya mirada
era capaz de traspasarla aun desde el papel y provocarla un estremecimiento que
recorría toda su columna vertebral. Desde el cuaderno, aquél rostro perfecto la
contempló, y le dio la sensación de que la quería decir algo con la mirada.
<<
Estás loca. Realmente estás perdiendo la cordura…>> se dijo a sí
misma, pero tomó el dibujo y no lo rompió. Lo guardó en su bolso
apresuradamente. Tenía la sensación de que era de vital importancia, por lo que
no lo tiraría. Algo en su interior le indicó que tenía un significado oculto.
Debido a la impresión que le causó
su propio dibujo, tuvo que salir corriendo antes de que las puertas se cerraran
y se pasara de estación. Bajó del tren con el corazón desbocado por la carrera
y casi se da de bruces con un chico que esperaba en el andén.
_
Lo siento_ murmuró rápidamente Laura. Cuando hubo pasado al chico, se subió a
las escaleras mecánicas y se paró para tomar aire.
Por fin, una vez tomado de nuevo el
control sobre su cuerpo, y con su estado de ánimo algo más calmado, salió de la
estación y se encaminó con paso cansado al hospital.
Una vez penetró en el gigantesco
hospital, el dolor de cabeza, antes aletargado, se intensificó. Hacía ya
algunos años que se había percatado de algo extraño pero a la vez curioso: cuando
se encontraba con gente que sufría, ya fuera física o mentalmente, su cabeza
comenzaba a dolerle, lo cual era más a menudo de lo que a ella le gustaría. El
dolor se presentaba como un fuerte latido en las sienes, como si llamaran a la
puerta de una casa, una señal. Siempre era más intenso cuando se encontraba
rodeada de mucha gente, especialmente en lugares donde las personas sufren,
como en los hospitales. Por ello, había elegido la soledad en su vida y se
había decantado por estudiar Psicología, algo contradictorio. Podría haber
elegido estudiar Medicina, pues en el instituto no había habido asignatura que
se le resistiera. Era una de sus pocas virtudes: se le daba bien estudiar. Pero
las agujas no eran su punto fuerte, precisamente, y había tenido que convivir
demasiado tiempo con las enfermedades. Así pues, se decantó por la Psicología,
con la intención de ayudar a calmar el “dolor mental” de las personas, y hacer así
su sufrimiento más llevadero.
Desde
el momento en que comenzó las prácticas de la carrera, vislumbró un pequeño
cambio, un rayo de esperanza. Tras una
sesión con un paciente, éste se marchaba algo más calmado, y el palpitar de sus
sienes se atenuaba, al menos hasta que entraba el siguiente paciente.
Encontraba una gran satisfacción al ver cómo las personas se sentían mejor al
hablar con alguien, y había encontrado una especie de medicina para ella misma.
El
día transcurrió con total normalidad, y Laura se sintió un poco más feliz. Pero
una vez en la soledad de las calles atestadas de gente, un sentimiento de
tristeza muy profundo la embargó.
Llegó
a la estación del tren y se sentó impaciente en un banco a esperar. Siempre
había detestado la espera. Esperar le producía malestar, se ponía nerviosa, se
le hacía un nudo en el estómago que no podía controlar. Por fin llegó el tren,
se subió corriendo, como si se le fuera la vida en ello y se dirigió al fondo
del vagón, como siempre. Allí se sentó espatarrada. Le gustaba la tranquilidad
y la privacidad de los espacios poco concurridos. Odiaba y amaba al mismo
tiempo la soledad.
Distraídamente,
sacó de nuevo el dibujo que había garabateado por la mañana y lo volvió a
mirar, preguntándose si lo que había sentido esta mañana al observarlo no
habría sido fruto de la noche sin dormir. Pero, en cuanto sus ojos se clavaron
de nuevo en aquél rostro, el mismo estremecimiento que había sentido esta
mañana se apoderó de ella, recorrió su columna y se alojó en su estómago. Con
un esfuerzo casi sobrehumano, y un cosquilleo en la coronilla, consiguió
levantar la mirada, pero inmediatamente se quedó atrapada por unos ojos que la
contemplaban fija e intensamente desde el otro extremo del vagón. Un muchacho
la observaba. Llevaba unas gafas de sol oscuras, y aún así, supo que la estaba
mirando. Algo dentro de ella se lo decía, no sabía cómo, pero estaba al cien
por cien segura de que llevaba un rato mirándola. No era la clase de mirada
casual que se lanzan las personas cuando entras dentro de su campo visual.
Utilizando toda la fuerza de la que fue capaz y con toda intención, Laura le
devolvió la mirada. En ese preciso instante, el muchacho la liberó de su
hechizo, apartando rápidamente sus ojos de los de ella. Se comportó con
naturalidad, como si no llevara un buen rato observándola, como si hubiera sido
totalmente inocente.
El
tren hizo una nueva parada, y en un abrir y cerrar de ojos, el chico
desapareció. Por un breve lapso de tiempo, Laura pensó que se lo había
imaginado. Al fin y al cabo, siempre había estado un poco loca. Inmediatamente
desechó la idea de la imaginación. La sensación que había recorrido su cuerpo
al observar al chico había sido demasiado real. Con su mirada, el chico la
había querido decir algo. Aún permanecía el hormigueo en su cuerpo, el nudo en
el estómago, el calor abrasador que sentía en sus ojos.
Llegó
a su casa y afortunadamente, estaba vacía. Sus padres finalmente se habían ido
a celebrar su aniversario. No tenía ganas de enfrentarse a ellos de nuevo, y así
podría disfrutar de la soledad de su hogar, una vez más. Se sentía en cierto modo feliz. Era extraño,
pero desde hacía tiempo no encontraba alivio en la compañía de la gente. Poco a
poco, fue perdiendo el contacto con sus amigas del instituto y de la
universidad. A veces hablaba con ellas, pero las conversaciones se habían
vuelto de lo más banales, en gran parte por su culpa. No tenía nada que contar
y no tenía ganas de hablar. Y poco a poco, se fue sumergiendo en sí misma, en
su soledad. Sin embargo, había muchos momentos en los que echaba de menos el
calor de la gente, las risas de sus amigas. Por un rato, cuando estaba con
ellas, sentía que encajaba. Pero una vez en casa, se daba cuenta de que no era
así. Nunca había encajado en el colegio, en el instituto, en la
universidad…incluso en su casa.
Por
todo ello, recurría a la lectura y a las series de televisión para calmar su
soledad, y así vivir en un mundo fantástico donde podría encajar y ser la
protagonista. Pero también se enfadaba consigo misma, pues ¿Cómo iba a
encontrar a aquella persona con la que compartir su soledad si no mantenía un
mínimo contacto con el mundo real?
Con
estos pensamientos, frustrada, se instaló en la cocina con su nuevo libro y se
dispuso a comer. De repente, cuando abrió el libro, una hoja de papel doblada
cayó al suelo. Cuando la abrió para ver de qué se trataba, se quedó
petrificada: se trataba del dibujo que había garabateado esa misma mañana. Pero
no podía ser, juraría que lo había guardado dentro del cuaderno que llevaba
consigo en el bolso, y no en el libro, pues éste no había salido de casa. Al
principio pensó que debía de ser otro de los muchos dibujos que había realizado
este mes, pero inmediatamente desechó la idea al contemplar aquellos ojos que
la volvieron a hipnotizar. En ese preciso instante la misma sacudida eléctrica
recorrió su columna. Por un momento, se quedó petrificada. Después, enfurecida
consigo misma, se levantó, se dirigió a su habitación, abrió el cajón que tenía
cerrado con llave en su escritorio, cogió el bloc y metió el dibujo.
Con
una fuerte sensación de opresión en el pecho, volvió a cerrar el cajón y se fue
a comer. <<Definitivamente, estoy
perdiendo la cabeza. ¿Cómo habrá llegado el dibujo al libro?...Debo de haberlo
cogido sin darme cuenta…pero, ¿Por qué?>>
Con
ese pensamiento dándole vueltas, terminó de comer.
Ya
tumbada en su cómoda cama, Laura se relajó. Pensó en coger de nuevo el libro y
leer un rato, pero al final eliminó esa idea de su cabeza al notar una enorme
pesadez en sus ojos. Llevaba muchas noches sin dormir bien, soñando, y se
levantaba exhausta. Rendida, sus ojos se cerraron lentamente, y al final, se
durmió.
De
nuevo, estaba en el tren. Al principio creía estar sola, pero de repente, algo
se movió al fondo. Vislumbró una figura. El mismo muchacho. Y tal como le había
sucedido, la mirada del chico la hipnotizó. La miraba intensamente. Aun a
través de las gafas oscuras, Laura sabía que el poder de su mirada podría quemarla.
Con más valor del que sentía, le sostuvo la mirada, haciendo acopio de todas
sus fuerzas. Quiso hablarle, pedirle una explicación, pero algo en él se lo
impidió. Había algo en su actitud que la hacía pensar que él tenía algo muy
importante que decirle.
De
repente, el chico hizo un breve movimiento, un pequeño cambio en su actitud y
un dolor intenso la asaltó. Otra vez la cabeza. Laura pudo liberarse
momentáneamente del poder de su mirada y contemplar al chico. Advirtió pequeños
pero importantes detalles: Tenía una cara arrogante, pero bonita. Las facciones
rectas, delicadas. La boca era grande y los labios carnosos se fruncían de tal
forma que Laura pensó que el chico estaba sufriendo. Se lo dijeron sus labios e
inmediatamente encontró el origen de su dolor de cabeza. Contempló al joven con detenimiento. Lo
encontraba extrañamente familiar. No podía saber si era alto o bajo, puesto que
estaba sentado, pero la anchura de sus hombros, el cuello largo y esbelto, el tamaño
de su tronco, le indicaron que podría medir cerca del 1.90 de estatura. La
camiseta de manga larga negra se ceñía a sus brazos y pectorales, dejando
entrever los músculos de un atleta. Tenía el pelo oscuro, cortado de tal forma
que sólo unos pequeños mechones rebeldes caían sobre su frente. De repente,
Laura advirtió la arruga en su entrecejo, y bajando los ojos, volvió a quedarse
atrapada en la intensidad de su mirada. Un ramalazo de fuego la recorrió, y el
dolor de cabeza se intensificó hasta un punto hasta entonces desconocido. En un momento de desesperación quiso calmar
el dolor, no el suyo propio sino el de él, por lo que Laura se levantó rápidamente
con la intención de acudir al lado de aquel muchacho para aliviar su
sufrimiento. Quería sentarse a su lado y preguntarle qué le ocurría, cómo podía
ayudarle. De un modo totalmente irracional, quería abrazarlo, sentirlo entre
sus brazos y consolarle. De repente, algo en él cambió de nuevo. No supo el
qué, pero lo notó. Se quedó paralizada un instante y después, muy despacio,
retomó el paso.
Se
dirigió lentamente hacia él, sin dejar de observarle, sin poder apartar la
mirada. Estaba como en trance. Su columna vertebral se estremecía más con cada
paso y un hormigueo incesante se alojó en el mismo centro de su cuerpo. Cada
paso le costaba más que el anterior. Finalmente, llegó al otro extremo del tren
y se paró a su lado. El chico levantó la cabeza para seguir contemplándola y la
duda se instaló en su rostro. Estaban tan cerca…Laura se sentó a su lado. No
sabía por dónde empezar. Por un breve momento pareció como si el chico le fuera
a decir algo. Y en el preciso instante en que abrió la boca…
_
¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!_ Chilló Laura. No sabía por qué había gritado, pero el
esfuerzo la despertó.
_
¡Laura! ¿Estás en casa?_ oyó que gritaba su madre.
<<¡mierda!>>
pensó Laura. Se sentía frustrada y enfadada. Había estado tan cerca de él…No
sabía si había sido su madre o algo del sueño lo que la había despertado. No
conseguía recordar la razón de su agitación. Estaba todo borroso.
Se
incorporó lentamente, abrió la puerta, y con paso inseguro, salió de su
habitación.
_
¿Qué tal lo habéis pasado? _ preguntó a sus padres.
_
Muy bien _ contestó muy alegre su madre _ Tu padre me ha llevado a comer a un
asador en el centro de Madrid. Tenemos que volver todos juntos algún día. Y
después dimos un paseo por el Retiro _ Se rió tontamente, le dio un beso en la
mejilla y se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa.
Laura
miró a su padre y le dijo:
_
Siento lo de esta mañana, pero de verdad, tenía prisa. La próxima vez intenta
avisarme con más tiempo.
Su
padre le dirigió un seco asentimiento y se marchó. No era hombre de muchas
palabras. En eso se parecía mucho a él.
Laura
se dirigió al cuarto de baño para refrescarse. Se contempló en el espejo por un
instante, cosa que rara vez hacía. Nunca le había gustado su aspecto: Larguirucho
y enclenque. Con las caderas anchas y las piernas largas. Los brazos finos y
los hombros ligeramente caídos.
La
imagen que le devolvió el espejo era la típica de quien se acaba de despertar.
Los ojos oscuros estaban hinchados por el sueño y sentía el eco de un ardor en
el fondo de los mismos; había unas ojeras marcadas bajo sus ojos, fruto de las
noches sin dormir y los labios estaban enrojecidos. Ese pequeño detalle llamó
su atención. Era como si se los hubiera estado mordiendo. Las mejillas
mostraban un ligero rubor. Por otro lado, tenía la garganta reseca y al hablar
con sus padres notó que le costaba mucho hacerlo.
Se
cepilló el largo y lacio pelo enmarañado por la siesta, se enjuagó la boca y se
refrescó la cara.
De
nuevo en su habitación vacía, se sentó frente al ordenador y apretó el botón de
encendido. En el tiempo que tardó en iluminarse la pantalla y comenzar a
funcionar, Laura echó una ojeada a su habitación. La pila de ropa sobre la
silla del escritorio estaba alcanzando una altura alarmante. Debería recoger la
ropa antes de que su madre lo viera. El escritorio estaba atestado de apuntes y
libros de la carrera. Las paredes estaban prácticamente cubiertas de
estanterías repletas de libros. La gran mayoría de su padre. Había un par de
estanterías que le pertenecían exclusivamente a ella: aquellas donde atesoraba
sus colecciones de fantasía preferidas (Tolkien, Rowling, Meyer…). Esos libros
la hacían soñar incluso después de habérselos leído hasta el punto de perder la
cuenta de cuántas veces lo había hecho. Estaba orgullosa de su colección. En un
pequeño cuadrado libre de pared había unas cuantas fotos de su familia, amigas
de la infancia, del instituto y la universidad y algunos de los dibujos que la
hacían sentirse orgullosa y no le daba miedo mostrar: Unos ángeles hermosos y
un mar en calma con el reflejo del sol poniente.
Por
la ventana se veía la luna creciente brillante, cuando Laura dejó finalmente el
ordenador y se dirigió a la cocina a tomarse un vaso de leche. No tenía ganas
de cenar, para variar. Había estado trasteando con su ordenador, haciendo un
par de cosas para la universidad, mirando el correo (lo cual le llevó poco
tiempo) e indagando en páginas dedicadas a la mitología y a la fantasía.
Esa
noche se acostó temprano con la intención de dormir y poder recuperar algo del
sueño perdido. El día se había hecho algo largo y necesitaba descansar. Sin
embargo, esa noche tampoco pudo dormir. Los sueños volvieron con una intensidad
creciente.
Durante los últimos tres meses,
exactamente desde el día en que cumplió 23 años, prácticamente todas las noches
soñaba las mismas cosas. Excepto aquella madrugada del día de su cumpleaños en
que soñó que alguien la perseguía en el tren, el resto de las noches había
tenido prácticamente los mismos sueños. En ellos un ángel caído del cielo se le
acercaba, pero ella no conseguía verle el rostro, oculto tras una fuerte
luminosidad que irradiaba desde sus ojos. En el sueño, ella normalmente se
quedaba paralizada, mirando al ángel. No tenía alas como las que conocemos en
todos los ángeles, y sin embargo, Laura sabía que lo era. Si no…¿qué podía ser
tan hermoso? Nadie puede irradiar tal luminosidad. Sentía miedo por el ángel,
pero no porque fuera aterrador, sino porque no quería perderlo. Y la mayoría de
las veces el ángel se la quedaba contemplando. Y así se quedaban, hasta que de
repente, el ángel se daba la vuelta y se marchaba. Y en ese momento, Laura se
despertaba.
Sin embargo, aquella noche Laura no
soñó con ángeles.
La
noche era oscura como la boca de un lobo. No había estrellas, ni luna que
iluminaran mínimamente las calles. Sólo la luz de una farola aislada. Una noche
perfecta.
El silencio dominaba y se abrazaba a
la oscuridad en una sinfonía espectral. No se escuchaba nada, ni a nadie. Sólo
el susurro atrevido de una leve brisa levantada a la orilla de un río, y el
ulular lejano de algún ave rapaz acechando en la noche a su presa.
De repente, unos pasos apresurados.
Pum, pum.
Pum, pum.
Pum, pum.
Una joven mujer corría. Su vida
dependía de ello. No podía hacer otra cosa que correr. Pero él era más rápido,
y mucho más fuerte. Ella corría, y él caminaba, lentamente, seguro de sí mismo.
Por mucho que ella lo intentara, él estaba cada vez más cerca. No se lo podía
explicar, no lo podía comprender. Apenas unas horas antes su vida era casi
perfecta…casi.
-- Sí, Marta, allí nos vemos – dijo
la mujer, cerrando el móvil. Se miró una vez más en el espejo y contempló el
resultado de horas de trabajo arreglándose. Definitivamente, estaba perfecta y
espectacular. Aquella noche triunfaría. Se ahuecó levemente el cabello rubio
ondulado, alisó el suave vestido rojo escotado, y dirigiendo una última mirada
al espejo, se sonrió a sí misma, intentando infundirse confianza y rezando para
que la mujer que alguna vez fue volviese de nuevo. De esta manera, salió del
cuarto de baño. Cogió su bolso, y se fue precipitadamente de su apartamento. No
dirigió ni una última mirada a la que había sido su casa en los últimos años.
No pensó que esa noche estaba escrito que no volvería jamás. En lo único en lo
que podía pensar era en que casi llegaba tarde, y no podía permitirlo.
Cuando llegó al pub donde había
quedado, sus amigas ya la estaban esperando.
-- Lo siento, me entretuve un
poco…-- se excusó. Dio un beso rápido a cada una de ellas y entraron en el bar.
Todo iba estupendamente, como
siempre. Aquella noche estaba realmente radiante, libre y feliz. Ya casi no se
acordaba de él. Intentó no rememorar su rostro, sus besos, todo el tiempo
vivido y se esforzó por olvidarlo. Gracias a sus amigas había conseguido salir
del bache, y se había prometido que jamás volvería a aquél lugar oscuro. No
tenía ni idea de lo realmente cerca que estaba de volver a caer en él, y esta
vez para siempre.
Consiguió reírse con naturalidad y
olvidar por unos breves minutos su tristeza y su amargura. Pero, de repente,
algo la hizo estremecerse y sin poder evitarlo se giró para ver qué podía haber
causado aquella sensación. Sus ojos quedaron atrapados por otros que la observaban
intensamente.
Aquellos
ojos pertenecían al hombre más guapo y apuesto que ella había visto jamás:
alto, tez morena, ojos oscuros como la noche, cara alargada, facciones duras, y
el cuerpo esbelto. Bajo la camisa de seda se adivinaban unos músculos bien
definidos. Los ademanes elegantes dejaban patente la elevada educación de éste.
De repente, sintió el impulso de ir a hablar con él, y haciendo caso omiso de
sus amigas, se levantó de su asiento y se aproximó a dónde él estaba sentado.
No entendía lo que la decían. Estuvieron hablando un buen rato, no sabía si
minutos u horas. El tiempo se hizo irrelevante. Se encontraba muy a gusto y él
era muy amable y educado. Pasado un rato, advirtió que sus amigas no estaban y
se sintió levemente culpable, pero rápidamente se le pasó. No era capaz de
pensar en nada más que en aquél hombre que la miraba seductoramente y cuyas
palabras hacían que se estremeciera notablemente. Cuando ya se hizo demasiado
tarde, se dispuso a marcharse y él se ofreció a acompañarla. <<Una señorita tan guapa no debería
caminar a estas horas… sola>> Le había dicho él, remarcando aquella
última palabra de una forma algo inquietante. Y ella, confiada y todavía bajo
el influjo de su hechizo, había accedido a que la acompañara hasta encontrar
algún taxi. Hubo algo en su mirada que la había cautivado desde el primer
momento, y sin saber cómo ni por qué, accedió a cada una de las peticiones que
él le había hecho esa noche. Por lo tanto, de nuevo no pudo resistirse y acabó aceptando
que la acompañara. Caminaron, y siguieron charlando. Había sido tan amable con
ella…
Recogió
su chaqueta, se la puso sobre los hombros y se despidió de los camareros,
viejos amigos de salidas nocturnas, al tiempo que vigilaba por el rabillo del
ojo a su apuesto acompañante. Éste la observaba con una luz extraña en los
ojos, casi hambrienta, y eso la hizo estremecer de nuevo. Salieron del bar, él
muy pegado a su espalda, y juraría que pudo percibir su frío aliento colándose
entre las hebras de su pelo dorado. Caminaron despacio, fundiéndose con la
noche, a la orilla del río.
De
repente, en un roce fortuito, sus manos se tocaron y un escalofrío recorrió su
cuerpo. El miedo más intenso que había sentido en su vida se apoderó de ella. Al
girarse para contemplarle, algo había cambiado. No era capaz de describir el
qué, pero en un instante sus ojos no parecían los mismos. Mostraban un reflejo
carmesí, sutil, frío y brillante. Se quedó paralizada por un segundo. Él se dio
cuenta, y le dedicó una media sonrisa, ladina, desafiante, que le heló la
sangre más de lo que ya estaba. No supo qué era…no sabía de dónde provenía la
sensación, lo único que sabía era que debía huir, correr, apartarse de él.
Echó
a correr con todas sus fuerzas, los pulmones le quemaban, la garganta se le secaba
y un fuerte pinchazo le atravesó el costado. Casi no podía respirar. Las
fuerzas le flaqueaban, las piernas se le aflojaban. Echó un rápido vistazo
atrás y él seguía allí, seguro, tranquilo, con esa media sonrisa que le paró el
corazón debido al miedo. Ella notaba que él estaba disfrutando con su miedo,
que estaba en su elemento. No sabía cómo, pero percibió que no era la primera
vez que había hecho aquello. En sus andares se notaba la seguridad que sólo
proporcionan años y años de práctica. Sus movimientos eran elegantes, pero
seguros.
El
destino se puso en su contra y tropezó con una baldosa que estaba medio
levantada en la acera, haciendo que se cayera de bruces al suelo y fuera a
parar al haz de luz de una farola. Intentó recomponerse y apenas pudo darse
media vuelta. En ese momento deseó no haberlo hecho. Lo que contempló en
aquellos instantes fue lo más horrible que ella jamás vería. No tenía
escapatoria. Él ya se cernía sobre ella. Y la expresión de su rostro…No era
nada que hubiera visto en su vida. Se quedó totalmente quieta, como hipnotizada
y horrorizada a la vez…Un fuego rojo inundó aquellos ojos antes seductores, y
la más terrible de las expresiones cruzó su rostro.
Lentamente,
se agachó hacia ella, la agarró del brazo y la levantó. Paralizada, ella no fue
capaz de reaccionar y se dejó llevar. La arrastraba de nuevo a la oscuridad. Ya
no le importaba, se había rendido. Con una última mirada, se despidió del cielo
para siempre.
_
Ha sido divertido_ dijo él, con un acento marcadamente extranjero. No supo
ubicar de dónde podría proceder. _ Pero se acabó. No deberías de hablar con
extraños._ Se rió quedamente.
_
Por favor…por favor…_Suplicó ella.
_
Shhhhhhhhhhh…No vas a sentir nada. Hoy estoy de buen humor, has tenido suerte.
De lo contrario…
Un
movimiento veloz, un susurro en la noche. El desconocido la cogió por detrás,
como abrazándola tiernamente. Despacio, comenzó a apartarle la larga melena
caoba del cuello. Con una mano fría y de dedos largos y fibrosos, la tomó del
cuello, obligándola a elevar la cabeza, dejando así la garganta totalmente
expuesta y estirada. La arteria latía desenfrenadamente y el pulso se notaba
bajo la fina piel de color marfil. Acercó aquellos labios carnosos y rojos al
punto donde la sangre latía con más fuerza y los posó, con la suavidad de una
pluma y el cariño del amante más entregado.
Y
de repente…un alarido rompió el silencio. Instantes después, éste retomó su
poder y la quietud de la noche volvió a instalarse.
En
la soledad de su habitación, Laura se incorporó repentinamente.
_
¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! _ gritó Laura. El esfuerzo por gritar había
conseguido despertarla. Otra pesadilla. ¿No podría siquiera descansar el fin de
semana?
Se
levantó de la cama, y miró el despertador. Las 6 de la mañana. <<genial. Otra noche en vela…¡menuda
mierda!>> Ahora no podría
dormirse…
Salió
de la habitación con la intención de dirigirse a la cocina a beber un vaso de
agua, cuando la puerta de la habitación de sus padres se abrió y se asomó la
cara adormecida de su madre.
_
Me pareció oír algo ¿Qué haces levantada a estas horas?
_
No es nada, mamá. Sólo una pesadilla. Voy a beber algo de agua y me acostaré.
Deberías hacer tú lo mismo.
_
Sí…eso voy a hacer _ dijo su madre con un bostezo _ No deberías leer tantas
cosas sobre vampiros, te vas a trastornar.
_
Claro, mamá _ dijo Laura.
_
Buenas noches. Intenta dormir algo.
_
Lo intentaré. Buenas noches, mamá.
CAPITULO
DOS
4 de Marzo de 2010. 6:00 h A. M.
Un
susurro recorrió la noche en Roma. Hacía calor a pesar de estar en pleno mes de
Marzo. Estos cambios de tiempo volverían loco a cualquiera.
Pam, pam, pam…La
quietud de la noche se rompió con el sonido de unos pasos. Las luces de las
calles iluminaron tenuemente la figura
de un muchacho que caminaba a lo lejos. Paseaba despacio, tranquilo, seguro de
sí mismo, esperando encontrar aquello que más necesitaba en esos momentos.
Una
luz más fuerte le iluminó el rosto. Era joven y apuesto. Ojos color azul
oscuro, como el de un océano en calma. Los pómulos, marcados. Las facciones,
rectas, pero delicadas. La barbilla alzada con soberbia. El pelo oscuro como la
noche dejaba caer unos mechones rebeldes a la frente. Parecía el modelo de una
revista, más perfecto incluso. Los pantalones vaqueros, desgastados y rotos en
algunos puntos estratégicos, combinaban a la perfección con la chaqueta de
cuero negra y las deportivas del mismo color.
En
un instante, el muchacho se escabulló y se sumergió en las sombras. Las luces
le herían los ojos, y en esos momentos no llevaba sus gafas. Debería volver
rápidamente a su casa antes de que el sol hiciera su aparición en el cielo. La
luz diurna era bastante peor que la de una simple farola…Podría cegarle.
Un
sonido de voces gritando captó su atención. <<Por
fin>> pensó. Su cena le esperaba. Al dar la vuelta a la esquina se
encontró con una pareja que discutía acaloradamente. Despacio, se fue acercando
a ellos. Las voces se hacían cada vez más fuertes. Se paró a observarlos…Un
hombre, alto, de espaldas anchas, se cernía sobre una hermosa y delicada mujer,
gritándola, escupiéndola en la cara, mientras ella se echaba hacia atrás,
intentando evitarle. Sin embargo, no
tenía escapatoria, y acabó dando con la espalda en la pared de un edificio. El
miedo se hizo cinceló las facciones de su hermoso rostro con manos expertas y
conocidas.
El
joven muchacho se concentró para percibir qué pensaban, pero le costó un gran
esfuerzo. Hacía muchas noches que no se alimentaba, y sus dones mermaban a
medida que pasaban los días. La chica estaba realmente asustada, pero
resignada. No era la primera vez que la pegaban, y ciertamente, no era la
primera vez que él lo hacía. El hombre, regodeándose en su furia, en su fuerza,
y en la adrenalina que sentía por su cuerpo al notar el miedo que inspiraba en
ella, no se percató de que alguien los observaba y se acercaba sigilosamente
hacia ellos.
El
paseante silencioso se paró durante unos breves segundos para evaluar la
situación y observar más detenidamente a aquella pareja, en especial al hombre.
No era rival para él. En un abrir y cerrar de ojos, no sabría de qué lado
estaba el mundo. <<Tus noches de
aterrorizar a los que son más débiles que tú se han acabado, monstruo>>
pensó, y se rió con una carcajada queda, pues él también era un monstruo, solo
que de otra clase. Peor, más terrorífico.
Se
acercó sigilosamente a la espalda del hombre y le tocó el hombro. Un leve
toque, apenas un suave roce de sus dedos sobre el trapecio del acosador, pero
lo suficiente para que éste notase el cambio en su cuerpo, a pesar de estar tan
concentrado en su presa. Se volvió, sorprendido porque alguien le hubiese
interrumpido, y más aún porque no hubiera percibido que se le acercaban por
detrás. Un rugido se fue formando en la garganta del hombre, la cara contraída
en un rictus de furia. Un gesto capaz de aterrorizar a una muchacha desvalida,
pero no a él, no a Alex. Él, que llevaba recorriendo el mundo durante
demasiados siglos, cazando a monstruos mucho peores y más aterradores que éste.
_
¿Qué diablos te crees que haces mocoso?_ le dijo el hombre _ Ya te estás yendo
de aquí si no quieres que te de una paliza.
_
Primero, no debería tratar así a una señorita _ La voz del muchacho era suave,
y muy segura. El hombre se quedó brevemente paralizado. La chica se quedó muda
de asombro. Jamás había escuchado una voz así: hermosa, gloriosa, pero
terrorífica. Un viento frío se levantó de repente, respaldando las palabras del
joven.
El
hombre se dio la vuelta con la intención de propinarle un buen empujón al
chico. Pero antes de poder siquiera terminar de dar la vuelta, éste se cernió sobre
él, haciéndole una llave por la espalda que le paralizó sin posibilidad de
escapatoria. La fuerza de los brazos de aquél muchacho era sobrenatural, el
tacto de sus manos helado. El terror le paralizó.
_
Vete de aquí_ Le dijo a la chica. Ésta se quedó quieta por un breve lapso de
tiempo, y de repente, sus músculos volvieron a la vida y echó a correr. Un
destello rojo había iluminado los ojos de aquél chico, y algo le dijo que debía
correr. Correr todo lo que sus piernas y los tacones de aguja de 10 cm. le
permitieran, y desaparecer de allí lo antes posible.
El
chico observó brevemente cómo la muchacha se escabullía en las sombras.
Agarrando fuerte al hombre, lo arrastró a un callejón cercano. No dejaba de
resistirse. <<Mejor, más emoción.
Que empiece el juego>> una vez hubo llegado al callejón, soltó al
hombre, empujándolo contra la pared. Éste cayó de bruces y se quedó medio
sentado, en el suelo. En la caída se raspó las manos y un hilillo de sangre fue
resbalando por éstas y goteando al suelo. Levantó la vista, y contempló al
chico. Las sombras ocultaban su rostro. De repente, se fue acercando, y se
agachó. Un fulgor rojizo le iluminó nuevamente la mirada y un escalofrío del
miedo más intenso que jamás había sentido en sus 40 años de vida le recorrió
todo el cuerpo. Supo que estaba ante la muerte. Empezó a temblar de la cabeza a
los pies, como si hubiera caído en un lago helado. Sus entrañas empezaron a
congelarse, el frío empezó a penetrar en su pecho y a ahogarle, como si
realmente estuviera bajo el agua fría.
_
Has sido una persona cruel y egoísta, Rafael _ le dijo el muchacho.
Apenas
susurraba, pero las palabras sonaron como si las hubiese estado gritando en la
cabeza de Rafael.
_
¿Cómo…? ¿Cómo sabes mi nombre?_ tartamudeó.
_
Sé muchas cosas sobre ti, Rafael. Sé que disfrutas haciendo daño. Sobre todo
haciendo daño a pobres mujeres, tan delicadas como María. Pero eso se acabó.
Normalmente, no haría esto, pero no puedo dejar que sigas haciendo daño a la
gente que te rodea.
_
¡No! Por favor, haré lo que quieras…lo que sea, pero no me hagas daño_ El
terror le inundaba el pecho y apenas podía respirar.
_
¿Lo que sea? _ dijo el chico con una media sonrisa y un brillo aterrador en los
ojos. El hombre no pudo verlos.
_
¡Sí! Dime qué quieres y lo tendrás. Tengo mucho dinero…
_
Tengo hambre _ dijo sucintamente. Rafael se le quedó mirando momentáneamente
extrañado. Intentando ganar tiempo, le soltó lo primero que le vino a la mente.
_
Tengo un restaurante aquí cerca, seguro que hay algo que puedas comer. Puedo
abrirlo, y entraremos, y…y… -- No sabía si la mentira iba a surtir efecto, pero
tenía que conseguir salir de allí y escapar de él.
Alex
sonrió con malicia ante la inútil mentira de aquél ser. Una leve carcajada
empezó a brotar de su pecho ante la estupidez de aquél ser débil que tenía a
sus pies.
_
No lo entiendes – Le interrumpió – …Tengo sed. Tengo sed de sangre.
El
escalofrío del hombre se intensificó de tal manera al oír estas palabras, que
la piel se le puso totalmente de gallina, y los pelos de la nuca se le
erizaron. Cada vez se sentía más ahogado, las manos de la muerte se aferraron
entorno a su torso y empezaron a apretar con fuerza. Su corazón empezó a
martillear en el pecho y lo notaba latir con fuerza en la garganta reseca y
cerrada y en la cabeza. Su respiración era cada vez más dificultosa, de su boca
entreabierta apenas entraba y salía un hilillo de aire borboteando.
Alex
se acercó un poco más Rafael, le agarró por los hombros y lo levantó. De lejos,
el muchacho había parecido más bajo que el hombre llamado Rafael, pero al estar
los dos juntos, se podía apreciar la elevada estatura del apuesto muchacho.
Un
breve rayo de esperanza iluminó a Rafael cuando le levantó, pero se disipó
rápidamente cuando pudo contemplar de cerca el rostro de aquel chico. El abrazo
de la muerte se intensificó y estuvo a punto de caer de nuevo al suelo, si no
hubiera sido porque aquél muchacho le mantenía en pie, sujetándole de la parte
frontal de la camiseta. Sus manos estaban heladas y dejaron una marca sobre su
pecho que él jamás conseguiría ver, ni nadie.
_
Reza algo rápido _ le dijo éste _ Tus días de dominación se han acabado _ Dicho
esto, agarró al hombre del cuello, y con un movimiento fluido, rápido y fuerte,
le propinó un fuerte golpe que lo dejó inconsciente. Antes de que se cayera al
suelo, volvió a agarrarlo y, posando sus labios sobre el cuello del hombre,
como si le estuviera besando, le desgarró la garganta con violencia y bebió con
ansia del torrente de sangre que fue saliendo a borbotones de la herida. Al final,
ya saciado, le rompió el cuello para asegurarse de que no se pudiera volver a
levantar jamás.
Tras
haber calmado la sed que le atormentaba, se deshizo del cuerpo. Lo tapó con
unos cartones, periódicos, y demás basura, y le prendió fuego. Contemplando
cómo las llamas lamían su cuerpo vacío y sin vida, se sintió satisfecho.
Casi
nunca mataba a sus presas. Había intentado no alimentarse de humanos, pero su
voluntad era demasiado débil. Así pues, se alimentaba, pero cuando no le
quedaba más remedio. Una vez saciaba su sed, hipnotizaba a la aterrorizada
presa para que olvidara lo que le había pasado, y la dejaba débil y confundida.
Sin embargo, había excepciones, como la de aquél Rafael. Antes de cernirse
sobre sus presas, leía sus mentes, o mejor dicho, observaba sus recuerdos.
Cuando leía la mente de un criminal, como Rafael, la más negra de las furias se
apoderaba de él y una determinación obsesiva le dominaba. Matar. No podía
tolerar que un criminal rondara las calles como si tal cosa. Sabía que no hacía
bien al tomarse la justicia por su mano, que en esos momentos, el monstruo era
él, pero se justificaba pensando que de esa manera, un monstruo menos estaría
aterrorizando a otras personas.
Más
fuerte de lo que se había sentido en las últimas semanas, se dio media vuelta,
y se marchó, dejando a sus espaldas el cadáver calcinado de aquél asesino.
Nadie le echaría de menos.
Al
doblar la esquina de la calle donde tenía su última residencia, un
presentimiento le dominó. Algo no iba bien. Se apresuró, y al llegar a su casa,
se encontró la puerta entornada. Las luces estaban apagadas. La tenue luz del
amanecer empezaba a iluminar tenuemente la vivienda. Lo que vio le dejó
momentáneamente paralizado. Todas sus cosas estaban revueltas, como si alguien
hubiese entrado a robar. Un huracán de destrucción y de muerte había asediado
su hogar. El salón, situado a su izquierda mostraba un aspecto deplorable, con
los sofás y las mesas volcadas y rotas, las sillas desperdigadas, cuyos
asientos, así como los cojines que adornaban los distintos sofás, aparecían
abiertos en canal, desparramando sus entrañas por el suelo. Libros revueltos, cuyas
hojas habían sido arrancadas, papeles tirados por el suelo, que se fundían con
el pulmón de los cojines, jarrones rotos, el escritorio del fondo, tumbado y
con varios cajones abiertos. Todas sus pertenencias habían sido derramadas por
la estancia. Con una rápida ojeada, intentó averiguar si realmente se habían
llevado algo, pero no le dio esa impresión. Más bien parecía como si allí hubiera
habido una pelea entre varias fuerzas de la naturaleza. Pero allí no había
nadie, no sentía la presencia de ninguna persona. Su hermana no estaba tampoco
allí. Isabel debería de haber salido también de caza.
Al
subir las escaleras, otro presentimiento le recorrió. Un estremecimiento surgió
del fondo de su ser y se instaló, punzante y doloroso en su corazón. Sintió una
presencia que se desvanecía lentamente…Corrió como si le persiguiera el
mismísimo diablo y al llegar a su habitación, se encontró con una visión peor
que la que había observado abajo. Las cortinas estaban desgarradas, la cama
empotrada contra la otra pared. Sus ropas inundaban el suelo. Y al mirar a la
esquina del fondo de la habitación a su derecha, vio la figura desmadejada de
su hermana Isabel. Ésta permanecía con los ojos cerrados, y una de sus piernas reposaba
en un ángulo extraño. Pero lo que le paralizó al verla fueron las heridas. Su
rostro antes hermoso, mostraba cortes profundos, como si un tigre le hubiera
dado un zarpazo. Su larga cabellera morena, estaba revuelta, y en algunos
puntos se veían calvas. Algo la había agarrado y le había arrancado mechones de
su hermoso cabello. El cuello y el pecho mostraban las peores heridas. Sangre
brotaba de su pecho y de su estómago en un torrente color carmesí. Consiguió
salir de su aturdimiento, y se acercó a su hermana. Ésta, al percibir su
presencia, consiguió abrir con un esfuerzo sobrehumano sus enormes ojos.
_
Alex…_ susurró.
_
¡Isabel!_ gritó Alex. Se acercó precipitadamente a su hermana, y tiernamente y
con mucho cuidado le cogió la mano _ ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué ha pasado?
¿Quién te ha hecho esto? _ La angustia se hizo paso a través de su seguridad y
cayó de rodillas junto a su hermana.
_
Alex…--comenzó de nuevo Isabel – Alex…debes huir. Debes hacerlo, o él volverá y
te matará.
_
¡Yo no me voy a ningún lado sin ti! _ La furia se volvió a apoderar de él.
Quería matar a quien hubiera hecho eso a su hermana. Pagaría por esto. Pero un
miedo sustituyó momentáneamente a la furia. Pues se dio cuenta de que la
presencia que antes había sentido desvanecerse no era otra sino la de su
hermana. Volvió a enfocar su atención en ella.
_
Debes hacerlo. Sabes que para mí ya es demasiado tarde…He perdido demasiada
sangre, y mis heridas son muy graves _ Alex vio cómo a su hermana le costaba un
enorme esfuerzo hablarle. Respiraba con mucha dificultad y de manera
desacompasada. Desde su posición pudo ver cómo la sangre se vertía cada vez más
lentamente por las enormes heridas de su cuerpo. Un escalofrío le recorrió la
columna, erizando todo el vello a su paso,
al percatarse de lo que aquello significaba, pero bloqueó la idea e
intentó pensar una alternativa, alguna solución.
_
Shhhhhhh…calla, te sacaré de aquí y te salvarás _ Pero algo en su interior le
repetía una y otra vez que eso ya no era posible. Y una y otra vez Alex luchaba
contra ese sentimiento poniendo todo su empeño y su determinación. Lo
contrario… acabaría con él.
_
Alex. No puedo. Aunque no me haya atravesado con una estaca, había algo en … él,
en sus dientes, en todo su ser, que impide que mis heridas puedan curarse por
sí mismas. Es algo malvado. No es algo con lo que nos hayamos topado antes. Y
el poder de su mente…oh, Alex, es demasiado. Su voz…su voz… no permitas… te
dominará…potente… muy potente… no le escuches… ¡Huye! _ Tosió tras decir estas
frases, y un torrente de sangre manó de su boca. Su piel, ya pálida, adquirió
el tono blanquecino de los muertos. La única nota de color la proporcionaba la
cálida sangre que había manado de sus labios, dejando un reguero rojizo a su
paso.
_
Debe haber algo que pueda hacer…_ suplicó Alex _ ¡No te puedes morir!
Su
hermana le contempló y mirándole a los ojos, le dedicó una sonrisa. Le sonreía
como siempre, sin miedo, totalmente en paz y feliz. Sus ojos, a pesar del
agotamiento, todavía brillaban con intensidad, un mar de estrellas reflejadas
en un océano añil. De una belleza sobrecogedora, sus labios sonrosados formaron
una perfecta media luna hacia arriba, haciendo que sus ojos se guiñaran en
respuesta e inmediatamente. Alex no podía concebir cómo podía encontrar su
hermana las fuerzas para sonreír de aquella manera, como siempre lo hacía, y
como sólo lo hacía con él, con un profundo amor.
_
Hay algo que puedes hacer por mí…_ volvió a toser, y con un esfuerzo
sobrenatural, le dijo – Acaba con mi sufrimiento. Acaba y huye. Y prométeme que
te irás y no te enfrentarás a él.
_
¡No! _ gritó Alex.
_
Alex, mira en mis recuerdos…Verás cómo es y sabrás que es algo con lo que nunca
nos hemos enfrentado. Vino aquí, buscándote, y al no responderle, me atacó.
Luchamos, pero no pude con él. Alex, es demasiado fuerte. No sé qué querrá,
pero parece que anda buscando a alguien que conoces…Debes marcharte antes de
que vuelva por aquí.
La
respiración de Isabel se iba haciendo cada vez más débil. Alex la contempló más
detenidamente y vio cómo la vida iba abandonándola. La luz de su vitalidad se
iba apagando lentamente. La miró a los ojos y contempló sus recuerdos. Se quedó
rígido de la impresión y de la dureza de éstos. Un hombre alto, de espaldas
anchas, y mirada profunda. Inspiraba más miedo que la propia muerte, y el fuego
llameaba en sus ojos.
Aterrorizado,
abatido y furioso, miró a su hermana. En el breve lapso que duró el contacto
visual, la determinación hizo presa de él. La luz de su hermana se iba
apagando. Lentamente, cogió un pedazo de madera que se había desprendido de su
cama y había ido a parar prodigiosamente a los pies de su hermana.
_
Hazlo_ le dijo ésta _ Por favor…prométeme que te cuidarás y huirás de aquí.
_
Isabel…
_
¡Hazlo!
_
Lo prometo.
_
Muy bien…_ susurró ella. Sus párpados se fueron cerrando lentamente _ Te
quiero, hermanito.
_
Y yo a ti, Isabel_ Cogió la estaca improvisada, y con un movimiento veloz, la
incrustó en el pecho de su hermana, justo en el corazón.
Una
nueva sonrisa se formó en los labios de su hermana, y en menos de lo que dura
un latido, ella ya no estaba ahí. Se deshizo en cenizas doradas y negras, y una
brisa que entró por la ventana rota, se las llevó volando.
_
Prometo que tendré cuidado…pero él sufrirá por lo que ha hecho _ dicho esto,
Alex salió de su habitación, con la cabeza gacha, pero el paso seguro de quien
tiene un nuevo propósito en la vida.
Salió
corriendo, más veloz que un tornado, y antes de que el sol hubiera terminado de
hacer su aparición en el cielo, él ya estaba fuera de la ciudad. A sus
espaldas, una fuerte llamarada y una terrible explosión devoraron la que hasta
entonces había sido su casa.
Se
refugió en un bosque a las afueras, y descansó por unas horas. La tristeza, el dolor
y la furia ante la pérdida de su hermana, le rasgaron en lo más profundo de su
ser, hiriéndole como nadie lo había hecho jamás. Tuvo que tumbarse para
intentar recomponerse y organizar sus pensamientos dispersos. Él le perseguía… pero ¿Quién era aquél
monstruo?... No, Ángel no…acabó con él hace demasiado tiempo, y además, Ángel
no se parecía al hombre de los recuerdos de su hermana… Éste ser era más
antiguo y poderoso que Ángel, mucho más. Un sentimiento horrible se abrió
paso a través de su pecho, quemando todo lo que encontraba a su paso y dejando
una tremenda sensación de vacío, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí
mismo, dejando un enorme agujero en el centro de su ser. ¿Y quién es la persona a la que él se supone que conoce? ¿Qué es lo que
él puede buscar de esa persona? Si la está buscando, que Dios la ampare, pues
no tiene escapatoria. La encontrará y… acabará peor que Isabel, seguro. Con
este último pensamiento, cerró los ojos e intentó relajarse, necesitaba
recuperar fuerzas.
Se
sumió en un sueño intranquilo. Se encontraba en un tren desconocido. En el
vagón sólo se encontraba una chica en el fondo, y él, en el otro extremo. El
tren hizo una parada, y una voz, en español, anunció el nombre de la estación.
Recorrió rápidamente con la mirada el vagón y sus ojos se clavaron en la chica
del fondo del vagón. Era morena, con unos enormes ojos tan negros como su
cabello. La boca pequeña, aunque de labios carnosos. Pero lo que le atrapó fue
su mirada: mostraba un miedo sobrecogedor. Algo le hizo levantarse y dirigirse
hacia ella. No podía soportar ver ese miedo apoderándose de ella. Se fue
acercando poco a poco, cuando se dio cuenta de que la muchacha miraba más allá
de él. Al darse la vuelta para observar qué era lo que le producía tanto miedo,
le vio a él. El asesino de su hermana se acercaba con paso lento hacia ella. No
podía permitirlo. Esa muchacha no podía sufrir, no podía pasar por lo mismo. Su
corazón era bueno, y la luminosidad que despedía casi le hería los ojos. Un
instinto protector le dominó. Al acercarse a la muchacha, ésta echó a correr, y
él por miedo a que el asesino hiciera lo mismo, salió tras ella para poder protegerla…Atravesaron los
vagones corriendo. Y cuando ya estaba casi a su alcance, ésta se dio la vuelta
y gritó.
Se
despertó sobresaltado por el chillido de la muchacha. De repente, una fuerza
sobrenatural le impulsó a ponerse de pie y a salir de su escondite. Sabía que
el sueño no era tal. Sabía que debía hacer algo. Se desperezó y echando una
breve mirada a su alrededor se despidió del país que había sido su hogar en los
últimos 100 años. Se disponía a encontrar a una muchacha a la que no conocía,
movido por un sueño premonitorio. Partía rumbo a España, a Madrid, más
concretamente. Empezaría por la capital, pues algo le decía que debía ir allí.
Viernes 4 de Junio de
2010.
Alex
había llegado hacía unos meses a Madrid. El instinto de venganza aplacado de
momento. La urgencia por encontrar a la muchacha de sus sueños le dominaba.
Todas
las noches la veía en sus sueños. Era como un ángel. Una luz dorada la
iluminaba y hacía lo mismo con todo lo que los rodeaba. Y aunque no podía verle
el rostro pues la luz le hería los ojos, sabía que era ella. En los sueños, ya
casi nunca aparecía el asesino de su hermana. A veces, cuando lo hacía,
simplemente se dedicaba a permanecer quieto, y cuando ella se percataba de que
él estaba cerca, se desvanecía.
El
miedo por no poder encontrarla le hacía sentir una enorme opresión en el pecho.
Pero sabía que nada le había pasado aún, pues de lo contrario no soñaría con
ella. Se decía esto una y otra vez, y una y otra vez volvía a salir en su
búsqueda.
Hasta
que un día, aproximadamente un mes después de haber huido de Roma, se la
encontró como por casualidad en un tren, en Madrid. Ese día el impulso de la
búsqueda había vuelto intensificado, y se dejó guiar por sus instintos. Y allí
estaba ella. Sentada en el fondo del vagón, como en sus sueños, se dedicaba a
garabatear en un cuaderno.
Sabía
que era ella. El rostro, enmarcado por la oscura cabellera, estaba iluminado
por una fuerte luz. No había contemplado una luz tan fuerte jamás. Era como el
sol: brillante, dorada, vital y cegadora. Los ojos, con aquellas pestañas
tupidas miraban hacia el bloc de dibujo que estaba apoyado sobre sus
piernas. La mano derecha sujetaba un
lapicero que fluía distraídamente sobre el papel, haciendo pequeños trazos
inseguros. De repente, levantó la mirada y la dejó vagar por el tren, sin mirar
a nadie, sin ver nada que estuviera allí. En ese momento, un hormigueo recorrió
el cuerpo de Alex, pasando por la columna y alojándose en el estómago.
Y
el instinto protector se hizo dueño de su cuerpo de nuevo. Debía averiguar todo
lo que pudiese sobre ella, << para
poder protegerla>> se dijo. Pero había algo más. Algo que no podía
discernir y que había cambiado en él.
Con
ese pensamiento, la había seguido todos esos días. Se había propuesto ser su
guardián. Averiguó que casi todos los días se dirigía al Hospital de
Fuenlabrada a realizar las prácticas de la carrera que estaba cursando:
psicología. Con sus encantos naturales le sonsacó la información a una
enfermera de la planta donde ella estaba haciendo sus prácticas.
Todos
los días, a la misma hora, salía del hospital y cogía el tren en la dirección
contraria para dirigirse a su casa. Así consiguió averiguar dónde vivía. Vivía
en el sur de Madrid, en un pueblo con más pinta de ciudad llamado Alarcón y
durante el largo trayecto siempre se distraía con algo, ya fuera leyendo, dibujando
o escuchando música. En más de una ocasión había pasado por su lado y observado
fugazmente sus dibujos. No lo hacía mal, aunque los trazos eran más bien
inseguros.
En
los últimos días se había dado cuenta de que la muchacha estaba más distraída
de lo habitual. A veces, se tocaba las sienes nerviosamente, como si le
dolieran.
Se
percató de que siempre iba sola, y casi nunca la vio coger el móvil y hablar
con él, como hacen casi todos los seres humanos. Era pues, una chica solitaria.
Pero
algo en su actitud le hizo pensar que la soledad era elegida, no azarosa. Nadie
como ella podría estar sola si no fuera por propia voluntad. Al mirarla con
detenimiento, le embargó una sensación extraña. Emanaba no sólo esa luz
cegadora y la bondad que habían hecho presa de él, sino una tristeza
abrumadora. Aunque había elegido la soledad, se sentía muy triste. Eso le
afectó tremendamente.
Aproximadamente
a mediados de Abril hizo uno de los descubrimientos más emocionantes. Averiguó
su nombre.
Estaba
siguiéndola una tarde, cuando al llegar a la esquina de su urbanización, ella
se paró en seco. Alguien la llamaba. Alex se quedó oculto tras un árbol de la
calle, a unos doscientos metros de donde estaba Laura, observándola,
escuchándola.
_
¡Laura! _ dijo una mujer. Dedujo que era su madre y acertó. Ella se acercó a
ésta, y le dio dos besos cariñosos en las mejillas.
_
¡Hola mamá! ¿A dónde vas? _ le preguntó a su madre. Un estremecimiento recorrió
a Alex al escuchar el sonido de su voz. Nunca antes la había oído hablar. Tenía
una voz dulce, suave. Este insignificante hecho le paralizó. Hablaba a su madre
con cariño y devoción.
_
A casa de la abuela. Tu padre se ha ido a Madrid a hacer unas cosas, así que le
veré después allí. Tienes comida preparada en la cocina, sólo tienes que
calentártela.
_
Ah, vale. Bueno, ten cuidado. Me voy, tengo hambre y estoy cansada _ Alex pudo
notar que era cierto lo que decía. Al menos lo último. El cansancio se hacía
patente en su voz y aquél sentimiento protector volvió con fuerza _ Dale un
beso de mi parte a la abuela.
_
De acuerdo _ le dijo su madre.
Laura
se acercó de nuevo a su madre y le volvió a dar dos besos en las mejillas.
<<Laura…hermoso
nombre…y hermosa voz>> Se dijo Alex. Sin saber
cómo, se había quedado como hipnotizado. La escena simple y humana que había
contemplado le había abrumado. Pero sobre todo era la sensación que le había
embargado al observar a Laura hablar y mirar a su madre: el profundo cariño y
amor que sentía ésta hacia su madre era como una fuerza poderosa, un torrente
que arrasaba con toda la maldad que había a su paso. No había sido jamás
partícipe ni observador de tanta bondad en un solo ser humano. Hizo que un
pensamiento fugaz inundara la mente: eliminar la maldad de sí mismo, intentar
ser mejor…”persona”. Se imaginó rodeándola con sus brazos, abrazándola y
atrayéndola hacia su pecho, para sostenerla y oler su dulce fragancia…Agitó la
cabeza, confundido. Ninguna humana le había afectado de aquella manera en toda
su existencia.
La
observó adentrarse en el umbral de su casa y de nuevo la soledad y la tristeza
hicieron mella en él. Siempre había sentido que no encajaba en este mundo, ni
cuando era humano, ni después de su transformación. Sólo, vacío y diferente,
había vagado por el mundo con la única compañía de su hermana Isabel. Gracias a
ella había merecido la pena seguir adelante, descubrir el mundo y disfrutar de
las ventajas de su condición. Sin embargo, desde la muerte de Isabel, había
caído en un pozo oscuro del que le estaba costando mucho salir. Y si no fuera
por su nuevo propósito – proteger a la chica llamada Laura y vengar la muerte
de su hermana – no se habría molestado siquiera en intentarlo. Habría intentado
matarse de hambre o se habría clavado él mismo una estaca en el corazón. La luz
solar, sin embargo, aunque le hería los ojos, no tenía efecto sobre él. Su
hermana y ella eran de los pocos de su raza que podían caminar durante el día,
sin que el sol les hiciera daño alguno. Se les llamaba “extraños” y, aunque en
el pasado le había molestado que se refiriesen a él con ese término, ahora le
daba igual y disfrutaba plenamente de sus ventajas.
Al
conocer a Laura había experimentado otro tipo de sensaciones más fuertes y
desconocidas para él que hacían que su propósito se quedara corto. No sabía
expresarlo, pero hubo algo en los ojos de aquella chica que le hicieron desear
con todo su ser estar más cerca de ella que nunca.
Pero
cada día la veía meterse en su casa y desaparecer, y entonces volvía a caer en
el pozo oscuro. Pero el pozo ya no estaba totalmente negro y vacío: una luz se
adivinaba en lo alto. Sabía que la volvería a vislumbrar en pocos minutos si
conseguía verla a través de la ventana de su habitación, o en cualquier caso, al
día siguiente. La esperaría y sigilosamente la seguiría. Estaría con ella en
cada paso del camino. Sería su ángel de la guarda para toda la eternidad si era
necesario. Aunque la esperanza de verla se veía empañada por la tristeza de no
poder hablar con ella. No se veía capaz de hacerlo. No podía ponerla en tal
peligro.
Pasaron
los días, Abril dijo adiós y Mayo pasó raudo, certero, trayendo y dejando a su
paso temperaturas mucho más cálidas. Una mañana de principios de Junio sucedió
algo aún más emocionante que el descubrimiento del nombre de aquella chica:
Había tenido un breve y prácticamente insignificante contacto con ella. Había
salido antes que ella del tren en la estación donde se bajaba para dirigirse al
hospital, cuando se percató de que la muchacha tardaba más de lo habitual en
salir del vagón. Un tanto agobiado, se quedó parado en el andén de la estación,
expectante. Al final, ella salió apresuradamente del tren, corriendo, con el
bolso abierto y medio sosteniendo un cuaderno que estaba introduciendo
precipitadamente en el bolso a medida que corría. En su escapada, salió
despedida como un huracán y prácticamente se llevó por delante a Alex. Sin
mirarle a la cara, ya fuera por vergüenza o algún otro sentimiento, murmuró
quedamente un <<lo siento>>
y continuó su camino. En el breve instante en que sus cuerpos chocaron, corrientes
de frío y calor abrasador, todo a la vez, recorrieron el cuerpo de Alex,
haciéndole estremecerse. Y el breve comentario pidiendo disculpas en un susurro
fue demasiado para él. No había sentido nada así jamás. Y ella no sabía que se
había chocado con el que desde hacía mes y medio se había proclamado su ángel
de la guarda.
Por
la tarde, la había seguido como siempre hasta su casa y se había escondido tras
el mismo árbol desde el que oyó por primera vez cómo su madre la llamaba, hasta
que entró por la puerta de su casa.
Después,
Alex salió de su escondite y se dirigió a aquél punto estratégico donde era
capaz de vislumbrar la habitación de Laura y observarla desde lejos – siempre
que las cortinas permanecieran abiertas – y de esta manera vigilarla.
A
mitad de la tarde se puso tenso, pues la oyó gritar, pero sólo fue un momento,
y después la oyó hablar tranquilamente con sus padres, preguntándoles por su
día y disculpándose con su padre. Se preguntó de qué tendría que disculparse
alguien como ella. No era capaz de comprender que alguien así pudiera hacer algo
por lo que tendría que pedir perdón. No era posible.
La
noche hizo su aparición y Alex decidió ir a cazar. Intentaría cazar algún
animal de las cercanías – había parques bastante grandes y no muy lejos una
reserva de caza – y si eso no bastaba para saciar su sed – lo cual era
habitual, puesto que los animales no eran su fuerte – iría en busca de algún maleante o chica
descuidada, tomaría lo que necesitase de él o ella y se marcharía después de
dejarlos convenientemente confundidos e hipnotizados.
Entrada
la noche, una vez saciada su sed, volvió a su parapeto para observar la ventana
de Laura. A eso de las seis de la madrugada del sábado, escuchó un grito y
permaneció alerta, y aunque la persiana estaba bajada, pudo ver cómo se
encendía la luz de su habitación, pues pequeños haces de luz se escapaban por
las rendijas de la persiana, iluminando con finos rayos la oscuridad
circundante. Se sintió momentáneamente confundido y nervioso. Preocupado, sería
la palabra, por aquello que pudiera haber perturbado la paz de Laura y haberla
despertado, <<otra vez>>.
Se había dado cuenta de que desde su llegada – por lo menos – ella solía despertarse por las noches. Dedujo
que estaba pasando por algún mal momento y tenía pesadillas, lo cual le
entristecía y preocupaba aún más. Deseaba ser capaz de eliminar los malos
sueños y las preocupaciones que atormentaban a la joven muchacha.
Al
poco rato, Laura volvió a acostarse y las luces se desvanecieron. En la
oscuridad, Alex continuó observando, escuchando.
CAPITULO TRES
A
la mañana siguiente, Laura se despertó tarde. Estaba muy cansada y los sueños y
las pesadillas no la habían dejado descansar.
Estaban muy borrosos, pero aún así cada vez eran más y más definidos e
iba recordando más detalles. Recordaba la pesadilla, por nombrarla de alguna
manera, de la tarde anterior – El tren, el chico…la sensación de urgencia, el
querer acercarse y eliminar la preocupación del rostro de aquel chico…su mirada
penetrante – Pero seguía sin entender
qué podría ser aquello que al final hizo que se asustase y se despertase
gritando. En sus otros sueños, siempre solía aparecer otra vez el ángel sin
alas, pero dorado, hermoso y vengador. Sintió de nuevo el ya familiar
estremecimiento al recordarlo.
Sin
embargo, aquella noche no había soñado con el ángel ni con el muchacho. Había
sido testigo de la muerte de una mujer a manos de un hombre fornido, apuesto,
letal y terrorífico. Y se había despertado, como todas las noches, a las seis
de la madrugada gritando ante lo que sus ojos habían contemplado. Se levantó, bebió
un vaso de agua y se volvió a acostar. Pero la sensación de urgencia y miedo
todavía permanecían. Había algo que le decía que el sueño no había sido tal,
pero si no lo era ¿qué significaba?
En
su cama, y con los rayos de sol penetrando por las rendijas de su persiana,
Laura se desperezó y se desprendió de los vestigios de los malos sueños de
aquella noche.
Al
salir de su habitación, se dio cuenta de que sus padres no estaban. Le habían
dejado una nota en el mueble de la entrada de su casa:
Laura, no te hemos querido despertar porque estabas totalmente dormida y
nos daba mucha pena hacerlo. Tu padre y yo nos hemos ido a pasar el día a Ávila
y es probable que esta noche durmamos allí, así que no volveremos hasta mañana
por la tarde. Tienes comida en el frigorífico y dinero en la encimera de la
cocina. Ten cuidado y no hagas tonterías. Come bien y descansa.
Laura
se rió ante la frase <<Ten cuidado
y no hagas tonterías>> ¿Qué tonterías iba a hacer ella si se pasaba
la mayor parte del tiempo sola? Después leyó la frase en que le decían que
comiera bien y descansara y se le apagó la sonrisa. Desde hacía mucho tiempo no
comía lo suficiente, pero no porque no quisiera, sino porque no tenía apetito.
Dedujo que todo era producto del estrés y el cansancio. Las noches con sueños y
pesadillas y el estrés producido por el cada vez más cercano final de la
carrera, la estaban machacando.
Releyó
una vez más la nota, y la rompió. Después se dirigió a la cocina para
prepararse algo de desayunar – un simple cola cao bastaría – y tras esto, se
fue al cuarto de baño a asearse.
No
fue hasta que se puso el reloj cuando se dio cuenta de lo tarde que era. ¿Las
dos de la tarde? Pues sí que estaba cansada.
Se
vistió y salió corriendo hacia la panadería. Cerrarían y se quedaría sin pan.
En su carrera por la calle, casi impacta de lleno con un chico que andaba por
ahí. Consiguió esquivarle en el último segundo, ¿o había sido él quien la había
esquivado a ella? No importaba, por lo que continuó con su carrera. Pero algo
le había sucedido. El ya conocido estremecimiento hizo su aparición en el
cuerpo de Laura, y esta se quedó brevemente sorprendida. Disminuyó su carrera,
y sin poder contenerse, dirigió una mirada a su espalda. El chico seguía allí y
se había quedado parado, observándola.
Laura
disminuyó casi totalmente el ritmo de su paso, hasta que finalmente se paró en
seco. ¡Él la estaba mirando! Pero, ¿por qué? Le miró con toda intención y él se
limitó a sonreírla. Una porción mínima de su mente reparó en su físico y lo
catalogó cuidadosamente – alto, atlético, con una camiseta negra que se
ajustaba a su cuerpo perfectamente, pantalones vaqueros desgastados y anchos,
deportivas negras – Pero la mayoría de su concentración estaba dedicada a su
rostro – mandíbula cuadrada, facciones elegantes, definidas, boca grande,
sensual, de labios carnosos, la barbilla levemente alzada, y sobre la frente
unos mechones rebeldes de pelo color azabache –
Sin embargo, no fue capaz de ver sus ojos, pues los ocultaba con unas
gafas de sol oscuras. A pesar de todo, sabía que la estaba traspasando con la
mirada y eso la hizo sentirse levemente incómoda.
La
sonrisa del muchacho la hipnotizó. Pero el hechizo duró poco. Esforzándose por
retomar el control de sí misma, Laura se sacudió y movió la cabeza de un lado a
otro. Cualquiera que la estuviera contemplando pensaría que estaba actuando de
un modo extraño y que estaba loca, pero le dio igual. Todo el vecindario la
consideraba un bicho raro. Y en lo que ella tardó en recuperar el control, él
había desaparecido, dejándola confundida y con un hormigueo en el estómago muy
característico.
Casi
como un autómata, retomó su camino y consiguió llegar a su destino: la
panadería. Compró una barra de pan y dándole las gracias a la amable
dependienta, salió del local.
La
sensación volvió e inmediatamente Laura dio un giro brusco para ver si el chico
estaba por allí de nuevo. Pero no consiguió verle. Decepcionada, y con la
cabeza gacha, volvió a su casa.
La
sensación de que alguien la observaba no la abandonó en todo el día, y se
percató de que ya había sentido esa sensación antes. Es más, llevaba
sintiéndola durante bastante tiempo, solo que no se había percatado antes,
preocupada como estaba por sus muchos problemas.
Comió
lo que pilló, sin preocuparse realmente de lo que ingería, pues sus
pensamientos la tenían totalmente abstraída. Había algo familiar en el chico de
esa mañana que no conseguía situar. ¿Le conocía de algo?
El
ya característico dolor en las sienes se instaló de nuevo, por lo que agarró un
calmante y con un gran trago de agua, se lo tomó. Se recostó en la cama después
de comer y se quedó dormida. Por una vez el sueño fue tranquilo y sin pesadillas. Se levantó aproximadamente
un par de horas después. Ese día estaba saldando la cuenta que tenía de horas
de sueño perdidas. El reloj-despertador de su mesita de noche le indicó que
eran ya las 6 de la tarde.
Retomó
sus actividades y después se dedicó a lo que más le gustaba: leer y dibujar.
Cuando
ya se hacía casi de noche, decidió salir a dar un paseo. Se sentía agobiada,
entumecida y su cuerpo le pedía aire fresco. Aunque con el calor que estaba
haciendo, resultaba toda una ironía salir a buscar aire fresco en esos momentos.
La
noche era cálida, pero no sofocante, por lo que Laura se alegró de haber tenido
la idea de salir. Decidió dar una vuelta por el parque situado detrás de su
casa. Le encantaba aquél parque – grande, con enormes extensiones de césped y
árboles gigantescos que proporcionaban sombras y donde te podías refugiar en
los momentos del día cuando hacía más calor – y sus pasos la encaminaron a su
zona favorita. Uno de los árboles – el más antiguo que debía de haber por allí
– estaba doblado por el peso de sus enormes ramas, y una rozaba prácticamente
el suelo. Allí se subía muchas veces – cuando quería escapar de su casa, cuando
discutía con sus padres, cuando su cuerpo le pedía respirar naturaleza – y se
sentaba, recostando la espalda en el tronco y con un pie balanceándose
perezosamente y la otra pierna recogida, donde apoyaba su precioso bloc de dibujo.
Desde la rama tenía una visión perfecta de su casa, pues el árbol estaba
situado en lo alto de una de las colinas que conformaban el parque, y éste estaba
a unos 500 metros de distancia de la urbanización donde se encontraba su casa.
Lo
que más le gustaba era sentarse allí y respirar la paz que emanaba aquél lugar.
Se sentía en paz y tranquila. Allí no había dolor y la soledad era su amiga.
Sin
embargo, cuando se estaba acercando al árbol, a su árbol, se dio cuenta de que había alguien más allí. Disminuyó
la frecuencia de sus pasos, y se encaminó muy lentamente, pensando quién podría
estar allí. La parte racional de su mente le decía que cualquiera podría estar
allí, pues el parque, y en concreto aquél árbol, no eran propiedad privada de
nadie. Pero eso no impidió que se sintiera frustrada, incluso algo enfadada con
el intruso.
Y
allí estaba él. Repantingado en su rama,
como si nada.
Alex
estaba impaciente. Eran casi las dos de la tarde y Laura seguía sin dar señales
de vida. Su persiana seguía bajada y no conseguía captar movimientos en el
interior de su habitación. ¿Le habría pasado algo? Se tensó como la cuerda de
un arco y después con la misma rapidez se destensó. Había conseguido captar
algo: el sonido de un cuerpo al moverse, un suspiro leve, y después, unos pasos
por la habitación. Respiró tranquilo. Había estado a punto de llamar a los
bomberos o a la policía dando un aviso falso para que se personaran en la casa
de la muchacha y entrasen por la fuerza para ver si ocurría algo. Su paciencia y
su autocontrol se vieron recompensados.
Había
observado cómo sus padres se levantaban temprano y salían de la casa en coche.
La dejaban sola otra vez. Debería ser aún más cuidadoso y no perderla de vista
en todo el día.
Cuando
vio que levantaba la persiana, se quedó muy quieto en su refugio. Desde allí
ella vería el árbol, aunque nadie conseguiría ver desde esa distancia quién
estaba refugiado en él. De cualquier forma, ella no le conocía, aunque
consiguiese verle. Las cortinas se corrieron y allí estaba ella – enfundada en
su pijama corto de verano – Se quedó contemplando la luz del día, observando el
parque, atrapando los rayos del sol y sonrió quedamente al día. Tenía marcadas
ojeras bajo los ojos, debidas a las innumerables noches sin dormir bien. Normal
que se hubiera levantado tan tarde ese día. Pero aún así, estaba tranquila, en
paz y sonreía. El corazón de Alex dio un vuelco ante esta preciosa visión y
luego tan rápidamente como se había producido, ella le abandonó. Dio media
vuelta y se sumergió en su casa.
Podía
escuchar algunos sonidos provenientes del interior del chalet, pero eran
sonidos vagos, al no ser voces conversando. Un sonido como de agua corriendo le
indicó que la muchacha se estaba aseando, y al poco rato, más ruidos
apresurados y entonces oyó el sonido seco y potente de la puerta de la casa al
cerrarse.
Durante
un breve momento, sin saber qué hacer, se quedó rígido. Luego, con toda
determinación, salió como una exhalación tras ella. La vio corriendo, los
cabellos oscuros ondeando tras ella, el sudor perlado provocado por el calor
brillando en su piel morena.
Decidió
adelantarse, y tomando un atajo se dirigió a la calle más cercana a la
panadería. A estas alturas conocía cada una de sus costumbres. Curiosamente,
todos los fines de semana era ella quien bajaba a por el pan, y la mayoría de
las veces iba corriendo.
Se
quedó parado en medio de la calle, esperándola, expectante. Entonces apareció.
Como un bólido, iba corriendo sin percatarse de la gente de su alrededor. Se la
quedaban mirando y algunos susurraban y la señalaban. Alex no entendía por qué
la miraban así. Para él, era maravillosa, para ellos, un bicho raro. En una ocasión había oído esta expresión, y sin
saber muy bien qué significaba – pues ella no se parecía a ningún bicho que él
hubiera conocido jamás – se había sentido contrariado y ofendido. Tal vez ella
sí supiera lo que pensaban y le daba igual, por lo que él decidió que tampoco
le afectaría.
Y
ocurrió casi igual que aquél día en la estación de tren. Pero, en el último
momento, viendo que ella se dirigía sin remedio directamente hacia él, hizo un
leve movimiento y escapó de su trayectoria. Sin embargo, y aunque sus cuerpos
no se rozaron por milímetros, una corriente de frío y calor volvió a llenar el
espacio entre ellos, haciendo que el corazón de Alex palpitara a un ritmo
frenético y la piel de ella se estremeciera levemente.
Se
quedó paralizado por la conmoción, observándola. De repente, el ritmo de su
carrera disminuyó y la vio girar la cabeza para mirarle. Sin poder contenerse,
la sonrió, y ella se quedó paralizada. Vio cómo le observaba detenidamente,
mirando cada uno de sus rasgos y sabía que se estaba preguntando quién era él y
por qué la miraba de esa manera. Pero Alex no lo pudo evitar. Él también estaba
como hipnotizado. La corriente le había dejado totalmente inmóvil y sólo podía
mirarla y sonreír. Al final, consiguió salir de su ensoñación y aprovechó el
momento en que ella parecía hacer lo mismo para desaparecer rápidamente. Se
escondió y aguardó. Vio cómo Laura se quedaba un instante más allí parada,
mirando, buscándole sin poder verle, y un instante después darse la vuelta para
ir a la panadería. Una vez hubo salido, la siguió a una distancia prudencial
para que ella no se diera cuenta y después de verla entrar en su casa, se
dirigió de nuevo a su escondite en el árbol.
Esa
tarde todas las cortinas estaban corridas, por lo que pudo observarla desde la
sombra de su árbol. Aquél árbol se había convertido en su refugio, en una
especie como de nuevo hogar, por decirlo de alguna manera. Desde allí había
podido observarla todos estos días, cuidándola en la lejanía y de esa manera
había averiguado muchas cosas sobre ella: Le gustaba mucho leer y pasaba tantas
horas leyendo como dibujando. Aunque sabía que quería mucho a sus padres por los
gestos que les dedicaba y sus frases, en su hogar también había elegido la
soledad, y pasaba muchas horas recluida voluntariamente en su habitación. En alguna ocasión la escuchó hablar con un par
de amigas y se mostraba tan cariñosa y amable como con sus padres. Y era
tremendamente responsable, tal vez demasiado para su propio bien. Pero lo que
más le gustaba de ella era su genio. Detrás de esa cara y esa luz que le hacían
pensar que era un ángel caído del cielo, detrás de su suave voz y de sus
ademanes delicados, había un huracán contenido, una fuerza arrolladora y
deslumbrante, que a veces conseguía salir. Le hacía gracia ver cómo a veces la
muchacha perdía los estribos y se enfadaba, pero después le daba pena ver la
culpabilidad cincelada en sus gestos.
La
pudo mirar sin trabas, deleitándose en sus movimientos, viendo cómo la luz del
sol jugaba con su pelo y su piel morena. Anhelaba tener más que un roce
fortuito con ella. Poder hablarle, escuchar su dulce voz, cogerla de la mano y
hacerla reír. Pero eso no era posible, sería demasiado peligroso para ella, y
además, ella se merecía algo mejor, no se merecía a un monstruo como él. Y ahí
estaba Alex, su guardián, su protector. Cualquiera pensaría que era un
pervertido si averiguasen que pasaba horas y horas observándola, siguiendo cada
uno de sus pasos, pero él jamás haría nada que la perjudicara. En su cabeza
jamás había habido más razón que la de protegerla. Pero desde hacía tiempo
había averiguado que había algo más, algo escondido en su corazón, en el
mismísimo fondo de su alma – si es que la
tenía – un sentimiento totalmente desconocido al que no conseguía poner
nombre, pero que le impulsaba hacia ella, impidiéndole apartarse de su lado,
anhelándola con toda la fuerza de su alma maldita.
Vio
cómo comía algo distraídamente en el salón-comedor, siempre con un libro cerca.
Después, Laura se dirigió a su habitación y se acostó. Alex la vio tumbarse en
la cama y relajarse, y él también se relajó. Aproximadamente dos horas después,
vio cómo la muchacha se levantaba. <<Vaya,
está realmente cansada>> pensó Alex. Tras la siesta, hizo lo que
siempre hacía en su tiempo libre: leer y garabatear algunos dibujos.
Cuando
el sol se despedía en el cielo dando paso a la noche veraniega, Alex vio que
Laura se incorporaba y se preparaba para salir. Sin saber qué hacer, se quedó
donde estaba. Sabía que a veces salía a dar un paseo y que le gustaba ese
parque, pero últimamente no había salido demasiado. Por lo que esperaría y
después la rastrearía.
Y
recordó esa mañana…
Distraído
por sus pensamientos, el tiempo voló, y antes de que pudiese hacer nada, ella
estaba frente a él. Se dirigía con paso lento e inseguro hacia donde se
encontraba.
Alex
no podía entenderlo. ¿Cómo una simple humana había conseguido darle alcance sin
que él lo percibiera? Se dio cuenta de que últimamente estaba muy pero que muy
distraído, y la culpa la tenía sólo ella. Si hubiera sentido su presencia, se
habría ido antes de que ella llegase al árbol. Ahora ya no tenía remedio. Ya
estaba a sólo unos metros de él.
Y
ahí estaban los dos, solos. Enfrentados el uno al otro.
Por
unos breves momentos, ambos se contemplaron, sin saber qué hacer o qué decir.
Entonces, Laura tomó la iniciativa:
--
Hola – medio tartamudeó. <<genial.
Super ingenioso>> Se dijo a sí misma. No comprendía por qué estaba
nerviosa, pero lo cierto es que lo estaba, y mucho.
Laura
sabía perfectamente quién era él. El chico de esa mañana. Era buena para
recordar caras y ésta era imposible de olvidar. ¿Cómo olvidar un rostro como aquél?
¿Cómo ignorar la corriente de frío y calor penetrantes que había sentido
brevemente aquella mañana y que no hacía más que intensificarse ahora que se
iba acercando cada vez más a él? <<
Imposible>> se repitió.
Y
ahí estaba él, observándola como por la mañana. Pero su expresión era
diferente, había cambiado de forma apenas perceptible, pero lo había hecho.
Mostraba…¿Miedo?, ¿Desconcierto?...Notó que no llevaba las gafas de sol de esa
mañana y eso dejaba al descubierto los ojos más bellos que jamás había visto en
su vida: de un azul oscuro precioso, eran profundos y brillaban como sin los
estuvieran iluminando dos pequeñas luces. Las perfectas cejas se fruncían
levemente, formando una arruga entre ambas.
Alex
se quedó mirándola sin decir nada. La sensación abrumadora que sentía al estar
cerca de ella había vuelto y le había dejado clavado en aquella rama y mudo.
Con un gran esfuerzo, le sonrió en respuesta a su amable y escueto <<hola>>. <<Ante todo hay que ser
educado>> se dijo a sí mismo. Las normas sociales las tenía bien
arraigadas en su ser. Siempre le habían enseñado la importancia de la
educación.
Al
sonreírla, sintió cómo Laura se quedaba congelada, hipnotizada. Incluso pudo
apreciar el leve rubor que se formó en sus mejillas morenas y sintió el calor
abrasador que emanaba su piel. Solía causar esa impresión en todas las mujeres,
pero hacerlo en aquella chica, en aquél
ángel, le hizo sentirse…bien.
Y
el tiempo transcurría y ellos seguían contemplándose. Como dos estatuas de
jardín o la estampa de un cuadro de verano. Personajes sacados de un cuento de
hadas y de una historia de terror, ambos conviviendo en el dibujo, en la
historia. Se miraban como si la vida les fuese en ello. Los ojos atrapados en los
del otro, conectados. La noche veraniega aportaba un toque mágico a la
situación. En la oscuridad creciente se adivinaba el contorno de la luna,
brillante, redonda, perfecta y misteriosa. Lejos, los pájaros se acomodaban en
sus nidos para pasar la calurosa noche resguardados, descansando. Algunas voces
humanas se escuchaban en los alrededores, lejanas, distantes, ajenas a lo que
estaba sucediendo en aquél diminuto fragmento de mundo. Los dos protagonistas
de la escena no parecían tener oídos, ojos, o ninguno de los 5 sentidos
disponibles para nadie que no fuese aquél que tenían delante.
Laura
no conseguía salir de su hechizo y de su asombro. Había algo en él…Y sin
poderse contener por más tiempo, le dijo:
--
¿Te conozco de algo? – Le costó mantener la voz firme y segura. Aunque tenía la
certeza de que él había notado el leve temblor de su voz al final de la
pregunta y el esfuerzo que le había costado decir esa simple frase.
Alex
medio sonrió ante el titubeo de Laura y prendado por el sonido de su voz, no
conseguía encontrar su propia voz y sus pensamientos estaban tan dispersos que
no era capaz de hilar dos ideas y formar una respuesta coherente. Por fin
estaba hablando con ella, algo que había deseado desde hacía mucho tiempo. Y
aunque sabía que era peligroso para ella que se relacionasen de cualquier forma,
no pudo evitar sentirse feliz. Embargado por este sentimiento, le costó un gran
esfuerzo responder a la pregunta que le había formulado. Luchando consigo
mismo, retomó su propio control, y por fin encontró su voz y su mente.
--
No, no lo creo – Le dijo, y entonces sonrió de verdad. Se maldijo por no
poderle decir la verdad, pero ¿qué le iba a decir? <<Te he estado vigilando, observando y siguiendo desde hace
aproximadamente dos meses…Soy un monstruo de la noche que ahora cuida de
ti…>> No. Sabía que no podía decirle la verdad, aunque su corazón le
pedía que lo hiciera.
--
Hummmmm… -- se limitó a murmurar Laura.
Al
parecer no era él el único al que le costaba juntar dos palabras para formar
frases, pensó Alex. De nuevo Laura presentaba aquél aspecto distante,
distraído.
<<¡Dios! ¡Su voz es
aún más hermosa que su rostro!¿Qué es lo que me ha dicho?¡ No consigo
recordarlo!...¡Laura! vuelve a la Tierra>> Con
una sacudida, volvió a despertar. Y allí estaba él, mirándola, expectante.
--
Lo siento, pensaba que te conocía de algo – consiguió decir Laura.
--
Es un error habitual. Me han dicho cientos de veces que tengo una cara muy
común – dijo irónicamente Alex, y de nuevo esbozó aquella deslumbrante sonrisa.
Sabía que Laura no la podía ver del todo bien, pero aún así lo notaría. Vio
cómo ésta se ruborizaba de nuevo.
<<¡Dios!¡ Otra vez!...pero…¿había
bromeado con ella? O ¿se estaba riendo de ella?...No podía ser eso…Pero a la
vez…¡Nadie con esas facciones perfectas podría decir que tenía una cara
común!>> Laura no hacía más que darle vueltas a la
respuesta del apuesto muchacho.
--
Sí, debe de ser. Bueno, de nuevo, lo siento – Laura veía que aquello no llevaba
a ningún lado, y que tendría que marcharse, pero su cuerpo se negaba a ello. Se
había quedado clavada en el césped.
--
No tienes por qué – Le dijo Alex. De verdad que estaba disfrutando con aquello:
poder conversar con ella, estar cerca, poder sentir su calor a través del aire,
ver cómo se ruborizaba su piel morena. Pero en el fondo sabía que se estaba
acabando y que alguno de los dos debía dar el paso que los separaría. Ella
parecía igual de reticente a marcharse, lo cual le hizo sentirse extrañamente
bien.
Al
final, tomó él la decisión. En este caso sería él quien tomase la iniciativa.
--
Puedes quedarte. Yo ya me iba – Vio cómo la desilusión y el anhelo se dibujaban
en el rostro de Laura, y estuvo a punto de echarse atrás y quedarse con ella.
--
No, no te preocupes. Yo estaba dando una vuelta, de verdad – se apresuró a
decir Laura. No sabía cómo alargar el momento. Y él ya se iba.
--
Que disfrutes de la noche – Le dijo Alex.
A
Laura le recorrió un escalofrío al escuchar esta última frase. Había sido tan
seductora…Y de repente, otra vez sintió pena y algo de desasosiego por la
marcha del extraño chico.
Alex
se incorporó en la rama y con un ágil salto aterrizó en el mullido césped. Se
sacudió los pantalones y cuando giró la cabeza para mirarla, vio el mismo
anhelo profundo que él sentía, cincelado en el rostro de aquél ángel.
Laura
le contempló maravillada. Sus movimientos eran tan fluidos, tan elegantes, tan
sobrecogedoramente seguros y sensuales…No podía quitarle los ojos de encima, se
lo estaba comiendo con la mirada…y el más profundo de los anhelos se adueñó de
su ser. Se dio cuenta de que él la observaba de reojo, pero no le importaba.
--
Buenas noches – le dijo.
--
Buenas noches – respondió Laura.
Y
pasando a tan sólo unos centímetros de ella, Alex se alejó por donde Laura
había llegado. Por un breve segundo, Laura permaneció donde estaba, totalmente
quieta, disfrutando de la sensación que recorría cada célula de su cuerpo. Y al
darse la vuelta, esperando verle alejarse, la pena ganó la batalla de emociones
que se había estado produciendo dentro de ella desde que le vio. Él ya no
estaba, había desaparecido.
Alex
pasó muy cerca de Laura e inhalando profundamente, grabó en su memoria la
fragancia de su piel. El estremecimiento se intensificó en un segundo y
permaneció un par de segundos más. Sin pensar en lo que hacía desapareció en la
noche como una exhalación, luchando consigo mismo y con el deseo de volver a
donde la había dejado y rodearla con sus brazos.
Agitada,
Laura se recostó en su rama y se imaginó que él estaba a su lado…Se deleitó con
las emociones y sensaciones que la habían embargado en los últimos momentos y
deseó que permanecieran grabados en su mente para siempre. Hacía tanto que no
se sentía así…tan viva, tan feliz.
No
podía dejar de pensar en su voz, en su rostro…se había quedado maravillada, no
había conocido a nadie así jamás. Y sin embargo…había algo muy familiar en él
que no encajaba. No conseguía saber de qué le podía conocer. Pero ¿cómo no iba
a recordarle si le hubiera conocido antes de esta mañana? Nadie olvidaría a
alguien así nunca.
Distraída,
sacó una pequeña libreta que llevaba siempre consigo en un bolsillo del
pantalón y una pequeña linterna que tenía en el llavero de su casa. Llevaba una
pequeña mochila donde guardaba su cartera, su móvil y algunos lápices, junto
con una pequeña linterna que le había regalado una tía de su madre. Dejó la
mochila a un lado suyo, en la rama, y sacó la linterna, un lápiz y una goma. Apoyando
la libreta sobre un muslo, y con la linterna en la otra mano, se dispuso a
dibujar su rostro.
Cuando
acabó, se dio cuenta de que había hecho un trabajo realmente bueno, pero que
aún así no le hacía justicia. Y cuanto más miraba el dibujo, la sensación de
familiaridad se hacía más fuerte. Levantó la mirada, y se dio cuenta de que la
noche era cerrada. Se había hecho realmente tarde y ella no se había dado
cuenta, vagando en sus pensamientos. Desorientada, se desperezó y bajó
torpemente de la rama del árbol.
Inició
su camino de vuelta a casa, ensimismada y contempló la luna. Le sonrió y se
sintió feliz. Hacía meses que no era capaz de sonreír de verdad y de repente
sentía ganas de reír, sonreír, de vivir. Sólo podía pensar en una razón en su
cambio, y eso la asustó momentáneamente. ¿Y si no lo volvía a ver? ¿Qué haría
si le volviera a ver? ¿Se atrevería a preguntarle su nombre y pedirle su número
de teléfono para quedar con él para tomar un café o algo así? La tristeza se
abrió paso de nuevo en su ser cuando se dio cuenta de que eso no pasaría jamás.
<<Los sueños sólo suceden una
vez>> se dijo << y él no
puede haber sido más que un sueño. Además, aunque fuese real, ¿qué interés
podría tener alguien como él en una vulgar chica como ella?>> Bajó la
cabeza y siguió su camino.
De
repente, oyó unos ruidos cerca de ella. Pisadas fuertes, de varios pares de pies,
luego varias personas se acercaban a donde estaba ella. No podía verles, no
sabía cuántos podrían ser. Se asustó. Giró la cabeza hacia la derecha y allí
estaban. Una pandilla de chicos jóvenes, más o menos de su misma edad. Iban
borrachos. Algunos todavía sostenían los minis o las botellas de distintos
tipos de alcohol en sus manos. Reían de forma absurda y bromeaban los unos con
los otros.
Sin
saber cómo ni por qué, Laura se había quedado totalmente inmóvil. Uno de los
chicos reparó en ella, y dando un codazo a su colega, la señaló. Todos se
pararon y dejaron de reír. Un murmullo, un susurro, y como si se tratara de un
grupo de soldados, se pusieron en movimiento a la vez, todos con el mismo
objetivo: ella.
Al
llegar a su altura, la rodearon. Laura no sabía por qué se había quedado quieta
y por qué no era capaz de moverse ni de decir una sola palabra.
--
Hola guapa. ¿Qué haces por aquí tú sola? – Le dijo el que sin duda era el
cabecilla del grupo. Un chico moreno, más o menos guapo, alto. Llevaba una de
esas camisetas de tirantes ajustadas que dejaba ver la musculatura fibrosa de
los brazos y pectorales, un tatuaje de un tribal decoraba todo su hombro
izquierdo y parte del brazo y llevaba un piercing en la ceja derecha que se
alzaba en un gesto de burla. <<El
típico payaso fanfarrón>> pensó Laura -- ¿Te apetece tomar algo con
nosotros? – La miró comiéndosela con los ojos y se acercó un poco más a ella.
Algo
en sus gestos despertó a Laura.
--
No estoy sola, ahora vienen unos amigos – Dijo Laura. No sabía qué inventarse –
Y no, gracias, no quiero nada – No pudo contenerse. Se dio cuenta de que no
debería haber hablado tanto. Un gesto de desagrado pasó fugazmente por el
rostro del cabecilla.
--
Yo te conozco. Siempre vas sola – Dijo otro chico, algo más bajito, iba vestido
de manera más o menos similar al otro chico.
Todos
se rieron, y el cabecilla, sonrió con malicia. Sus alientos se entremezclaron y
azotaron con fuerza el rostro de Laura. Olían a alcohol, tabaco y, por el olor
dulzón y desagradable que percibió detrás de todos ellos, habían estado fumando
hachís sin ninguna duda. Se le revolvieron las tripas. Siempre había odiado el
olor de los porros.
--
Vente con nosotros, lo pasaremos bien – Dijo con voz ronca y maliciosa.
--No,
gracias – dijo Laura, con más valor del que sentía. Sus piernas comenzaron a
flaquearle y la mochila empezó a escurrirse de su hombro. Cada vez se sentía
más nerviosa.
Jamás
se había encontrado en una situación semejante. En el instituto siempre había
pasado más o menos desapercibida y se rodeaba de pocas amigas. Pero solía
llevarse bien con todo el mundo. Aunque los chicos…eran otra historia. Nunca se
le había dado bien relacionarse con ellos. Y cuando sus amigas empezaron a
salir, a hacer botellones y a liarse con chicos cada fin de semana, ella se fue
retrayendo cada vez más y se fue apartando de ellos. Por ello, no tenía mucha
experiencia en el trato con el género masculino, y menos aún, con el de su
edad. Solían ser inmaduros, creídos y muy hoscos. En la universidad, sólo
trabajaba con ellos durante las clases y, aunque se llevaba bien con ellos, cuando
salían de clase era como si les encendieran un nuevo interruptor, cambiaran de
modo y ella se encontraba totalmente perdida, sin saber cómo actuar o de qué
hablar con sus compañeros.
El
grupo se había cerrado totalmente a su alrededor, y cuando ella intentó abrirse
paso, se vio empujada hacia atrás y casi cae de bruces al suelo. Sintió cómo
era salpicada con el contenido de los minis que todavía sostenían en sus manos
temblorosas y pudo saborear el sabor amargo y fuerte de lo que parecía ser ron.
Sintió aún más ganas de vomitar. Hizo un nuevo intento por salir de allí, por
abrirse paso entre el corro que la rodeaba, pero ellos no la dejaron y sintió
sus manos pegajosas, sudorosas y sucias por distintas partes de su cuerpo: su
pelo, su cuello, sus brazos…Sintió unas terribles ganas de tirarse al suelo y
gritar.
--
No te vayas, por favor – La sonrisa ladina todavía se adivinaba en la cara del
muchacho. Su fuerte aliento impactó de nuevo contra el rostro de Laura y sintió
que las fuerzas la abandonaban y que su vista se nublaba debido a la ansiedad y
al mareo. Tuvo que respirar varias veces en profundidad para retomar algo de
control sobre su propio cuerpo.
--
¡Dejadme en paz! – En un arranque de furia, Laura consiguió abrir un hueco y
salir del círculo en el que se había visto atrapada. Los chicos exclamaron a
sus espaldas y más líquido se vertió de los vasos de plástico, rociando el
césped y la espalda de la muchacha.
Sin
embargo, cuando creía que ya se había liberado, una mano la agarró por detrás,
sujetándola por la camiseta, y sin saber cómo, acabó tendida en el suelo.
Impactó con fuerza contra el césped y se quedó momentáneamente sin aire. Unas
pequeñas lágrimas de dolor se escaparon por las comisuras de sus ojos. Cuando
los abrió, miró hacia arriba, para averiguar quién le había hecho eso.
El
cabecilla estaba contemplándola desde lo alto, sonriendo. Todos reían. El hedor
del alcohol le llegó nuevamente a Laura y estuvo a punto de vomitar allí mismo.
Sus tripas se anudaron y se revolvieron espasmódicamente y su respiración se
hizo cada vez más rápida y superficial. Consiguió controlarse y haciendo acopio
de fuerzas, intentó incorporarse. Pero una mano la frenó y la dejó allí,
sentada. La callosidad de los dedos que la mantenían fija en el suelo, raspó la
suave piel de su hombro y el calor que desprendía el cuerpo del muchacho la
golpeó con fuerza. Estando tan cerca de él, le resultó muy difícil no echar
hasta la última papilla.
--
No te vas a ningún lado – dijo él.
Se
acuclilló a su lado para ponerse a su altura y levantó una mano. Acarició la
mejilla de Laura, regodeándose en su poder y en el miedo que inspiraba a la
muchacha y poco a poco se inclinó para besarla. Se quedó paralizada, congelada.
Laura
cerró los ojos, incapaz de hacer otra cosa, rezando para que se aburrieran y la
dejasen en paz. Intentó reunir fuerzas para propinarle un golpe que le tirara
de espaldas y así ganar algo de tiempo. Quería hacerle desaparecer. Y sus
deseos se hicieron realidad…
CAPITULO CUATRO
Alex
andaba distraído por el parque, sumido en sus pensamientos, recreando la imagen
y la voz de Laura. No se quería alejar mucho de allí para poderla tener cerca y
cuidar de ella, por lo que se limitó a dar vueltas al parque y a los
alrededores.
Un
sonido le sacó de su ensoñación. Las voces de unos chavales borrachos. Pero eso
no fue lo que le despertó. Una voz ya muy conocida se abrió paso a través del
resto de las voces y su cerebro y su cuerpo se pusieron en tensión. Desde allí
no conseguía escuchar bien lo que estaban diciendo. Pero aunque la voz hubiera
salido del mismísimo centro de la tierra, la habría reconocido: Laura.
Ese
sonido consiguió ponerle en marcha. Desplegó todos sus sentidos y se dirigió
hacia el lugar del que provenían las voces. Estaban muy cerca del árbol donde
se habían encontrado Laura y él.
Por
fin, los vislumbró. La habían rodeado y no la dejaban escapar. Se reían de ella
y en sus mentes vio lo que pretendían hacer con ella: iban a divertirse lo de
lo lindo con ella. Querían verla llorar y suplicar. Utilizarla como una
marioneta hasta que se aburrieran. Eso le enfureció y dobló el ritmo de su
carrera. Se encargaría de que fueran ellos quienes suplicaran.
Pero
si creía que lo que había sentido hasta ese momento era furia, estaba
totalmente equivocado. La ira surgió dentro de él como una potente llama
incandescente y se adueñó de todo su ser cuando vio cómo la tiraban al suelo e
impedían que se levantase. Uno de los chicos se había agachado y se estaba
inclinando hacia ella…
Un
destello rojo, un fuego abrasador y se lanzó como un huracán contra el chico.
Le agarró por detrás y lo lanzó varios metros dejándolo tirado de espaldas como
una marioneta. Los otros chicos se miraron momentáneamente confundidos.
De
repente, ya no estaba allí. Una leve brisa se levantó. Un grito ahogado de asombro
y el muchacho yacía tumbado de espaldas a unos metros de donde estaba ella. Los
demás amigos se miraban los unos a los otros, asombrados, no comprendían qué
había pasado y cómo había llegado su colega hasta allí.
Uno
de los chicos fue más rápido y se quedó contemplando al causante.
--
¡Eh tú! ¿Quién coño te crees que eres? Te voy a dar la paliza de tu vida,
pedazo de cabrón.
Laura
dirigió la mirada hacia donde el chico estaba mirando, y la esperanza se abrió
paso a través de todo su miedo y terror. Pero duró poco tiempo. Eran 6 o 7
chicos contra uno. El chico de sus sueños no podría con tantos a la vez. El
desasosiego reemplazó a la esperanza.
--
Apartaos de ella… ¡YA! – rugió Alex.
El
sonido de su voz fue tan terrorífico, que la mayoría dio un paso atrás
sorprendidos. Se miraron sin saber qué hacer. El chico que había hablado antes,
se adelantó y se puso a la altura de Alex.
Éste
sonrió y esperó. De repente, el chico levantó el puño y con toda la fuerza de
su brazo, lanzó un directo derecho hacia la cara de Alex. Lo paró antes de que
le rozara siquiera la nariz e infringiendo la mínima cantidad de fuerza, echó
el brazo del muchacho hacia atrás y se lo dobló bruscamente. Realizando una
rápida llave, puso el brazo del chico tras su espalda, inmovilizándolo, y con
otro movimiento, lo lanzó hacia delante. Con la fuerza del empujón, éste cayó
de cara al suelo, y se quedó espatarrado allí.
Laura
no podía salir de su asombro y el resto de los chicos tampoco. Estaban
demasiado borrachos y confundidos y no se atrevían a adelantarse y convertirse
en la siguiente marioneta.
Se
quedó allí, en el suelo, paralizada, maravillada, contemplando al que se había
convertido en su ángel salvador. De repente, captó movimiento detrás de él. El
cabecilla se había conseguido levantar, y sigilosamente se dirigía para
atraparle desprevenido.
Intentó
captar su atención y decirle con la mirada lo que estaba pasando detrás.
Durante un fugaz momento sus miradas se encontraron y una sonrisa se dibujó en
el rostro de su salvador. Juraría que le había dedicado un leve asentimiento y
le había guiñado un ojo, de manera cómplice.
El
chico se seguía acercando sigilosamente. Justo en el momento en que estaba a
punto de agarrarle por la espalda, Alex efectuó un rápido giro y agarrando al
chico por los hombros, lo levantó en el aire y con un veloz movimiento, lo
tumbó de nuevo en el suelo.
El
silencio se hizo entre los amigos del chico, y dieron varios pasos hacia atrás
alejándose.
Alex
se agachó, acercándose al cabecilla del grupo y dijo:
--
Ni se os ocurra volver a tocarla, de lo contrario, desearéis no haberme
conocido – La voz volvía a ser aterradora. Un miedo desconocido se apoderó del
chico. Un rictus de terror apareció en su cara. Alex le sonrió como si fueran
amigos y se incorporó.
Lentamente,
con suavidad, se acercó a donde estaba tirada Laura. Se agachó y le ofreció la
mano para ayudarla a incorporarse. Laura aceptó, hipnotizada y agradecida.
Estaba
anonadada, sorprendida. No podía efectuar ningún movimiento ni decir una sola
palabra. Se limitó a mirarle conmocionada y se dejó llevar por la fuerza de su
ángel salvador y de la maravillosa sensación del roce de su mano, de su suave
tacto. Se recreó en la fuerza titánica que recorría sus perfectos músculos y
sólo dirigió sus ojos a su cara cuando éste le habló.
--
¿Estás bien? – Le preguntó Alex. Intentó controlar su ira, y la voz le salió en
un suave susurro, pero sabía que ella le había oído. Su rostro se dulcificó y
la ira fue dando paso a la tranquilidad. Ignoró a los chicos que les rodeaban y
tirando suavemente de la mano de Laura, la acercó a su cuerpo y la rodeó con un
brazo. La apretó suavemente contra sí.
No
tuvo que decir ni una sola palabra más. Los muchachos se alejaron de ellos,
contemplándolos asombrados. En el suelo todavía permanecían los dos valientes a los que había tumbado.
--
Sssí – dijo Laura, temblando levemente debido a la conmoción. No fue capaz de
decir nada más, a pesar de que ansiaba poder agradecerle lo que había hecho por
ella. Pero no existían palabras para expresarlo.
Una
parte de la mente de Laura le decía que andaba con un extraño y que éste la
llevaba sujeta a su lado. Algo le aconsejaba que se alejara. Pero renegó de
esos pensamientos rápidamente. Jamás se había sentido tan segura con nadie que
conociese. No podía ser malo. Y estaba decidida a conocerlo. La electricidad
que los unía era algo…vivificante. Mil estremecimientos de placer la recorrían
constantemente, de arriba abajo y parecía que él debía de sentir algo parecido,
pues a Laura le pareció que temblaba levemente. Las zonas en donde sus cuerpos
mantenían el contacto estaban ardientes, como al rojo vivo y empezó a agitarse,
nerviosa. Sin previo aviso, padeció un escalofrío demasiado fuerte como para
que Alex no se percatase de ello. Bajó sus ojos oscuros hacia ella y la
contempló, evaluándola.
--
¿Tienes frío? – preguntó Alex levemente confundido. La temperatura era cálida.
Aunque creía saber el motivo de los estremecimientos de la muchacha, dado que
él también los estaba sufriendo, no quiso hacer más conjeturas.
--
No, es sólo la impresión. Se me pasará – Contestó Laura. Estaba realmente
preocupado por ella, se dio cuenta. Le extrañó que alguien desconocido se
preocupase tanto por ella, pero se sintió halagada y feliz. Jamás se había
sentido así con un chico, bueno, con ninguna persona en realidad.
Alex
se relajó al escuchar las palabras de Laura, comprendiendo su significado. La
pobre se había llevado un buen susto. Y la preocupación desapareció dando paso
a otras sensaciones. La tenía entre sus brazos, podía sentir su calor, notar el
pulso acelerado de la muchacha, embriagarse con el aroma de su piel. Y ella no
le rehuía. Por alguna extraña razón se encontraba tranquila -- si
dejamos a un lado el acelerado ritmo de su corazón – y a gusto a su lado.
Jamás se habría imaginado algo así. Las circunstancias habían jugado su partida
y le habían ganado. Pero a pesar del miedo que sentía de poder herirla, se
sintió seguro y en paz consigo mismo. Una extraña calma surgió en su pecho,
calmando la agitación de su interior, domando a la fiera que rugía dentro de
él.
Siguieron
caminando así, abrazados. Laura no se molestó en apartarse, estaba muy a gusto
así, muy tranquila. Alex, por su parte, estaba disfrutando de su sueño hecho
realidad.
--
¿Cómo me encontraste? – preguntó tímidamente Laura.
Alex
se quedó rígido. Si le hacía muchas preguntas, tendría que inventar muchas
mentiras y eso no le gustaba. Las mentiras se acaban destapando por sí solas,
sin necesidad de ayuda.
--
Estaba dando vueltas por aquí, ya sabes, disfrutando de la agradable noche –
Dijo Alex. Esto era en su mayoría verdad, lo cual le hizo sentirse mejor.
Haciendo un ademán con la mano señaló los alrededores y habló con soltura,
despreocupadamente. – Escuché unas voces y entonces…sentí el impulso de venir hacia
aquí – Sí, sintió el impulso, <<El
impulso de cargarse a quien te estaba haciendo daño>> -- Y luego, te
vi.
--
Pero…no tenías por qué hacer nada. N-no…no nos conocemos – tartamudeó Laura. La
sensación de que le conocía de algo persistía y cada vez era más fuerte. No era
capaz de quitarse ese pensamiento y de sacudirse esa sensación de familiaridad
de su cuerpo. La forma en el que éste respondía a cada gesto y cada movimiento
que él hacía era…inquietante.
--
Estabas en un aprieto… – replicó confundido Alex. <<¿Qué querías que hubiera hecho? … ¿preferirías que te hubiera dejado a su merced?>> -- Y no
soporto a los payasos que se creen que pueden hacer lo que les dé la gana, y
menos aún ver cómo se aprovechan y maltratan a una chica.
--
Hummmmmmmmm…de acuerdo – Laura no sabía qué pensar de aquello – Eres mi
salvador. Muchas gracias – Le dijo con fervor. Notó cómo se tensaba levemente y
cuando se atrevió a echar una ojeada, vio cómo la comisura de sus labios se
elevaba formando una media sonrisa traviesa.
Alex
se sintió…No era capaz de expresarlo. Le había llamado <<su salvador>>. Si ella supiera que la vigilaba
constantemente, probablemente no pensaría así. Si supiera que la espiaba, que
la conocía de una manera profunda, oscura, que conocía cada uno de sus más
pequeños e insignificantes hábitos, seguramente huiría de él y le denunciaría a
la policía o algo por el estilo.
Siguieron
caminando, lentamente, sin prisas. Él todavía agarrándola con un brazo y
estrechándola suavemente pero con firmeza a su costado. Le daba miedo que la
muchacha fuera a desmayarse o algo por el estilo debido a la conmoción. Además, disfrutaba del poder que tenía y de
poder aprovecharlo y utilizarlo con Laura. Sentirla tan cerca de sí…era algo
totalmente hermoso y perturbador. Mil imágenes se formaron en su mente,
placenteras y perturbadoras a la vez, formando y eliminando sendas sonrisas a
medida que se sucedían una tras otra, dejándole confundido, desvalido.
--
Esto…bueno… -- comenzó a decir Laura. No sabía cómo preguntárselo y si él se lo
tomaría bien.
--
¿SÍ? – dijo Alex. Bajó la mirada, y sus ojos atraparon de nuevo los de la
muchacha, y percibió el cambio en su expresión. Casi instantáneamente se
produjo un cambio en su ritmo cardíaco, acelerándose un poco más, y el rubor
inundó sus mejillas. Se sintió…complacido.
--
Me preguntaba… -- Laura se encontraba perdida en la inmensidad de aquellos ojos
y en la suavidad de su dulce voz. <<¿Cómo
se lo pregunto?...>> y una voz
en su cabeza le decía << Es un
total desconocido, podría ser peor que esos chicos de antes>>, pero
otra voz más potente acalló a la otra diciendo << Te ha salvado de esos idiotas…>> Ese pensamiento se
vio respaldado por la sensación de seguridad que sentía al tenerlo a su lado.
Bajó la mirada, avergonzada, <<
probablemente él no quiere nada contigo, boba, y sólo está siendo
amable>>
--
¿Sí? – repitió Alex. Le preocupó la forma en que vaciló Laura. Sin ser capaz de
resistirse, con la otra mano, tomó a Laura del mentón y lo elevó para poder
contemplar sus ojos, esos ojos oscuros, profundos, tan grandes y brillantes…
Laura
perdió el hilo de sus pensamientos en cuanto él la tocó de esa manera y la
obligó a mirarle a los ojos.
Dándose
cuenta de que no podría obtener una respuesta coherente, Alex apartó
rápidamente la mano de la barbilla de Laura y esperó a que esta retomara el
control de sí misma. Con gran esfuerzo, Laura consiguió preguntar:
--
¿Cómo…cómo te llamas? – soltó precipitadamente. <<Ya está, ya se lo he dicho>> -- ¿Vives por aquí? -- <<Vale, ya te estás pasando, Laura>>
Laura
notó que Alex había contenido la respiración.
Alex
se encontraba ante un dilema que le producía dolor y tristeza. <<¿Qué hacer? ¿Le digo mi nombre? Eso
sería intimar demasiado. Debería dejarla en su casa y alejarme, no dejar que me
vuelva a ver…>> Mientras pensaba eso, vio cómo Laura se tocaba
distraídamente las sienes. Sus ojos se vieron velados por aquellos párpados
aterciopelados y él se sintió frustrado. Le gustaban mucho los ojos de aquella
chica, al mirarlos directamente era como si pudiera ver directamente el alma de
la muchacha, cálida, brillante, llena de vida.
A
Laura le entró un dolor repentino en las sienes, sabía a qué se debía, alguien está sufriendo, y cuando giró la
cabeza para buscar la fuente, abrió los ojos y vio el rostro desencajado del
chico que la sostenía a su lado. Algo le estaba perturbando. Vio un gesto de
tristeza y dolor, y su instinto la empujó esta vez. No podía soportar el
sufrimiento de la gente y menos de él.
--
¿Te encuentras bien? – Le preguntó.
Alex
estaba totalmente confundido <<¿Ella
estaba preocupada por él? ¿Por alguien como él? ¿Después de lo que le acababa
de suceder, sólo se preocupaba de que él estuviera bien?>> Al
mirarla, vio la preocupación, la comprensión y el deseo sincero de ayudar en sus
angelicales rasgos y finalmente respondió:
--
Alex – Ante la confusión de Laura repitió – Me llamo Alex – Eludió la última
pregunta de Laura, pues hubiera sido complicado y muy largo explicarle el
motivo de su desasosiego, del dolor que sentía en el pecho al saber que no
podía estar con ella, al saber que no
debería estar con ella. Y ahora fue él quien desvió la mirada de aquellos
ojos de un perturbador color marrón oscuro.
Sin
entender muy bien por qué, Alex se sintió repentinamente mejor, la tristeza y
el dolor punzante del pecho aletargados. Laura notó que Alex se relajaba e
inmediatamente su dolor de cabeza empezó a remitir, hasta quedarse como un eco
lejano del profundo aguijonazo que le había taladrado las sienes segundos
antes. El dolor había desaparecido tan rápido como había hecho su aparición.
<<Alex…me
encanta>> No pudo contener un suave suspiro, ni
tampoco el rubor que se produjo en sus mejillas momentos después al darse
cuenta de que él había escuchado su suspiro. No se atrevió a mirarle. Él
tampoco la miraba directamente, pero ambos se vigilaban por el rabillo del ojo.
Sentía la tensión en su cuerpo y en el de él y, siguiendo un impulso, se acercó
un poco más a él, lo cual le provocó un pequeño sobresalto. Una diminuta
sonrisa traviesa elevó una de las comisuras de sus labios y, girando un poco la
cabeza, la escondió para que él no pudiera verla.
Alex
se percató de lo tarde que era y apresuró algo el paso. << Debo llevarla pronto a casa. Si sigue haciéndome preguntas, no
sé qué voy a responder>> Con cuidado, de una manera natural e
inconsciente, fue dirigiendo los pasos de ambos hacia la casa de Laura.
Laura
no era consciente de hacia dónde iban. Estaba demasiado ensimismada en sus
pensamientos como para darse cuenta de ello. Entusiasmada, feliz, estaba disfrutando
de cada emoción sentida junto a Alex aquella noche de manera intensa. Cuando se
dio cuenta de que iban sin remedio hacia su casa, quiso cambiar el rumbo, pero
él la tenía firmemente sujeta con su brazo. Un pensamiento repentino le vino a
la cabeza << ¿Sabe dónde
vivo?>> y casi instantáneamente otro hizo su aparición <<No, es sólo una coincidencia. Eso o
yo misma me he estado dirigiendo hacia aquí inconscientemente>> Si
era así, estaba muy enfadada con su inconsciente por hacerle semejante jugarreta.
Doblaron
la esquina y entraron en la calle principal, donde vivía Laura. Al llegar allí,
Alex soltó despacio a Laura, todavía no demasiado seguro de que no se fuera a
desvanecer. Su corazón emitió un fuerte latido en protesta por el alejamiento
de la muchacha. Su alma negra se quejó al perder la poca luz que había visto en
siglos. Alargó las manos de su alma, luchando por mantenerla cerca de él, pero
su parte más responsable ganó la batalla y se vio a sí mismo separándose de
ella, dando unos cortos pasos hacia atrás que le costaron casi toda la fuerza
de voluntad que tenía.
Laura
se quedó cerca de él, pensando en qué podría decirle para alargar el momento.
Se miraron el uno al otro durante unos instantes. El sentimiento de vacío que
la atravesó al separarse de él fue sobrecogedor. Fue como si le hubieran
arrancado algo de su interior, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba
incompleta hasta que llegó él y llenó aquél hueco oscuro que había en su
interior. Aquellos pensamientos la perturbaron profundamente, pues no debería
de sentirse así ante una persona totalmente extraña…¿O sí?
--
Bueno…-- Comenzó Laura. Empezó a tartamudear, buscando alguna frase
inteligente, alguna ocurrencia, algo que consiguiera alargar la conversación
para poder pasar más tiempo con él. Incluso se le pasó por la cabeza invitarle
a pasar a casa, pero eso hubiera sido demasiado estúpido e irresponsable, y su
parte racional la frenó en seco antes siquiera de que pudiera formar la frase
que le diría en su cerebro. Sus mudos intentos por prolongar la conversación
murieron en el momento en el que él tomó la palabra.
--
Será mejor que te vayas a casa – la interrumpió Alex – pareces cansada y te has
llevado un buen susto – dijo, intentando aplacar la sequedad de su voz. Intentó
que ésta saliera lo más normal posible, pero incluso él pudo percibir la
tristeza y el temblor que se abrieron paso a través de sus palabras. Tragó
saliva con dificultad, cuadró los hombros y dio otros dos pasos hacia atrás,
sintiendo como una parte de su corazón le abandonaba y se quedaba con ella.
Intentó parecer despreocupado, relajado, nada más lejos de la realidad de su
estado.
--
Sí, tienes razón – dijo Laura con resignación – Estoy muy cansada…-- sin poder
contenerse dijo -- ¿Te veré algún día?
La
expresión de él cambió, Laura lo vio como se ve el sol poniéndose dando paso a
la noche. Se ensombreció, pasando de una leve sonrisa a la tristeza más pura y
agónica que Laura jamás había visto tatuada en las facciones de una persona.
Parecía como si realmente le doliese lo que estaba pensando. Y ahí estaba de
nuevo el dolor de cabeza delator, signo y señal de que aquello que estuviera
pasando dentro de Alex le estaba haciendo sufrir.
Alex
se devanaba los sesos pensando qué decirle. Estuvo a punto de contestarle << No, jamás volverás a verme, no soy
bueno para ti. Soy peligroso, Laura, más de lo que te podrías imaginar…>>
Sin embargo, lo que dijo fue:
--
Tal vez. Estaré por aquí algún tiempo – La miró intensamente, intentando
mandarle un mensaje con la fuerza de su mirada, intentando que comprendiese que
él estaría allí siempre, aunque no pudiese verle. Contempló cómo los ojos de la
muchacha se abrían, zambulléndose en su mirada y casi pudo contemplar el alma
de la muchacha: luminosa, brillante, más brillante que el sol.
<< Mierda. Otra vez lo
ha hecho…>> La voz había sido tan sensual, tan por
completo seductora…y la expresión de sus ojos, esos ojos que brillaban incluso
en la oscuridad… Ahora parecían un océano en calma, y sin embargo cuando había
mirado a sus atacantes, una fuerza arrolladora los había inundado y habían sido
como un mar en tormenta. La expresión de ahora era tierna, llena de dulzura,
pero también de dolor. Y algo en aquellos ojos la estaba enviando un mensaje
que ella no pudo descifrar.
Laura
no quiso preguntarle más, a pesar de que tenía millones de preguntas que
hacerle. Pero algo le dijo que no era el momento. << Más adelante, entonces…>>
--
Bien. Entonces, nos vemos Alex – Y haciendo algo que jamás había imaginado que
sería capaz de hacer, venció su vergüenza, se acercó a él y alzándose sobre las
puntas de sus pies, le besó en la mejilla. Era tan suave y delicada como sus
manos. Un escalofrío de placer le estremeció el cuerpo y un hormigueo eléctrico
recorrió sus labios entreabiertos. De repente, éstos parecían arder. Notó cómo
él se tensaba ante su acercamiento y
luego se relajaba paulatinamente.
--
Gracias por todo – Le repitió, todavía aturdida por su atrevimiento y por las
emociones y sensaciones que ese simple gesto le habían suscitado.
--
Buenas noches, Laura – consiguió articular Alex al fin.
--
Buenas noches, Alex – Se dio la vuelta sonriéndole y marchó hacia la puerta de
su hogar, situada a unos 15 metros de donde se encontraban. Cuando llegó a la
entrada de su casa, se dio la vuelta y él aún permanecía allí, embelesado. Sin
embargo, en lo que tardó en sacar las llaves y abrir la puerta, él ya había
desaparecido.
Alex
se quedó observando cómo Laura se alejaba de él. Cuando llegó a la puerta,
permaneció unos instantes más, quería
asegurarse de que llegaba sana y salva a su casa, y luego desapareció entre
las sombras.
Mientras
caminaba, se tocó distraídamente la mejilla, allí donde ella le había besado.
Había notado… una sensación extraña a la par que maravillosa. Y empezó a
pensar… Si alguna vez había creído que había conocido la felicidad, estaba
totalmente equivocado. Felicidad era lo que sentía en esos momentos. Había
estado cerca de ella, y no la había herido, al contrario. Y el sonido de su voz
al decir su nombre…había sido algo tan puro, tan hermoso, que le había hecho
temblar. Y además estaba aquél sentimiento…seguía sin ser capaz de describirlo,
pero ahora que la había tenido en sus brazos, ahora que había podido disfrutar
de su aroma y escuchar su voz, ver cómo sus rasgos angelicales cambiaban con
cada pensamiento, éste sentimiento se había hecho más fuerte. No sabía cómo iba
a conseguir alejarse de ella después de aquello. Todavía le hormigueaba la
mejilla allí donde los tiernos y ardientes labios de la muchacha se habían
posado con delicadeza, con dulzura. Aún podía notar el cálido cuerpo bajo su
brazo, apretado contra su costado derecho. Y por alguna extraña razón, ella
mostraba el mismo rechazo a separarse de él que él de ella, se mostraba
tranquila y segura a su lado. No había tenido que usar ninguno de sus dones
sobrenaturales para atraerla, se había limitado a ser él mismo. Y ella, sin
apenas conocerle, había permanecido a su lado, se había preocupado por él
cuando había percibido su dolor y quería volver a verle. << ¡Volver a verme a mí!...>> Nada le convenía menos
que querer estar con él.
No
pudo evitar las imágenes que pasaron fugaces por su mente, haciendo que se
tambaleara. Los dos, juntos, saliendo,
tomados de la mano, riéndose…Ella, abrazada a él, con sus delicados brazos rodeando
su cuello, y los de él haciendo lo mismo con su cintura…De nuevo ella,
elevándose sobre sus pies y besando tiernamente primero sus mejillas, y luego
sus labios… Un ramalazo de fuego le recorrió la columna vertebral. Pero era
un fuego diferente al que sentía cuando estaba enfurecido. Era más potente y
mucho más placentero. Y una nueva ráfaga
de pensamientos: él, posando sus labios
sobre los de ella, aspirando su dulce aroma, sintiendo su calor…después
bajándolos progresivamente hasta encontrarse besando su suave garganta…y
entonces, un dolor repentino, y sus colmillos abriéndose paso, mordiendo la
blanda carne, atravesando la fina piel…Se paró en seco ante este
pensamiento. << ¡Jamás! ¡Eso
nunca!>> pero la parte más salvaje de su ser le decía << ¿Por qué no? Te alimentas de
humanos a los que no matas, a no ser que sean criminales… ¿Qué habría de malo?
No la harías daño, sólo sería un poco de sangre, nada más>>
--
¡NOOOOO! – gritó Alex. Una pareja a lo lejos se quedó parada, observándole.
Sin
hacerles caso, pasó cómo un bólido, alejándose…Pero ya se dirigía a su árbol para contemplarla, para vigilar
su sueño.
Laura
entró en su casa con paso inseguro, aturdida y embelesada…No podía creer lo que
le había sucedido en unas pocas horas…
Todavía
permanecía en sus labios aquél hormigueo eléctrico y abrasador. Se llevó dos
dedos a ellos y suspiró. Lentamente, sacudió la cabeza para salir de su
ensoñación.
Distraída,
paseó por la casa encendiendo algunas luces. En el reloj situado encima de la
mesa del salón marcaban casi las 2:00 de la mañana. Se le había pasado el
tiempo volando. Bebió apresuradamente un vaso de leche y se fue su cuarto. Las
cortinas estaban echadas, por lo que las corrió y abrió la ventana para dejar
que entrara la levísima brisa. Se quedó contemplando la noche, el cielo
prácticamente negro iluminado por una luna llena perfecta y unas cuantas
estrellas. Paseó la mirada por el parque y se quedó observando a su árbol…y algo se movió allí, en las
oscuras sombras. Notó un temblor dentro de su cuerpo, y anheló estar allí, pues
algo le decía que Alex había vuelto al parque y de nuevo estaba en el árbol. Se
lo imaginó como lo había visto aquella tarde: con una actitud despreocupada,
con una pierna balanceándose perezosamente y la otra recogida, recostado sobre
el enorme tronco, y mirando al frente con intensidad, con aquellos magníficos y
sobrecogedores ojos. Totalmente magnífico y hermoso. No podía apartar los ojos
del árbol. Le sonrió a la noche, y levantó una mano. La movió lentamente de un
lado a otro, despidiéndose. Apagó la
lámpara de su mesilla de noche y se metió en la cama.
Aquella
noche durmió por primera vez sin sueños ni pesadillas, en paz. Una única imagen
inundó su mente antes de abrazar la inconsciencia: el rostro de Alex. Y justo
un segundo antes de dormirse, supo de qué le conocía.
Apostado
en el árbol igual que cada día y cada noche, Alex se relajó. Vio cómo las luces
se iban encendiendo, y al final su habitación se iluminó e instantes después
las cortinas se abrieron. Y ahí estaba ella, espléndida, magnífica, con su
largo cabello suelto, cayendo libremente sobre sus hombros, rodeándola. Lucía
un pijama de tirantes y pantalón corto en un tono blanco marfil que resaltaba
su bronceado. Se quedó quieta observando la noche, y de repente, miró fijamente
hacia allí. Algo ocurrió, sus miradas se conectaron, a pesar de la distancia y de
la oscuridad. La misma corriente recorrió cada centímetro de su cuerpo, y se
quedó totalmente inmóvil. Tras unos cuantos minutos, ella levantó la mano y la
movió, despidiéndose. Era imposible que le viera, oculto como estaba en las
sombras, pero era probable que lo percibiera. Alex sabía que ella era especial,
percibía esas cosas. Había mirado en sus recuerdos cuando habían paseado juntos
de camino a su casa, y sabía por ellos que era capaz de sentir el dolor de los
demás como el suyo propio.
Levantó
el también la mano, aunque sabía que ella no le veía realmente, y se despidió
con una sonrisa deslumbrante dibujada en su rostro.
--
Que duermas bien, mi ángel – susurró para sí Alex.
No
sabía cómo manejar esta situación. Su parte racional le decía que debía
alejarse de ella, protegerla; su corazón y su alma anhelaban tenerla cerca,
rodearla con sus brazos y besar su rostro; y su parte salvaje le instaba tomar
lo que quisiera de ella. Tres partes de sí mismo enfrentadas… ¿Sería capaz de hacer que las tres
convivieran en paz? Un rayo de esperanza iluminó su alma, y se sintió lo
suficientemente fuerte como para intentarlo. Además, no se podía apartar de
ella, no hasta que estuviera completamente seguro de que a ella no le pasaría
nada. Todavía estaba la amenaza del asesino de su hermana Isabel. No le había
olvidado. Sabía que tarde o temprano le encontraría o viceversa, y sabía que él
tarde o temprano encontraría a Laura. Tenía que impedir por todos los medios
que la encontrase, tenía que cuidar de ella.
Así
pues, decidió intentarlo, y si en algún momento veía que se le iba de las
manos, se creía lo bastante fuerte como para alejarse y mantenerse a una
distancia prudencial de ella.
La
noche transcurrió y Alex se durmió también, la imagen de Laura grabada a fuego
en su mente, sonriéndole como había hecho horas antes.
Totalmente
relajados, Alex y Laura durmieron aquella noche en paz.
Cuando
la noche dio paso al amanecer, Alex se despertó. Permaneció donde estaba
durante unas horas y, tras cerciorarse de que todo estaba en orden en casa de
Laura, decidió irse a darse una ducha y cambiarse de ropa. Tenía planes para
ese domingo y quería que saliesen a la perfección.
Había
alquilado un loft en las afueras de la ciudad, grande, espacioso y moderno,
como a él le gustaba. El apartamento estaba dotado de todas las tecnologías y
comodidades imaginables, y sin embargo, Alex apena las disfrutaba, lo cual era
un total desperdicio. Aun así, le gustaba verse rodeado de dichos lujos cuando
se encontraba solo. Además, el loft estaba situado en una zona poco concurrida,
lo cual le venía la mar de bien. Cuanto menos ojos curiosos, mejor.
Así
pues, llegó al cabo de una media hora, pues no podía correr a una velocidad
excesiva, de lo contrario habría llamado ligeramente la atención de la gente
que ya paseaba por la calle. Entró en el loft y se despojó de sus ropas.
Tendría que tirarlas, ya que estaban demasiado sucias y algo que no sabía hacer
era poner una lavadora. Se dirigió al enorme ropero que tenía en la única
habitación del apartamento y escogió un pantalón vaquero, una camiseta y unas
deportivas similares a las que había llevado hasta entonces. Había tenido que
comprar todo lo que había en aquél apartamento, pues no había podido traerse
nada de Roma, ni siquiera su hermoso Porsche negro.
Con
la ropa en las manos, se fue al espacioso cuarto de baño. Llenó la bañera con
agua caliente, y echó algo de gel para que echara espuma. No es que realmente
él estuviera especialmente sucio o que necesitara la ducha, pues como inmortal
que era, su cuerpo no reaccionaba igual que el de los humanos; pero un
penetrante olor a resina y hierba se le había quedado pegado al cuerpo, y
además necesitaba relajarse un poco. Estaba algo nervioso.
De
manera que, una vez dentro de la enorme bañera, se relajó. Permaneció cerca de
una hora dentro del agua, estirando los músculos, concentrado en lo que quería
hacer aquél día, soñando con ver de nuevo la cara de Laura y disfrutar de su
compañía.
Al
salir de la bañera, se miró en el espejo enorme que había sobre el lavabo. Notó
que algo había cambiado en su rostro. Era un cambio prácticamente imperceptible
para un humano, pero no para sus ojos agudos. La tristeza, el dolor y la ira
provocados por la muerte de su hermana Isabel y que habían tatuado su cara
durante los últimos 3 meses, habían prácticamente desaparecido y en su lugar
sus rasgos faciales mostraban tranquilidad y una felicidad intensa, así como la
esperanza más fuerte que jamás había sentido. Sonrió al reflejo que mostraba el
vasto espejo y se vistió. Completó su atuendo con unas Ray-Ban negras, pues el
sol ya era demasiado fuerte para sus ojos.
Tomó
las llaves del mercedes SLK negro, pues la potente moto Honda CBR1000RR no era
lo más adecuado para un paseo cómodo. Intentando no exceder el límite de
velocidad, se apresuró para llegar a casa de Laura. Eran ya más de las 12 del
mediodía y ansiaba verla.
Laura
se despertó a eso de las 11 y media de la mañana, feliz. Estaba radiante. Hacía
mucho tiempo que no se sentía así y mucho más desde que no dormía tan
plácidamente como esa noche.
Algo
en un resquicio de su mente pugnaba por salir e intentaba decirle algo
importante, como si hubiera sabido algo por un instante y de repente se hubiera
esfumado, pero ¿el qué? Se levantó precipitadamente y miró por la ventana
esperando ver una figura a lo lejos bajo un árbol. Sin embargo, no había nadie
allí y se llevó una enorme decepción.
Lentamente,
se dio la vuelta y cogió su bloc de dibujo. Le gustaba tenerlo cerca y a veces
garabateaba en él mientras comía, siempre que no estuviera demasiado enganchada
a alguna de sus últimas adquisiciones literarias. Llegó a la cocina y se
preparó un tazón de cereales. Sentándose a la mesa, abrió el bloc con una sola
mano, mientras con la otra dejaba el tazón con cuidado en la superficie. Un
dibujo se deslizó del bloc y cayó al suelo mientras ella intentaba abrirlo sin
derramar la leche. Se agachó a recogerlo y se quedó paralizada por la emoción. << No puede ser…>> se decía
a sí misma una y otra vez. Pero la evidencia era clara, el rostro que la
contemplaba desde el papel era inequívocamente el de Alex. Dio la vuelta a la
hoja y miró la fecha: 23 de Marzo. <<
Es imposible>>. El chico de sus sueños, el de sus dibujos no era otro
que Alex. Con manos temblorosas, pasó varias hojas y allí estaba él de nuevo,
totalmente nítido, mirándola con intensidad, como si fuera real. Tomó el dibujo
y lo dio también la vuelta: 4 de Junio. Exactamente un día antes de su
encuentro. <<¿Cómo es
posible?...¿Qué significa esto?...¿Cómo había sido capaz de hacer un retrato
exacto de él, si ni siquiera se habían visto hasta ayer?>> No dejaba
de darle vueltas a estas cuestiones, cuando otro pensamiento cruzó su mente…<<He soñado con él casi todas las
noches, por eso me resultaba familiar. Boba estúpida, ¿No te diste cuenta en
cuanto le viste de que era el hombre de tus sueños?>> Tal vez
conscientemente no se había dado cuenta, pero su inconsciente se lo había
estado diciendo con cada emoción y sensación.
Miró
el dibujo, sorprendida y ensimismada…¿Qué significaba?
Sin
casi darse cuenta de lo que hacía, terminó su desayuno. Estaba emocionada,
intrigada y totalmente fascinada por este pequeño misterio. No sabía qué hacer.
Le costó un tiempo ordenar sus pensamientos e ideas y finalmente decidió
dejarlo correr – de momento – y más adelante abordarlo con la ayuda del
principal protagonista.
Una
vez tomada la decisión, decidió irse a dar una ducha, pues se encontraba
agarrotada y adormecida. El agua tibia la relajó y el familiar olor del gel
terminó de destensar su cuerpo. Se lavó también el pelo, pues aquella noche
había hecho mucho calor y el sudor se había acumulado en su nuca. Cuando salió
de la ducha, con cuidado desenredó el cabello húmedo y lo dispuso como una
cortina alrededor de sus hombros. Se vistió con unos pantalones cortos que
dejaban al descubierto gran parte de sus largas piernas, y una camiseta de
tirantes blanca que resaltaba su piel morena. Siempre le había gustado su piel,
y no dudaba en lucir su color a pesar de lo tímida que era.
Ya
vestida y con las energías totalmente renovadas, salió a comprar el pan. Hoy no
iba con prisas y aunque hacía bastante calor para ser todavía principios de
Junio, disfrutó de la sensación del sol acariciando su piel. En el camino, no
dejó de darle vueltas a lo acontecido la tarde anterior, y sólo deseaba poder
encontrarse con él de nuevo, en aquella calle. Sin embargo, la decepción hizo
mella en ella al darse cuenta de que él no estaba. Abatida, entró en la
panadería como cada mañana.
Al
salir de la tienda, vio un magnífico mercedes negro brillando al sol, aparcado
en doble fila. Se quedó contemplándolo con los ojos muy abiertos durante unos
instantes, y después retomó su camino. Dando media vuelta, comenzó a andar. Pero
segundos después tuvo que pararse de nuevo. Escuchó su nombre.
Una
voz que habría reconocido aunque hubiese estado en el mismísimo infierno,
eliminó toda la pena y la esperanza brilló y la atravesó como una estrella
fugaz.
--
Laura – fue todo lo que dijo la voz.
Sin
casi atreverse a darse la vuelta, se giró lentamente y ahí estaba él, apoyado
con ese ademán despreocupado tan característico en uno de los laterales del
potente mercedes.
Alex
llegó a casa de Laura a eso de las 12:20. Agudizando el oído, escuchó
detenidamente para intentar captar sonidos en el interior de la casa de la
chica. Sin embargo, no pudo oír nada. <<
Tal vez siga durmiendo >> y dando media vuelta, se dirigió a la parte
posterior de la casa, donde daba la ventana de su habitación. Observando a un
lado y a otro para vigilar que nadie le viera, se subió al alto muro y pudo ver
el interior de su habitación perfectamente. No había nadie allí. << Ha debido de salir a por algo
>> Se dijo, e inmediatamente
se sintió algo perturbado, necesitaba tenerla cerca, verla con sus propios
ojos. Decidió probar suerte y se dirigió con el coche hacia la calle donde
estaba situada la panadería donde ella iba a comprar el pan cada día. Pudo
captar a través de las ventanas bajadas el aroma claro de su piel y supo que
iba en la dirección correcta. El rastro era reciente, probablemente de segundos
antes.
Y
efectivamente, cuando dobló la esquina y penetró en la calle, la vio. Estaba
entrando en esos momentos en el local, y a través de la ventana, pudo
observarla. Se dio cuenta de que la expresión de felicidad que había poblado su
rostro la noche anterior había sido sustituida por una de decepción y tristeza. Llevaba la
cabeza baja, como si se sintiera desdichada y eso le hizo sentirse realmente
mal. << ¿Qué es lo que te ocurre,
ángel? >> pensó Alex. Se sintió turbado y nervioso. Dejó el coche en
doble fila, pues no planeaba estar mucho tiempo parado allí. Escuchó cómo Laura
murmuraba quedamente lo que quería y la vio salir de la tienda. Esperaba que
ella le viese dentro del coche, pero cuando ésta salió se limitó a observar con
ojos desorbitados a la potente y escultural máquina negra aparcada en doble
fila y no se molestó en mirar en el interior. Estuvo mirando el coche durante
unos segundos y después dio media vuelta e inició el camino de vuelta a casa.
Irritado, salió del coche, se apoyó en un lateral y se limitó a decir su nombre:
--
Laura – La llamó. Utilizó el tono exacto de voz, adecuado para que ella pudiera
oírle.
Observó
cómo se paraba y muy despacio, casi con cuidado, se daba la vuelta y le miraba.
Una luz le iluminó el rostro y la más bella de las sonrisas se formó en su
cara. Ese día estaba especialmente espléndida. Se había puesto unos pantalones
cortos que dejaban al descubierto unas piernas largas y esbeltas, y la camiseta
de tirantes blanca hacía que su piel morena reluciera como un mar de chocolate.
Las gafas de sol no le impedían catalogar cada uno de los detalles de la
muchacha.
Laura
tembló levemente al verle, sin saber muy bien cómo proceder. Se quedaron así
durante unos momentos y finalmente, Laura se descongeló. Avanzó tranquilamente
hasta que llegó a su altura y se quedó frente a él.
--
Hola – Fue todo lo que consiguió decir. Estaba tan guapo como lo recordaba,
incluso más. Y las gafas de sol que llevaba, aunque la impedían verle los ojos,
le sentaban bien, dándole un aire misterioso.
--
Hola – contestó Alex, y le correspondió con otra enorme sonrisa. Le complació
ver la expresión embelesada de la muchacha cuando la sonrió -- ¿Te apetece dar
una vuelta? Puedo acercarte a casa – y señaló el mercedes.
Laura
reflexionó unos instantes y dijo:
--
Vale, me encantaría. Gracias.
Alex
le abrió la puerta del copiloto y cuando ella estuvo dentro, la cerró con
suavidad. Dio la vuelta al coche y se introdujo en éste. Laura no perdía cada
detalle, observando cada movimiento, cada paso. Cuando Alex ya estaba en el
coche, se limitó a observar la imponente máquina en la que estaba subida.
--
Guauuuuuuuu…-- Dijo. Estaba alucinando.
--
¿Qué? – Alex sonrió traviesamente al percatarse del estado en que se encontraba
Laura.
--
¡Qué cochazo tienes! – soltó Laura, y se rió de sí misma ante su explosión.
Escuchó cómo Alex se reía silenciosamente.
Alex
puso en marcha el coche y lo guió hacia la casa de la muchacha. Estaba
disfrutando como hacía mucho que no lo hacía. Se encontraba entusiasmado con la
idea de pasar el día entero con ella. Se dejó llevar por las sensaciones y sus
sentidos se embriagaron ante lo que se encontraron. El olor que despedía era
absolutamente delicioso. Y su pelo…brillaba a su alrededor, emitiendo destellos
sobre un mar negro, y mojado como estaba, hacía más intenso el aroma. Con su
visión periférica, pudo observar con cuidado su rostro. Los ojos brillaban de
entusiasmo y excitación, abiertos hasta los límites, con las pestañas rozando
suavemente los párpados superiores. Y sin poder contenerse, giró levemente la
cabeza para verla mejor. En esos momentos, ella también se giró y sus ojos se
encontraron con los de ella, conectándose. Le dio un vuelco el corazón cuando
ella le miró intensamente y le sonrió.
Laura
estaba absolutamente sorprendida y excitada. Su vida había dado un giro
tremendo en menos de 24 horas. Se sentía llena de dicha, feliz estando con él,
y pensar en el por qué le daba algo de miedo. Al fin y al cabo, él era un total
desconocido. Sólo habían cruzado unas cuantas frases y él podría marcharse en
cualquier momento. Dedujo que su felicidad era producto de las emociones y
sentimientos que se brotaban en su interior cuando estaba con él y a la
sensación abrumadora de seguridad que tenía cuando estaban juntos. Algo así no
podía ser malo. Además estaba la gratitud infinita que sentía hacia él por lo
que había hecho la noche anterior. No lo olvidaría jamás.
Alex
dejó vagar sus pensamientos durante el corto trayecto. Además, no quería
molestarla, pues se daba cuenta de que ella también estaba perdida en los suyos
propios. Así pues, llegaron con suavidad y en silencio a la casa de Laura. Ésta
salió de su ensoñación cuando se dio cuenta de que el coche se había parado. El
tiempo se le había pasado volando y ahora no sabía qué hacer.
--
Ya estamos – dijo Alex. Se giró de nuevo y volvió a dedicarle una sonrisa. << Es curioso>> pensó << Estoy sonriendo más estos días de
lo que probablemente lo haya hecho en toda mi vida>>
--
¿Quieres pasar? – preguntó tímidamente Laura. << Ya está…ufff…estoy muy nerviosa >>
<< ¿Qué…? >> Alex se quedó donde estaba, sin saber qué
decir o qué hacer << ¿Me está
invitando a pasar…a mí? >> Sopesó cuidadosamente la cuestión, y
cuando vio que sería capaz de manejar la situación contestó:
--
Bueno, si no te importa – y la sonrisa se amplió.
Laura
le estaba contemplando embelesada y consiguió salir a duras penas del coche. Él
se bajó tras ella, y la siguió de cerca, ajustando sus pasos a los de ella,
dejando apenas una distancia de unos 40 cm entre los dos. Ella podía sentirle
justo detrás, pues toda su espalda parecía irradiar una energía que conseguía
estremecerla. Subió los peldaños de la escalera de la entrada, y cuando llegó a
la puerta, se giró un poco para sacar las llaves de su bolsillo. Y él
permanecía allí, cerca de ella, observándola con cuidado y con intensidad.
Tenía las manos temblorosas, y las llaves repiquetearon. Justo cuando intentaba
introducirlas en la cerradura, se le cayeron de las manos y en el momento en
que se agachaba a recogerlas, unas manos más rápidas que las suyas ya lo habían
hecho. Hubo un roce fortuito entre sus manos, y ambos se retiraron
precipitadamente ante el choque de energías que se produjo. Laura se dio con la
cabeza en la barbilla del muchacho.
--
¡Ay! – exclamó.
--
Lo siento – dijo Alex. Se sentía turbado, no solo por el golpe.
--
No, no es nada – Laura miró a Alex mientras se tocaba la cabeza, y sin poder contenerse
soltó una carcajada.
Alex
la observó, y entonces él también se rió. Los dos, como tontos, se estuvieron
riendo de la situación con fuertes y sonoras carcajadas. Les costó un pequeño
esfuerzo retomar el control de sí mismos, pero al final lo lograron. Al final,
Laura consiguió abrir la puerta de su casa y entraron. Dejó las llaves en el mueble de la entrada y
guió a Alex hacia el salón. Se sentía extraña, nunca había llevado a un chico a
su casa, y menos a alguien como Alex.
--
Siéntate, voy a dejar esto en la cocina y traeré algo de beber… ¿qué prefieres?
Fanta, coca-cola…
--
Con un vaso de agua es suficiente, gracias – Le dijo. No le gustaba el sabor de
esos “refrescos”. A Alex le parecía totalmente surrealista encontrarse en casa
de Laura, conversando con ella, disfrutando de su compañía como si fueran dos
grandes amigos…era realmente turbador, pero placentero. Se sentía genial.
--
Ahora vengo.
Laura
se fue a la cocina y tiró el pan sobre la encimera. Todo lo deprisa que pudo,
cogió un par de vasos y la jarra de agua de la nevera. Estuvo a punto de tirar
los vasos en su precipitación por ser rápida y eficiente. Siempre había sido
muy patosa. Volvió al poco tiempo, y él seguía donde lo había dejado.
Alex
sonreía divertido al oír la precipitación de la muchacha y los sonidos que
producía al moverse deprisa. Juraría que había estado a punto de romper algo de
cristal, probablemente los vasos. <<
Vaya…parece igual de ansiosa de estar conmigo como yo lo estoy de estar con
ella…>> pensó << Es
extraño, es como si hubiera una conexión entre nosotros…>> debía
pensar en esto detenidamente, pero ya lo haría más adelante. Ella hizo su
aparición cargando una gran jarra de agua fría en una mano, y dos vasos de
cristal apilados en la otra. La expresión en su cara hizo que soltara una leve
carcajada. Ella no le preguntó el motivo, pero se sonrojó visiblemente y bajó la
mirada. Alex paró de reírse y la invitó a sentarse a su lado. Ella dejó con
cuidado la jarra y los vasos encima de la mesa y se sentó en el sofá de tres
plazas junto a él. Se encontraba muy nerviosa, por lo que decidió servir el
agua para ganar el tiempo e intentar ordenar sus pensamientos.
Alex,
aprovechando la turbación de la muchacha, observó detenidamente el salón en el
que se encontraba, catalogando cada detalle. Era extraño estar ahí, viéndolo
todo desde esa perspectiva, y no desde fuera, como lo había estado haciendo
hasta entonces siempre que las cortinas no estuviesen echadas.
Laura
llenó los dos vasos de agua, y le ofreció uno a Alex. Éste, con cuidado, lo
cogió de las manos de la muchacha.
--
Gracias – le dijo.
--
Hummmm… -- Laura no sabía cómo proceder a continuación. Soltó lo primero que se
le pasó por la cabeza -- ¿dónde vives, Alex?
--
En las afueras de la ciudad, alquilé un loft – << Mejor empezar diciendo la verdad, ya tendrás ocasiones en las
que tener que mentir >> se dijo.
--
Esto…espero no ser indiscreta… -- se excusó Laura. Tenía montones de preguntas
que hacerle -- ¿cuántos años tienes? – preguntó.
<< Vaya, una cuestión
difícil…Primera mentira >> Alex respondió:
--
Pues cumplí los 23 hace tres meses -- <<
Sí, bueno, cumplí los 23 hace tres meses, hace cuatro siglos >>
--
¡Vaya! ¡Como yo! Qué coincidencia – exclamó Laura.
<< Sí, extraña coincidencia >>
pensó Alex.
--
¿Y vives tú sólo aquí? – soltó Laura. Las preguntas fluían y ella no podía
contenerlas.
--
Hummmmm…sí. Mis padres fallecieron hace años y yo estaba con mi hermana en Roma
hasta hace unos meses. Pero ella tuvo un accidente, y murió también. Decidí
venir a España para cambiar de aires… -- Bueno, eso era en parte verdad, pero
claro, no podía comentarle que sus padres fallecieron hace 100 años, ni que a
su hermana la mató un monstruo sádico que ahora iba tras ella…intentó retomar
el rumbo de la conversación y se explicó lo mejor que pudo -- Mis padres me
dejaron unos cuantos negocios, y tengo solvencia. Vine aquí para estudiar un
máster en empresariales que empezaré dentro de unos meses –
--
Oh…Lo siento Alex. Lo de tus padres y tu hermana. Debes de haberlo pasado
realmente mal – Laura pudo sentir el dolor en la voz de Alex a medida que le
contaba su triste historia, y pudo sentirlo en su cabeza. Alex estaba sufriendo
ahora, en esos momentos. -- ¿Puedo hacer algo por ti?
Alex
la contempló embelesado…No podía ser real. Ella estaba realmente preocupada por
él. Durante meses se había sentido vacío, sólo, movido únicamente por los
sentimientos de ira, venganza, y la determinación férrea de apartar a aquél
monstruo de esta jovencita. Pasado el tiempo, había notado una especie de atracción
hacia ella que todavía no era capaz de definir…Y ahora, se sentía feliz estando
a su lado, sentía que una parte de sí sanaba, notaba como si los pedazos de su
corazón comenzaran a encajar y a soldarse. Era placentero, volver a sentir paz,
tranquilidad…Y sólo la sentía cuando estaba cerca de ella.
Laura
estaba preocupada por el silencio producido y por la expresión en el rostro de
Alex.
--
No, no en realidad…-- comenzó a decir Alex. Después se corrigió y dijo: Bueno,
sí hay algo.
--
Dime, haré todo lo que pueda – se ofreció Laura.
Alex
sonrió quedamente y dijo:
--
Bueno, ¿Querrías pasar el día conmigo? – Dijo Alex – Podemos ir a donde
quieras. Así nos distraeremos los dos, ¿Qué te parece?
Laura
se quedó sorprendida ante su ofrecimiento. <<
¿He escuchado bien? ¿Me está pidiendo que salga con él…pasar el día entero
juntos? >>
--
¡Estupendo! – exclamó Laura. Vio que Alex se reía ante su explosión de
entusiasmo – Sí, vale…no tengo que hacer nada. Pero, ¿Adónde vamos?
--
Ya pensaremos en algo, no te preocupes – Le dijo Alex -- ¿Estás lista, o
necesitas cambiarte? – La miró de arriba abajo por unos instantes y cuando
volvió sus ojos hacia los de ella, vio que ella había estado haciendo lo mismo
con él. Rápidamente ambos desviaron la
mirada, avergonzados.
--
No…Estoy lista. Sólo tengo que coger el bolso – dijo – Espera, voy a coger otro
bolso más grande, me quiero llevar la cámara. Me gusta hacer fotos cuando salgo
a algún sitio nuevo ¿Te importa? – Le preguntó.
--
En absoluto – Dijo Alex. Se estaba divirtiendo de lo lindo con ella. Era tan
natural, tan impulsiva y encantadora…Por supuesto, él ya sabía dónde la iba a
llevar, sólo le había ofrecido escoger el lugar por educación.
Ella
se levantó, y él hizo lo mismo. La esperó de pie en el salón y volvió a contemplando,
esperando, escuchando.
--
¡Ya estoy! – dijo Laura. Todavía no se lo podía creer, ¡iba a pasar el día con
Alex! Eso le daría más oportunidades para averiguar más cosas sobre él. Estaba
emocionada ante la perspectiva. Una pequeña parte de su mente, aquella más
racional la avisaba de que iba a pasar el día sola con un total
desconocido…Pero su instinto era más fuerte y la decía que no tuviera miedo,
que estaba en buenas manos.
--
Pues vamos – respondió Alex.
--
¡Espera! – exclamó Laura. Alex se preocupó, <<
¿Qué ocurre? >> pensó – Tenemos que llevarnos algo para comer – dijo
Laura.
<< Ah…cierto. No había
pensado en ese detalle…>>
--
No te preocupes, conozco varios restaurantes muy buenos…-- respondió. Antes de
que la chica replicara, le dijo – Yo invito…¡No se diga más!...además, dijiste
que harías lo que pudieras por mí…Pues me sentiré mejor si me dejas que te
invite a comer – replicó. Vale, estaba jugando un poco sucio, aprovechándose de
la amabilidad de la chica, pero realmente le apetecía darle algo.
--
Hummm…vale – Laura estaba desconcertada.
Salieron
de la casa, e igual que antes, Alex se mantuvo cerca de ella, respirando su
aroma, embebiéndose de él, y sintiendo la energía que despedía su cuerpo,
atontándole. Una vez más, le abrió la puerta del copiloto, y cuando ella estuvo
dentro, la cerró y se dirigió a su puerta. Ya dentro, metió las llaves en el
contacto, y el coche se puso en marcha con apenas un leve ronroneo. Sacó el
coche de allí y empezó a callejear por la ciudad.
--
¿Adónde vamos? – preguntó Laura.
--
He estado pensando mientras cogías el bolso – Dijo Alex – Hay un lugar
precioso, a unos kilómetros de aquí. Lo descubrí hace poco, mientras…hacía una
expedición. Me gusta la naturaleza – Sí,
había estado haciendo una expedición, pero de caza.
--
Suena bien. A mí también me encanta la naturaleza – le dijo Laura, sonriéndole.
Una
vez más, el corazón de Alex dio una sacudida.
CAPITULO CINCO
Como
aquella mañana, permanecieron callados durante todo el trayecto, ensimismados
en sus pensamientos, disfrutando de la única compañía del otro, saboreando la
libertad y el extraño placer que les daba estar juntos. El silencio era
hermoso…nada incómodo, no necesitaban llenarlos con charla insulsa. El calor y
el aroma de sus cuerpos se entremezclaba en una perfecta armonía.
Alex
condujo por varios pueblos, esquivando, adelantando a todo el que se ponía
delante. Con seguridad. Deprisa, pero justo lo necesario para no ganarse una
multa, aunque no es que le importara demasiado. El dinero no era problema para
él. Se dirigían hacia la sierra, y los pueblos cada vez estaban más apartados. La
carretera se desdibujó ante los ojos de Laura, quien apenas prestaba atención
al camino. Le daba totalmente igual, solo quería estar con Alex. Y en menos de
media hora estuvieron en su destino. Justo cuando Laura pensaba que subirían a
la sierra con aquél magnífico coche, Alex giró a la derecha y tomó una salida
de la autovía y atravesaron varios pueblos hasta que la sierra empezó a
rodearles por todos lados. Siguieron subiendo hasta que la carretera se acabó y
aparcaron en un pequeño parking sin asfaltar. Había varios coches y mucha gente
que se preparaba para pasar el día en la sierra. Los niños correteaban y
chillaban emocionados, y los padres se apresuraban en coger las neveras
portátiles y las mochilas y en encontrar alguna mesa a la sombra, cerca del río
que se escuchaba a unos metros de distancia. Alex aparcó el coche lo más lejos
que pudo del resto de la gente. Salió del coche, y se dirigió a abrirle la
puerta a Laura, pero esta vez ella se le adelantó y salió por sus propios
medios.
--
Ya hemos llegado – dijo Alex, sonriente – Aunque ahora tendremos que caminar un
trecho. Hay un gran río por aquí. Te va a encantar. Podemos dar un paseo y
después coger el coche e ir al pueblo que hay cerca a comer algo. Y después
podemos volver o ir a donde tú quieras.
Alex
estaba emocionado y a la vez asustado, por pasar todo el día completo y a solas
con Laura. Pero se sentía increíblemente bien, lleno de energía y de una
esperanza que hacía mucho tiempo que no conocía. Se quedó mirando con
intensidad a Laura, esperando su respuesta, maravillándose con lo que captaban
sus ojos agudos: el modo en el que el sol jugaba con el color de su pelo, de su
piel, cómo la suave brisa jugaba con sus cabellos y estremecía su piel. Era
todo un espectáculo para sus ojos. Sin duda, lo más bello que había visto en
sus largos años de vida.
--
Vale. Me gusta la idea – respondió Laura, nerviosa y entusiasmada –
Anduvieron
despacio, Laura con cuidado de no tropezarse y caer y Alex vigilando sus pasos,
preparado para ayudarla en cuanto viera la mínima señal. Una vez más,
permanecieron callados, escuchando los sonidos de la naturaleza que les
rodeaba. Aquél día era cálido pero no asfixiante, y los árboles circundantes
aportaban una sensación de frescor. El sonido de las voces de la gente se
esfumó y pronto estuvieron totalmente solos.
Alex
la guió con cuidado, y en apenas otra media hora alcanzaron su objetivo. Se
encontraron en medio de una pradera llena de flores, donde había un pequeño
estanque natural. Una cascada derramaba su agua en él. El río fluía más deprisa
por encima de sus cabezas, entre las pequeñas montañas rocosas e iba a caer
allí, donde el agua se acumulaba. En un lado del estanque, un pequeño riachuelo
drenaba el agua y se perdía entre los árboles. No había nadie más, solo ellos
dos. Y tampoco se oía gente cerca.
Laura
contempló el lugar. No sabía que pudiera existir algo tan bello tan cerca de
donde ella vivía. Era un pequeño paraíso. No debía de ser muy conocido, pues no
se veían marcas del paso de personas por allí. El lugar permanecía
prácticamente virgen, perfecto.
--
Esto es precioso, Alex – consiguió articular Laura – Jamás había visto algo tan
perfecto – Le sonrió agradeciéndole con
la mirada que hubiera querido compartir con ella aquél paraíso. Y una nueva
corriente de electricidad inundó sus cuerpos. Laura se adelantó despacio y tomó
de la mano a Alex. Éste al principio parecía reticente al contacto, pero
después se relajó.
--
Te dije que te gustaría – Fue todo lo que pudo decir Alex, perdido como estaba
en las sensaciones que le embargaban en aquellos momentos. Su tacto, su voz, la
energía que desprendía…eran como un bálsamo para él, conseguía curar todas sus
heridas y le hacía más fuerte que nada en el mundo.
Laura
comenzó a andar, todavía sosteniendo la mano de Alex entre las suyas. << Ojalá pudiera permanecer así para
siempre >> pensó Laura. Alex se dejó llevar por la joven muchacha. Rodearon
el pequeño estanque, y Laura se dirigió hacia una gran roca situada en la pared
rocosa, al lado de la cascada. Allí se sentaron y contemplaron las aguas
cristalinas derramándose en el estanque. Durante un buen rato, lo único que
escucharon fue el sonido del agua al caer, sus propias respiraciones y la
música natural que les rodeaba.
--
Bueno, cuéntame algo sobre ti, Laura – dijo Alex. Ansiaba poder conocer más
cosas sobre ella, apelando a la fuente principal. Ante la expresión extraña de
Laura, dijo – Yo te he contado parte de mi
historia, ahora te toca a ti –
--
No hay mucho que contar – Dijo Laura. De repente, estaba avergonzada. Su vida
no era para nada interesante y el desasosiego apareció – Mi vida es
absolutamente vulgar. No es que me queje, pero…-- << ¡¿Qué narices te pasa Laura?! >> -- Bueno, ¿Qué
quieres saber? – Era más fácil que él preguntase concretamente qué es lo que
quería saber.
--
No se…Supongo que tendrás familia…-- dijo Alex –
--
Sí, bueno, vivo con mis padres. Soy hija única. Mis padres no pudieron tener
más hijos después de mí – Confesó Laura. No sabía por qué le contaba aquello, a
lo mejor porque él le había contado algo muy personal antes – Fue un embarazo
difícil para mi madre, y tenerme casi la mata –
--
Lo siento por ella – respondió Alex – Debió de ser duro. Pero seguro que te quiere
muchísimo –
--
Sí, mi madre es estupenda. Tengo mucha suerte, mis padres son muy buenos y
muy…comprensivos – contestó Laura – Les quiero mucho, y si algún día les pasase
algo, no sé qué iba a hacer, no sé si lo podría soportar –
--
Estoy seguro de que saldrías adelante – el impulso le venció – Se nota que eres
fuerte –
--
¡Ja, ja! Ojalá – Se rió Laura -- ¿Acaso no viste lo que me hicieron anoche esos
chicos? – dejó de reírse de golpe y miró hacia abajo, a las profundas aguas del
estanque.
--
Me refería a otra clase de fuerza – contestó Alex. Ella le había
malinterpretado, y ahora notaba que ella se sentía algo desdichada. Habló
seriamente – Y no te preocupes más por aquellos idiotas, no se volverán a
acercar a ti –
--
Sí, gracias a ti – dijo Laura. Estaba algo confundida por la seriedad con que
el muchacho la estaba hablando – Todavía no se cómo agradecerte lo que hiciste
por mí anoche – dijo con fervor.
--
No tienes por qué – De repente, Alex se perdió en los recuerdos de aquella
noche, y un eco de la ira que había sentido entonces, se abrió paso en su ser –
Hice lo que tenía que hacer – Aquella simple frase encerraba más verdad de la
que ella jamás conocería.
--
Bueno, a lo mejor me podrías enseñar alguna llave o técnica de defensa
personal, sólo por si acaso – añadió Laura. Una expresión extraña recorrió el
rostro de Alex y ella no pudo descifrarla.
--
Sí, tal vez te vendría bien – dijo Alex. Le había costado retomar el control.
Por un momento se la imaginó sola, peleando contra un grupo de desconocidos que
la atacaban y un dolor intenso se instaló en su pecho – Pero yo no soy muy buen
profesor, te lo advierto –
--
Aquellos chicos huyeron despavoridos de ti. Apuesto a que sabes muchas cosas, y
yo soy muy buena alumna – Laura intentaba rebajar la atmósfera tensa que de
pronto les rodeaba. No sabía cómo hacerlo.
--
Bueno, tú de momento limítate a no andar sola por la noche. Ya veremos más
adelante –
Laura
sonrió ante ese << más adelante
>> Eso significaba que él planeaba mantener el contacto con ella y
seguir viéndola. El entusiasmo la inundó de nuevo, y le sonrió feliz.
Alex
contempló el cambio en ella, su sonrisa, y un escalofrío pasó raudo por su
columna, arrastrando la ira, la preocupación y relajándole como un bálsamo. Le
devolvió la sonrisa, y una luz iluminó su rostro angelical. Permanecieron así
durante un buen rato, contemplándose el uno al otro, unidos por la fuerza de
sus miradas. Ninguno era capaz de desviar la mirada. A pesar de que él llevaba
las gafas de sol, Laura pudo sentir sus ojos sobre los de ella. Ambos
intentando averiguar cosas del otro, intentando descifrar sus secretos y
adentrarse en el alma del otro.
El
sol iluminaba toda la pradera, colmándola de su luz, arrancando destellos
plateados a las tranquilas aguas del estanque y a las desenfrenadas aguas de la
cascada. Las flores permanecían totalmente quietas ante la ausencia de la
brisa, y aunque el día era cálido y el sol caía sobre ellos, no sentían calor.
Allí la temperatura era la adecuada.
Con
gran esfuerzo, Alex desvió la mirada. Laura, sacada a la fuerza de su sueño, se
desperezó y se levantó. Había sido fácil trepar por la roca y subir, pero bajar
sería más complicado, por lo menos para ella. Antes de que se diera cuenta,
Alex había saltado y la esperaba abajo. Con cuidado, volvió a sentarse y se
deslizó hasta el borde con cuidado. Saltó y fue a caer al círculo de los brazos
de Alex. Éste la sostuvo firmemente, aguantando el peso de su cuerpo, y después
la dejó suavemente en el suelo. Los corazones de ambos latían con fuerza y
desenfrenados. Un choque eléctrico les traspasó y se quedaron quietos unos
instantes. Los brazos de Alex seguían sosteniéndola, incapaces de separarse de
ella.
Las
sensaciones que tenía Laura con Alex eran tan…abrumadoras. Cuando se lanzó de
la roca, pensó que caería de bruces sobre la hierba, y sin embargo, él la había
sostenido dulcemente pero con firmeza y la había depositado en el suelo, con
ternura. Su corazón latía desbocado por el salto, pero mucho más por el
encuentro con los brazos de Alex. Incapaz de separarse de él, permaneció
inmóvil, mirándole fijamente hacia los ojos. Aquella energía devastadora que la
recorría, parecía salir tanto de su cuerpo como del de él, paralizándola.
Alex
contempló a la muchacha durante unos breves minutos, todavía con los brazos
rodeándola, disfrutando del momento. Aquellos perturbadores ojos oscuros le
miraban, y podía sentir cómo el corazón de Laura latía por lo menos tan fuerte
y deprisa como el suyo propio. Acarició con las yemas de los dedos la
superficie suave de la piel de los brazos de la muchacha.
Cuando
sus respiraciones y sus corazones se calmaron, ambos dieron un paso hacia
atrás, a la vez.
--
¿Estás bien? – preguntó Alex, una vez encontró de nuevo su voz.
--
Sí, gracias. Soy algo patosa. Si no fuera por ti, me habría caído de bruces –
se rió al imaginarse la situación, y vio cómo Alex echaba la cabeza hacia atrás
y soltaba una fuerte carcajada.
--
Puede ser…Bueno, para evitar eso ya estoy yo – dijo, todavía riéndose.
Esta
vez fue Alex quien tomó de la mano a Laura, y pasearon por la pradera,
riéndose, charlando tranquilamente. Laura le contó que estaba terminando la
carrera. Ya había hecho los exámenes y estaba a la espera de los resultados, y
le quedaba una semana de prácticas en el hospital. Después, la graduación y más
adelante…no sabía qué iba a hacer. Alex se mostraba totalmente atento, y Laura
se sentía algo desconcertada. No podía creerse que de verdad a él le interesase
su vida. Habló de sus aficiones, de la música que le gustaba escuchar, de un montón
de cosas. Él escuchaba detenidamente, asentía, preguntaba constantemente. Laura
acabó monopolizando la conversación, y algo le decía que Alex lo hacía
intencionadamente. No quería presionarle, cuando quisiera hablar, ahí estaría
para escucharle. Pero le daba vergüenza hablar sólo ella, preocupada porque le
estuviera aburriendo.
--
Estoy hablando demasiado… ¿No te aburres? – Le preguntó.
--
En absoluto. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien – contestó sinceramente
Alex.
Acabaron
frente al estanque de nuevo, mirando las tranquilas aguas. Eran tan
cristalinas, que se podían ver a los pequeños peces nadando cerca de la orilla.
Algunos pájaros revoloteaban cerca y bajaban hacia las aguas para refrescarse
de vez en cuando.
--
Echas mucho de menos a tu hermana – dijo Laura. Le salió como una afirmación,
no como una pregunta.
--
Sí, ella era muy especial. Era muy activa, tenía una personalidad arrolladora,
impulsiva, alegre. Siempre se preocupaba por mí, y ella era la que me sacaba de
los pozos oscuros cuando yo no tenía fuerzas para hacerlo – Estar con Laura le
hacía sentirse bien. Sentía que podía descargar un poco su alma de toda la pena
y el dolor que sentía.
--
Debía de ser excepcional. Ojalá yo hubiera tenido un hermano o hermana…--
reflexionó distraídamente.
--
Era excepcional, sí. Me aguantaba demasiado – Empezó a reírse poco a poco, y
luego más fuerte.
Al
final, los dos acabaron riéndose, descargando todos los nervios, todas las
dudas y la inquietud, disfrutando del momento.
Laura
se acercó más a la orilla del estanque y, arrodillándose, metió la mano para
probar la temperatura del agua. Estaba fría, pero aún así incitaba a meterse en
ella, zambullirse y nadar entre las límpidas aguas cristalinas.
Alex
se arrodilló a su lado, y metió también las manos en el agua. En un impulso
travieso, movió velozmente la mano, y salpicó a Laura en la cara. Aturdida, se
echó hacia atrás y a punto estuvo de caerse en el agua.
--
¡Eh! – exclamó. Casi cae en el agua, pero consiguió recuperar el equilibrio en
el último momento. Se levantó rápidamente…y se agachó de nuevo, y con toda la
fuerza que pudo, introdujo el brazo en el agua y lanzó un chorro de ésta hacia
Alex, empapándole la camiseta. Su cara era muy graciosa, sorprendida, divertida
por la situación.
--
¡Ahora verás! – gritó Alex y se lanzó hacia ella. Estaba pasándoselo en grande.
Jugando como un niño, se sentía libre. Hacía mucho que no contactaba con esa
parte de sí mismo. Laura estaba desenterrando muchas facetas que creía
perdidas, se sentía una persona diferente con ella.
Laura
corrió, pero él era más rápido y la alcanzó. La cogió por detrás de los brazos
y la abrazó con fuerza, pero sin hacerla daño; y por unos breves instantes, la
elevó en el aire, pero de repente, resbaló con una pequeña roca de la orilla y
los dos fueron a parar al lago. Mojados de pies a cabeza, se zambulleron en las
frías aguas.
Durante
un rato no pararon de reír y lanzarse agua. Alex tuvo que quitarse las gafas de
sol, pues el agua las había empañado y no conseguía ver bien. Afortunadamente,
el sol ya no daba directamente en el claro, lo cual le permitió quitárselas. Las
lanzó hacia la hierba, y se dio media vuelta para enfrentarse a su adversaria.
Comportándose
como dos niños de 8 años, se perseguían por las aguas. Alex siempre la conseguía
atrapar, y le hizo alguna que otra aguadilla. La abrazaba jugando, la empujaba
y riendo a carcajadas, escapaba de ella en el último momento, introduciéndose
en el agua. Ella, intentaba pillarle desprevenido, pero nunca lo lograba,
incluso en el agua se movía veloz y se escondía de ella. Así que, cuando estaba
a su alcance, volvía a lanzarle agua, pataleando, creando enormes olas. No
parecían sentir la frialdad de las aguas, sus cuerpos ardían emocionados.
Pasado
un rato, comenzaron a calmarse. Empezaron a nadar tranquilamente, el uno junto
al otro, en silencio, en perfecta armonía. De repente, sus rostros se giraron a
la vez, perfectamente coordinados, y volvieron a mirarse intensamente. Alex
paró de nadar y plantó los pies en el lecho del estanque. Laura hizo lo mismo y
se quedaron parados, uno frente a otro, contemplándose. Alex, vacilante, alargó
un brazo y con la palma de la mano, acarició la mejilla de Laura. Ésta cerró
los ojos, disfrutando de la sensación de tenerle cerca, absorbiendo a través de
su mejilla la energía que desprendía Alex, emocionada porque él la estaba
tocando con ternura. Alex contempló a la muchacha y en un arrebato, la abrazó
fuertemente, deleitándose con el contacto. Laura alargó los brazos y le rodeó
el cuerpo, y así permanecieron, abrazados, sin preocuparse por nada más. Ambos
se encontraban sumergidos en su propia burbuja de felicidad. Alex, radiante,
emocionado; Laura, llena de dicha, de paz. Podía sentir la energía que
desprendía Alex, como una bola de fuego, de luz cálida, totalmente placentera,
algo que Laura no había sentido jamás. Alex sentía la energía de Laura como una
llama brillante, capaz de eliminar todas las sombras del mundo, pura, magnífica
y poderosa. Y de repente, sus corazones comenzaron a latir al unísono, en un
ritmo algo más acelerado de lo normal, pero potentes y tremendamente fuertes.
Un
rayo de comprensión barrió el mar de dudas de la mente de Alex, dejándolo
limpio y cristalino. En un simple segundo, las piezas encajaron y lo entendió.
Desde ese instante, él pertenecía a aquél ángel magnífico que se encontraba
entre sus brazos y, pudo sentirlo, ella le pertenecía a él también. Sus
corazones latían como uno solo, reforzando esa certeza.
Laura
notó el cambio, no sabía cómo, pero algo era diferente. Y supo que no
encontraría a nadie como él jamás y que desde aquél instante se rendiría a él y
sería suya. Pero también comprendió que él ya se había rendido a sus pies. De
repente, sus energías se habían transformado, y fluían de uno a otro en un río
incesante, en armonía.
Sin
embargo, una sombra cruzó rápidamente por la mente de Alex, enturbiando su
momento de plena felicidad. Afortunadamente, fue capaz de alejarla rápido, puesto que no
quería que ella se percatase de nada. Consiguió retomar el control y continuaron
como estaban.
No
sabían cuánto tiempo llevaban así, pero de repente, el sol ya sólo iluminaba
una parte del claro. Una leve brisa recorrió el lugar, y Laura se estremeció
levemente, debido a que estaba empapada de pies a cabeza. Alex se percató, y
despacio, con mucha dulzura, deshizo su abrazo, y la miró a los ojos. Había
tanta paz en aquellos ojos…era tan hermoso, que le dolió en lo más profundo de
su ser tener que separarse de ella; y pudo advertir la misma pena en sus
facciones, ella tampoco quería separarse de él. El sueño se había desvanecido,
y ahora volvían a ser los mismos de antes.
--
Tienes frío – Dijo Alex.
--
Nnno – respondió Laura, y avanzó a través de las aguas para poder abrazarlo de
nuevo.
Alex
la sujetó por los brazos, y la sonrió. Acarició con las palmas de las manos la
parte superior de los brazos y dijo:
--
Sí. Estás tiritando. Vamos, te llevaré al coche. Tengo una chaqueta allí que te
puedes poner.
--
De acuerdo – Dijo resignada.
Salieron
de las frías aguas, y Laura fue a coger su bolso, situado a unos cuantos metros
de la orilla. Allí recordó algo.
--
Espera Alex – Vio cómo este se incorporaba tras recoger sus gafas de sol, se
las ponía y se quedaba parado mirándola – Me gustaría hacer unas fotos antes de
que nos fuéramos ¿Te importa?
--
Por supuesto que no, tenemos tiempo – Dijo.
Laura
sacó la cámara y se puso a hacer fotos a aquél maravilloso paisaje. Era una
pena que casi no lo iluminara el sol. Tendría que volver para aprovechar la luz
solar en otro momento. Disimuladamente, le hizo un par de fotos a Alex. Era
perfecto. Incluso con las ropas totalmente mojadas, era como una visión
gloriosa. Alex se percató y se dio la vuelta. Laura aprovechó el momento en que
la sonreía para hacerle otra foto.
--
Me gustaría hacerme una foto contigo – Dijo Laura – Sólo para asegurarme de que
no eres un sueño – murmuró para sí misma en voz muy baja. Y le dedicó una
enorme sonrisa.
--
De acuerdo. Pero quiero una copia – respondió él.
Alex
se acercó a donde se encontraba Laura y le rodeó la cintura con un brazo.
--
Dame, la haré yo – Le dijo. Cogió la cámara de las manos de Laura y alargó el
otro brazo con la cámara para situarla un poco por encima de ellos – Sonríe –
Los
dos fijaron las miradas en el objetivo de la cámara y sonrieron, felices. Alex
apretó el botón y el flash centelleó.
--
Ya está. Listos y perfectos – comentó Alex.
--
Hummmm… ¿Alex? – preguntó Laura.
--
¿Sí? – dijo él, intrigado.
--
¿Te podrías quitar las gafas de sol un momento? Me gustaría hacerte una foto
sin ellas. Tienes los ojos más maravillosos que he visto nunca – Dijo.
--
Laura… -- empezó a decir Alex, pero se vio interrumpido.
--
Por favor… -- suplicó Laura.
--
De acuerdo – suspiró Alex. No era capaz de negarse a algo que ella pidiera, y
menos cuando utilizaba ese tono de voz y le miraba de esa manera. Le sorprendía
que un ser tan frágil pudiera tener tanto poder sobre él. Su hermana jamás pudo
convencerle de algo tan rápidamente.
Se
quitó las gafas de sol y volvió a tomar la cámara e hizo lo mismo que antes,
sólo que esta vez el flash le cegó momentáneamente.
--
Toma – Le dijo, tendiéndole la cámara con los ojos cerrados.
--
¿Te ocurre algo? – preguntó preocupada.
--
Es sólo el flash, me ha cegado – intentó sonreírla, pero sólo consiguió elevar
una de las comisuras de sus labios – Espero que hayamos salido bien – dijo, y
consiguió esbozar una auténtica sonrisa.
--
Lo siento – se disculpó Laura -- ¿Es que te pasa algo en los ojos?
--
Sí, bueno…la luz del sol directa y este tipo de luces me hacen daño. Tengo unos
ojos muy sensibles – Contestó. La ceguera iba remitiendo, y ya podía abrir
prácticamente del todo los ojos – No te preocupes, ya se está pasando –
replicó. Notaba el desasosiego de la muchacha – En serio, ya estoy bien…Tus
planes para evitar que condujera no te han salido bien – dijo, y soltó una
carcajada.
Ella
se rió también, ya más tranquila.
--
Me has pillado – le contestó.
--
Bueno, ya estamos. Vámonos, se ha hecho tarde – dijo Alex.
Caminaron
lentamente por el sendero. Laura se acercó a Alex y le tomó de la mano. Era tan
placentero…le dio un ligero apretón y casi al instante él se lo devolvió. Y
así, cogidos de la mano, llegaron al coche, sin apenas hablar, simplemente
comunicándose a través de sus manos y de sus gestos.
Al
llegar al coche, Alex le abrió la puerta, como siempre. Después se fue a la
parte trasera de éste, abrió el maletero y sacó una chaqueta de cuero negro.
Una vez dentro del coche se la ofreció a Laura.
--
Toma, póntela. Entrarás en calor en unos minutos. Aunque sería mejor que te quitases esa camiseta
mojada y te pusieras directamente la chaqueta, así entrarás en calor antes y no
te constiparás – al ver la mirada recelosa de la chica, se puso algo nervioso y
dijo -- Voy a encender la calefacción y me saldré fuera del coche mientras te
cambias. Prometo no mirar – Introdujo las llaves en el contacto, y puso en
marcha el coche. Activando una serie de botones, el aire caliente empezó a
salir por los conductos y, efectivamente, en unos minutos el coche se calentó y
Laura dejó de tiritar. Salió del coche y le dio la espalda, dejándola algo de
privacidad, pero deseando poder contemplarla. Laura se quitó la camiseta
empapada y pasó las manos por las mangas de la chaqueta de cuero y, aunque le
quedaba enorme, se sintió bien. Tenía un tacto suave, cálido y un olor
embriagador. La chaqueta emanaba un aroma a cuero y ligeros trazos de otra
fragancia… más delicada y a la vez más potente. No conocía olor similar. Cuando
se hubo cerrado la chaqueta adecuadamente, bajó una de las ventanillas y le
indicó a Alex que ya estaba lista.
--
Gracias ¿No tienes otra para ti? – Le preguntó. Cayó en la cuenta de que él
también estaba empapado demasiado tarde y un sentimiento de culpabilidad la
atravesó. Estaba a punto de ponerse de nuevo su camiseta mojada y devolverle la
chaqueta cuando él respondió:
--
No. No te preocupes, estoy bien. No tengo frío – Explicó Alex. Cuando vio que
ella iba a replicar le dijo – En serio. Me preocupa más que te puedas constipar
o algo – Y la miró con toda la intensidad que pudo.
--
No tienes que preocuparte tanto, en serio – dijo, repitiendo sus mismas
palabras. Él la sonrió – Pero gracias, de todas formas.
--
No hay de qué – respondió Alex.
Un
sonido, como un rugido se abrió paso en el silencio. Los dos se quedaron
momentáneamente callados, expectantes. Después, Laura emitió una pequeña
carcajada, y Alex la miró enarcando las cejas. Jamás se habría imaginado que
tal sonido pudiera provenir de aquél delgado y frágil cuerpo.
--
¡Ups! Lo siento – se disculpó Laura, sonrojándose visiblemente – Me parece que
tengo un poquitín de hambre – La pequeña carcajada se tornó en una risa en toda
regla. Miró a Alex y vio que éste no se reía, sino que parecía preocupado por
algo, por lo que paró de reírse de inmediato.
Alex
se maldijo a sí mismo por haberlo olvidado. Pero estando con ella se olvidaba
de todo, y había pasado el día más maravilloso de su existencia. En adelante
debería de tener más cuidado con ese tipo de asuntos, si quería pasar más
tiempo con ella.
--
Lo siento. No cumplí mi palabra. Se me olvidó – Alex no sabía cómo disculparse
con ella – Te llevaré ahora mismo a algún lado para que comas algo.
--
¿Y tú? ¿No tienes hambre? – No esperó a que le contestara e hizo otra pregunta
– Además, ¿Qué hora es?
--
Son casi las seis de la tarde -- <<
¡Dios mío! ¡Cómo se ha pasado el tiempo! >> Alex no salía de su
asombro.
--
¿Las seis?... – La hora le había pillado totalmente desprevenida-- wow…se me
han pasado las horas volando –
--
A mi también. Vamos, iremos al pueblo, compraremos algo para ti, dado que ya es
demasiado tarde para comer en algún restaurante y nos iremos a algún lugar
soleado para que comas y te termines de secar –
--
Oh, vale – respondió Laura. Le parecía extraño que él no tuviera hambre, ni
siquiera la intención de comer algo, pero no le dio demasiadas vueltas.
Salieron
del parking y en unos minutos entraron en el pueblo. Alex dejó el coche
aparcado en una pequeña plaza y entraron en una cafetería donde le compró un
enorme bocadillo de lomo con tomate y una ración gigante de patatas fritas.
--
Esto…no creo que pueda con todo esto – exclamó Laura señalando el bocadillo y
las patatas –
--
No te preocupes, lo que sobre me lo comeré yo –
--
¿No tienes nada de hambre? ¿Por qué no te compras tú otro bocadillo? – preguntó
Laura –
--
Bueno, estoy siguiendo una dieta especial. Hoy es mi día de ayuno, por decirlo
así. Pero no te preocupes, estoy perfectamente. En cambio tú, deberías comer
algo más, creo que estás perdiendo peso – la última frase la murmuró para sí
mismo, pero Laura la escuchó perfectamente. Se quedó algo extrañada. La verdad,
en los últimos meses había perdido algo de peso, fruto de la ansiedad y de las
malas noches sin dormir, pero no veía cómo él podía haberlo sabido. Supuso que
era muy perceptivo y dejó sus dudas a un lado.
--
Vale, ¿A dónde vamos ahora? –
--
¿Te apetece dar otro pequeño paseo? Creo que he visto un parque cuando veníamos
hacia aquí – propuso Alex –
--
Muy bien, vamos –
Anduvieron
unos diez minutos y encontraron el parque sobre el que había hablado. Lleno de
árboles de diferentes clases, se podía respirar el aroma de la naturaleza casi
tanto como si estuvieran en la misma sierra. Laura inspiró con fuerza y se
llenó los pulmones de aquél aire fresco y límpido. A su lado, Alex no dejaba de
contemplarla, absorto en sus movimientos, en sus gestos, en el aroma que
despedía su cuerpo y que iba a parar directamente a su cara gracias al aire que
lo empujaba.
--
Aquí estaremos bien – dijo Laura.
Se
había parado en un claro del parque donde había unos cuantos bancos y zonas
soleadas. Se fue al banco donde hacía más sol y se sentó en el respaldo,
apoyando los pies sobre el asiento. Esperó con una sonrisa radiante a que Alex
se le uniera y se quedó maravillada con la forma fluida y elegante que tenía el
muchacho a la hora de caminar. Sus movimientos eran firmes pero suaves, sin
ningún tipo de vacilación. Su corazón empezó a latir con más fuerza a medida
que él se iba acercando y, cuando estuvo a su lado, casi sintió cómo se paraba
durante un largo segundo e iniciaba después, veloz y desacompasado, su nuevo
ritmo.
--
Toma. Come – dijo el chico alargándole la bolsa con el bocadillo, las patatas y
la botella de agua fría –
--
Gracias. Estoy hambrienta –
Como
si su estómago quisiera reforzar su afirmación, emitió otro terrible rugido.
Laura y Alex empezaron a reírse ante el nuevo sonido, temblando y
balanceándose, con sus brazos rozándose y el calor de sus cuerpos fusionándose.
Laura
devoró el bocadillo y dejó unas pocas patatas que Alex tuvo buen cuidado de
esconder para que ella no viera que no se las había comido. Una vez terminó de
comer, se levantó del banco y enfrentó a Alex con su cuerpo esbelto y
satisfecho. Le dedicó una enorme sonrisa. Le pareció maravilloso y extraño la
forma en que hacía que sonriese. Hacía mucho que no sonreía tanto. Era
liberador sentirse así con una persona, pero a la vez le daba miedo dado que
apenas le conocía. Y aún así, allí estaba ella, con un chico al que había
conocido la noche anterior, pasando el domingo con él en la sierra. Podría
tratarse de un psicópata, él podría no llevarla de nuevo a su casa, podría
llevarla a algún lugar apartado y hacer cosas horribles con ella y nadie lo
sabría jamás, pero sus sentidos, incluido el fuerte sentido común del que
siempre hacía gala, le decían que no tuviera miedo, que él jamás la haría daño.
Así pues, había puesto su confianza ciega, basada en los sentimientos que él
despertaba en su cuerpo, en él, y allí se encontraba, disfrutando de un
maravilloso día.
--
¿Caminamos un poco? Tengo que bajar el bocadillo. He comido demasiado – le dijo
--
Por supuesto –
Alex
se levantó y se puso a su lado. Antes siquiera de que ella hiciera ningún
gesto, la había tomado de la mano y entrelazado sus dedos con los de ella.
Atravesaron el parque, hablando de cosas vanas, en algún momento en silencio,
simplemente disfrutando de la mutua compañía. Pasearon por el pueblo y Laura
hizo más fotos, de los dos juntos, de Alex solo, de ella…
Empezó
a tener calor con la chaqueta de cuero y sus pantalones y zapatillas ya estaban
secos, al igual que la ropa de Alex, por lo que le propuso volver al coche a
cambiarse.
--
Vamos –
Cuando
llegaron al coche, Alex volvió a dejar a Laura cambiándose en el interior, pero
la curiosidad le venció esta vez y, girando la cabeza lo justo, atisbó el
reflejo de la muchacha en uno de los retrovisores del coche. Se quedó sin
respiración. Ella era tan hermosa. Su piel morena contrastaba con el blanco
sujetador que llevaba y su piel empezó a arder y a sudar en respuesta a la
imagen que contemplaban sus agudos ojos. Tenía un vientre plano y a la vista
suave y el pecho bien formado y no demasiado grande. Su cabello oscuro caía en
cascada sobre sus hombros y espalda. Maravillosa. La visión terminó rápidamente
cuando ella volvió a ponerse la camiseta. En ese mismo momento, giró nuevamente
la cabeza para que ella no se diera cuenta de que la había estado espiando y
esperó a que ella le llamara de nuevo.
--
¡Alex! – Gritó ella – Ya estoy –
Caminó
hacia el coche, intentando recobrar la compostura y la normalidad, esperando
que ella no notase su repentino acaloramiento. Entró y se sentó a su lado. Vio
su chaqueta en su regazo y volvió a recrear la imagen de ella sin camiseta, en
aquél sujetador blanco que se quedaría grabado a fuego en su mente para
siempre. Sus mejillas se sonrojaron ante el recuerdo y ella no dejó de notarlo,
atenta como estaba a todo lo que él hacía, como lo había estado durante todo el
día.
--
¿Te pasa algo, Alex? – preguntó, curiosa –
--
Nada, sólo tengo algo de calor – mintió, abochornado –
--
Ah…La verdad es que aquí hace bastante calor – Pero su calor era más interior
que producido por la temperatura exterior. Verle así, tan frágil y tan hermoso,
con sus mejillas sonrojadas, su cabello oscuro y brillante, la llenó de unas
emociones tan potentes y desconocidas para ella que estuvo tentada de quitarse
de nuevo la camiseta y de quedarse en sujetador allí, delante de él.
--
Hmmmm…-- murmuró Alex.
--
Oh…esto, ¿Qué hora es? – preguntó Laura, intentando retomar la normalidad –
--
Casi las ocho de la tarde – dijo Alex, contento por poder desviar la atención
de su acompañante.
--
¿Las ocho? ¡Vaya! Creo que será mejor que me lleves a casa. Mis padres estarán
llegando ya de su escapada y bueno…no es que pase nada, pero están muy
acostumbrados a verme en casa cuando llegan –
Laura
no quería irse, no quería apartarse de Alex, pero el mundo real estaba ahí
fuera y ahora la reclamaba.
--
No te preocupes – dijo Alex – Y así más tarde podrás comer algo más, en
condiciones. Tienes que coger fuerzas para dar el último tirón –
--
¿Y tú? ¿No vas a cenar nada? – repitió
Laura. Estaba preocupada por él. Todo el día sin apenas comer, eso no podía ser
bueno.
--
No pasa nada, comeré algo después. No hay problema – Sonrió ante su chiste
particular y la miró con ternura.
Salieron
del camino y retomaron la carretera por la que habían venido, rumbo a casa de
Laura. Incapaz de resistirse, Laura pasó casi todo el viaje girada en su
asiento observándole. Él se dio cuenta y al final le dijo:
--
Como sigas mirándome así, vamos a tener un accidente de coche – y se rió.
Laura
se sonrojó ante lo que le acababa de decir, y decidió sacar su cámara para
mirar las fotos que habían hecho. Él salía estupendo en todas, perfecto, cual
modelo de pasarelas. Totalmente irresistible. Ella en cambio, empapada, con
cara de cansancio y totalmente vulgar. Aunque la expresión de ambos rostros era
la misma: felicidad; El resto de las fotos eran también preciosas.
--
Tenemos que volver otro día. Tengo que hacer fotos cuando la luz del sol bañe
todo el claro – le dijo.
--
Claro, eso está hecho. Cuando quieras – respondió Alex.
Pasaron
lo que quedaba de viaje en silencio. Laura, contemplando sus fotos; Alex,
mirándola a ella con su visión periférica. Todavía no se creía que pudiera
haber pasado aquél día entero con ella: riendo, hablando, disfrutando de su
cercanía…Casi no se reconocía a sí mismo.
Demasiado
pronto para ambos, llegaron a la calle de Laura. Alex paró el coche a unas
cuantas casas de distancia, pues se había percatado de que el coche de los
padres de Laura estaba aparcado en la entrada. Ella miró hacia donde lo hacía
Alex y dijo:
--
Vaya, mis padres ya han llegado – miró hacia abajo, desilusionada. Su tiempo
con Alex había expirado y a ella le tocaba volver a su rutina habitual. << Bueno, tal vez ya no tan habitual
>> se dijo.
Alex
no sabía qué decir… El día tocaba su fin y él se resistía a aceptarlo. Laura,
con mucho esfuerzo, se dispuso a salir del coche.
--
Bueno…Alex, he pasado un día fantástico. Muchas gracias – Fantástico era quedarse corta, pero no le iba a decir: “el mejor día de
mi existencia”, hubiera sonado…raro –
--
Sí, estoy de acuerdo. No hay nada que agradecer – le dijo.
--
¿Te veré algún día? – preguntó esperanzada.
--
Sí, supongo que sí – Le contestó – Me gusta venir por aquí, me gusta pasear por
el parque… Y me gustaría mucho verte –
El
corazón de Laura inició una carrera mortal ante aquellas últimas palabras. Alex
percibió el cambio, y notó que su propio corazón también se aceleraba como
respuesta o reacción ante el cambio del ritmo cardíaco de Laura.
Esta
vez fue Alex quien se adelantó, y tomando dulcemente con una mano el rostro de
Laura, lo acercó y posó suavemente los labios sobre la mejilla de la muchacha.
Si hubieran estado rodeados de gas, las chispas que saltaron cuando sus labios
tocaron la piel de Laura habrían provocado un incendio dentro del coche.
Después, muy lentamente, se separó de ella, y salió del coche. Fue hacia la
puerta del copiloto y la abrió. Allí seguía Laura, aturdida. Consiguió salir
del coche y de repente, estaban el uno frente al otro. Le miró tímidamente, y
alargando el brazo, lo estiró para poder tocarle la mejilla con las puntas de
sus dedos. Él cerró los ojos en respuesta, disfrutando aquél momento.
--
Gracias de nuevo – susurró Laura, cuya voz estaba contenida por la emoción.
--
De nada – susurró también Alex.
Laura
bajó la mano y caminó despacio hacia su casa. De repente, se dio cuenta de que
aún sujetaba la chaqueta de Alex. Se había quedado unida a ella como si fuera
un salvavidas. Le encantaba su tacto, su olor…el olor de Alex. Dio media
vuelta, y se la ofreció.
--
Toma, casi se me olvida – Le tendió la chaqueta.
--
Puedes quedártela – Dijo Alex.
--
Bueno, es que mis padres…ya sabes, pueden hacer preguntas… y no creo que les
haga gracia saber que he pasado el día con un “desconocido” y que me ha
prestado una chaqueta porque nos tiramos a un lago con las ropas puestas…
--
Bueno, esa sería demasiada información, sin duda – contestó Alex – Haremos una
cosa, yo guardo la chaqueta para tenerla a tu disposición cuando la quieras,
¿de acuerdo?
--
Trato hecho – dijo Laura. Dicho esto, retomó sus pasos.
Cuando
llegó a la puerta, se giró y él permanecía allí, como la anterior noche, parado
al lado de su coche, esperando a que ella entrara en su casa. Antes de entrar
por la puerta, se despidió con la mano y vio que él hacía lo mismo.
--
Adiós mi ángel – susurró para sí Alex – Que descanses.
Laura
entró en su casa, todavía ensimismada, soñando despierta, cuando una voz
familiar la devolvió a la Tierra:
--
¡Laura! Cariño… ¡ya estás en casa! – dijo su madre. Siempre había sido tan
impulsiva…
--
Sí, salí a dar una vuelta por la ciudad, disfrutar del buen tiempo…ya sabes.
¿Qué tal el fin de semana?
--
¡Estupendo! Algún día tenemos que ir todos a pasar el día por allí. Te encantará
y podrás hacer un montón de fotos.
--
De acuerdo, me encanta la idea. En cuanto se acabe el curso, tenemos que
organizarlo.
Su
padre hizo su aparición y se acercó a Laura. Ésta fue y le dio dos besos en las
mejillas.
--
¿Qué tal, papá? ¿Te lo pasaste bien? – preguntó. Resultaba tan surrealista
estar allí, hablando con sus padres después de todo lo que había sucedido ese
día…casi parecía fuera de lugar.
--
Sí, estoy algo cansado, pero ha estado muy bien – se la quedó mirando un
momento y dijo -- ¿Estás mojada?
Laura
se percató de que la camiseta aún estaba algo húmeda, y su cabello aparecía en
mechones compactos y desordenados. Rápidamente, improvisó algo.
--
Sí, bueno…estaba paseando por el parque y se han puesto en marcha los
aspersores. Me han pillado desprevenida y me he mojado un poco – Dijo
precipitadamente.
Sus
padres no dijeron nada más, pero la miraron extrañados. << Bueno, ya están más que acostumbrados a mis rarezas…No creo
que les dé por pensar algo extraño…>> pensó Laura.
--
¿Habéis cenado algo ya? – preguntó para cambiar el foco de atención.
--
Sí, no te preocupes – contestó su madre.
--
En ese caso, voy a prepararme algo rápido y me voy a la cama. Estoy cansada y
mañana tengo que madrugar – Dio media vuelta y sin decir más, se fue a la
cocina.
Laura
llegó a la cocina y comenzó a prepararse un tazón de cereales. Gracias al
enorme bocadillo, apenas tenía hambre y además, se encontraba demasiado absorta
en los recuerdos de aquél día como para comer algo. Se sentía demasiado
nerviosa y excitada.
Su
madre la siguió a la cocina y cuando Laura ya estaba sentada, ella hizo lo
propio y le preguntó:
--
Hija, ¿te encuentras bien? Pareces… más dispersa de lo habitual.
<< ¡Vaya! Se ha dado
cuenta…mamá podrías ser menos perceptiva algunas veces…>>
pensó.
--
Estoy bien, en serio. Sólo algo cansada. Y además, estoy nerviosa por el fin de
carrera y todo eso… -- << Bueno,
ése es motivo más que suficiente para estar nerviosa y distraída >>
--
Hummmm…vale ¿no has comido en casa hoy? – preguntó su madre.
--
¿Por qué lo preguntas? – saltó Laura, sobresaltada.
--
Porque no has comido nada de pan y no hay ni un plato en el fregadero –
respondió su madre, lanzándole una mirada incisiva y calculadora.
--
No…bueno…Hacía tan bueno, que salí a dar una vuelta al parque. Me puse a
dibujar y se me fue el santo al cielo, así que al final compré un bocata y me
lo comí allí mismo – Decidió decir parte de la verdad.
--
Ah…bueno… ¿Lo pasaste bien? – preguntó de nuevo su madre. Realmente parecía
decidida a sonsacarle algo.
--
Sí, estuve muy tranquila. Conseguí relajarme bastante.
--
Bueno, eso está bien. No te preocupes, todo saldrá bien.
--
Ya, pero ya me conoces…No puedo evitarlo.
--
Bueno, cena algo y vete a la cama. Necesitas dormir y mañana tienes que
levantarte temprano.
--
Sí, eso haré – dijo, bostezando para infundir más realismo a la frase. La
verdad, estaba muy cansada, pero dudaba que pudiera dormir bien esa noche,
después de lo que había vivido ese día y de lo nerviosa que se encontraba en
aquellos momentos.
Su
madre se levantó, se despidió y salió de la cocina. Por un momento, miró a su hija con una
expresión extraña. Se marchó y dejó a su hija sumida en sus pensamientos.
Laura
terminó su cuenco de cereales, lo dejó en el fregadero y se fue directa a su
habitación. Al pasar por el salón, les dio las buenas noches a sus padres.
Una
vez dentro de su cuarto, se cambió de ropa y se puso el pijama. Mientras lo
hacía, encendió el ordenador. Quería descargar las fotos de la cámara para
poder verlas mejor en la enorme pantalla del ordenador. Abrió la ventana
mientras el ordenador terminaba de encenderse, pero esta vez la sensación que
había tenido la noche anterior no hizo su aparición. Alex no estaba allí.
Se
sentó frente al ordenador, algo desilusionada y conectó la cámara a éste. Descargó
las fotos y las miró una a una. Cuando llegó a la foto en que los dos estaban
juntos, Alex sin las gafas, el corazón de dio un vuelco y no pudo por menos que
maravillarse ante la hermosura que irradiaba aquél rostro. Sus ojos… aparecían
tan hermosos como ella los recordaba. De un azul profundo e intenso y
brillantes como dos enormes esferas de luz.
Revisó
todas las fotos…eran magníficas. Parecía increíble que ella hubiera disfrutado
de aquél paisaje y, más increíble aún, haber disfrutado de la compañía de aquél
ángel salvador, misterioso, fascinante y hermoso. Alex…no dejaba de musitar su
nombre para sí, embelesada, viendo su sonrisa en su mente, sus ojos
perspicaces, brillantes, traspasándola con la mirada, su pelo suave y oscuro
como la noche… notando aún su presencia a su lado, oliendo su aroma, sintiendo
la energía que desprendía.
Colocó
las fotos y realizó un nuevo álbum, titulado “Alex y yo”. Esperaba poder añadir
muchas más fotos en él. Cuando acabó, revisó su correo, y vio un par de mails
de dos buenas compañeras de clase. Estaban preparando la fiesta de graduación y
necesitaban saber si iban a contar con ella y si podría ayudarlas. Más
optimista de lo habitual, las escribió a las dos y las contestó que contaran
con ella y que las ayudaría en lo que pudiera.
Laura
terminaba las prácticas en el hospital esa misma semana, lo cual le producía
tristeza en su mayor parte, aunque también algo de alivio. Necesitaba un
cambio, necesitaba descansar. La fiesta de graduación estaba prevista para
dentro de dos fines de semana, por lo que sus compañeras andaban algo cortas de
tiempo, de ahí que hubieran acudido en busca de ayuda.
Terminadas
todas sus gestiones, Laura cogió un libro, se metió en la cama, y leyó hasta
que los ojos comenzaron a cerrarse. Después dejó el libro sobre la mesilla de
noche, apagó la luz, y se abandonó al sueño. Esa noche tampoco tuvo pesadillas
y pudo descansar.
Alex
vio cómo Laura entraba en su casa y una sensación de vacío se apoderó de él. Se
sentía incompleto, como si le hubieran arrebatado una parte importante de sí
mismo. Jamás se había sentido así. Entonces lo supo: nunca había notado que
estaba incompleto hasta que conoció a Laura. Una certeza arrolladora se abrió
paso a través de su mente y sus pensamientos: estaría con ella hasta el
final. Pero una sombra oscureció su
burbuja de felicidad: Estar con Laura implicaría tener que decirle qué clase de
criatura era él y eso sería ponerla en demasiado peligro. Además, sabía que
ella huiría en el mismo momento en que supiera la verdad acerca de su
naturaleza. No existe sentimiento tan fuerte como para superar aquello. La
tristeza le desoló, pero fue capaz de reponerse. Disfrutaría de la compañía de
Laura todo lo que pudiera y después se marcharía y la dejaría vivir su vida, en
paz. Era demasiado egoísta para abandonarla en aquél momento, la necesitaba. Y
de cualquier manera, ella le necesitaba ahora mismo.
Arrancó
de nuevo el coche, y decidió volver al prado donde habían pasado el día.
Cazaría algún pequeño herbívoro o lo que pudiera pillar. No es que tuviera
realmente mucha sed, pero tenía que mantenerse fuerte para poder hacer frente a
la tentación de la sangre de Laura. Jamás la tocaría en ese sentido.
Una
vez allí, paseó alrededor de las tranquilas aguas, sumido en sus pensamientos,
en los recuerdos e imágenes de aquél día, en las sensaciones… De repente, un
sonido captó su atención y una brisa le trajo el aroma penetrante de una
pequeña manada de animales. Se agazapó, poniéndose a cuatro patas y casi
rozando el suelo, se lanzó en una carrera mortal pero silenciosa hacia el lugar
donde sus presas le esperaban. Alcanzó a un cervatillo, y acabó con él en menos
de 3 minutos. Después se enderezó, y agarrando el cadáver de su presa, lo
escondió entre unos matorrales. De camino al estanque, se topó con un enorme
jabalí y se lanzó sobre él también. Hizo lo mismo que había hecho con el
cervatillo tras extraerle la última gota de sangre. Saciada su sed, volvió al
claro. Se sentó durante unos minutos sobre la roca cercana a la cascada, imaginándose
que ella estaba allí con él.
Pasado
un rato, decidió volver a su casa. Sin embargo, cuando estaba llegando a su
loft, situado en las afueras de la ciudad, una pequeña revuelta captó su
atención. Un par de hombres acosaban a una pareja. Captó trazos de la
conversación y se dio cuenta de lo que significaba: les estaban atracando.
Aparcó despacio el coche dejándolo en las sombras a unos 200 metros de donde se
encontraban la pareja y los atracadores. Silenciosamente, salió del coche y
comenzó a caminar con lentitud. Los atracadores, uno alto con el pelo oscuro y
largo y ropas sucias; el otro algo más bajo, pero musculoso, con varios
pendientes en las orejas y la cabeza rapada; estaban armados con una larga daga
y una pistola. El más bajo y musculoso sujetaba por el brazo a una mujer joven,
que vestía elegantemente, los cabellos oscuros recogidos en un moño alto, un
vestido negro ceñido a la cintura, y unas sandalias a juego de tacón de aguja.
Con el otro brazo, alargaba la daga hacia la garganta de la asustada mujer.
Ésta parecía a punto de desmayarse debido al shock de la situación. El otro
hombre apuntaba con la pistola hacia la pareja de la mujer: un hombre alto,
vestido con un caro traje de chaqueta, la blanca camisa desabotonada en el
cuello. Debían de estar dirigiéndose hacia su coche, seguramente aquél BMW del
fondo de la calle, cuando les sorprendieron aquellos hombres. Cerca de aquella
zona se encontraba un área de ocio donde había caros restaurantes. Lo más
probable es que acabaran de terminar de cenar, pensó Alex.
Siguió
caminando y empezó a escudriñar los recuerdos de aquellos dos maleantes. Un
rugido empezó a tomar forma en el pecho de Alex al leer los recuerdos de aquél
que sostenía la daga. No paraba de deleitarse en la belleza de la mujer a la
que ahora acosaba y no dejaba de compararla con la de otras muchas mujeres a
las que había hecho lo mismo que planeaba hacer ahora con ésta. Apresuró el
paso, furioso, y en menos de 20 segundos estaba a tan sólo 2 metros de las 4
personas. Ninguno de ellos se percató de su presencia.
--
Dámelo… ¡TODO! – rugió el hombre que sostenía la pistola – o tu novia sufrirá
las consecuencias… --
--
Sí… y eres preciosa, ¿verdad?... sería una lástima – comentó el otro, riéndose
de manera maliciosa y acariciando la suave piel de la garganta de la mujer con
la punta de la daga.
--
¡No! – gritó el otro hombre -- ¡Tomen! Pero déjennos en paz… por favor – con
manos temblorosas, alargó una mano en la que se encontraba su cartera y el
bolso de su pareja. El atracador de la pistola cogió sendos objetos con rapidez
y se quedó expectante. El hombre, captando el sentido de su mirada, se quitó un
caro reloj y, metiendo la mano en un bolsillo lateral de su pantalón, sacó un
móvil de última generación. De nuevo, se lo volvió a ofrecer, pero no llegó a
dárselo, pues una sombra más veloz que un rayo, se cernió sobre sus agresores
y, en menos de un segundo, ambos se encontraban en el suelo, inconscientes.
Alex
aprovechó que los hombres estaban distraídos para abalanzarse con velocidad sobre
ellos. La adrenalina del momento le proporcionó una fuerza y una velocidad
inimaginables y fue como un potente tónico para él. Hacía mucho que no dejaba
salir parte de su fuerza al exterior y ahora notaba lo bien que eso le hacía
sentirse.
Cayeron
inconscientes, sin ni siquiera la oportunidad de ver a su agresor.
La
pareja, asustados y conmocionados, se quedó mirando a la oscuridad, esperando
el nuevo peligro que les acecharía aquella noche. El hombre, algo más
despierto, se acercó con rapidez a su novia y la agarró con fuerza por la
cintura. Con voz temblorosa, preguntó:
--
¿Quién anda ahí? ¿Qué quiere de nosotros?
Alex,
salió de las sombras y avanzó unos pasos hacia la pareja de novios, quienes le
miraban sorprendidos.
--
Disculpen, pero no he podido evitar ver que se encontraban en problemas, y… he
decidido intervenir – dijo, con tranquilidad.
--
Usted… ¿Usted les ha hecho eso? – preguntó de nuevo el hombre.
--
Ciertamente… sí. Estaban muy distraídos con ustedes, por lo que ha sido fácil.
Digamos que ha sido un trabajo en equipo excelente – comentó Alex. Todavía
podía notar la adrenalina silbando por sus venas.
--
¿Qué quiere? – preguntó la mujer
Alex,
extrañado, se la quedó contemplando durante unos breves segundos. Un leve aroma
emanaba de su piel, sobre todo de su garganta. Unas milésimas de segundos le
permitieron conocer el origen de aquél aroma. Sus ojos se fijaron en la
garganta de la mujer automáticamente y vio un pequeño corte del que manaban
unas infinitesimales gotitas de sangre. Retomando la cordura y su fuerza de
voluntad, apartó la mirada de aquél frágil cuello y del potente elixir que
manaba de él e intentó responder a su pregunta con la mayor naturalidad
posible:
--
¿Querer, yo? No… No quiero nada. Sólo intentaba ayudarles –
--
¿Ayudarnos? – preguntó una más que aturdida mujer.
--
Sí… No se preocupen. No voy a hacerles daño. Sólo pretendía ser de ayuda. Si no
fuera por mí… Dios sabe qué sería de usted, especialmente – contestó Alex
dedicando un gesto hacia la mujer.
--
Esto… gracias – comentó el hombre, intentando retomar su autocontrol y volver a
la normalidad – No… no sé cómo agradecérselo.
--
No se preocupe… hombre, no se preocupe. Ahora, si les parece, será mejor que
cojan su coche y se marchen de aquí antes de que estos dos se despierten.
Tranquilos, yo me ocuparé de ellos – terminó la frase mirando a aquellos dos
cuerpos tumbados en el suelo en posiciones extrañas con odio y asco.
--
Sí… será mejor que nos vayamos. De nuevo…gracias – dijo el hombre. Movió a su
mujer, haciendo que ésta se encaminara hacia el BMW. Se paró, y le ofreció la
mano y una tarjeta con su nombre y su ocupación.
--
Tome… por si en algún momento necesita algo, aquí está mi número. Espero poder
devolverle el favor.
Alex
cogió la tarjeta, y le estrechó brevemente la mano, asintiendo con la cabeza.
Vio marchar a la pareja hacia su coche, la mujer trastabillando, el hombre con
una mano en su cintura y pendiente de los pasos inseguros de su pareja. Justo
cuando llegaban al coche, se giró y le observó durante unos instantes, antes de
meterse en el interior.
Alex
contempló a los dos atracadores y se percató de que el de la pistola aún tenía
la cartera y el bolso en una de sus manos. Se agachó, se los quitó de las
manos, y corriendo a una velocidad normal, se acercó al BMW. Dio un par de
golpecitos en el cristal del piloto y éste se bajó en unos instantes. El
hombre, sorprendido, le miraba sentado en su asiento de cuero. La mujer se
había recostado y permanecía con los ojos cerrados.
--
Tomen, sus objetos personales – dijo Alex, alargándoselos a través de la
ventana.
--
Gracias de nuevo – dijo el hombre.
--
De nada… conduzca con cuidado… Y si mañana ella no se encuentra bien, llévela
al hospital. Aunque deduzco que sólo necesita algo de descanso. Se ha llevado
un buen susto – comentó Alex.
--
Sí… un buen susto… Gracias –
--
Buenas noches –
--
Buenas noches –
El
coche arrancó con suavidad, y salió disparado calle abajo, perdiéndose en la
noche cálida.
Tras
unos minutos de meditación, Alex volvió al lugar donde se encontraban los
atracadores todavía inconscientes. Los miró durante unos segundos y después se
abalanzó sobre ellos, dejando que su furia y su fuerza contenidas, emergieran
libremente, deleitándose en la sensación que le recorría el cuerpo. Drenó la
suficiente sangre como para no matarlos ni convertirlos en la clase de criatura
que él era y una vez hubo terminado, se levantó de sus cuerpos, y los contempló
mientras se relamía los labios. Ahora, lleno de la vitalidad humana, se sintió
más fuerte. Los agarró a los dos por el cuello, cada uno con una mano, y los
metió con brutalidad en el coche. Después, dirigiéndose a la comisaría de
policía más cercana, los dejó a la entrada. Ambos tenían órdenes de busca y
captura por crímenes similares.
Un
policía que salía de la comisaría los vio y se los quedó mirando. Después,
observando cómo Alex se alejaba del lugar, preguntó:
--
¿Qué significa esto? –
Alex,
sin ni siquiera girarse, respondió:
--
Mire en sus archivos – fue todo lo que dijo.
Después,
se metió en el coche y se marchó de allí. Durante el trayecto, meditó el motivo
de que los hubiera dejado con vida. Miles de respuestas se agolpaban en su
mente, pero seguía sin comprender por qué no los había matado. Nunca se había
frenado ante seres así, ¿Por qué ahora? Con esa pregunta rondando en su cabeza,
llegó a su casa.
Distraídamente
se cambió de ropa y volvió a coger las llaves del mercedes. Salió cuando el
amanecer comenzaba a tocar el horizonte. Llegó a su árbol justo cuando el sol
terminaba de salir por el este, iluminando el cielo con miles de bellos
colores. Aquél árbol… era su refugio y su último hogar, representaba el inicio
de su historia con Laura.
¡Bueno!Esto ha sido todo...por el momento!
Saludos,
Isabella
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